lunes, 3 de julio de 2023

Animales con acento

Milio Mariño

Una de nuestras vacas, la frisona, esa que suele ser blanca con pintas negras y aparece en los anuncios de la tele, no es asturiana. Es originaria de Frisia, Holanda. Acabó aquí, allá por los años cincuenta, porque decidieron incorporar una nueva raza para mejorar la producción lechera de Asturias. La vaca holandesa daba más leche que la asturiana de los valles y los ganaderos acogieron con entusiasmo su llegada, pero enseguida empezaron a quejarse. Decían que tenían un problema con el idioma, que las vacas holandesas no obedecían las órdenes que les daban y era muy difícil tratar con ellas porque no entendían el asturiano.

Hablar con los animales es fácil, puede hacerlo cualquiera, lo difícil es que te entiendan. Por eso que ya habrán imaginado las risas y el cachondeo a propósito de la falta de entendimiento entre los aldeanos y las vacas extranjeras. Lástima que entonces no se supiera lo que sabemos ahora gracias a un par de estudios: uno de la Universidad de Lund, en Suecia, y otro de la Universidad de Nueva Gales del Sur, que han acabado por demostrar que existe una relación directa entre los diferentes sonidos que emiten los animales y el medio en el que habitan. Es decir que los animales se identifican tanto con el idioma del lugar donde nacen y se crían que desarrollan un particular acento que los distingue de los de otros países o regiones. Se ha podido constatar, por ejemplo, que el mugido de una vaca asturiana no es igual que el de una vaca andaluza.

Ahí es nada. Por eso siguen investigando, para poder desarrollar una tesis completa. Consideran que se trata de un hallazgo importante porque los sonidos que emiten los animales suponen la primera señal de comunicación entre ellos y no se sabe hasta qué punto pueden influir sobre el medio en el que habitan.

El respaldo científico es importante, pero mucho antes de que se hicieran públicos esos estudios, los vecinos de la Montaña Lucense ya denunciaron que los osos que merodeaban por sus aldeas eran asturianos porque se les notaba en el acento. También se sabe, más o menos con cierta seguridad, que las ballenas azules emiten sonidos en algo parecido a nueve idiomas distintos y que en algunas especies de pájaros la variedad de sus trinos los llevan, incluso, a vocalizar y terminan haciéndolo de una forma muy particular. Tan particular como el famoso cuervo de Belvís, del que cuentan que volaba hasta la terraza de un restaurante, se posaba en el respaldo de una silla y pedía un pincho de tortilla hablando perfectamente en gallego.

La certeza de que los animales se identifican con el habla del lugar donde habitan nos obliga a reflexionar. Es cierto que solemos hablar con ellos, pero les escuchamos poco y pasamos por alto que la mayoría están dispuestos a charlar con nosotros. Charla que tampoco tendría que ser excepcional. No todo es hablar de filosofía o del sentido de la vida. Podríamos hablar, qué se yo, de la calidad del pienso o de si lloverá o hará sol. Al fin y al cabo, también somos animales. Y, siempre será preferible hablar con otro animal antes que hacerlo con un robot. Además, otro detalle importante, que los científicos destacan en sus estudios, es que los animales respetan muy educadamente el turno de palabra y no se interrumpen cuando hablan.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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