lunes, 27 de enero de 2025

El miedo depende de quien lo venda

Milio Mariño

El miedo tiene muy mala fama, dicen que no sirve de nada, pero es útil para muchas cosas. Lo fue para el Estado de Bienestar. Solemos presumir de haberlo conquistado nosotros, pero tuvo que ver, y mucho, la guerra fría y el miedo de los políticos y los poderosos a la Unión Soviética. No hubieran cedido lo que cedieron si no se hubieran visto obligados a ofrecer un modelo social alternativo al de los países de la órbita comunista. Así que es cierto que el miedo guarda la viña. Tan cierto como que cayó el muro, despareció la Unión Soviética y ancha es Castilla. Los poderosos ya no tienen por qué hacer concesiones. No tienen miedo ni se sienten amenazados. Y eso se nota.

Vaya que si se nota. El miedo es un arma muy poderosa. Vean, si no, como se portan, ahora, los seguros médicos en Estados Unidos. Falta saber cuánto puede durar, pero se han vuelto más amables y mucho más comprensivos después de que a Brian Thompson, CEO de la aseguradora UnitedHealthcar, lo hayan matado a tiros en la puerta del Hotel Hilton de Manhattan.

Sucedió el pasado 9 de diciembre. Un chico joven, Luigi Mangione,  perteneciente a una familia rica, se tomó la justicia por su mano y acabó con la vida del jefe de una empresa de medicina privada que, en 2023, obtuvo un beneficio neto de 33.000 millones de dólares.

 En Estados Unidos no hay un sistema de salud público y gratuito. Allí, la salud es un asunto privado, de modo que la gente debe elegir entre malvivir con la salud en precario, pero conservando la vivienda y algunos ahorros, o tener la salud mínimamente atendida, a costa de acabar en la ruina.

No era el caso del joven Mangione. Su problema no era el dinero, podía pagar, de sobra, la medicina privada. Su problema fue una espondilolistesis que le provocaba fuertes dolores de espalda. Lo operaron, pero no se recuperó y tuvo que pagar y seguir pagando porque, para las empresas de medicina privada, la salud es un negocio. Si no tienes dinero no te atienden, pero si ven que lo tienes multiplican las pruebas y aprovechan para sacarte hasta el último céntimo.  

Luigi Mangione se hartó y dijo basta. Acabó con la vida de Brian Thompson y, ahora, en Estados Unidos se debaten entre dos posturas. Los que consideran que es un héroe, una especie de Robin Hood de los pobres, y los que le acusan de terrorista, pues dicen que su asesinato ha contribuido a infundir miedo en la población.

El miedo depende de quien lo venda. La acción de Mangione no está causando miedo en la población sino en un pequeño grupo de altos directivos de las empresas que hacen negocio con la salud. Unos directivos que, ellos, si causan miedo cuando no atienden o expulsan de sus clínicas a quienes no pueden pagar. Pero ese miedo no se considera terrorismo. Está legalizado. Es legal que lo sufran los pobres.

Aquí, en España, quienes no son ricos, muchos millones de personas, también tienen miedo de que la salud deje de ser un derecho y lo conviertan en un asunto privado. Sería terrorífico que, cuando enfermamos, el Estado se desentienda y nos abandone a nuestra suerte. Quienes defienden esta idea ya sabemos cómo lo justifican: Total... iban a morir igual.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 20 de enero de 2025

Hoy inauguran el futuro

Milio Mariño

Con la proclamación de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos se confirma que el mundo está virando hacia un nuevo escenario en el que los países apuntan a ser gobernados por políticos autoritarios, mentirosos y fanáticos, que vienen con la receta del anarco-capitalismo bajo el brazo. Un viejo invento que nació hace ahora cien años y consiste en que el Estado desaparezca para que el Mercado pueda actuar libremente, sin ningún obstáculo.

