Acaso porque estamos ociosos y
tenemos tiempo de sobra para pensar, incluso, en pasado mañana, ha ido tomado
cuerpo la idea de que, en cuestión de valores y a nivel social y afectivo,
saldremos muy mejorados después de esta crisis. Es lo que auguran los gurús del
futuro, pero yo soy muy escéptico. Los recuerdos, en los adultos, se van
volando. Somos un prodigio pasando página, por eso pienso que, poco después de
que salgamos de nuevo a la calle, olvidaremos estas reflexiones y volveremos a
cometer los mismos errores.
Los adultos somos así de
insensatos, pero los niños son otra cosa. A los niños les quedará, para siempre,
el recuerdo de estos días de encierro y no lo olvidarán mientras vivan. Suele
pasarles a todos los niños que viven una situación complicada. Les pasó a los que
vivieron la Guerra Civil y a los que nacieron después y vivieron, luego, la
posguerra. Fue una generación que creció con el virus del miedo inoculado en
vena y nunca consiguió curarse del todo. Tampoco consiguió olvidar la pobreza,
el desamparo, la crueldad de los vencedores y la ausencia de libertades.
Los niños de ahora no tendrán que
enfrentarse a semejantes calamidades, pero imagino que conservarán el recuerdo
de estos días de encierro y se lo contarán a sus nietos. Contarán lo que
vivieron, aunque tal vez no alcancen a trasladarles que, en esta época, había
unos abuelos que fueron únicos en su especie. Unos abuelos que, algunos, habían
vivido la Guerra Civil y otros la posguerra y la dictadura y que, pese a todo, propiciaron
la recuperación del país y apostaron por la convivencia. No tuvieron una vida
fácil, pero consiguieron que sus hijos estudiaran, lucharon por las libertades
y lograron superar varias crisis económicas, ayudando, incluso, con lo exiguo
de sus pensiones. Su vida fue más de sacrificios y privaciones que de momentos
felices. Y, por si no fuera bastante, por una de esas paradojas que tiene el
destino, muchos de esos abuelos acabaron muriendo en una soledad espantosa; sin
tener a ningún familiar a su lado al que poder estrecharle la mano como último
deseo.
Esto de los abuelos, es posible
que no lo recuerden los niños de ahora cuando sean viejos, pero recordarán
habérselo oído contar a sus padres. También podrán leer, si quieren, que aquella
fue la generación de la Guerra Civil y lo que vino después lo que llamaron el Baby Boom, una generación que comprende a los nacidos
entre 1946 y 1964.
Mi generación, la del Baby Boom,
tiene nombre propio y esta, la de los niños de ahora, también tendrá el suyo. Al
parecer, según varios sociólogos, van a llamarlos la Generación Coronial.
A saber, el balance que harán cuando
sean abuelos. Lo que vaticinan para ellos es que tendrán una educación en casa
mayor de lo esperado; que sus padres serán reticentes a enviarlos a actividades
que supongan participar en grandes grupos; que esa fobia les durará hasta la
madurez; y que no serán una generación que vaya tanto a conciertos y
acontecimientos deportivos como las anteriores.
Nadie sabe si se cumplirán estas
predicciones. Lo que parece seguro es que estos días de encierro influirán en sus
vidas y que, cuando sean abuelos, contarán lo ocurrido exagerando un poco. No
por alterar la historia sino porque es lo que solemos hacer los abuelos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión publicado en la edición de Avilés de La Nueva España