lunes, 25 de marzo de 2024

Saber la opinión de Dios

Milio Mariño

Vuelve, otro año más, la Semana Santa y los teólogos y los filósofos siguen sin ponerse de acuerdo sobre si Dios es de piñón fijo o puede cambiar de opinión. Hay quien dice que sí y hay quien dice que no. En la Biblia se apuntan las dos posibilidades: que Dios es invariable en su personalidad y sus principios y que un cambio en la conducta del hombre puede hacerle cambiar de opinión.

Dando por cierto que, arrepintiéndonos y rezando, Dios perdona nuestros pecados avalaríamos la segunda hipótesis, pero el dilema sigue sin resolverse. Es una incógnita si Dios seguirá manteniendo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Fue lo que dijo. De todas maneras, quienes han venido siendo sus representantes en la tierra han actuado como si hubiera rebajado las exigencias. Induce a pensarlo que los ricos no tendrían esa obsesión por ser cada vez más ricos si tuvieran la certeza de que irán de cabeza al infierno.

Quién sabe. El mundo ha cambiado tanto, es tan distinto al que había cuando se escribió la Biblia, que cuesta imaginar qué dirían, ahora, los profetas y los apóstoles si tuvieran que pronunciarse sobre la justicia social, la igualdad de género, el matrimonio igualitario, los inmigrantes o la declaración universal de los derechos humanos.

Tal vez sea aventurar demasiado, pero si Dios pudo cambiar de opinión con respecto a los ricos, también pudo hacerlo con otras cosas. La idea que nos inculcaron, durante mucho tiempo, fue la de un Dios vengativo, intransigente y autoritario, alejado del Dios del perdón y el defensor de los pobres y los humillados. Esa es la historia, pero como el mundo es tan distinto al de entonces, no sería descartable que Dios haya querido ponerse al día para no quedar anticuado. Un detalle muy significativo es que, en 2013, eligió como su representante en la tierra a Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

La propia iglesia asegura que el Papa elegido no recibe su misión de manos humanas, sino del Espíritu Santo. Y como todos sabemos que Dios es uno y trino no cabe duda de que la elección fue cosa suya.  Dios ha querido que lo represente un Papa que se ha mostrado en contra del proyecto ultra liberal y neofascista que está triunfando en muchos países. Apuesta por la justicia social, el buen trato a los inmigrantes y los refugiados, por aceptar y reconocer a los homosexuales y porque la mujer tenga un papel más importante no solo en el mundo, sino también en la Iglesia.

A tenor de quién es, ahora, el representante de Dios en la tierra no son pocos los que dicen que Dios ha pasado de ser de derechas a ser de izquierdas. Así lo han visto quienes aseguran que el Papa Francisco es un enviado del demonio y lo acusan de hereje y de comunista. Lo dijeron varios obispos y lo dijo Javier Milei antes de viajar a Roma y pedir disculpas. También lo dicen quienes sostienen que Dios es partidario del ultra liberalismo y de una sociedad en la que haya menos derechos y libertades.

Dios pudo cambiar de opinión, pero también puede ser que ni antes fuera de derechas ni, ahora, sea de izquierdas. Lo mismo es alguien que tuvo y tiene que luchar contra quienes intentan manipularlo y ponerlo de su lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de marzo de 2024

Cenar de madrugada

Milio Mariño

La vicepresidenta, Yolanda Díaz, ha vuelto a liarla con eso de que no es razonable que los restaurantes estén abiertos a la una de la madrugada. Lleva cuatro años en el Gobierno y sigue sin enterarse de que no aceptamos que nos den consejos y, menos, que nos digan qué podemos, o no podemos, hacer. ¿Y tú quién eres para decirme a mí a qué hora tengo que cenar? ¿Dónde está escrito que no puedo cenar, si quiero, un cachopo con patatas fritas a las dos de la mañana y acostarme con el estómago como una hormigonera?

Los consejos de los de arriba, y especialmente de los políticos, no suelen gustarnos. Al contrario, provocan rechazo y hacen que nos convirtamos en indómitos rebeldes cuya rebeldía consiste en presumir  de qué no aceptamos lo que nos dicen aunque, en el fondo, reconozcamos que, tal vez, lo digan por nuestro bien. Da lo mismo, nuestra respuesta suele ser visceral y, por tanto,  equivocada, pues si hubiera vida inteligente en los testículos habría menos lágrimas y el mundo sería más justo.