Lo que dicen los analistas y los expertos, de cómo hemos llegado a esto, no me convence. No creo que haya sido producto de un cerebro brillante sino la reacción primaria de un par de ricos con suerte.

Hace unos años, no muchos, ser rico y andar por el mundo exhibiendo la riqueza en plan obsceno, como quien abre la gabardina y enseña lo suyo, no estaba mal visto. Pero la gente acabó por hartarse y a los ricos les entró el canguelo. Se alejaron del mundanal ruido y se recluyeron en sus mansiones. Un fastidio porque, aunque daban grandes fiestas privadas, ni llevando a Los del Rio conseguían divertirse. Probaron con viajar al espacio y hacerse astronautas, pero tampoco. Ni siquiera cuando compraron los periódicos, las radios y las televisiones y luego las redes sociales consiguieron pasarlo mínimamente entretenidos. Seguían igual de aburridos. No les divertía ni navegar en lujosos yates, con señoras y señores estupendos, tomando gin-tonic de Watensi y bailando con la música de Bad Bunny.

Nada. El caso que, en una de aquellas fiestas, uno de los más ricos tuvo una idea. Que os parece si nos metemos en política. Olvídalo, en política hace mucho que estamos metidos y es un fastidio. Lo sé, pero no es lo mismo poner a quien creemos más manejable que hacerlo nosotros mismos, sin intermediarios. Diversión de primera mano sin pagar ni un céntimo. Cobrando.

A los que estaban en aquel grupo se les iluminó la cara. Podemos hacer que la gente se entere de que mandamos lo que realmente mandamos. Podemos rebajar nuestros impuestos, reducir la presencia del Estado y acabar con el despilfarro de los subsidios y los servicios públicos. En nuestras manos está reformar el viejo mundo y convertirlo en uno nuevo y más racional.

La reforma empieza hoy. Hoy empieza el futuro. Tienen previsto que algunos países, que funcionan como las viejas tiendas de ultramarinos, acaben cerrando. Serán absorbidos por las grandes superficies. Estados Unidos se hará con Canadá, Groenlandia y tal vez México. Aquí, en nuestro caso, los imitadores de Trump propondrán recuperar Portugal, hacernos con Gibraltar y establecer bases estratégicas en las islas Chafarinas y la isla Perejil. Allí, en Estados Unidos, Trump incluye en su gobierno a Robert F. Kennedy Jr., Elon Musk y otros multimillonarios y aquí Feijoo y Abascal incluirán a Francisco Roig, Florentino Pérez  y, tal vez, Nacho Cano.

En principio parece un chiste, pero eso pensábamos de que volviera Trump y hoy está en la Casa Blanca. Claro que también puede ser el preludio de la Tercera o la Cuarta Guerra Mundial. Cuesta ponerle número porque, tal como va el mundo, no sabemos qué guerra toca.

Ahora mismo, lo que triunfa y está en boca de todos es el disparate que inauguran en Estados Unidos. No obstante, les animo a ser optimistas. Estoy convencido de que la tortilla de patatas acabará imponiéndose y derrotará a las hamburguesas de McDonalds.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 13 de enero de 2025

Cincuenta años son pocos

Milio Mariño

En la historia de España cincuenta años dan para poca cosa; para un par de suspiros y alguna nostalgia. Más en los jóvenes que en los viejos porque los mayores de 65 años aborrecen la dictadura mientras aumenta el número de jóvenes que desprecian el sistema que tenemos y suspiran por el que padecieron sus abuelos. Les han dicho que las cosas están peor ahora que cuando gobernaba Franco y cómo piensan poco y su preocupación es entretenerse, asumen el relato y se suman a los que aseguran que todo iría mejor sin tantas libertades.

Una pena. Santo Tomás decía que los necios y los insensatos son infinitos. Y, para corroborarlo, añadía que hay veinte clases de tontos, siendo la principal la que nos asemeja al asno, un animal estulto que cuando tiene un deseo relincha.

