Insisten tanto en que la
educación ha de ser divertida y el aprendizaje un juego en el que memorizar es
lo de menos, que no sé yo si los niños de ahora sabrán de memoria aquella lista
de planetas que, en mis tiempos, recitábamos de carrerilla: Mercurio, Venus,
Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Una lista que, para
mí, sigue vigente a pesar de que, en el año 2006, los astrónomos recalificaron
el universo y decidieron que Plutón ya no era planeta.
No lo será para ellos, pero yo lo
sigo teniendo en mi lista y ahí seguirá hasta que me muera. Lo que uno aprende de
niño es eterno. Ahí se queda, en ese amasijo de neuronas que llaman el hipocampo
y es quien decide lo que merece ser recordado y lo que acaba en el olvido.
Aquella lista de planetas caló tan
hondo en mí memoria que el cerebro ya no quiso saber más nada del Universo. Se
conoce que cuando se enfrenta a un asunto complejo prefiere la versión sencilla.
En este caso los nueve planetas y no la teoría del Big Band y el gran cúmulo de
galaxias que han ido descubriendo y sitúan a miles de millones de años luz de
la Tierra.
Agradezco que fuera así. Si la
luz recorre 300.000 kilómetros por segundo es lógico que mi cerebro no intente
calcular la distancia que nos separa de esas galaxias ni trate de hacerse a la
idea de lo que supone, en el tiempo, que el universo naciera hace 13.700
millones de años. Comprendo que cuando oye que hablan en esos términos su
respuesta sea provocar una mueca tonta en mi cara seguida de una sonrisa
escéptica.
Una mueca tonta, aunque sin
sonrisa, fue mi respuesta cuando el pasado doce de julio el presidente Joe
Biden apareció en televisión presentando el telescopio espacial James Webb, el
mayor observatorio astronómico jamás lanzado al espacio. Un proyecto científico
que costó 9.000 millones de euros y será capaz de observar los objetos más
lejanos y antiguos del universo, incluidas las primeras galaxias y las primeras
estrellas nacidas 100 millones de años después del Big Bang.
Pensar en esas galaxias, que han
descubierto y sitúan a 4.600 millones de años luz de la Tierra, solo serviría para
complicarme la vida. Estoy servido con mi antiguo Universo de nueve planetas,
no necesito que me pongan al día de las últimas teorías de los astrónomos. Eso
de que el Bing Band continuará en expansión hasta que llegue un momento, dentro
de unos cuantos millones de años, en que esa explosión se detenga y empiece la
cuenta atrás. Es decir, que todo se vaya
reduciendo hasta llegar de nuevo al origen del universo.
Presumen de qué es un gran
hallazgo, pero me temo que han gastado 9.000 millones de euros para llegar a la
conclusión de que todo lo que sube baja, como dice el viejo refrán.
Si fuera verdad que dentro de
unos millones de años el Universo emprende el camino de vuelta y empieza a
reducirse hasta quedar en nada, igual tendría que estar preocupado, pero como solo
pienso vivir hasta el año 2200 tampoco me preocupa mucho. Si vuelven los
dinosaurios que vuelvan. Y, si además de los carnívoros y los herbívoros
aparecen otros bichos que comen el plástico y hay que llamarlos plastícoros, pues
los llamamos.
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Milio Mariño