lunes, 27 de marzo de 2023

Estudiar para princesa

Milio Mariño

Sospecho que tengo la curiosidad del gato. La obsesiva necesidad saber el porqué de todo, incluso de lo que sé que no sabré nunca. En ese caso, lejos de amilanarme, imagino la parte oculta y compongo mi propia historia. Fue lo que hice cuando leí el plan de estudios de la Princesa. Ni ustedes ni yo sabemos, ni vamos a saber nunca, si hubo discusión, o no, en el seno de la familia real. Es decir, si Leonor decidió, por ella misma, ingresar en el ejército o le dijeron te pongas como te pongas tienes que hacerlo y no se hable más.

En la nota difundida por La Zarzuela, los Reyes dicen que acogen esta nueva etapa formativa de la Princesa con la satisfacción de conocer su voluntad, interés e ilusión en recibir dicha formación, pero no se despeja la duda de si Leonor hubiera preferido ir a la Universidad. Sobre todo, después de que algunos cortesanos dijeran que la reina Letizia se oponía a la formación militar de su hija y fue muy difícil convencerla. Tal vez por eso, la nota aclara que la universidad vendrá después. Lo cual no evita que se priorice la formación militar sobre la humanística.

Anteponer una formación a otra tiene importancia. En cuestiones de aprendizaje, el orden los factores sí puede alterar el producto. Cuando lo primero que te enseñan es a mandar y que los demás estén obligados a obedecerte sin rechistar, el pensamiento crítico pasa a un segundo plano y la necesidad de razonar cae en desuso porque no hace falta. Pero así es el Ejército, es cosa aparte en la sociedad. No es lugar para debates. Es a sus órdenes y taconazo para cerrar.

Tantos esfuerzos por convencernos de que el ingreso de la Princesa en el ejército fue una decisión personal alientan la sospecha de que lo más probable es que se trate de una imposición relacionada con lo que, algunos entienden, deben ser sus obligaciones más que con sus preferencias.

 Contribuyen a esa sospecha el comunicado de la Casa Real y las declaraciones de Margarita Robles que, una vez más, ha vuelto a equivocarse. Primero asegurando que, como en todas las monarquías parlamentarias, el heredero, en este caso heredera, tiene que tener antecedentes militares. Lo cual es falso. Y luego cubriéndose de gloria con eso de que: “En los últimos años, hemos hecho un esfuerzo importante para incorporar a las mujeres a las Fuerzas Armadas”.

Margarita viene a decir, más o menos, que ella misma y no sé si el Gobierno en pleno, insistieron para que la Princesa se incorpore al ejército. Me gustaría creer que no es verdad, que no la presionaron aunque les encante que la paridad alcance al manejo de las armas y que las mujeres se preparen para la guerra. Ahí es nada pasar del “Hogwarts Hippie”, como llaman al colegio donde estudia la Princesa, a una Academia Militar.

Solo es el comienzo. Cabe esperar que tendremos matraca para rato porque en ese empeño por convencernos de que es buena idea que Leonor ingrese en el ejército, acaban de filtrar que la Princesa renunciará a los 400 euros que le corresponderían como cadete y que los viernes tendrá que arrastrarse por el barro como parte de su instrucción militar. Olvidan lo principal: que ese barro tiene poco que ver con el que debería pisar, el de la sociedad civil.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de marzo de 2023

Primavera de pánico financiero

Milio Mariño

La noticia de un nuevo crack financiero me pilló en el váter mirando el móvil. Así que dije: Pues ya que estoy aprovecho. En vez de tirarme de un rascacielos me tiro un cuesco. Más que nada porque lo sucedido cuando el crack de 1.929 ya no volvió a repetirse. Me refiero a los suicidios. En el otro crack, el de 2008, hubo fotógrafos que pasaron varios días al acecho, esperando a ver si algún banquero se tiraba del balcón abajo, y tuvieron que marcharse sin una triste foto. Ningún ejecutivo saltó al vacío desde su despacho. Los responsables de los bancos quebrados estaban negociando sus millonarias indemnizaciones, que luego fueron pagadas con dinero público. El único suicidio del que tuvimos noticia fue el de un pensionista griego que dejó una carta en la que decía que prefería morir antes que vivir en la miseria.