La sugerencia de la ministra ha levantado mucho revuelo a pesar de que las nuevas generaciones están mostrando un cierto rechazo hacia los viejos horarios de comer a las tres, cenar a las diez y ver la televisión hasta las tantas. Un programa como Master Chef Junior, protagonizado por niños y emitido por el primer canal de la televisión pública, empezaba los lunes a las once de la noche y acababa a la una de la madrugada.

Al margen de quien lo proponga, parece de sentido común que adoptemos unos horarios racionales que nos permitan conciliar la vida personal y laboral respetando unas horas mínimas de descanso y favoreciendo la vida familiar. Eso era lo que veníamos haciendo, poco a poco y de motu propio, pero bastó que alguien se atreviera a sugerirlo para que surgieran los que siempre están dispuestos a montar el pollo y apuntaran la tontería de que atenta contra nuestra libertad personal.

Es falso, como también lo es que el turismo pueda verse afectado porque los restaurantes no estén abiertos a la una de la madrugada. Quienes utilizan el turismo para justificar su protesta saben que los turistas, cuando están aquí, siguen con el horario de su país y cenan a las siete de la tarde. Es muy raro que veamos a un alemán o a un inglés cenando a la una de la madrugada. Ellos siguen a lo suyo. Somos nosotros los que tenemos que cambiar el horario y cenar más temprano, cuando vamos de vacaciones a un hotel español.

No pasa nada; nos adaptamos a ese horario y todo discurre con normalidad. Pero claro, si se plantea como sugerencia, enseguida aparecen los que reaccionan poniendo el grito en el cielo por cualquier cosa. Menos mal que el sentido común acabará imponiéndose a la ridiculez de los que defienden una supuesta libertad personal que ellos nunca tendrán porque, en el reparto de cartas que da la vida, seguramente que no están ni estarán entre los que pueden permitirse el lujo de cenar en un restaurante a la una de la madrugada. Los que de verdad pueden hacerlo, sonríen y no dicen nada porque les da igual la opinión de los que protestan y las medidas que se tomen.  Seguirán cenando donde quieran y a la hora que les dé la gana.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de marzo de 2024

Doble rasero como unidad de medida

Milio Mariño

Siempre que estalla un caso de corrupción, y toca asumir responsabilidades, el criterio que se utiliza para exigir que se corten cabezas o pedir dimisiones, depende de si se trata de uno de los nuestros o alguien de otra familia. El doble rasero es una unidad de medida que suele emplearse de forma descarada no solo en política, también en la justicia, la policía y, aunque parezca mentira, el área de penalti de los campos de fútbol.

En política, algunos recurren a la presunción de inocencia como disculpa para parar el golpe y no asumir responsabilidades hasta que se pronuncie la justicia. Sin embargo, cuando el implicado es de otro partido piden la guillotina de forma inmediata.

Ejemplos de doble rasero hay a montones. Hay jueces que no ven quién está detrás de M. Rajoy y tienen vista de lince para ver lo que no ve nadie. También es habitual que la policía golpee con saña a los obreros en huelga o a los que tratan de impedir un desahucio, mientras que a los manifestantes de extrema derecha los trata como a hermanitas de la caridad.

Este trato selectivo que, para entendernos, llamamos doble rasero, suele darse a menudo y es, por así decirlo, una costumbre arraigada. Jordi Puyol o Rodrigo Rato, pueden estar implicados en el robo de cientos de millones, pero son tratados con una consideración y un respeto que para sí quisiera un ratero que roba una lata de berberechos. Por lo visto, es más peligroso y más despreciable un ratero de tres al cuarto que un ladrón de guante blanco.

El doble rasero hace que algunas realidades sean ignoradas mientras que otras  se magnifican para que la prensa, la televisión y la radio amigas, las conviertan en tragedias apocalípticas. Tal vez sea oportuno preguntarse qué pasaría si Koldo García fuera hermano de Isabel Díaz Ayuso y se hubiera trajinado las mismas comisiones vergonzosas por el asunto de las mascarillas. Seguramente, la reacción hubiera sido distinta, el tema se trataría como algo anecdótico y la noticia no alcanzaría la categoría de escándalo.  

Con la corrupción solo cabe ser implacables pero, a veces, da la impresión de que se exige más a unos que a otros. Los partidos de derechas suelen ser más tolerantes cuando el corrupto es de los suyos. En ese caso, el partido lo arropa siguiendo un patrón que consiste en escurrir el bulto y cierta chulería. Aquí no ha pasado nada y si alguien pide responsabilidades que se atenga a las consecuencias. La prueba de cargo está en Pablo Casado, que lo echaron por tratar de esclarecer un caso de corrupción mientras que su sucesor, Feijoo, miró para otro lado y no le importa presidir y dirigir el partido desde un despacho y una sede cuyas obras se pagaron con dinero negro.

