Milio Mariño
Cuando empecé a escribir este artículo pensé que lo más adecuado sería hablarles de un tema refrescante y digestivo para compensar el empacho de promesas de estas últimas semanas, pero como van a leerlo una vez que hayan votado y sepan los resultados, tal vez les venga mejor un café y una aspirina para analizar el lio en el que nos hemos metido y del que vamos a ver cómo salimos.
Seguro que salimos bien. Lo que, ahora, parece un lio son los efectos secundarios de la medicina que necesitábamos. Todas las medicinas los tienen. La aspirina, que dije, cura el dolor de cabeza pero puede darnos ardor de estómago. También puede ser, poniéndonos en lo peor, que la cabeza siga doliéndonos y el estómago ande revuelto. Quizá sea muy pronto, y haya que esperar unos días, para saber si la medicina dará resultado. Si cambiarán, solo, las formas o el cambio llegará al fondo. Si será rotundo o tan poco efectivo como cuando trazamos una raya en la arena, a expensas de que la borre el mar.
Metido ya en el lio, me vino a la cabeza que puede ser que nos suceda como a ese niño que acepta que se haya terminado el cuento, cuyo desenlace acaparaba su atención. Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Lo cual no quiere decir que no vayamos a oír el mismo cuento otra vez y otra más. Seguro que ustedes se acuerdan de que, cuando éramos niños, nos contaban el mismo cuento muchas veces y siempre nos parecía como si la historia comenzara de nuevo. Y eso que no solo conocíamos el cuento, conocíamos el final. Pero tampoco nos importaba porque lo interesante, lo que entretiene de los cuentos, es la trama y el desarrollo. El desenlace importa menos porque: o ya lo sabemos, o lo damos por sabido. Pasa como en las películas, que lo verdaderamente interesante es lo que nos lleva hasta ese punto que nos hace vivir momentos de máximo peligro y mucha tensión. Esos momentos en los que el coche de caballos corre desbocado y se aproxima al precipicio, o ese condenado que, por equivocación, están a punto de ahorcar en la plaza del pueblo, o la bomba a la que han prendido la mecha y vemos que arde aprisa sin que los que están cerca adviertan el peligro.
En todos esos casos, ya damos por supuesto que un segundo antes de que suceda un final que sería una tragedia, aparecerá el héroe, el mocín de la película, y la historia cambiará de rumbo.
Tengo el presentimiento de que puede pasar otro tanto en las Comunidades y los Ayuntamientos que la gente ha dinamitado con su voto. La gente puso la dinamita, pero lo previsible es que aparezca el mocín, o la mocina, y corte los cables o apague la mecha impidiendo la explosión. Quizá nos hagan levantarnos de nuestros asientos y nos tengan unos días con los ojos como platos y un nudo en la garganta, pero la película acabará como está mandado que tiene que acabar para que los malos no se salgan con la suya.
No sé ustedes pero yo no espero grandes vuelcos ni sobresaltos. Pienso que sucederá como en los cuentos que nos contaban cuando éramos niños y pedíamos que volvieran a contárnoslos. Sabíamos el final pero esperábamos que, por una vez, fuera distinto.
Cuando empecé a escribir este artículo pensé que lo más adecuado sería hablarles de un tema refrescante y digestivo para compensar el empacho de promesas de estas últimas semanas, pero como van a leerlo una vez que hayan votado y sepan los resultados, tal vez les venga mejor un café y una aspirina para analizar el lio en el que nos hemos metido y del que vamos a ver cómo salimos.
Seguro que salimos bien. Lo que, ahora, parece un lio son los efectos secundarios de la medicina que necesitábamos. Todas las medicinas los tienen. La aspirina, que dije, cura el dolor de cabeza pero puede darnos ardor de estómago. También puede ser, poniéndonos en lo peor, que la cabeza siga doliéndonos y el estómago ande revuelto. Quizá sea muy pronto, y haya que esperar unos días, para saber si la medicina dará resultado. Si cambiarán, solo, las formas o el cambio llegará al fondo. Si será rotundo o tan poco efectivo como cuando trazamos una raya en la arena, a expensas de que la borre el mar.
Metido ya en el lio, me vino a la cabeza que puede ser que nos suceda como a ese niño que acepta que se haya terminado el cuento, cuyo desenlace acaparaba su atención. Colorín colorado, este cuento se ha acabado. Lo cual no quiere decir que no vayamos a oír el mismo cuento otra vez y otra más. Seguro que ustedes se acuerdan de que, cuando éramos niños, nos contaban el mismo cuento muchas veces y siempre nos parecía como si la historia comenzara de nuevo. Y eso que no solo conocíamos el cuento, conocíamos el final. Pero tampoco nos importaba porque lo interesante, lo que entretiene de los cuentos, es la trama y el desarrollo. El desenlace importa menos porque: o ya lo sabemos, o lo damos por sabido. Pasa como en las películas, que lo verdaderamente interesante es lo que nos lleva hasta ese punto que nos hace vivir momentos de máximo peligro y mucha tensión. Esos momentos en los que el coche de caballos corre desbocado y se aproxima al precipicio, o ese condenado que, por equivocación, están a punto de ahorcar en la plaza del pueblo, o la bomba a la que han prendido la mecha y vemos que arde aprisa sin que los que están cerca adviertan el peligro.
En todos esos casos, ya damos por supuesto que un segundo antes de que suceda un final que sería una tragedia, aparecerá el héroe, el mocín de la película, y la historia cambiará de rumbo.
Tengo el presentimiento de que puede pasar otro tanto en las Comunidades y los Ayuntamientos que la gente ha dinamitado con su voto. La gente puso la dinamita, pero lo previsible es que aparezca el mocín, o la mocina, y corte los cables o apague la mecha impidiendo la explosión. Quizá nos hagan levantarnos de nuestros asientos y nos tengan unos días con los ojos como platos y un nudo en la garganta, pero la película acabará como está mandado que tiene que acabar para que los malos no se salgan con la suya.
No sé ustedes pero yo no espero grandes vuelcos ni sobresaltos. Pienso que sucederá como en los cuentos que nos contaban cuando éramos niños y pedíamos que volvieran a contárnoslos. Sabíamos el final pero esperábamos que, por una vez, fuera distinto.
Milio Mariño / Artículo de Opinión
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Milio Mariño