Todo está en crisis menos lo
guapo. Lo guapo se ha convertido en la prioridad absoluta de la sociedad actual
y la belleza en una especie de religión que asocia lo feo con el demonio y se
empeña en ahuyentarlo sustituyendo las misas y los rosarios por la cirugía
estética, el botox y el photoshop.
Ya lo anticipaban Los Sirex en
aquella exitosa canción que, en 1965, fue la canción del verano. “¡Que se
mueran los feos!”. Que no quede ninguno, decían. Suerte que no se cumplió el deseo
de los rockeros. Los feos seguimos aquí y
supongo que moriremos a la misma edad que los guapos. La belleza ya supone un
trato social más favorable, como para que, encima, los guapos vivan más años. Imagino que vivirán los mismos, lo que no
quita para que la gente cuide su aspecto y utilice la cirugía, los implantes de
todo tipo, la cosmética y lo que haga falta para lucir más joven y guapa. ¿Eso alarga
la vida? Por supuesto que no, pero mejora la autoestima y aumenta la sensación de felicidad.
La imagen es importante. Tanto
que, aunque no solemos estar de acuerdo en cómo salimos en las fotos, sobre
todo en la del DNI, la creencia general es que ahora somos más guapos. Nos
vemos mucho mejor que la gente de hace treinta o cuarenta años a pesar de que
sigue abundando la gente poco agraciada y la belleza sigue siendo excepción.
Era lo que pensaba. Y lo confirmé
hace unos días cuando, mientras paseaba, se me ocurrió hacer una encuesta
visual. A los cinco minutos ya lo tenía muy claro: hay más gente fea que guapa.
El caso que mientras iba calle
adelante, distraído con la encuesta, tropecé con una frutería que tenía
expuesto su género en un escaparte que ocupaba la mitad de la acera. Todo muy
bien colocado, en una cascada de cajas en las que la fruta lucía como si
estuviera expuesta para un desfile de Christian Dior.
Nunca me había fijado, pero la
fruta toda era guapa. Fruta fea: peras con mucha barriga, tomates pálidos, manzanas
con pecas, plátanos con manchas negras o cualquier fruta que se saliera de la
perfección, en cuanto a tamaño, color o
características de la piel, no había ninguna. Solo había fruta guapa. Algo
curioso, sobre todo si tenemos en cuenta que a la hora de comprar fruta debería
primar el sentido del olfato y el del gusto por encima de la apariencia visual.
Me enteré luego que la fruta fea,
aunque esté perfectamente apta al consumo, tenga el mismo gusto que la guapa,
la misma cantidad de vitaminas y todos esos beneficios que atribuimos a la
fruta en general, es eliminada sin piedad. Lo cual supone que aproximadamente
el 45% de la producción queda fuera del circuito comercial. Un informe de la
FAO, señala que se desperdician 300 millones de toneladas de fruta al año, sin
que existan motivos nutricionales ni de sabor que justifiquen el despilfarro.
Ni les cuento el tembleque que me
entró solo de pensar que podrían hacer con nosotros lo que hacen con los plátanos,
las manzanas o las naranjas que no superan el canon estético. No sé si lo harán
algún día, pero si lo hicieran la gente acabaría pereciéndose a los melocotones
de ahora, que son muy guapos pero apenas tienen sabor ni huelen a nada.
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Milio Mariño