Vivimos en un mundo que da tanta
importancia a lo económico que cuando los medios informan sobre el coronavirus
parece que lo hacen lamentando más la caída de la Bolsa que el número de
muertos. El propio presidente del Gobierno compareció, hace poco, para
tranquilizar a las empresas antes que a los ciudadanos.
Así las cosas, la crisis sigue su
curso mientras la ciencia no ofrece ningún remedio y tampoco tiene muy claro
cuál es el índice de mortalidad de ese virus. En principio parece bajo, pero
para que no seamos optimistas y pensemos que podemos librarnos ya se encargan
de anunciar, a todas horas, que no tenemos escapatoria. Si, al final, hay suerte
y el virus no entra en nuestros pulmones entrará en nuestra cartera.
Lo curioso es que estamos
aceptándolo como algo natural y lógico. Nos parece de lo más normal que un virus
pueda afectar a la economía y provocar pérdidas millonarias, cuando lo cierto
es que no tenemos ni idea de lo que pueda estar pasando ni de si tiene sentido
lo que nos dicen. En realidad, no sabemos nada, pero tampoco se nos ocurre
alzar la vista de los periódicos y pensar algo tan sencillo como si no estarán
intentando volver a liarnos como pasa siempre con las crisis económicas.
Aunque la información venga
avalada por los expertos y los analistas económicos, no me digan que no resulta
asombroso que un inversor millonario se levante por la mañana, se duche, se
afeite, desayune dos huevos con beicon, y al ver, en la tele, que hablan del
coronavirus, entre en pánico y decida vender todas sus acciones de la compañía
o el banco que sea. Si muchos inversores hicieran eso sería el caos; habría
pérdidas empresariales, decaerían los dividendos y bajarían los precios de las
acciones. Justo lo que dicen que está pasando, pero da la casualidad que nada
baja y nada pierdes hasta que vendes y que, a lo peor, no es el mejor momento
para vender. Además, para que unos vendan tiene que haber otros que compren.
¿Qué pasa que los que compran no tienen miedo al coronavirus? Por lo visto, hay
inversores que no. Inversores que puede que teman por sus vidas, como todo el
mundo, pero no por su dinero ya que están aprovechando para comprar y eso significa
que ven que hay negocio. Así que no es cierto que las bolsas caigan porque los
inversores teman al coronavirus. Temerán, seguramente, a cualquier enfermedad
del dinero, que también tiene las suyas y no son una gripe o un virus.
Al hilo de todo esto, no faltan quienes
apuestan por una gran conspiración. La versión “oficial” es que el coronavirus
surgió, por casualidad, en un mercado de la ciudad de Wuhan, donde se
comercializan animales como los murciélagos, principales sospechosos de ser
portadores del virus. Esa es la versión, pero también hay quien sostiene que el
virus pudo ser fabricado, a propósito, como un plan para hacer una limpia y eliminar
a la gente que sobra. Llama la atención que mate, sobre todo, a los viejos. Mata
a los viejos y a los de mediana edad los arruina, así que la juventud tiene la
oportunidad de empezar de nuevo como si hubiera habido una guerra. No descarten
la idea porque no es ninguna tontería; así es como viene funcionando nuestro
sistema económico desde hace siglos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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