lunes, 28 de agosto de 2023

El sexo, los dulces y otras aficiones

Milio Mariño

En una entrevista reciente, la psicóloga y antigua profesora de la Universidad de Stanford,  Carol Dweck decía que, al contrario de lo que se piensa, los años ayudan a nuestra sexualidad porque nos obligan a ser tremendamente prácticos y disfrutar de los detalles olvidándonos de nuestras limitaciones físicas y saboreando un erotismo que no tiene que ver con la edad y sí con nuestra predisposición y nuestra actitud mental.  

Se agradece que quiera animarnos, pero la psicóloga americana, una autoridad mundial en el campo de la motivación, tiene 77 años y tal vez no le quede otra que discurrir algunos trucos para seguir disfrutando del sexo. Me parece estupendo. Otros, a esa edad, pasan de motivarse y tiran la toalla. El escritor Juanjo Millás decía, hace poco, que si le dieran a elegir entre follar como a los 40 o comer bien sin que le sentara mal y sin engordar, elegiría comer.

No entiendo que la gastronomía y el sexo tengan que ser excluyentes. No veo por qué. Y menos desde que descubrí que aquí mismo, en el Polígono de las Arobias, hay una empresa avilesina que unifica los dos placeres y ha patentado y vende “Dulces Orgasmos”; unas pastas en forma de corazón que elabora con licor de manzana.

Animado por el inesperado hallazgo me propuse investigar un poco y descubrí una repostería de rechupete, rica en calorías y azúcares, que favorece la liberación de endorfinas y proporciona un placer que, para algunos, es muy posible que sustituya al placer del sexo. No imaginaba que tuviera ese poder. Pero debe tenerlo porque, además de los “Dulces Orgasmos” avilesinos, en Cantabria, venden “Orgasmos a la crema de orujo”, unas pastas, elaboradas con orujo y frutas del bosque. También “Chochitos Ricos”, un dulce típico que viene a ser como una galleta con un agujero en el centro para que nadie diga que nunca se ha comido un rosco.

En Salamanca ofrecen “Chochos Charros” otro dulce típico. En la localidad madrileña de Chinchón, tienen “Tetas de Novicia” y “Pelotas de fraile”, dulces basados en recetas ancestrales de las monjas clarisas. Recetas que, supongo, serán las mismas, o muy parecidas, que sirven para elaborar los dulces “Tetillas de monja” en Orihuela y “Pelotas de monje” en Peñíscola. Mas irreverentes parecen los “Cojones del Anticristo”, unas pastas de té artesanas, propias del Valle del Liébana. Además están los “Casquetes”, dulces típicos de Aragón, rellenos de crema y cabello de ángel, y el “Pedo de monja”, en Cataluña, unas olorosas mini galletas que inventó un pastelero italiano afincado en Barcelona.

Son muchos los dulces que ofrecen placer comestible con la particularidad de que, casi siempre, las monjas y los frailes andan de por medio, quien sabe si siguiendo el consejo de esa psicóloga americana que propone disfrutar del sexo sin tener en cuenta nuestras limitaciones físicas y, en este caso, conservando intacto el voto de castidad.

Lo sorprendente es que contando, incluso, con las citadas ventajas, esos dos grandes placeres que son la comida y el sexo están perdiendo terreno. Un estudio publicado en el Reino Unido señala que son mayoría quienes consideran que ir de compras puede ser tan gratificante, o más, que practicar sexo o comer a la carta en un  buen restaurante. Y no crean que quienes opinaron así fueron los más mayores, fueron los que tenían entre 25 y 45 años.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 20 de agosto de 2023

Crimen y castigo, pero poquito

Milio Mariño

Hay noticias que se instalan en la cabeza y son como esos parientes que vienen para dos días y se quedan una semana. Al principio lo aceptas, pero luego estas hasta las narices, que es como estoy ahora con el famoso crimen de Tailandia cuya noticia amenaza con quedarse hasta no sabemos cuándo.

