Este año 2025 no pudo empezar
mejor. Con alegría y buen rollo en las campanadas de la Puerta del Sol. Antes
de que sonara el reloj, Broncano y Lalachus saludaron a Pedroche y Chicote, que
sonrieron agradeciendo el saludo. Fue como si las dos Españas, la de los guapos
y la de los feos, dejaran a un lado las diferencias y se unieran en los propósitos.
Disfrutar sin complejos y que cesen las broncas y los malos modos.
Se había hablado mucho sobre la
elección de los presentadores de la televisión pública y la opinión mayoritaria
coincidía en que había sido un acierto elegir a dos personas que suponían un
alegato contra la violencia estética. Contra la gordofobia y los estereotipos
de la belleza.
Estuvo bien. Invitaba a pensar
que Broncano y Lalachus representan a las generaciones más jóvenes que viven y celebran
la vida desde la naturalidad de no tener que disfrazarse para aparentar lo que
no se es. El propósito era elogiable,
pero la realidad demuestra que la importancia que se le concede a la apariencia
física, lejos de disminuir, cada vez cobra más fuerza.
Varios estudios apuntan que la discriminación
por el aspecto físico supera, incluso, a la del racismo. Se ha extendido como
ninguna otra aunque, al mismo tiempo, es de la que menos se habla y la más
difícil de reconocer.
En mis tiempos, hace mucho pero
menos de un siglo, la gente era más bruta, no se cortaba ni disimulaba
eligiendo palabras para no herir. No sabíamos endulzar la fealdad, pero tampoco
nos suponía un calvario aceptarnos tal cual. No había la preocupación que hay
ahora por la belleza, hasta el punto de que algunas personas se obsesionan y ni
siquiera tienen razones objetivas para sentirse feas.
La gente finge y dice que lo hace
por su salud, pero no es verdad. El culto y el elogio de la apariencia física
se han convertido en una patología. En un seguidismo enfermizo con respecto a
lo que impone la moda.
Los gimnasios cada vez están más llenos, cada
vez gastamos más en productos cosméticos, aumenta el número de niñas que con 16
y 17 años utilizan botox y rellenos labiales y, también, el de menores que
solicitan cirugía plástica con la firma y el consentimiento de sus padres.
¿Servirá de algo que una gorda y
un feo hayan llegado a lo más alto de la Puerta del Sol para anunciarnos el año
nuevo? Tal vez sirva de poco, pero el propósito ha sido bueno. Mejor así que
con aquella canción: “Que se mueran los feos”. O con aquella serie de
televisión, “Sin tetas no hay paraíso”, que estuvo nada menos que tres
temporadas en pantalla y contaba la historia de una adolescente que se proponía
como objetivo en su vida ganar el suficiente dinero para poder colocarse un par
de implantes de silicona.
El concepto de belleza o fealdad
es relativo. Puede cambiar con el tiempo y es cuestión de consenso. Si nos
hemos puesto de acuerdo en que tatuarse una araña en el pescuezo o vestir unos
vaqueros rotos es elegante y bello, quien nos dice que ser gordo y feo no alcanzará
a ponerse de moda el próximo verano. En cualquier caso, si no fuera así, siempre
nos quedará el refrán: “No hay feo sin su gracia ni guapo sin su defecto”.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
Que bueno
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