Esta primavera no llega con las tradicionales alergias, llega con la quiebra de un par de Bancos, la amenaza de un nuevo crack financiero y el recado de que no cunda el pánico. Pánico que, de momento, no ha cundido. La gente se lo toma con mucha tranquilidad. Sabe lo que va a pasar. Leí, en algún sitio, que el capitalismo sin quiebras sería como el cristianismo sin infierno. Totalmente imposible. De modo que la solución será la de siempre: Los Bancos confesarán sus pecados, harán propósito de enmienda, rezarán un Padre Nuestro y seguirán a lo suyo. Ya ocurrió a finales de 2008, cuando la crisis de las hipotecas. El presidente Bush y sus asesores, los neocons enemigos acérrimos de cualquier regulación y del sector público, aconsejaron nacionalizar los bancos quebrados y quedaron tan panchos. Merrill Lynch, Goldman Sachs, Morgan Stanley y otros de la misma familia, que presumían de ser los amos del mundo, fingieron pasar por el aro de ser regulados y recibieron el dinero público que necesitaban.  Ángela Merkel y sus colegas de Europa hicieron algo parecido. Salvaron a los Bancos y nos condenaron a sufrir multitud de recortes sociales y una austeridad que estuvo a punto de hundir el euro.

Fue en el año 2008 y ahora, cuando, por fin, estábamos estirando el pescuezo, vuelven con otro crack y la cantinela de que no cunda el pánico. Será el pánico a que vuelvan a estafarnos. Ese es el miedo porque nada ha cambiado. Los banqueros siguen campando a sus anchas y cobrando sueldos escandalosos, los bancos centrales les siguen otorgando grandes sumas de dinero a bajos tipos de interés y nosotros seguimos siendo sus accionistas, pero solo para lo malo, para pagar los pufos.

Que Dios bendiga este puto timo, dijo en un correo electrónico un ejecutivo de Standard & Poor's cuando vio lo que estaba pasando. El timo fue colosal. Una y no más dijimos, entonces, muy enfadados. Y, para consolarnos, prometieron que nunca  volvería a suceder lo mismo. Que la economía se iba a regenerar, el sistema financiero se sometería a una regulación exhaustiva, los mercados volverían al equilibrio, no se crearían nuevas burbujas y los especuladores tendrían que cambiar de oficio.

 Todo lo que prometieron seguro que lo han cumplido. Podemos estar tranquilos. Los Bancos ofrecen confianza y felicidad. Ofrecen tanto que cuando un anciano fue a un Banco y el empleado le preguntó: ¿Viene usted a ingresar? Respondió: No venía a eso, pero si hay cama igual me quedo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 13 de marzo de 2023

Patriotismo empresarial

Milio Mariño

Cualquiera podría pensar, fiándose del apellido, que el señor del Pino, presidente de Ferrovial, es de madera. Pero ni mucho menos. Es de carne y hueso como nosotros. Siente las críticas y está muy afectado por lo que dicen en el Gobierno y quienes le ponen a caldo, aunque no sean gente de bien. No le sirve de consuelo que  Feijóo y el PP hayan manifestado que lo comprenden y entienden que quiera irse de España.