Llevo demasiado tiempo dándole vueltas a una idea que me parecía brillante. Definir la realidad como un striptease interminable donde la desnudez nunca acaba por mostrarse del todo. Siempre deja zonas ocultas que quedan al resguardo de las miradas y de esos escritores mediocres que pretenden aprovecharse y sacar de ellas el argumento para una novela de éxito. Algo que nunca consiguen porque no tienen la imaginación suficiente como para escribir la historia de dos homosexuales que van a una isla paradisiaca para disfrutar de su idilio, y de la luna llena de agosto, y resulta que uno asesina al otro para librarse de la tiranía a la que se veía sometido. Fue lo que dijo el asesino confeso que, al parecer, sabe lo que hizo, pero no sabe por qué cortó a su novio en trocitos.

Podía haber sido una bonita historia de ficción para leer este tórrido verano, a la sombra de un ciruelo, si no fuera que la historia es real y la realidad, a veces, disfruta desconcertándonos. Se divierte sacando a la luz nuestras atrocidades, pero ahí se queda. Compone la trama y el nudo y deja el desenlace a nuestro criterio. Nos mete en un lio y perdemos los papeles.

La realidad social, lo que se conoce como opinión pública, acogió el crimen de Tailandia con el cinismo y la desfachatez de disculpar al asesino y olvidarse del asesinado. No sabemos qué pasaría si el asesino hubiera sido gordo, bajo y calvo, pero lo cierto es que, en este caso, se asumió la belleza, el amor y la felicidad y, al mismo tiempo, se castigó el vicio. Se aceptó la venganza y se compartió el motivo.

 A ver: Un médico maricón, y además colombiano, trata de someter a un chico joven y guapo, hijo y nieto de actores famosos. El chico consiente en tener relaciones por el agujero de servicio, pero no está dispuesto a que esa costumbre acabe en vicio y compra un cuchillo de carnicero. Toma precauciones porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje. Ser homosexual en la intimidad tiene un pase, pero ser maricón de playa es intolerable.

Muchos medios y buena parte de la opinión pública, compraron esa versión porque viene bien para combatir el aburrimiento y el insoportable calor de agosto. Retorcer la realidad de un crimen morboso da para un culebrón del que ya se ha escrito el primer capítulo. Ahora estamos en el segundo: las condiciones de la cárcel, los detalles desconocidos y la pena de algunas televisiones y periódicos que se muestran afligidos porque “al joven", así lo llaman, le han rapado la melena y lo han dejado como a los demás presos. Pobre asesino. La esperanza es que Rama X, el extravagante y controvertido Rey de Tailandia, indulte al reo confeso, conmutando la pena de muerte por cadena perpetua y permitiendo que la cumpla en España. Aquí viviría mejor y saldría en cosa de nada. Un final feliz por el que aboga mucha gente que se tiene por gente de bien.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 14 de agosto de 2023

Prometer o jurar en vano

Milio Mariño

Las diputadas y diputados que fueron elegidos el pasado 23 de julio, si no lo hicieron ya, estarán a punto de tomar posesión de sus escaños y, seguramente, de  repetir las mismas fórmulas que emplearon en el pasado.  

A efectos legales, no hay diferencia entre que juren o prometan, pero la ley admite interpretaciones y algunos y algunas aprovechan para interpretarla a su modo y hacer lo que no debería estar permitido por más que el Tribunal Constitucional haya dictaminado que cualquier fórmula que preceda o acompañe al inevitable “sí juro” o “sí prometo” es válida.

Quienes juran significa que ponen a Dios por testigo en el cumplimiento de su compromiso y quienes prometen adquieren un compromiso personal sin poner por testigo a nadie. La cuestión es que, además de jurar o prometer, los hay, y las hay, que sueltan un pequeño discurso, a modo de disculpa, y justifican que juran o prometen “por imperativo legal”, “por España”, “por la democracia y los derechos sociales”, “por las trece rosas”, “por la Republica Catalana” y hasta “por el futuro del Planeta”.