El doble rasero viene de muy antiguo y no se considera injusticia. La gente importante y de buena familia puede tener un desliz, pero si hace algo malo nunca lo hace queriendo. Así que cuando le piden cuentas responde como aquel obispo que dijo que los menores provocan mucho y están deseando el abuso.

La corrupción, en ningún caso es disculpable. Hay que atajarla y condenarla venga de donde venga, no solo si el corrupto es de otro partido. El rasero debe ser el mismo para los nuestros que para cualquiera.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de marzo de 2024

El mandil sigue ahí

Milio Mariño

Los recuerdos no se los lleva el viento, se atrincheran en algún lugar de nosotros y cuando se aburren nos dan un pellizco. A mí me lo dieron mientras paseaba por el mercadillo que organizan los lunes en la Plaza de Abastos. Caminaba distraído mirando los tenderetes cuando, de pronto, vi un mandil. Uno que eran muchos porque en los tenderetes había un amplio surtido de tallas y colores, prueba de que los mandiles se siguen vendiendo, a pesar de que son una prenda que pertenece a un pasado en el que las tareas domésticas estaban peor repartidas y las mujeres andaban todo el día de aquí para allá, limpiando, guisando y, si acaso, atendiendo el huerto y cuidando de los animales como pasaba en el mundo rural.

El mandil al que me refiero,  de tela y casi como una bata, se asocia a la mujer ama de casa y al trabajo no remunerado. Detrás de esa prenda hay mucha faena por más que antes no se reconociera y ahora se reconozca un poco. Fueron muchos años que las mujeres ponían el mandil por la mañana y no se lo quitaban hasta la noche para dormir. No sabían de empoderamientos ni celebraciones. La primera manifestación autorizada en España, por el 8 de marzo, se celebró en 1.978, en el Pozo del Tío Raimundo, en Madrid, donde la plataforma de organizaciones feministas logró reunir a casi mil personas.

Puede parecer lejano, pero todo es muy reciente. La mujer ha tenido que ir, paso a paso, ganando derechos que los hombres disfrutaban desde un principio. Hace nada, en España no era delito la barbaridad de que el hombre matara a su mujer si entendía que le había sido infiel. El crimen tenía como castigo una infracción civil o un destierro y no fue hasta 1.963 cuando prohibieron estos asesinatos que gozaban de impunidad. Aun así, la mujer siguió siendo ignorada como persona de pleno derecho hasta el año 1981, que fue cuando, por primera vez, pudo abrir una cuenta corriente a su nombre en un banco, o tener un pasaporte propio sin permiso del marido. Ese año, también se legalizó el divorcio.

 Solo tres años antes, el 7 de octubre de 1.978, y como consecuencia de los Pactos de la Moncloa, se había despenalizado el uso de la píldora anticonceptiva. Una medida que supuso una auténtica revolución social ya que la ignorancia y el desconocimiento que las mujeres y los hombres tenían sobre todo lo relacionado con el sexo era supina. Contaba, hace poco, un médico vasco que, después de la despenalización, todos los meses extendía dos recetas de la píldora anticonceptiva a una paciente sin atreverse a preguntar por qué dos. Aquello no le cuadraba y empezó a sospechar que traficaba con el medicamento. Al final se atrevió y preguntó: ¿Por qué me pide dos? Porque es lo mínimo, doctor: una para mí y otra para mi marido.

El mandil sigue ahí y su presencia sigue denunciando, en silencio, la presión que ejerció y ejerce sobre las mujeres cuando se lo ponen. Los hombres, ahora, también empiezan a ponerlo y lo usan de vez en cuando, pero las mujeres no acaban de quitárselo. Esa es la diferencia. Los muchos mandiles que siguen a la venta en los tenderetes de los mercadillos prueban, mejor que cualquier estadística o estudio, que en igualdad todavía falta mucho.  


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 26 de febrero de 2024

Familias multiespecie

Milio Mariño

Estaba en una terraza tomando café, y aburriéndome como un percebe, cuando alguien, en la mesa de atrás, dijo que su familia era multiespecie. Otro fantasma, pensé, que intenta hacerse el gracioso contándonos que tiene una familia rara. Qué sé yo: una suegra diplomada en artes marciales, un cuñado astronauta… Pero seguí con la oreja puesta y resultó que la familia en cuestión no tenía nada de rara; era una de las muchas familias que están compuestas por un hombre, una mujer y un perro. Animal que ha pasado de ser de compañía a ser de la familia.

