Hará cosa de un mes, la Oficina
Española de Marcas y Patentes rechazó la
petición del empresario asturiano Rubén Lavandera de registrar sus
chorizos con la marca “Hijoputa”. Le contestaron que, según el artículo 5 de la
ley de marcas, no procede registrar marcas que sean contrarias a las buenas
costumbres ya que pueden herir la sensibilidad de un amplio sector de la
sociedad por ofensivas y malsonantes.
El referido artículo 5 y todos los
artículos, excepto el 33 que es el de los caprichos, pueden ser interpretados
en un sentido amplio o estricto, de modo que la Oficina de Marcas y Patentes
podría haber tenido en cuenta las características del producto, así como el
público que se estima como potencial cliente. Algo que, por lo visto, no hizo
ya que difícilmente se entiende que la citada oficina tenga registradas otras
marcas del mismo empresario como “Licores Hijoputa”, “Pimientos Cojonudos”, “Dulces
Chochinos” y “Crema Catalana Artículo 155”, y ahora no admita lo que antes
autorizó sin problemas.
La palabra que el empresario
eligió para dar nombre a sus chorizos no es de las más brillantes y él sabrá si
es comercial, pero de eso a prohibirla hay un trecho que los garantes de las
buenas costumbres parecen no haber recorrido. No creo que dieran un paso en el
análisis de lo que puede resultar ofensivo o malsonante ya que si lo hubieran
dado es muy probable que llegaran a la conclusión de que las palabras dependen de
la vigencia social de determinados valores y de que el viento sople según de
qué parte. No aceptar, con naturalidad, el uso de algunas palabras nos ha
llevado al ridículo de inventar nuevos términos que enseguida cambiamos por
otros porque vuelven a sonarnos fatal.
Ejemplos podríamos poner a
montones, pero puede servirnos el término “mongólicos”, que se consideró
ofensivo y fue sustituido por “subnormales” para, años más tarde, sustituirlo
por “retrasados”, de ahí pasar a “deficientes”, luego a “insuficientes”,
después a “discapacitados psíquicos” y ahora a Síndrome de Down, que a saber
cuánto tiempo se mantendrá porque cabe suponer que pronto inventarán otro
término que suene mejor.
La palabra “hijoputa” no me gusta
para nada, pero prohibirla como marca de unos chorizos me parece una tontería. Y
más tontería si se hizo por lo que sospecho pues no procede entenderla como alusión
a ninguna madre, sino a quien va dirigida y a su conducta.
En una sentencia del Juzgado
Penal número 6 de Barcelona, la jueza María del Mar Méndez González escribió: “La
expresión “hijoputa” no es un insulto sino una definición que puede ser
aplicable a cualquier sujeto que hubiera tenido una conducta similar a la de
quien se declara ofendido”.
Rubén Lavandera, dice que la
palabra propuesta como marca de sus chorizos no es ofensiva sino jocosa y, al
mismo tiempo, informativa pues los chorizos son de sabor recio y rabiosamente picantes, arden en
la boca antes de convertir el fuego en un placer exquisito.
No entiendo la censura. Es más,
me parece un error. Si la Oficina de Marcas y Patentes exigiera, en defensa de
los consumidores, que todos los productos fueran registrados con un nombre que
nos orientara sobre sus características, no tendríamos el caso de estos
chorizos, ahora peligrosamente anónimos, ni el de una empresa alemana que quiso
llamar a lo suyo Ficken (Mierda) y tampoco la dejaron.
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Milio Mariño