Hace cuatro años, cuando en 2019 se constituyeron las Cortes, hubo diputadas y diputados, de izquierdas y de derechas, que pronunciaron las citadas frases en la toma de posesión de sus escaños. Lo hicieron apelando a una libertad que se suele invocar para todo, venga o no venga al caso.

Solo con reflexionar un poco, se advierte que no tiene sentido que alguien jure o prometa acatar la Constitución y al mismo tiempo ponga una disculpa infantil y diga que lo hace porque le obliga la ley. Los diputados y las diputadas deberían saber que acatar la Constitución no significa estar de acuerdo con ella. También deberían saber que ninguna ley obliga a nadie a ser diputada o diputado. Quien no esté dispuesto a cumplir los requisitos que exige acceder al cargo puede dimitir o no presentarse a las elecciones. Es absurdo que se permita el paripé de acatar la Constitución sí pero no. Quienes se sirven de ese truco, da igual que juren por sus muertos o prometan por los clavos de Cristo. Es evidente que están mintiendo. Y si empezamos así, mal empezamos.

Apenas se le da importancia porque ahora todo se banaliza, pero se trata de una cuestión relevante ya que difícilmente se puede cumplir con el respeto a la verdad, al prójimo y a uno mismo si se empieza tomando a broma el juramento o la promesa. Compromisos que, aunque no estén muy de moda, son exigibles a cualquiera que ejerza un cargo público.

 Hace mucho, ya ni me acuerdo, me enseñaron que el análisis comparativo es una metodología de las más conocidas y empleadas en las Ciencias Sociales. Pues bien, puede servirnos, como comparación y ejemplo, plantear qué pasaría si el novio, en una boda, a la hora de refrendar su compromiso, dijera: si quiero por imperativo legal y siempre que mi futura esposa me permita ir al fútbol todos los domingos.

Doy por sentado que el cura diría al novio que se dejara de tonterías y respondiera, alto y claro, si quería casarse o no.

 Con los diputados y las diputadas debería pasar lo mismo. No debería considerarse valido que dijeran juro o prometo porque es necesario para sentarme en el Congreso, pero ello no quiere decir que me comprometa a respetar y acatar la Constitución.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 6 de agosto de 2023

Turistas extraterrestres

Milio Mariño

En verano suelen pasar cosas raras. Todos los veranos por estas fechas solíamos tener noticias del monstruo del lago Ness. Un animal legendario, de raza inclasificable, que aparecía y desaparecía para festejo de quienes juraban haberlo visto y negocio de los escoceses, que hacían su agosto con los turistas ingenuos.

Este verano, por lo que sea, nadie ha visto, todavía, al monstruo del lago, pero  sí los hay que juran haber visto oleadas de objetos voladores, de origen desconocido, que se pasean por el cielo de Estados Unidos. Son tantos con esa historia que los senadores Mike Rounds y Chuck Schumer, acaban de presentar una proposición de ley para exigir al Gobierno que informe de todos los avistamientos dado que, según ellos, el cielo está lleno de ovnis cuya presencia se oculta por miedo a que los ciudadanos constaten que es muy posible que existan otras formas de vida inteligente además de la nuestra.

La iniciativa de los senadores americanos aporta credibilidad a los visionarios, pero no parece que haya cundido el pánico. La existencia de seres extraterrestres y la explicación razonada de qué es y en qué consiste el universo son cuestiones que ya se planteaban en la Antigua Grecia. Veinticinco siglos después seguimos en las mismas por más que hayamos gastado miles de millones en satélites, estaciones espaciales y telescopios gigantes y los marcianos tengan cada vez más difícil pasar desapercibidos. Seguimos especulando y obviamos que si fuera verdad que unos parientes nuestros, sumamente inteligentes, andan por ahí dando vueltas no se explica que nos rehúyan ni qué pasará por sus cabezas, si es que la tienen. Vuelve a imponerse la “Paradoja de Fermi”: “La probabilidad de que existan otras civilizaciones mucho más inteligentes y avanzadas que la nuestra choca con la contradicción de que no quieran manifestarse”.