Barrunto que del Pino no se consuela porque tiene poca, o ninguna, confianza en que Feijóo gane las próximas elecciones. Hace dos meses, en un acto en Madrid, se deshizo en elogios hacia el político gallego, destacando su capacidad de gestión y añadiendo que la voluntad de Ferrovial era seguir contribuyendo a la construcción de una España mejor y más próspera. Pero nada, pura retórica. Es de cajón de madera que si del Pino confiara en Feijóo no se iría de España. Claro que también pude ser que a del Pino y a Ferrovial les traiga sin cuidado que gobierne Sánchez o el dúo Abascal y Feijóo. Es posible que la ideología y el patriotismo de Ferrovial sean el dinero antes que cualquier partido político o el país donde nació y le ayudó a crecer y a ganar miles de millones. Así que menudo papelón el de Feijóo y el PP, apoyando a una empresa que se va de España para no pagar impuestos. Se están convirtiendo en cómplices de quienes utilizan los paraísos fiscales.

No parece buena idea qué, por desgastar a Sánchez, el PP aplauda lo que debería condenar sin reparos. Está meridianamente claro que las empresas van a lo suyo y les importa un comino cómo le vaya al país. Según el Banco de España, las grandes empresas del Ibex 35 tuvieron, en 2022, unos beneficios espectaculares. Los datos reflejan que los beneficios crecieron siete veces más que los salarios, pero los dirigentes empresariales no solo siguen pidiendo moderación salarial sino que se han opuesto a la revisión de las pensiones y la subida del salario mínimo. No se conforman con ganar mucho dinero, quieren que los pensionistas y los trabajadores ganen menos. Ya se han olvidado de los 11.000 millones que recibieron, como ayudas, cuando la pandemia, y de los ERTES que pagó el Gobierno. Eso es agua pasada. Ahora, cuando vuelven a ganar miles de millones, siguen con sus quejas y alguna, como Ferrovial, dice que se va de España por unos motivos que no se los cree nadie. Se va para no pagar. Se aprovechó cuando venían mal dadas y ahora ahí os quedáis que os zurzan.

Hay ilusos que pretenden convencer a Ferrovial, para que se quede, adulando al señor del Pino. Otros apelan a un patriotismo empresarial, que saben que es imposible, y los más sensatos entienden que sólo nos queda el recurso al pataleo y  despacharnos a gusto pero disimulando, no vaya a ser que, encima, nos empapelen.

Con la indignación y la rabia hay que tener cuidado. Pueden llevarnos a decir lo que pensamos. Es mejor tomar ejemplo de aquel americano que, tras un juicio, le dijo al juez: O sea que, según usted, no puedo llamar cerdo a mi jefe, el señor Smith. Exactamente, no puede. ¿Y tampoco puedo llamar señor Smith a un cerdo? Eso sí, eso puede hacerlo, no constituye delito. Pues ya lo estoy llamando.

Milio Mariño / artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 6 de marzo de 2023

El mundo está mal repartido

Milio Mariño

Cuando era un niño de nada ya oía decir en mi casa que el mundo estaba mal repartido. No entendía lo que decían, pero empecé a entenderlo cuando vi que otro niño compraba chicles y regaliz como yo y todavía le sobraba dinero para comprar un helado y un montón de tebeos.

Da rabia constatar que el mundo está mal repartido. Y no me refiero, solo, al dinero. El injusto reparto también alcanza a la belleza, la inteligencia, la genética y, por supuesto, el trabajo. Hay gente que trabaja mucho y cobra muy poco, otros apenas trabajan y cobran una millonada y luego están los que buscan trabajo y les toca esperar, y desesperarse, en la cola del paro.

Lo que decíamos: el mundo está mal repartido. Ahora mismo, en España, hay 20,5 millones de personas trabajando y 3 millones buscando trabajo. Tenemos una tasa del 13% de paro, muy por encima de los principales países de nuestro entorno. Y como no parece que el sistema productivo vaya a generar los empleos que hacen falta, ha vuelto a cobrar actualidad el viejo debate sobre la necesidad de repartir el trabajo.

