lunes, 6 de enero de 2025

Guapos y feos en la Puerta del Sol

Milio Mariño

Este año 2025 no pudo empezar mejor. Con alegría y buen rollo en las campanadas de la Puerta del Sol. Antes de que sonara el reloj, Broncano y Lalachus saludaron a Pedroche y Chicote, que sonrieron agradeciendo el saludo. Fue como si las dos Españas, la de los guapos y la de los feos, dejaran a un lado las diferencias y se unieran en los propósitos. Disfrutar sin complejos y que cesen las broncas y los malos modos.

Se había hablado mucho sobre la elección de los presentadores de la televisión pública y la opinión mayoritaria coincidía en que había sido un acierto elegir a dos personas que suponían un alegato contra la violencia estética. Contra la gordofobia y los estereotipos de la belleza. 

Estuvo bien. Invitaba a pensar que Broncano y Lalachus representan a las generaciones más jóvenes que viven y celebran la vida desde la naturalidad de no tener que disfrazarse para aparentar lo que no se es.  El propósito era elogiable, pero la realidad demuestra que la importancia que se le concede a la apariencia física, lejos de disminuir, cada vez cobra más fuerza.

Varios estudios apuntan que la discriminación por el aspecto físico supera, incluso, a la del racismo. Se ha extendido como ninguna otra aunque, al mismo tiempo, es de la que menos se habla y la más difícil de reconocer.

En mis tiempos, hace mucho pero menos de un siglo, la gente era más bruta, no se cortaba ni disimulaba eligiendo palabras para no herir. No sabíamos endulzar la fealdad, pero tampoco nos suponía un calvario aceptarnos tal cual. No había la preocupación que hay ahora por la belleza, hasta el punto de que algunas personas se obsesionan y ni siquiera tienen razones objetivas para sentirse feas.  

La gente finge y dice que lo hace por su salud, pero no es verdad. El culto y el elogio de la apariencia física se han convertido en una patología. En un seguidismo enfermizo con respecto a lo que impone la moda.

 Los gimnasios cada vez están más llenos, cada vez gastamos más en productos cosméticos, aumenta el número de niñas que con 16 y 17 años utilizan botox y rellenos labiales y, también, el de menores que solicitan cirugía plástica con la firma y el consentimiento de sus padres.

¿Servirá de algo que una gorda y un feo hayan llegado a lo más alto de la Puerta del Sol para anunciarnos el año nuevo? Tal vez sirva de poco, pero el propósito ha sido bueno. Mejor así que con aquella canción: “Que se mueran los feos”. O con aquella serie de televisión, “Sin tetas no hay paraíso”, que estuvo nada menos que tres temporadas en pantalla y contaba la historia de una adolescente que se proponía como objetivo en su vida ganar el suficiente dinero para poder colocarse un par de implantes de silicona.

El concepto de belleza o fealdad es relativo. Puede cambiar con el tiempo y es cuestión de consenso. Si nos hemos puesto de acuerdo en que tatuarse una araña en el pescuezo o vestir unos vaqueros rotos es elegante y bello, quien nos dice que ser gordo y feo no alcanzará a ponerse de moda el próximo verano. En cualquier caso, si no fuera así, siempre nos quedará el refrán: “No hay feo sin su gracia ni guapo sin su defecto”.

 

Milio Mariño/ Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


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