Carece de lógica que los extraterrestres sean muy inteligentes y se porten como niños que juegan al escondite. A no ser, claro está, que no quieran saber nada de nosotros porque, con su superior inteligencia, hayan llegado a la conclusión de que quienes mandan en la tierra son unos pequeños animales que andan a cuatro patas y llevan a unos esclavos, atados con unas correas, que van detrás recogiendo sus cacas.

Lo mismo nos ven así y piensan que no les merece la pena entrar en contacto con nosotros. Sería un palo para nuestro ego pero, al mismo tiempo, una gran ventaja. Quedaría descartada la posibilidad de que quieran invadirnos. Todo un alivio porque solo faltaba que después de la pandemia y la guerra de Ucrania tuviéramos que enfrentarnos con unos marcianos dispuestos a conquistar la tierra.

Las historias de extraterrestres suelen ser entretenidas, sobre todo si se enfocan como que la Casa Blanca oculta algo importante por alguna razón oscura. Pero, con el cielo lleno de ovnis, o solo de estrellas, este agosto parece el mismo de siempre. Sigue teniendo noches maravillosas, amores fugaces, deliciosos helados  y gente extraña y extravagante, que solo vemos por estas fechas y no sabemos de dónde procede.  Si fueran extraterrestres, que no creo pero pudiera ser, no suponen ninguna amenaza como insinúan los americanos quienes, con sus fobias y sus miedos, pretenden meternos en otro lío.  Cuidado con hacerles caso. Si los marcianos insisten en no dejarse ver, ellos se lo pierden. Y si resulta que ya veranean aquí, es mejor ser amables y no hacerles preguntas.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 31 de julio de 2023

El mar y mi abuelo

Milio Mariño

Cuando subí a bordo de la pequeña lancha que da paseos por la Ría de Avilés sentí la emoción de un susurro y me acordé de mi abuelo Julio. El jueves hará 110 años, el 3 de agosto de 1913, que era domingo, mi abuelo llegó a Nueva York, procedente de Liverpool, según consta en la lista de pasajeros del transatlántico británico RMS Baltic.

Sabía que mi abuelo había ido a América con el propósito de hacer fortuna, pero los detalles, documentados, de cómo y cuándo los conseguí hace poco por una casualidad de la vida.

Excuso decirles que mi abuelo, de fortuna, nada de nada. Volvió de allí con lo puesto como tantos otros. Ojala hubiera vuelto convertido en un indiano rico, pero volvió igual de pobre y el único valor reconocido fue el de cruzar el Atlántico y plantarse en Nueva York con poco más de veinte años.

Si me preguntan como es que relaciono la peripecia de mi abuelo con el paseo en lancha por la Ría de Avilés, no lo sé. La vida está hecha de esos momentos en los que el pasado, que parecía perdido, resucita sin que sepamos cómo y aparece ante nosotros para demostrar que nada muere definitivamente, que todo está ahí guardado, esperando una emoción que lo haga revivir de nuevo.

Es muy probable que recordara a mi abuelo porque, según algunas leyendas, el mar es donde va a parar todo lo que hemos perdido. Todo acaba y cabe en la profundidad de sus abismos y todo lo devuelve purificado, obrando una especie de milagro que nunca nadie ha logrado descifrar.

Hay quien apunta que nuestra querencia por el mar es genética y que es por eso que nos atrae y siempre queremos volver. No faltan, tampoco, quienes dicen que la contemplación del mar supone la contemplación de uno mismo. Que el mar es  como un espejo que devuelve el reflejo de nuestra verdadera identidad.

Baudelaire se refería al mar como la metáfora de nuestra soledad. Jorge Manrique lo relaciona con la muerte y Joseph Conrad dejó escrito que el deseo y la fascinación de compartir con el mar su inmensidad nos permite estar lo más cerca posible del otro mundo.

