Espero que estén conmigo en que los
derechos de los animales, de todos los animales, incluidos usted y yo, no son
absolutos. Todos tenemos que acatar y respetar unas normas de las que ni
siquiera los jabalís, por mucho que estén protegidos, pueden librarse. Así que
es lógico que mucha gente pusiera el grito en el cielo al enterarse de que,
hace unos días, un jabalí mordió a una señora de Cuenca que tomaba el sol en
una playa de Alicante.
Aunque el suceso causa sonrojo,
es muy probable que la indignación fuera mayor si a la señora, en vez de un
jabalí, la hubiera mordido un señor. Entonces sí que se habría armado un buen lio,
la gente habría salido a la calle y la condena sería unánime por más que el señor se desgañitara
gritando que había sido en defensa propia.
Los jabalís están muy
consentidos, se les permite, prácticamente, todo. La prueba es que algunos medios
casi culpan a la señora. Dijeron que el suceso había sido fortuito. Que el
censo de jabalís en España supera, de largo, el millón de ejemplares y que,
estadísticamente hablando, la probabilidad de que aparezca uno en la playa es
abrumadoramente más alta de la que pueda corresponderle a una señora de Cuenca,
una ciudad que solo tiene 54.898 habitantes.
Al parecer, vale cualquier
argumento para justificar que los jabalís tienen derecho a disputarnos el uso
de los espacios urbanos. Nos salva que, de momento, prefieren más la montaña, pero hace un par de
años una jabalina y cinco jabatos decidieron pasearse por Salinas y provocaron
cierta polémica entre los vecinos. Mientras unos urgían una solución para que
no se acercaran a la playa otros jugaban con ellos y los alimentaban
atrayéndolos con comida.
No es lo normal. Lo normal es que
la gente proteste y reclame que se solucione un problema que cada vez es más
grave. Los ciudadanos llevan ya mucho tiempo insistiendo en que deberían
tomarse medidas para evitar la presencia de jabalís en las zonas urbanas. Nadie
les escucha. Las autoridades siguen instaladas en una estúpida dejadez que
justifican apelando a una interpretación, disparatada y maximalista, de las leyes
de protección animal. Pasan por alto, sobre todo las autonomías y los
ayuntamientos, que su deber es proteger a los ciudadanos, al menos, igual que a
los jabalís. La seguridad en las vías de acceso, las calles y los espacios
públicos es responsabilidad suya. Pero lo ignoran por completo. Y, la
imprudente dejación de esas obligaciones es lo que está facilitando los
temerarios garbeos de los jabalís por los sitios más insospechados.
Todo apunta a que el problema no
está previsto que se solucione. Así que tendremos que seguir conviviendo con
los lobos y los jabalís, y también con las palomas, las gaviotas, los gorriones
y todos los animales, tradicionalmente silvestres, que decidan compartir con
nosotros la contaminación, los atascos y el estrés cotidiano.
Lo que pasó en Alicante, a las
autoridades no les preocupa. Lo siento por esa señora que acabó en el hospital
mordida por un jabalí. Lo siento por ella, por nosotros y por la mala puntería
del destino porque si en vez de a una señora de Cuenca, el jabalí hubiera
mordido a un turista inglés o alemán, entonces, a lo mejor, se tomaban medidas para que el suceso no volviera
a repetirse.
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Milio Mariño