 La jornada laboral, en España, permanece invariable desde 1982. Está establecida en cuarenta horas semanales de trabajo, ocho horas más de lo que proponen los promotores de la semana de cuatro días, cuya implantación no se piensa tanto para atajar el problema actual de desempleo como en previsión de lo que llegará no tardando mucho. Una serie de avances tecnológicos que hasta hace poco parecían ciencia ficción. Hablan de máquinas con capacidad cognitiva; es decir, de hablar, comprender, aprender y cambiar por sí mismas. Qué sé yo, algo parecido a que se te cae el móvil al váter y, a lo mejor, no es capaz de salir por sí solo, pero si lo será para llamar al 112 y pedir ayuda.

Bromas aparte, lo que viene es un cambio asombroso. Las dos grandes áreas en las que están trabajando, la inteligencia artificial y las herramientas biológicas, supondrán un cambio radical y difícilmente imaginable del mundo que conocemos. Tal es así que no sería de extrañar que se plantearan corregir lo que hizo Dios, que trabajó seis días para hacer el mundo y al séptimo descansó. Los avances tecnológicos que están por llegar seguramente harán realidad la semana laboral de cuatro días, luego la de tres, posteriormente de dos y es muy probable que acaben planteando el trabajo como una alternativa al ocio total.

Según los científicos, la tecnología hará que los robots nos reemplacen en la realización de cualquier trabajo físico. De modo que, ante semejante futuro, es imposible saber qué haremos cuando las máquinas lo hagan todo. Los más optimistas ya se frotan las manos. Piensan que los pobres se librarán del trabajo y tendrán asegurado comer todos los días, la sanidad será eficaz y gratuita, la vivienda correrá a cargo del Estado y la marihuana estará legalizada y al alcance de todos.

La mala noticia es que esos mismos científicos han declarado que la nueva tecnología no está pensada para acabar con las desigualdades. En su opinión la desigualdad es positiva porque incentiva el esfuerzo. Dicen que si no hay diferencias, si todos somos iguales, la gente se aburre y se frena el progreso. Así que mucho me temo que, en el futuro, el mundo seguirá igual de mal repartido.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de febrero de 2023

Viejos y Jóvenes

Milio Mariño

Por más que haya estudiado en un colegio de pago y, de niño, me tengan dicho que es de mala educación escuchar las conversa- ciones ajenas, si estoy tomando un café en una terraza y escucho algo interesante enseguida pongo la oreja. No me sirve de mucho porque uno tiene la edad que tiene y se entera de lo que se entera, pero el otro día oí que hablaban de lo felices que somos los jubilados y casi hago una trompetilla con el cartón de las servilletas. Quería enterarme de la conversación de la mesa de al lado, donde un grupo de cuarentones y cuarentonas se refería a sus padres como si les tuvieran envidia. Puse más atención todavía cuando oí que había sido un disparate que el Gobierno subiera las pensiones un 8,5 por ciento. El problema, al parecer, es que un jubilado, con una pensión media, cobra lo mismo que cobran ellos y más que cualquier joven.

 Alguien del grupo dijo, tímidamente, que se lo habían ganado. Que, al fin y al cabo, habían cotizado toda su vida para tener una pensión digna, pero enseguida lo corrigieron y lo acusaron de imbécil, diciéndole que la pensión que le correspondería, cuando se jubilara, sería menor, la cobraría más tarde y no tendría el poder adquisitivo que ahora tienen los viejos.

Para disimular que estaba con la antena puesta fingí que leía el periódico, pero un poco porque se dieron cuenta y otro poco por que debió parecerles que era un jubilado pata negra, lanzaron otra andanada. Dijeron que casi un millón de pensionistas cobran pensiones de dos mil euros. Lo cual, según el que llevaba la voz cantante, es una barbaridad porque ni en Alemania se da esa circunstancia.