Por lo visto, hay orejas que prefieren el relincho a la música. Pensábamos que el franquismo se esfumaría con el tiempo y resulta que están encandilando a los jóvenes con la promesa de volver a la España negra que, para algunos, era la España feliz.

Es absurdo y pueril pero, al parecer, funciona. En todos los países la memoria ha acabado por imponerse al olvido, pero aquí somos fieles al famoso eslogan: España es diferente. En Alemania tuvo que pasar mucho tiempo antes de que se volviera a hablar del nazismo. Al final se acabó hablando y hasta se eligió un día, el 27 de enero, para recordar a las víctimas. Aquí nada, aquí todavía hay miles de personas enterradas en las cunetas y las víctimas de la dictadura siguen sin poder levantar la voz porque solo reciben desprecios.

En esas estábamos, cuando el Gobierno anunció, para este año 2025, una serie de actos culturales que servirán, según sus palabras: “para homenajear a todas las personas y colectivos que transformaron un país gris y aislado, tras cuatro décadas de dictadura, en una de las democracias más plenas del mundo”.

No cabía esperar mucho entusiasmo, pero si un cierto consenso sobre algo tan obvio como lo que supuso la dictadura de Franco. Cabe recordar que todavía no hace 50 años, en la mañana del sábado 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de que muriera el dictador, pelotones de fusilamiento compuestos por policías y guardias civiles, que se habían presentado voluntarios, fusilaron a los cinco últimos condenados a muerte. Aquella madrugada de fusilamientos hizo que Luis Eduardo Aute compusiera y cantara: “Al alba”.

 Enfrentarnos, de una vez, con lo ocurrido, analizar de forma racional el pasado, sería una buena forma de superar la relación traumática con ese triste período de nuestra historia, pero lo mismo cincuenta años son pocos. Hay tiempos a nuestra espalda que creíamos superados, pero estábamos en un error. Miles de buitres callados van extendiendo sus alas, como cantaba Aute en aquella bella canción. Ahora ser nazi o fascista, lo presentan como una opción tan legítima como cualquier otra. No es verdad. Y los demócratas tenemos la obligación de avisar.

 

Mililio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España

lunes, 6 de enero de 2025

Guapos y feos en la Puerta del Sol

Milio Mariño

Este año 2025 no pudo empezar mejor. Con alegría y buen rollo en las campanadas de la Puerta del Sol. Antes de que sonara el reloj, Broncano y Lalachus saludaron a Pedroche y Chicote, que sonrieron agradeciendo el saludo. Fue como si las dos Españas, la de los guapos y la de los feos, dejaran a un lado las diferencias y se unieran en los propósitos. Disfrutar sin complejos y que cesen las broncas y los malos modos.

Se había hablado mucho sobre la elección de los presentadores de la televisión pública y la opinión mayoritaria coincidía en que había sido un acierto elegir a dos personas que suponían un alegato contra la violencia estética. Contra la gordofobia y los estereotipos de la belleza. 

Estuvo bien. Invitaba a pensar que Broncano y Lalachus representan a las generaciones más jóvenes que viven y celebran la vida desde la naturalidad de no tener que disfrazarse para aparentar lo que no se es.  El propósito era elogiable, pero la realidad demuestra que la importancia que se le concede a la apariencia física, lejos de disminuir, cada vez cobra más fuerza.

Varios estudios apuntan que la discriminación por el aspecto físico supera, incluso, a la del racismo. Se ha extendido como ninguna otra aunque, al mismo tiempo, es de la que menos se habla y la más difícil de reconocer.

En mis tiempos, hace mucho pero menos de un siglo, la gente era más bruta, no se cortaba ni disimulaba eligiendo palabras para no herir. No sabíamos endulzar la fealdad, pero tampoco nos suponía un calvario aceptarnos tal cual. No había la preocupación que hay ahora por la belleza, hasta el punto de que algunas personas se obsesionan y ni siquiera tienen razones objetivas para sentirse feas.  

