Este lunes, nueve de marzo, es el
día después de que volvieran a celebrarse esos actos que no deberían ser, solo,
una reivindicación de mujeres pues, dado que somos mitad y mitad, la lucha por
la igualdad debería ser asumida por todos como premisa imprescindible para
conseguir una mayor justicia social y un bienestar más compartido. Objetivos
que, a lo largo de los últimos años, han ido tomando cuerpo y en unos casos se
han convertido en conquistas irreversibles y en otros en una permanente lucha
que ha logrado hacer visibles algunas discriminaciones y servidumbres que antes
ni se nombraban. Así que no viene mal recordar que aún estamos lejos de la
igualdad deseada.
La reflexión anterior se basa en la realidad, pero
tampoco sería justo que fuéramos derrotistas. Lo conseguido constituye un
triunfo, no solo de las mujeres sino también de muchos hombres que se han
sumado al feminismo sin reservas de ningún tipo. La lucha por la igualdad cada
vez cuenta con más apoyos y más gente comprometida. Aunque bueno, no todos los
que se apuntan lo hacen con el mismo propósito. Ahí están los que jamás hablaban
ni querían oír hablar de feminismo y resulta que ahora, al darse cuenta de que
estaban perdiendo la batalla, se han sacado de la manga un supuesto feminismo, de
derechas, no para apoyar la causa, sino para legitimar unas posiciones que
realmente nunca abandonaron, pero que, al menos, callaban, por aquello de lo
políticamente correcto y el miedo al ridículo.
Ahora ya no se callan, hora han
perdido el miedo a que los señalen y sacan pecho diciendo que ellos, los
neoliberales y los de extrema derecha, también son feministas. Ellos y ellas,
porque las mujeres que comparten esas ideas, han hecho suyo un discurso que no
es, por supuesto, el del feminismo que se entiende como legítimo.
Oiga mire, yo también soy
feminista, pero a mí que no me mezclen con esa chusma mal vestida y mal educada.
Yo no voy a salir a la calle con una pancarta ni voy a ponerme a gritar contra
nadie. Hay otras formas de reivindicar más tranquilas y menos vulgares. Además,
que quiere que le diga, estoy radicalmente en contra de la ley de violencia de
género, del aborto, del matrimonio entre homosexuales, de las cuotas y la
paridad por decreto, de que se llame violencia machista a lo que debería llamarse
violencia intrafamiliar y de que no se tenga en cuenta que hay muchas denuncias
falsas y que la mayoría de las agresiones sexuales son de inmigrantes que
llegan aquí sin papeles.
Pero señora, lo suyo no es
feminismo, es una contradicción en sí misma. Es como si decidiera apuntarse al
movimiento animalista y, al mismo tiempo, dijera que le gustan las corridas de
toros.
Piense lo que quiera, pero a mí
no me engañan esas fanáticas resentidas que usan el feminismo para hacer
política.
De ese tenor, más o menos, son los
argumentos que se utilizan para justificar un feminismo que llaman de derechas,
ignorando, intencionadamente, que el feminismo tiene su propia naturaleza y hay
que aceptarlo tal como es, no cabe que alguien intente adaptarlo a sus ideas
para hacerlo más asumible. El feminismo no puede ser a la carta. Defender la
igualdad de las mujeres se acepta con todas sus consecuencias, o no se acepta.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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