Suscribo todo lo dicho porque mientras viajaba en aquella lancha recordando que mi abuelo había atravesado el Atlántico, hace ahora 110 años, la lancha llegó a la altura de San Balandrán, una pequeña playa que había en mitad de la ría de Avilés y la hicieron desaparecer para mejorar el acceso al puerto.

Acaso porque desde el mar todo lo vemos distinto, me pareció que la playa volvía a estar donde yo la había visto de niño. Algo, por otra parte, posible porque San Balandrán era una isla prodigio que aparecía y desaparecía como una ballena medio dormida que se sumerge y emerge a capricho. Una isla a la que arribó, allá por el siglo VI, el santo irlandés Balandrán, que navegaba por el Atlántico en busca del paraíso. Y, aunque el santo afirmó que lo había encontrado y gustó muy gozoso de aquel paraje maravilloso, no le fue concedido, por misterioso secreto, quedarse a vivir allí. De modo que tuvo que regresar a Irlanda, donde murió después de referir tan extraordinaria aventura. Aventura, la suya, que también contaría mi abuelo, aunque no tuve la suerte de oírsela contar porque no llegué a conocerlo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 24 de julio de 2023

Gane quien gane, el progreso gana siempre

Milio Mariño

Escribo este artículo el sábado, el día de reflexión antes de las elecciones y por tanto sin conocer el resultado, pero me atrevo a decir que gane quien gane ganará el progreso porque el progreso gana siempre.

Si gana la izquierda las cosas seguirán como están y si gana la derecha, que según las encuestas es muy probable, también seguirán igual. Con esto no trato de desmoralizar ni quitarle la ilusión a nadie, constato lo que ha sucedido y seguramente volverá a suceder. La historia demuestra que el PP, cuando gana, no se atreve a suprimir lo que hizo el PSOE, aunque pueda hacerlo con mayoría absoluta. Ni siquiera en Andalucía se atrevió a tocar nada de lo que hicieron los socialistas. Nada realmente importante. Suele olvidarse de lo que dijo en campaña y pelillos a la mar. Ahí está la Ley de Violencia de género, la de Igualdad, la del Aborto, la de Dependencia, la del Matrimonio entre personas del mismo sexo… Y ahí seguirán estando junto con la Subida del Salario Mínimo, la Revalorización de las Pensiones, la Reforma Laboral, la Regulación del Derecho a una Muerte Digna y otras muchas que nadie tocará por si acaso.

En campaña todos prometen cambiar muchas cosas, pero luego no cambian nada porque lo que hay no es tan malo como decían y, además, nadie se atreve a ir en contra del progreso. Tal vez algunos intenten ralentizarlo, pero al progreso no hay quien lo pare.

 ¿Qué se supone, entonces, que hará la derecha si resulta que ha ganado las Elecciones? Pues repartirá cuatro caramelos para contentar a los suyos y se olvidará de lo dicho. Suprimiría la Ley de Memoria Democrática, rebajará el impuesto de patrimonio, que solo lo pagan las grandes fortunas, y recuperará el delito de sedición en previsión de que durante su hipotético mandato el independentismo recobre fuerza y vuelva a proclamar la República Catalana, como ya le pasó a Rajoy. Añadan, si quieren, que Feijoo retornará a sus clases de idiomas y, mal que bien, acabará aprendiendo inglés, pero fuera de eso, y de favorecer a los amigotes, no creo que haya grandes novedades porque la sociedad por un lado y Europa por otro son quienes señalan el camino y tirarse al monte es muy complicado.

Partiendo de eso, de que gane quien gane no podrá suprimir las conquistas sociales, no estoy diciendo que da igual que gobiernen unos que otros. Hay gobiernos que defienden lo público y contienen un poco la ambición desmedida de los bancos, las grandes empresas y los poderosos y otros que se inclinan por lo privado y alientan la cultura del máximo beneficio, la especulación, el pelotazo y que la economía funcione a su libre albedrio. Una forma de gobernar que ya sabemos cómo suele acabar. Acaba con sonoros escándalos y escandalosos casos de corrupción.