La gente finge y dice que lo hace por su salud, pero no es verdad. El culto y el elogio de la apariencia física se han convertido en una patología. En un seguidismo enfermizo con respecto a lo que impone la moda.

 Los gimnasios cada vez están más llenos, cada vez gastamos más en productos cosméticos, aumenta el número de niñas que con 16 y 17 años utilizan botox y rellenos labiales y, también, el de menores que solicitan cirugía plástica con la firma y el consentimiento de sus padres.

¿Servirá de algo que una gorda y un feo hayan llegado a lo más alto de la Puerta del Sol para anunciarnos el año nuevo? Tal vez sirva de poco, pero el propósito ha sido bueno. Mejor así que con aquella canción: “Que se mueran los feos”. O con aquella serie de televisión, “Sin tetas no hay paraíso”, que estuvo nada menos que tres temporadas en pantalla y contaba la historia de una adolescente que se proponía como objetivo en su vida ganar el suficiente dinero para poder colocarse un par de implantes de silicona.

El concepto de belleza o fealdad es relativo. Puede cambiar con el tiempo y es cuestión de consenso. Si nos hemos puesto de acuerdo en que tatuarse una araña en el pescuezo o vestir unos vaqueros rotos es elegante y bello, quien nos dice que ser gordo y feo no alcanzará a ponerse de moda el próximo verano. En cualquier caso, si no fuera así, siempre nos quedará el refrán: “No hay feo sin su gracia ni guapo sin su defecto”.

 

Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 30 de diciembre de 2024

El futuro será mejor y viviremos peor

Milio Mariño

Siguiendo la tradición, mañana cruzaremos la imaginaria frontera del tiempo y entraremos en un año nuevo. Sin embargo, una cosa es el calendario y otra el tiempo mental. 
Habrá gente que mañana estará en el año 2050, mientras que otros a saber qué año nos corresponde. El 2025 seguro que no. Aunque nuestro cuerpo esté en ese año la cabeza andará por los años noventa. No por qué sea más joven, que podría ser, sino porque se ha quedado atrás.

La edad cronológica no tiene por qué coincidir con la edad mental. Hay casos en los que no coincide y en el mío tampoco. Hace dos meses, cuando apareció la noticia de que Elon Musk había presentado en Los Ángeles un taxi que se conduce solo, traté de imaginarme yendo de Salinas a Villalegre en un coche sin nadie al volante. No fui capaz. No pasé de la rotonda de La Vegona. Uno tiene una edad y una mentalidad, que le condicionan, y por mucha imaginación que le ponga, hay inventos que no consigue imaginar. Me ocurre cuando hablan de la Inteligencia Artificial y cuando en el ordenador aparece: Diga que no es un robot. Digo que no lo soy, pero no entiendo cómo es que el ordenador se fía y no sospecha que le puedo engañar.

Es posible que me esté volviendo cada vez más escéptico. Y acepto el riesgo. Dicen que el escepticismo es una esclerosis de la voluntad, un achaque de la vejez. Puede ser. Pero lo mío es rebelión. No estoy dispuesto a decir amén a todo lo que nos está tocando vivir.

Vivimos en un mundo en el que nos hablan, casi a partes iguales, de las oportunidades y las amenazas. Por un lado nos dicen que iremos a mejor y por otro nos advierten de que dentro de unos años la sociedad será incapaz de garantizar una vida decente a sus miembros más débiles.

Menudo porvenir. Sobre todo para los jóvenes. Los jóvenes tendrán la ventaja de que posiblemente lleguen a disponer de órganos vitales, tejido muscular y extremidades fabricadas con impresoras 3D y fibras artificiales. Los calvos podrán tener pelo hasta las cejas, los presumidos ojos azules y los caprichosos tres orejas, si les apetece. La gente podrá disfrutar de avances tecnológicos y aparatos de lo más sofisticado, pero en lo tocante a vivir mejor nada de nada. Al contrario, lejos de avanzar hacia una distribución más justa de la riqueza, lo que anuncian es que aumentará la brecha entre los que más tienen y las clases media y baja.