No hace mucho, las familias eran todas de la misma especie. Ahora depende. Lo explicaba muy bien una señora muy simpática que vi en la tele contestando así a quien la entrevistaba: No puedo decirle que este perro sea mi hijo porque los hijos crecen y llega el momento en que ya no tienes que limpiar sus cacas, pero por lo demás lo quiero y lo trato con el mismo cariño que se puede tener por un hijo. Las madres, cuando un hijo se pone enfermo salen corriendo para el pediatra. Yo hago lo mismo, pero lo llevo al veterinario.

Las estadísticas oficiales dicen que en España hay más perros que niños.  Hay 9,3 millones de perros y 6,7 millones de niños menores de 14 años. Datos que confirman que los hogares españoles no son lo que eran y que muchas parejas han decidido tener “perrhijos” porque salen más baratos y no les complican la vida. Tienen un perro, celebran su cumpleaños con tarta y velas y hasta le ponen regalos. No les preocupa lo que puedan pensar los vecinos.

Asturias es la comunidad con más perros por habitante. Tenemos 3,51 perros por cada 10 personas. Desconozco si es que los asturianos queremos mucho a los perros o estamos muy solos y pensamos que pueden hacernos compañía. Sea lo que fuere tener un perro en la familia no se limita a su presencia física, siempre queremos ir más allá y no resistimos la tentación de hablar con ellos como si fueran personas. Algo que, de momento, resulta complicado porque hablar con los animales es fácil, lo difícil es que te entiendan.

Difícil, no se sabe hasta cuándo porque entre las muchas ventajas que anuncian para la Inteligencia Artificial está lo que llaman “Machine Learning”. Una aplicación que nos permitirá comunicarnos con otras especies a una velocidad y con una precisión que es imposible para los humanos.

Lo presentan como un avance sin precedentes, pero habrá que verlo. Los científicos coinciden en que los animales nos entienden mejor a nosotros que nosotros a ellos. Por eso que tal vez sea aconsejable que los perros sigan siendo perros y que no nos empeñemos en hacerlos humanos. Hemos llegado hasta aquí, cada uno por su lado, y no nos ha ido mal. Los perros han pasado de dormir a la intemperie a dormir en nuestra cama y nosotros de tirarles piedras a disfrutar de su compañía. Si la inteligencia artificial nos permite hablar con ellos igual descubrimos que tienen una idea política distinta a la nuestra, o son de otro equipo de fútbol. Y entonces empezarían los líos. Así que mejor seguimos con Darwin y la evolución de las especies. Los perros han evolucionado y ahora son de la familia pero, en lo de hablar, ya hablarán cuando les toque.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 19 de febrero de 2024

Morir de viejos

Milio Mariño

No es frecuente pero, a veces, abres el periódico y te encuentras con algo que no había ocurrido nunca. El que fuera Primer Ministro holandés Dries van Agt, y su esposa Eugenie Krekelberg, ambos de 93 años, decidieron morir y murieron al mismo tiempo mediante una eutanasia conjunta.

Morir de viejo no tiene nada de malo, al contrario, es lo que todos deseamos y algunos no lo consiguen. Aunque, claro, también hay egoístas que son viejos y se empeñan en seguir viviendo. Lo denunciaba el que fuera ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, quien declaró hace unos años que las personas mayores deberían darse prisa y morir para aliviar los gastos del Estado en pensiones y atención médica. También el Fondo Monetario Internacional y la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, alertaron sobre los riesgos que supone para los Estados y la economía mundial que los viejos vivan demasiado. Hubo, incluso, quien se atrevió a ir más allá. Yusuke Narita, profesor de Economía en la Universidad de Yale, y muy popular en las redes sociales americanas, dijo no hace mucho que sería conveniente que se abriera un debate sobre la posibilidad de que la eutanasia fuera obligatoria para los viejos, en un futuro no muy lejano.

Tal vez porque conoce y comparte estas ideas, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso justificó la muerte de 7.291 ancianos, que no fueron trasladados desde sus residencias geriátricas a los hospitales, cuando la pandemia del coronavirus, porque se iban a morir de todas maneras. Ya eran viejos y los viejos, puestos a morir, se supone que no debería importarles hacerlo en un sitio cualquiera que no tiene por qué ser, necesariamente, la cama de un hospital.

Allá por las altas esferas, los que mandan en el mundo y no sabemos si también en algún laboratorio de China, han llegado a la conclusión de que los viejos viven demasiado. Muchos por encima de sus posibilidades y algunos de su cordura.

