lunes, 15 de agosto de 2022

El irreal de la feria

Milio Mariño

A falta de un par de semanas para que vuelva San Agustín, vuelve la añoranza de aquel ferial en Las Meanas que era como Disneyland en Paris. Incluso mejor porque en aquellos tiempos, cuando no había televisión, ni móviles, ni videojuegos, la imaginación de los niños hacía de lo inverosímil una realidad con humor. Con mucho humor, así es como recuerdo las voces que salían de las tómbolas, las sirenas que anunciaban el inicio y final de los caballitos  y el olor a churros mezclado con el de las garrapiñadas, las manzanas de caramelo, el algodón de azúcar y unos puestos de coco que realmente me fascinaban por lo que tenían de exóticos.

Mis recuerdos también alcanzan a Donan Pher, “El Emperador del Bolígrafo”, que se ponía a la entrada de Las Meanas con su salacot, su traje de explorador, sus gafas de montura metálica y un tenderete atestado de bolígrafos y fotos descoloridas en las que aparecía debajo de una palmera con dos leones a su lado y una serpiente pitón enroscada al cuello.

Donan Pher, Fernando al revés, era un vendedor charlatán, natural de Pola de Siero, que recorría las ferias y los mercados vendiendo bolígrafos. Parecía que hablaba con acento extranjero, pero era un defecto en el habla, consecuencia de una gran infección en la boca cuando un mal dentista le puso dos dientes de oro.  De esos detalles me enteré muchos años después, pero entonces no acertaba a explicarme como un explorador, que se parecía Livingstone, había acabado vendiendo bolígrafos en Las Meanas.

Ya de mayor, cuando descubrí quien era, en realidad, Donan Pher, aquel héroe de mi infancia, lejos de decepcionarme, añadió más encanto a su recuerdo. Me pasó como cuando también, andando los años, alcancé a darme cuenta de la cura de machismo que supuso, en aquella época, la caseta de feria que anunciaba en letras muy grandes “Sólo para hombres”.

Seducidos por el anuncio, muchos hombres pagaban la entrada y luego salían sonriendo y negándose a revelar qué habían visto dentro. Habían visto algo que no esperaban. En un pequeño escenario, iluminado por un reflector, se abrían unas cortinas y aparecían un pico y una pala. Una broma que los presuntamente estafados aceptaban resignados animando a otros con la esperanza de no ser los únicos que habían mordido el anzuelo.

Los niños de entonces no entendíamos la gracia de aquella caseta de feria, pero entendíamos otras cosas que no entendían los adultos. No quedábamos asombrados y con la boca abierta delante de otra atracción muy famosa: “El muro de la muerte”. Sabíamos que no era un milagro que aquellos audaces motoristas fueran capaces de dar vueltas alrededor de un cilindro y subir hasta lo alto sin caerse porque nos habían explicado, en clase de física, las propiedades la fuerza centrípeta y la centrífuga y sus efectos sobre la gravedad terrestre.

Este año, anuncian que el ferial de San Agustín volverá a Las Meanas para los adultos y al Quirinal para los niños. No entiendo que separen la feria por edades cuando el verdadero encanto es que los adultos y los niños participen juntos. Que se junten en ese lugar mágico sobrado de decibelios dónde los padres siempre reniegan de llevar a sus hijos y tener que subirlos en los caballitos, aunque luego se les caiga la baba mirando como disfrutan y disfruten más que ellos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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