Aseguran que se avanzará en el sentido de que los cien años ya no serán una barrera, que la gente vivirá más, pero vivirá peor. Habrá enormes diferencias sociales, mucho egoísmo y más soledad. Eso es lo que nos espera.  

Una pena. No obstante, si nos atenemos a los últimos sondeos, el optimismo va en aumento. Ahora mismo, el 66 % de los españoles se declara optimista. Me alegro. Al parecer, el secreto para ser optimista y feliz consiste en aceptar que el sufrimiento es inevitable. Un sufrimiento que, según Schopenhauer, podemos mitigar moderando nuestros deseos.

Aunque mi futuro no alcanzará muy allá, imagino que me tocará sufrir. Es imposible que pueda moderar más mis deseos. Los he puesto al mínimo. Un salario digno, una sanidad pública aceptable y una vivienda asequible.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de diciembre de 2024

Los Reyes, los padres y la verdad

Milio Mariño

Llevaba un rato largo delante del folio en blanco, y ya empezaba a desesperarme porque las ideas no llegaban, cuando recordé que había leído, en una revista científica, un caso de lo más extraño. El de un hombre que decía que podía predecir el tiempo por el olfato. Me sorprendía que los científicos lo tomaran en serio y la explicación era que podía oler una cianobacteria llamada Geosmina.

Asombroso. Nunca conocí a nadie con semejante talento. La mayoría, a lo más que llegamos es a utilizar el reuma para nuestros pronósticos. Algo que, por lo visto, sirve de poco porque, según los científicos, no existe una correlación fiable entre el dolor de huesos y el cambio atmosférico.

Allá ellos. Yo no lo huelo, pero lo siento. La semana pasada, mis huesos me avisaron primero que el móvil. Desperté hecho un guiñapo, cagándome en todo, y, efectivamente, el frío había llegado y me esperaba en la calle.

Hay tanta confusión con el cambio climático que mucha gente creía que este año el frio había ido a Canarias a pasar el invierno. Todavía no. Hace menos frio que cuando algunos éramos niños, pero el clima va cambiando a su ritmo. Ahora ya no caen aquellas heladas que dejaban los charcos como cubiteras de hielo y las orejas de un color morado que parecían dos berenjenas al fresco. Aquello sí era frio. Un frío que tiritabas como un cantaor de flamenco.

Aunque cueste creerlo, el frio es distinto según sea el sitio. En Suiza, por ejemplo, siempre hizo un frio elegante y aristocrático. Muy distinto al nuestro, que era de gripes y catarros y horrorosas prendas de abrigo como las pellizas de borrego.

Nuestro frio era pobre y doméstico. De cocina de carbón y ladrillo para los pies. La memoria tiene sus caprichos y este día, cuando el reuma me dio el aviso, recordé lo que digo. Y lo reitero: ahora el frio es distinto. El clima ha cambiado, pero también es verdad que hemos cambiado nosotros. Mucho, muchísimo. Con decirles que recuperé la inocencia y me volví más creyente… Ya lo sé, un milagro.

Sucedió como en los cuentos de hadas. Desde que soy abuelo, no solo he vuelto a creer en los Reyes Magos sino que, además, creo en Papa Noel. Es por mi nieto. Sus padres sucumbieron a la moda de los regalos en Nochebuena y en Reyes y el abuelo, por no dar la nota, también.

Ahora creo en los dos. El problema es que mi nieto ya está en esa edad en que los niños empiezan a descubrir que Los Reyes Magos y Papá Noel no pueden estar en todos los sitios a la vez, que las casas no tienen chimeneas por donde colarse y que los camellos y los renos es imposible que puedan volar. Así que, como temo lo peor, estoy preparado por si surge la pregunta terrible.

