El perfil de la semana
Saúl Fernández
Milio Mariño (Avilés, 1949) ha aparcado el sindicato y ha comenzado a contar cuentos. Unos cuantos de ellos forman «El xaretón del embeligru» (Suburbia Ediciones, 2012), su debut como narrador de ficciones. Mariño, sin embargo, nunca ha dejado de escribir. Es columnista de LA NUEVA ESPAÑA desde hace la tira (le pueden leer en estas páginas todos los lunes), pero no ha sido hasta ahora que se ha metido con los relatos de creación. Bueno, hace años participó en «Esconderites», una colección de historias breves de donde salieron los fundadores del semanario «Les Noticies», recién clausurado. «Cerrado del todo», apostilla ahora Mariño. El martes que viene el Club LA NUEVA ESPAÑA acoge el bautizo de la primera criatura de Mariño. Junto al escritor estarán su editora, Silvia Cosio, y Vicente García Oliva, clásico de la literatura en asturiano.
Pero para que Milio Mariño fuera Milio Mariño tuvieron que pasar años enteros reflejados en vidrio. Y es que el escritor antes que escritor fue trabajador de la compañía Saint-Gobain, sindicalista pionero y referente nacional e internacional del sector químico. Mariño resultó elegido representante de los trabajadores en su empresa mucho antes de los primeros comicios sindicales libres, después de la muerte de Franco. Formó parte del comité europeo de la multinacional francesa y, además, de la ejecutiva confederal del sindicato químico de UGT, cuando la ex Ministra Matilde Fernández estaba al frente de aquella federación, que ahora, en Asturias, vive matrimonio histórico con el SOMA.
Mariño pertenece a una familia «avilesina de siempre». El escritor sonríe: «Que no es lo mismo que "de las de toda la vida", que son las más bien». La casa en que nació ahí sigue. «Subiendo a La Carriona: una casa de aldea con hórreo y todo. La misma casa de mi madre», explica. El padre de Milio Mariño se llama Milio Mariño. Naturalmente. La madre, Maruja Riesgo. «Un hermano de mi abuelo tenía una barbería en la plaza de Hermanos Orbón, otro hacía guitarras y un tercero, Kiko El Checo, era sastre», Mariño hace memoria.
Recién cumplidos los 18 el futuro escritor entró a trabajar en Cristalería Española. «Siempre formamos parte de Saint-Gobain, pero no fue hasta hace poco que todas las sociedades del grupo incluyeron el nombre original en el sello de la firma», aclara. ¿Quería Mariño ser operario de Cristalería? «Lo que quería era trabajar y entré en Saint-Gobain de pura casualidad», apostilla el narrador. «Me encontré con un profesor del San Fernando, el colegio en el que estudié. Me preguntó si quería trabajar. Le respondí que sí, que claro. Me dijo que fuera a La Maruca, que necesitaban personal. Y me cogieron», recuerda. «Me salió antes lo de Cristalería que lo del banco, que estaba ahí, a punto», señala.
Saint-Gobain es una sociedad tricentenaria. Nació para reflejar la cara de los reyes absolutos de Francia y creció de manera desbordante por todo el planeta. «Cuando entré éramos algo así como 1.200. Llegamos a 1.600. Ahora son menos de quinientos», comenta. «La implantación de la tecnología ha reducido enormemente la plantilla. A mediados de los setenta comenzaron a aplicar en Avilés una patente que consistía en pasar el vidrio por un baño de estaño: así salía totalmente transparente», explica.
Su trabajo consistió, fundamentalmente, en transformar la arena en parabrisas. Y parece un salto mortal. Ahora Saint-Gobain plantea a sus trabajadores no pagarles los atrasos pactados. Porque los resultados no son todo los óptimos que la compañía quiere, cosas de la Reforma Laboral de Mariano Rajoy.
Mariño también fue concejal. En Castrillón. Dos legislaturas, representando al PSOE. «Entré en el sindicalismo a la vez que en el Partido. Nos reuníamos en el Grupo de Montaña Gorfolí. Allí no íbamos ninguno a la montaña», bromea. «Organizamos las primeras elecciones sindicales en Asturias y una de las primeras en España (los primeros fueron los de la Pegaso)», comenta. «Todos los trabajadores de la planta fuimos candidatos. Y salí elegido. Muy pronto tuve que empezar a viajar a París, a Ginebra... Recuerdo que me entrevistó una televisión de Suecia, en aquellos primeros años de la democracia, todos en Europa daban la bienvenida a los españoles. La verdad es que no sé por qué: el paisano murió en la cama».
Y llegó la jubilación y las ganas de contar cuentos. «Mandé unos pocos a Silvia Cosio y me pidió más. Y así sale este primer libro. Ya tengo terminado otro», anuncia. Va de foráneos que se quedaron maravillados con Asturias. Saldrán Maruja Mallo, Antonio López. «Y unos cuantos más».
La Nueva España, edición de Avilés / Domingo 13 de Enero de 2013
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Milio Mariño