Una mañana salí a pasear por
Salinas, que es donde vivo, y me encontré con el primer campeonato de surf para
perros y con una señal que ponía playa sin humo. Sin humo del tabaco porque del
otro, del que nos regalan Arcelor Mittal, Asturiana de Zinc y cualquier empresa
que necesite contaminar para la buena marcha del negocio, tenemos de sobra y podremos
seguir disfrutándolo sin que nadie lo prohíba.
Aquello de la playa sin humo lo habían
presentado como un gran logro, pero parecía una broma de mal gusto. Tres días
antes, la estación medidora de Salinas había registrado los peores datos de
contaminación de España, 151 µg/m³ en partículas PM10, y todo apuntaba a que
seguiríamos igual porque las empresas tienen su orgullo y no aceptan que las autoridades
las traten como nos tratan a nosotros. Se niegan a cumplir ciertas exigencias y
al final se salen con la suya alegando que si cumplieran todo lo que la ley les
exige, sería la ruina y tendrían que cerrar. Un argumento que podría servirnos,
cambiando lo de cerrar por renunciar a vivir.
Me costaba entender que
presumieran de playa sin humo cuando teníamos la contaminación más alta de
España. Así que estaba triste. El día tampoco ayudaba, era uno de esos días
grises que invitan al pesimismo y aquel letrero de la playa, unido a lo del
surf de los perros, había tenido un efecto demoledor. Sentía envida de los
perros, de que avanzaran en sus conquistas sociales mientras nosotros retrocedemos.
Hace nada, los perros tenían prohibido pisar la playa y, por lo visto, habían
conquistado el derecho no solo a disfrutarla sino a cabalgar sobre las olas y
mear en la mar como suelen hacer las señoras y algún señor, muy pocos, según una
encuesta, no del CIS pero sí de mi entorno.
Tenía la sensación de que los
perros se habían transformado en señores y los que fumamos en chuchos apestosos
como los que hace años solo recibían pedradas y los echaban de todos los sitios.
La mañana no pintaba bien y el
paseo tampoco. Caminaba rumiando, con desagrado, que me quitaran libertades como
la de fumar al aire libre, siempre guardando respeto y sin perjudicar al
prójimo. Y en esas estaba cuando pasó un perro que me miró a los ojos y movió
la cabeza como si supiera lo que estaba pensando. El señor tiraba del perro
pero el perro insistía en mirarme y con su mirada pedía auxilio. Ayúdame, dijo
al fin. A ti te maltratan y a mí también. A ti te prohíben fumar en la playa y
a mi amo no le prohíben lo que debería estar prohibido. Deberían prohibir que
nos suban en una tabla y nos dejen a merced de las olas. Es mentira que a los
perros nos guste el surf. El surf es una tortura que no merecemos, es maltrato
animal consentido.
Parecía tan sensato lo que decía
aquel perro que si de mí dependiera lo hubiera nombrado Concejal de Medio
Ambiente. Con los concejales puede haber dudas, pero por lo que se refiere a los
perros todos estamos de acuerdo en que son inteligentes. Y sí, a eso, añadimos
que según las psicólogas Deborah Custance y Jennifer Mayer, de la Universidad de Londres, muestran
preocupación y se acercan a nosotros cuando estamos tristes, ya ni les cuento.
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Milio Mariño