Abuelo… ¿Los Reyes Magos, existen de verdad? Bueno, verás, existen mientras creas en ellos. Eso que seguramente has oído…. Eso de que los Reyes son los padres, es mentira. Los padres compran los regalos, pero no son los Reyes.

A los niños hay que decirles la verdad. Si les mientes y dices que los padres son los Reyes, luego, cuando se hacen mayores, siguen pidiendo de forma exagerada. No se conforman con unos calcetines o una bufanda.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de diciembre de 2024

Los malos están al llegar

Milio Mariño

Vivo sin vivir en mí… Sí, lo sé, igual que la santa de Ávila, pero sin el éxtasis místico que conlleva pasarlo divinamente. Con un cabreo de mil demonios porque, a estas alturas, a la edad de un dinosaurio, me desespero con eso de que los buenos, al final, son los que ganan. No es verdad. Después del buen hacer, el sufrimiento y las penurias, no prevalece la justicia. Tampoco es verdad que el Séptimo de Caballería venga a salvarnos cuando estamos en dificultades, como vemos en las películas.

La vida no es lo que nos habían contado. Tal vez ocultaron la verdad para no hacernos spoiler, pero quienes acaban ganando no son los buenos. De todas maneras, mi vieja afición por las causas perdidas me animaba a defender la bondad, aún a sabiendas de que el “buenismo” ya no se lleva. Ahora, lo que triunfa y está de moda es ir a contracorriente, sin ética ni principios.

Según los gurús mediáticos, ser bueno se había convertido en un lujo que esta sociedad no puede permitirse. Dicen que el “buenismo” es una actitud bobalicona y pueril que denota una gran debilidad mental. Y, apoyándose en esa falacia, los malos gozan de una popularidad excelente. Unos malos que si son ignorantes y estúpidos, mejor que mejor. Cuantas más tonterías y sandeces digan, cuanto más absurdo y simplista sea su discurso, más los aplauden. Las barbaridades son más apreciadas que el talento. El talento, al parecer, es un mito en deconstrucción.

Un horror, pero es lo que hay. Quienes aplauden la victoria de Trump y suspiran porque alguien parecido gobierne en nuestro país, tienen a su favor que los políticos como él no disimulan que son estúpidos. Sus votantes lo saben, pero consideran que la estupidez es un activo. Les apetece votar a los malos, un poco por ver qué pasa y otro poco por mandarlo todo a tomar por saco. Especialmente los jóvenes que han crecido disfrutando el Estado de Bienestar, pues una encuesta reciente señala que el 29,9%, entre 18 y 24 años, votará a la ultraderecha.

Tienen suerte de que se haya interrumpido lo que Darwin llamaba selección natural porque, de lo contrario, ya se hubieran extinguido. Pero no se extinguieron, cada vez abundan más en esta sociedad embrutecida y tontaina que adopta el negacionismo y los disparates como ideas brillantes. Son los que más ruido hacen. Así que, dadas las circunstancias, no creo que debamos convencerlos de que esas ideas y esos gobernantes nos llevarán al desastre. Lo que procede es animarlos para que los voten. Cuanto antes suceda, primero acabamos.

Me costó decidirme. El empujón definitivo fue que, una vez conocidos los primeros nombramientos de Trump, viendo que pone al frente de los cargos más importantes a gente que es para santiguarse, los hay que ya se han puesto a rezar y piden al propio sistema, eso que llaman Establishment, que actúe con sensatez y controle el daño impidiendo que cometan barbaridades. Será difícil. Al final, Trump no tiene la culpa de que estemos temblando ante lo que se avecina. La culpa es de los que jalean y festejan los disparates y luego se llevan las manos a la cabeza. Sabemos lo que vendrá, incluso a los más viejos nos suena, pero los malos están al llegar y se saltarán todas las reglas, excepto la regla de Murphy.


Milio Mariño / Artículo de Opinión