A falta de un par de semanas para
que vuelva San Agustín, vuelve la añoranza de aquel ferial en Las Meanas que
era como Disneyland en Paris. Incluso mejor porque en aquellos tiempos, cuando
no había televisión, ni móviles, ni videojuegos, la imaginación de los niños hacía
de lo inverosímil una realidad con humor. Con mucho humor, así es como recuerdo
las voces que salían de las tómbolas, las sirenas que anunciaban el inicio y
final de los caballitos y el olor a churros
mezclado con el de las garrapiñadas, las manzanas de caramelo, el algodón de
azúcar y unos puestos de coco que realmente me fascinaban por lo que tenían de
exóticos.
Mis recuerdos también alcanzan a
Donan Pher, “El Emperador del Bolígrafo”, que se ponía a la entrada de Las
Meanas con su salacot, su traje de explorador, sus gafas de montura metálica y
un tenderete atestado de bolígrafos y fotos descoloridas en las que aparecía
debajo de una palmera con dos leones a su lado y una serpiente pitón enroscada
al cuello.
Donan Pher, Fernando al revés, era
un vendedor charlatán, natural de Pola de Siero, que recorría las ferias y los
mercados vendiendo bolígrafos. Parecía que hablaba con acento extranjero, pero
era un defecto en el habla, consecuencia de una gran infección en la boca
cuando un mal dentista le puso dos dientes de oro. De esos detalles me enteré muchos años
después, pero entonces no acertaba a explicarme como un explorador, que se parecía
Livingstone, había acabado vendiendo bolígrafos en Las Meanas.
Ya de mayor, cuando descubrí quien
era, en realidad, Donan Pher, aquel héroe de mi infancia, lejos de
decepcionarme, añadió más encanto a su recuerdo. Me pasó como cuando también,
andando los años, alcancé a darme cuenta de la cura de machismo que supuso, en
aquella época, la caseta de feria que anunciaba en letras muy grandes “Sólo para
hombres”.
Seducidos por el anuncio, muchos
hombres pagaban la entrada y luego salían sonriendo y negándose a revelar qué
habían visto dentro. Habían visto algo que no esperaban. En un pequeño
escenario, iluminado por un reflector, se abrían unas cortinas y aparecían un
pico y una pala. Una broma que los presuntamente estafados aceptaban resignados
animando a otros con la esperanza de no ser los únicos que habían mordido el
anzuelo.
Los niños de entonces no
entendíamos la gracia de aquella caseta de feria, pero entendíamos otras cosas
que no entendían los adultos. No quedábamos asombrados y con la boca abierta
delante de otra atracción muy famosa: “El muro de la muerte”. Sabíamos que no
era un milagro que aquellos audaces motoristas fueran capaces de dar vueltas
alrededor de un cilindro y subir hasta lo alto sin caerse porque nos habían
explicado, en clase de física, las propiedades la fuerza centrípeta y la centrífuga
y sus efectos sobre la gravedad terrestre.
Este año, anuncian que el ferial
de San Agustín volverá a Las Meanas para los adultos y al Quirinal para los
niños. No entiendo que separen la feria por edades cuando el verdadero encanto
es que los adultos y los niños participen juntos. Que se junten en ese lugar
mágico sobrado de decibelios dónde los padres siempre reniegan de llevar a sus
hijos y tener que subirlos en los caballitos, aunque luego se les caiga la baba
mirando como disfrutan y disfruten más que ellos.
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