Más que una conversación distendida, era un ataque sin piedad contra los jubilados. Culpaban a los viejos de la vida que llevan los jóvenes. Algo que, en mi opinión, no tenía sentido aunque luego comprobé que, para los que ahora tienen treinta o cuarenta años, sí que lo tiene. El ultra liberalismo económico ha puesto en marcha la idea de que la culpa de lo que les pasa a los jóvenes la tienen los viejos. Y funciona que mete miedo. Hay muchos jóvenes convencidos de que los viejos les roban la vida. Tienen entre ceja y ceja que sus padres vivieron mejor.  Pudieron tener un piso, que pagaron en poco más de diez años, un trabajo estable y sin sobresaltos, un buen coche y, además, darles estudios y mandarlos, incluso, a la universidad. A todo lo cual hay que añadir que acabaron jubilándose en unas condiciones que ellos nunca tendrán.

 El análisis no está mal, pero lo propio sería que pelearan porque las condiciones que tuvieron y tienen sus padres se mantengan y se mejoren, en lugar de no hacer nada, sentirse frustrados y mostrar su resentimiento hacia los mayores. Es de una ignorancia supina que algunos jóvenes crean que su vida es un fiasco porque los jubilados cobran buenas pensiones. Y, más ignorancia, sí cabe, que la solución pueda ser que las pensiones no suban.

El populismo está consiguiendo que la lucha generacional sustituya a la lucha por una sociedad mejor y más justa. Está estableciendo una distinción cruel y salvaje entre las personas útiles y los viejos inútiles que, como dijo  Christine Lagarde, viven demasiado. Son un gasto que la sociedad podría ahorrarse.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de febrero de 2023

Febrero loco

Milio Mariño

Febrero tiene fama de loco y no es gratuita. Le viene del refranero y también de que es un mes en el que la atmosfera se comporta de un modo que no es predecible. Lo mismo puede hacer un frio que pela que un calor tropical. En Febrero las previsiones apenas sirven de nada porque la realidad las destroza. Es un mes que va a su bola y tanto le da que el anticiclón esté en las Azores como en la isla La Deva. Siempre puede pasar cualquier cosa y no solo por lo que se refiere al clima. La influencia de su locura lo abarca todo y nada, ni nadie, escapa a su influjo por más que los escépticos lo pongan en duda.  

Podía pasar en cualquier mes del año, pero fue en febrero cuando nos enteramos de que hay trenes que no caben por los túneles, que un histórico del Partido Comunista se presenta como candidato de la ultraderecha para una moción de censura, que al Rey Emérito, que aquí no lo saluda, casi, ni su hijo, en Francia lo vitorean y hasta le hacen la reverencia, y que los chinos, que son campeones del mundo en tecnología, espían a los americanos con globos que se inventaron hace dos siglos.

Las locuras que comentamos están sucediendo en Febrero, un mes en el que también se celebra la gran locura del carnaval y el aniversario de aquella carnavalada que protagonizó Tejero, el 23 de Febrero de 1981, y que, al final, no acabó en tragedia porque  Sabino Fernández Campo se puso terco defendiendo la democracia.

  Referir estos sucesos no significa culpar a Febrero de todos los males y eximir de responsabilidad a quienes, en cada caso, la tengan. Sería absurdo que lo culpáramos de la peripecia de los túneles y los trenes, de que Ramón Tamames esté poco menos que como la cabra de la legión, o que Antonio Garamendi haya pasado de ser un sufrido autónomo a un trabajador asalariado que cobra y cotiza a la Seguridad Social por 400.000 euros al año. Febrero no es culpable de nada, pero coincide que fue ahora cuando se descubrió todo, incluido que Garamendi era un objeto no identificado que sobrevolaba el espacio laboral disfrazado de autónomo.

También en Febrero, miren por dónde, los muy atareados y excelentísimos señores del Tribunal Supremo dictaron una sentencia por la que autorizan a los jóvenes a gastar el "Bono Cultural Joven" de 400 euros, en algo tan cultural como comprar entradas para las corridas de toros.

