lunes, 17 de julio de 2023

Empeorar para vivir mejor

Milio Mariño

En verano no solemos pensar fríamente. Que es, según dicen, como mejor se piensa. Pensamos en caliente y luego pasa lo que pasa. Pasa como aquel que llamó a un “ñapas” y le dijo: Quite la ducha de hidromasaje y la mampara de vidrio y sustitúyalas por una bañera de las de antes y unas cortinas de plástico. Ya sé que el baño quedará fatal, pero como además de feo será incómodo, mi familia se duchará menos y ahorraremos una pasta en agua y calefacción. De todas maneras, como me temo que no será suficiente, cambie también la cisterna, por una de esas que se tira de la cadena, y sustituya el portarrollos por un clavo en la pared para colgar hojas de periódico a modo de papel higiénico.

Aunque parezca increíble hay gente así. Gente convencida de que disfrutamos de unas comodidades y un buen vivir que es demasiado y piensa que lo que más nos conviene, y conviene al país, es volver a lo de antes. Derribar lo construido y retroceder unos cuantos años. Hacer que dejemos de igualarnos con el resto de Europa y volvamos a parecernos al norte de África.  

La idea de que debemos empeorar, para que al país le vaya mejor, la contaba Alfred Pennyworth, que no es ningún economista ni político de prestigio sino el mayordomo de Batman. Un viejo guasón que se mostraba asombrado por la candidez de Bruce y le decía que los villanos son todos muy simples y muy parecidos, pues siempre repiten la misma fórmula, tanto en el fondo como en la forma.

Tenía razón. Hemos vuelto a lo que contaba Cervantes en “El Retablo de las maravillas”. Un día aparecen unos estafadores y anuncian que ofrecerán el espectáculo más asombroso que jamás se haya visto. Pero ponen una condición: Sólo podrán verlo y disfrutarlo quienes tengan un origen legítimo y no anden en tratos con el demonio. El engaño funciona hasta que irrumpe alguien que no participa de ese delirio y, por tanto, atestigua que no hay ningún espectáculo ni nada parecido. Entonces el alcalde lo señala con un anatema que, en aquellos tiempos, significaba condenarlo a la hoguera: “¡Es de ellos, no ve nada!”

Así estamos. Los argumentos vuelven a ser los mismos. Sólo fingiendo y haciendo de la mentira verdad, dándoles la razón a quienes aseguran que todo está mal, podemos librarnos de que nos acusen de pertenecer a ese “ellos” que califican de infame. El hecho de ver la realidad, y contarla como es, convierte, a quien se atreve, en un despreciable ignorante al servicio de la maldad.

Oiga una cosa: Creo recordar que usted tenía un baño precioso. Es cierto que lo tenía, pero me convencieron para que lo reformara y ahora no me queda otra que aguantar y seguir adelante. Y, más le digo, creo que también van reformar la cocina y dicen que no imagino como va a quedar.

 Es lo que tiene hacer caso de quienes insisten en que hay que volver atrás para que todo funcione mejor. El peligro de seguirles la corriente es que harán unas reformas que convertirán la vivienda en poco menos que en inhabitable. Luego cada cual tendrá que arreglárselas como pueda hasta que los hijos se enfaden, den un puñetazo en la mesa, y vuelvan a reformarlo todo para ponerlo como, en principio, lo tenían sus padres.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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