 La sociedad ha hecho de la juventud un modelo para toda la vida y la vejez se ha convertido en un odioso problema. La palabra viejo se ha asociado a la idea de sobrante o deshecho y en esas estamos. Por un lado la ciencia se afana en dilatar la vida de las personas y por otro los expertos en economía dicen que no sale a cuenta. Que los viejos van estirando su aliento y engañando a la muerte y que en ese empeño se vuelven insoportables.

Más vale que nos preparemos, aunque la verdad es que tampoco podemos hacer mucho. Todo aquello que nos enseñaron para que aprendiéramos a ser solidarios, mejores, más libres y más justos, parece que solo ha servido para que el mundo camine hacia una nueva forma de nazismo.

Lo que nos hace viejos, dicen los expertos, no es la edad es el miedo. El miedo, sobre todo, a convertirnos en una carga y no ser útiles. Eso explicaría que muchos, después de jubilarse, quieran seguir en activo y se ocupen de cosas que para los jóvenes tienen poca importancia como, por ejemplo, vigilar las obras y estar al tanto de que no abran la misma zanja, en la misma calle, más de tres veces el mismo año. Podrá parecer poco importante, pero solo por eso ya compensan el gasto y merecen seguir viviendo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión 


lunes, 12 de febrero de 2024

A buen tiempo… ¿mala cara?

Milio Mariño

Este año hemos subido la cuesta de enero con un tiempo estupendo. Daba gusto; parecíamos ciclistas subiendo el Angliru en junio. Hubo eneros, casi todos, en  los que, a las dificultades que siempre tenemos para subir la maldita cuesta, había que añadir un tiempo de perros. Lluvia, nieve, heladas y ese viento frio que te deja las orejas como dos berenjenas sin dueño. Este año nada, ni siquiera daba pereza salir a tirar la basura. Y si añadimos la fortuna que ahorramos en calefacción, lo del cambio climático solo parece negativo por el incordio de tener que disparar todos los días los cañones de nieve. Solo por eso, porque las restricciones de agua no son consecuencia del clima.  Lo dijo Isabel Díaz Ayuso. Dijo que cerrar las plazas de toros y darle alas al separatismo es la causa de que haya menos libertad y más sequía.

La Presidenta de la Comunidad de Madrid acostumbra a sorprendernos con sus diagnósticos atrevidos y sus recetas originales para casi todo y también para el clima. Una idea muy aplaudida fue la de poner macetas con flores en los balcones. Lo suyo con el clima es como lo de Groucho Marx en aquella película: “¿A quién va usted a creer: a mí o a sus propios ojos?”

Nuestros ojos nos llevan a que casi todos estemos de acuerdo en que no debe ser nada bueno que haga buen tiempo en invierno. Pero, claro, también nos gusta que la primavera empiece en enero. Las terrazas de los bares están llenas a rebosar y la gente disfruta olvidándose de los abrigos. Y como, al final, lo que importa es que el personal disfrute y se lo pase en grande, todo lo demás tendrá que supeditarse al bien principal. Incluidos, por supuesto, los agricultores, que insisten en protestar cuando deberían plantearse si en vez de seguir cultivando las frutas y verduras que cultivaban sus abuelos no sería mejor que cambiaran el chip y cultivaran frutas tropicales como el caqui, la guayaba o el mango. Algo nuevo. Las verduras del tipo berza de toda la vida, el brócoli o la coliflor podemos importarlas de Taiwán o de China, lo mismo que importamos los pantalones vaqueros. 

Lo principal es que la gente esté contenta y vengan muchos turistas, luego ya veremos cómo se soluciona la escasez de agua. Igual tenemos que ducharnos menos, no tirar de la cadena siempre que vamos al váter o cerrar el grifo mientras nos cepillamos los dientes. Medidas que nunca vienen mal porque suponen un ahorro que podemos destinar a tomarnos otra cerveza.

Sobre que haga buen tiempo en invierno hay mucho que hablar. Por un lado nos invitan a vivir el presente como si no hubiera un mañana y por otro se empeñan en no dejarnos vivir hablándonos del mañana que nos espera y de un cúmulo de desgracias. Habíamos dejado atrás el covid19, como una preocupación que nos agobiaba, y cuando empezábamos a respirar vuelven a meternos miedo con el cambio climático, la guerra de Ucrania, la situación en Oriente Medio, los inmigrantes…   

Hablar del futuro, solo, en negativo aporta pesimismo y amarga nuestro carácter. Además, sirve de poco. No parece que los desarreglos del cambio climático vayan a solucionarse poniendo mala cara al buen tiempo. Ser feliz es adaptarse a los cambios. Y a este, aquí por el norte, estamos adaptándonos divinamente.


Milio Mariño / Artículo de Opinión