lunes, 20 de junio de 2022

El acoso estético

Milio Mariño

Ahora que ha llegado el verano y las chaquetas y los abrigos ya no sirven de disimulo, creo que mi barriga podría pasar por un embarazo sietemesino. Eso la barriga; en cuanto o lo otro, al resto del cuerpo, calculo que me sobran diez kilos siendo benévolo. Así que seguramente estoy gordo aunque lo niegue y le eche la culpa al espejo. Pero, al final, da lo mismo porque mis razones para defender a los gordos no dependen de que me considere, o no, uno de ellos. Se sustentan en un imperativo ético que me impulsa a rebelarme contra las injusticias. Y una injusticia, a mí juicio, es el acoso estético que padecemos.

 Aclaro, por si acaso, que mi defensa de los gordos alcanza, también, a las gordas, no vaya a ser que por no citarlas me meta en un lío y aparezca el redentor inclusivo con la tontería de que hay razones de peso para tratar a todos, y todas, por igual.

Defiendo a los gordos porque ahora, con el buen tiempo, empiezo a sentirme agobiado por la persecución y el acoso que sufrimos los que no estamos delgados. Andar, por la calle, a cuerpo entraña el riesgo de que apunten con el dedo a nuestro ombligo y algunos, incluso, disparen presionando la carne que, según ellos, nos sobra, mientras silban como abejorros.

Llevo mal lo del dedo acusador y peor los toquecitos, pero lo que me saca de quicio es que después de humillarme digan que lo de menos es mi aspecto físico, que lo que les preocupa es mi salud. Me suena a comentario falso con la intención de hacer daño. Entiendo que me están acusando de irresponsable; de que estoy como estoy porque quiero. Porque carezco de autocontrol, me hincho a comer porquerías y apenas hago ejercicio.

Resulta curioso que todos estemos de acuerdo en acabar con la violencia machista y que de la violencia estética apenas se hable. Y es tremendamente dañina. La gordofobia hace tiempo que campa a sus anchas sin que nadie ponga remedio. Nada, ni siquiera abrimos la boca cuando vemos que se discrimina y se menosprecia a quienes se apartan de unos cánones estéticos que nos han impuesto de forma dictatorial. Vivimos en una sociedad que idealiza la delgadez y su actitud con los gordos es equiparable al racismo.

Estar gordo no es saludable; en eso igual estamos de acuerdo. Pero tampoco lo es tener jornadas laborales de doce horas, cobrar un salario de mil euros y pagar quinientos de alquiler o que la Seguridad Social nos dé cita para dentro de tres meses.

Mi opinión, ya lo advertí al principio, es la de alguien a quien, a veces, no le alcanza con una XL. Contando con eso, creo que nos iría mejor si dejáramos de dar tanta importancia a la báscula y nos centráramos en cosas más importantes que no encajar en una determinada talla que nos garantice entrar en ese canon estético que tiene como cuerpo ideal el cuerpo esquelético de las modelos.

No se trata de alabar la gordura o afirmar que las personas gordas están más sanas, lucen más guapas y tienen mejor humor.  Que podría ser, pero esa no es la cuestión. La cuestión es tan sencilla como que lo importante es elegir una calidad de vida y no un patrón estético impuesto por quienes se empeñan en hacernos sufrir.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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