lunes, 7 de julio de 2025

Tonterías las justas

Milio Mariño
Cuando llega el verano, las tonterías salen de su letargo y se pasean a su antojo por los sitios que frecuentamos. Pierden la vergüenza y hacen de las suyas utilizando el calor como disculpa. Pero el calor, aunque nos amodorre, no justifica que nos volvamos idiotas. Hablo por experiencia. No saben cuánto lamento acabar como acabé hace unos días, que dije amén al discurso de un espontáneo y luego, cuando llegué a casa, me sentí cómplice de un montón de tonterías que no tenía por qué haber soportado.

Tal vez fuera por una extraña conjunción de los astros, o porque el destino, a veces, también gasta bromas, pero estaba tan tranquilo, disfrutando de una cerveza en una cómoda terraza, cuando apareció por allí un conocido y, después de saludarme, me soltó a bocajarro: Ayer comí una lubina salvaje que ni te imaginas.

No dije nada. Me encogí de hombros y seguí escuchando su discurso, que fue largo y tedioso. El caso que luego, a la noche, me dio por pensar en el pescado salvaje y me entró tal desasosiego que no conseguía pegar ojo. Se me amontonaban los temores. No paraba de preguntarme como será una lubina salvaje, si atacará dando dentelladas mortales y los pescadores correrán peligro de ser devorados cuando intentan capturarla. Estuve dándole vueltas hasta que me rindió el sueño.

Aquel predicador culinario, no crean que se limitó a comentar su experiencia con la lubina, debió darse cuenta de que había renunciado a defenderme y siguió dándome consejos. Habló de los productos de la huerta, cultivados de forma responsable, la carne de animales criados en plena selva asturiana, los huevos de gallinas emancipadas, que hacen sus cinco kilómetros diarios de footing, y una retahíla de verduras y legumbres acompañadas, todas, de su currículum vitae. Cerró su discurso diciendo que, para él, lo más importante es comer sano. Y yo callado.

Saltaba a la vista que estaba acusándome de comer porquerías, pero no me apetecía decirle lo que pensaba. Aguardaba, de forma paciente, a que él mismo se diera cuenta de sus estupideces y se corrigiera. Pero no había manera. Las tonterías han encontrado un filón inagotable en la gastronomía y lo explotan a conciencia. Hablar de comida se ha convertido en una demostración de estatus social y cualquiera se atreve a darte la chapa con un discurso sobre hallazgos culinarios que lo mismo puede incluir un plato de longaniza con patatas fritas que un chigre en la cima del Naranjo de Bulnes. Lo peor de todo es que además, para certificar su discurso, suelen sacar el móvil y enseñarte una colección de fotos.

Si lo sufrido en aquella terraza fuera un accidente fortuito el daño sería escaso. Lo grave es que ahora, en verano, hay mucha gente dispuesta a ofrecernos unos consejos gastronómicos, que algunos parecen de broma y otros merecería que lo fueran. Conviene que vigilemos nuestros silencios porque la prudencia puede llevarnos a que los descubridores de platos exquisitos y sitios dónde se come bien, y a buen precio, se envalentonen y nos acosen con un recital de tonterías insoportables.

Quienes están al tanto de las tendencias sociales dicen que, hasta hace poco, los mileuristas ahorraban para pasar unos días de vacaciones, pero que ahora lo hacen para comer en restaurantes caros y restregárnoslo por los morros. Así que ojo al dato porque el verano es largo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


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