 El peligro es que volvamos a la España del señorito. Sería lo, realmente, penoso porque al progreso no lo para ni dios. Dios descansó al séptimo día y nosotros descansamos al quinto y pronto lo haremos al cuarto. Avanzamos inexorablemente aunque algunos quieran volver al pasado e insistan en sus ventajas. Algunas, tiene. Lo decía, con ironía, el poeta Stanislaw Jerzy, en uno de sus aforismos. “El progreso ha supuesto el fin de aquella época en que la gente aún podía morirse de lo que quería”.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de julio de 2023

Empeorar para vivir mejor

Milio Mariño

En verano no solemos pensar fríamente. Que es, según dicen, como mejor se piensa. Pensamos en caliente y luego pasa lo que pasa. Pasa como aquel que llamó a un “ñapas” y le dijo: Quite la ducha de hidromasaje y la mampara de vidrio y sustitúyalas por una bañera de las de antes y unas cortinas de plástico. Ya sé que el baño quedará fatal, pero como además de feo será incómodo, mi familia se duchará menos y ahorraremos una pasta en agua y calefacción. De todas maneras, como me temo que no será suficiente, cambie también la cisterna, por una de esas que se tira de la cadena, y sustituya el portarrollos por un clavo en la pared para colgar hojas de periódico a modo de papel higiénico.

Aunque parezca increíble hay gente así. Gente convencida de que disfrutamos de unas comodidades y un buen vivir que es demasiado y piensa que lo que más nos conviene, y conviene al país, es volver a lo de antes. Derribar lo construido y retroceder unos cuantos años. Hacer que dejemos de igualarnos con el resto de Europa y volvamos a parecernos al norte de África.  

La idea de que debemos empeorar, para que al país le vaya mejor, la contaba Alfred Pennyworth, que no es ningún economista ni político de prestigio sino el mayordomo de Batman. Un viejo guasón que se mostraba asombrado por la candidez de Bruce y le decía que los villanos son todos muy simples y muy parecidos, pues siempre repiten la misma fórmula, tanto en el fondo como en la forma.

Tenía razón. Hemos vuelto a lo que contaba Cervantes en “El Retablo de las maravillas”. Un día aparecen unos estafadores y anuncian que ofrecerán el espectáculo más asombroso que jamás se haya visto. Pero ponen una condición: Sólo podrán verlo y disfrutarlo quienes tengan un origen legítimo y no anden en tratos con el demonio. El engaño funciona hasta que irrumpe alguien que no participa de ese delirio y, por tanto, atestigua que no hay ningún espectáculo ni nada parecido. Entonces el alcalde lo señala con un anatema que, en aquellos tiempos, significaba condenarlo a la hoguera: “¡Es de ellos, no ve nada!”

Así estamos. Los argumentos vuelven a ser los mismos. Sólo fingiendo y haciendo de la mentira verdad, dándoles la razón a quienes aseguran que todo está mal, podemos librarnos de que nos acusen de pertenecer a ese “ellos” que califican de infame. El hecho de ver la realidad, y contarla como es, convierte, a quien se atreve, en un despreciable ignorante al servicio de la maldad.

Oiga una cosa: Creo recordar que usted tenía un baño precioso. Es cierto que lo tenía, pero me convencieron para que lo reformara y ahora no me queda otra que aguantar y seguir adelante. Y, más le digo, creo que también van reformar la cocina y dicen que no imagino como va a quedar.

 Es lo que tiene hacer caso de quienes insisten en que hay que volver atrás para que todo funcione mejor. El peligro de seguirles la corriente es que harán unas reformas que convertirán la vivienda en poco menos que en inhabitable. Luego cada cual tendrá que arreglárselas como pueda hasta que los hijos se enfaden, den un puñetazo en la mesa, y vuelvan a reformarlo todo para ponerlo como, en principio, lo tenían sus padres.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España