Estas y otras locuras, que han salido a la luz en Febrero, ponen en evidencia una realidad que ignoramos porque nos da miedo. Preferimos mirar para otro lado y justificarlo todo con argumentos que pretenden ser lógicos y no pasan de ser excusas. Menos mal que Febrero, el loco, permite que respiremos hondo, oxigenemos nuestro cerebro y hagamos propuestas sensatas. Propuestas como que tal vez sea mejor que los túneles del siglo XIX se adapten a los trenes del siglo XXI y no al revés, que uno que fue comunista encabece una moción de la ultraderecha antes de que lo haga un facha y que los globos no sean otro cuento chino sino el saludo, a modo de broma, de unos extraterrestres simpáticos.

Decía Goethe, y estoy de acuerdo, que la locura no es otra cosa que la razón presentada de forma distinta.

Milio Mariño / Artículo  de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 13 de febrero de 2023

Los bancos y el record de beneficios

Milio Mariño

Se está comentando estos días que los bancos buenos, el Santander, el BBVA y todos los que merecen la pena, han hecho públicos los beneficios del año pasado y el resultado es de record. El banco malo, la Sareb, no publicó nada porque lo suyo es gestionar la morralla y eso siempre va a nuestro cargo. El sistema económico que defendemos, porque conside - ramos que es el mejor, funciona así. Cuándo los bancos ganan dinero lo embolsan y cuando lo pierden socializan las pérdidas. Conviene recordarlo porque, a veces, se nos olvida.

También olvidamos cómo funcionan los bancos. Que no es de broma, es para quitarse el sombrero. Despidieron a miles de trabajadores y han conseguido que los clientes seamos sus empleados. Trabajamos para ellos y, encima, cobran por lo que hacemos. Nos inflan a comisiones que pagamos religiosamente aunque pongamos el grito en el cielo y lo adornemos con alguna blasfemia.

Otro detalle, en el que no sé si se habrán fijado, es que cerraron un montón de sucursales y las que quedaron las han reformado para que resulten incomodas y sea un suplicio hacer cualquier trámite. Han eliminado la clásica ventanilla y han quitado los asientos, de modo que si usted va a entrevistarse con cualquier jefecillo, de esos que no hacen nada pero siempre están reunidos, tiene que esperar de pie y a la cola, sin poder apoyarse, siquiera, ni en una mala columna.

Las reformas no acaban ahí. Añadan que han reducido los horarios de atención al público para que nunca lleguemos a tiempo, y, por si fuera poco,  han reformado la forma de comunicarse con nosotros, introduciendo tecnicismos y palabros que ni con un master en asesoría financiera lograríamos entenderlos.

Todo lo que se apunta, y más que no sabemos, los bancos lo han hecho sin  pedir permiso a nadie: ni a nosotros, ni a las autoridades ni a Rita la Cantaora, que, en esto de cómo funcionan las cosas, es pariente de Bernarda, la del coño.

Los bancos han hecho lo que han querido y, de paso, han impedido que les pidamos responsabilidades por la conducta irresponsable y, en algunos casos, delictiva, que dio lugar a la crisis económica de 2008. Crisis que supuso para el Estado tener que desembolsar 58.876 millones de euros, de los cuales los bancos solo han devuelto algo menos del diez por ciento. Todo un fiasco porque lo que se dijo entonces fue que el rescate bancario sería sin coste alguno para las arcas públicas. Casi nada, de momento ha generado un déficit que los expertos sitúan en torno a los 70.000 millones de euros.

Pocos se acuerdan de aquello. Ahora, en plena cuesta de febrero, mientras sufrimos por la inflación, el escaso incremento de los salarios y el encarecimiento de las hipotecas, lo que se pide a los bancos es que, dado que han tenido unos beneficios de record, arrimen un poco el hombro. Petición que, seguramente, caerá en saco roto porque José Ignacio Goirigolzarri, conocido banquero y presidente de CaixaBank, acaba de decir en Valencia que, afortunadamente, los beneficios de los bancos se han normalizado pues lo anormal era la rentabilidad que tenían en el pasado.

Por si no lo sabían ya lo saben, todo está en orden. Los bancos ganan lo que les corresponde y los pobres tienen bastante con ganar el reino de los cielos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España