Por más que haya estudiado en un
colegio de pago y, de niño, me tengan dicho que es de mala educación escuchar las
conversa- ciones ajenas, si estoy tomando un café en una terraza y escucho algo interesante
enseguida pongo la oreja. No me sirve de mucho porque uno tiene la edad que
tiene y se entera de lo que se entera, pero el otro día oí que hablaban de lo
felices que somos los jubilados y casi hago una trompetilla con el cartón de las
servilletas. Quería enterarme de la conversación de la mesa de al lado, donde
un grupo de cuarentones y cuarentonas se refería a sus padres como si les
tuvieran envidia. Puse más atención todavía cuando oí que había sido un
disparate que el Gobierno subiera las pensiones un 8,5 por ciento. El problema,
al parecer, es que un jubilado, con una pensión media, cobra lo mismo que cobran
ellos y más que cualquier joven.
Alguien del grupo dijo, tímidamente, que se lo
habían ganado. Que, al fin y al cabo, habían cotizado toda su vida para tener una
pensión digna, pero enseguida lo corrigieron y lo acusaron de imbécil,
diciéndole que la pensión que le correspondería, cuando se jubilara, sería
menor, la cobraría más tarde y no tendría el poder adquisitivo que ahora tienen
los viejos.
Para disimular que estaba con la
antena puesta fingí que leía el periódico, pero un poco porque se dieron cuenta
y otro poco por que debió parecerles que era un jubilado pata negra, lanzaron
otra andanada. Dijeron que casi un millón de pensionistas cobran pensiones de dos
mil euros. Lo cual, según el que llevaba la voz cantante, es una barbaridad
porque ni en Alemania se da esa circunstancia.
Más que una conversación
distendida, era un ataque sin piedad contra los jubilados. Culpaban a los
viejos de la vida que llevan los jóvenes. Algo que, en mi opinión, no tenía
sentido aunque luego comprobé que, para los que ahora tienen treinta o cuarenta
años, sí que lo tiene. El ultra liberalismo económico ha puesto en marcha la
idea de que la culpa de lo que les pasa a los jóvenes la tienen los viejos. Y
funciona que mete miedo. Hay muchos jóvenes convencidos de que los viejos les roban
la vida. Tienen entre ceja y ceja que sus padres vivieron mejor. Pudieron tener un piso, que pagaron en poco
más de diez años, un trabajo estable y sin sobresaltos, un buen coche y, además,
darles estudios y mandarlos, incluso, a la universidad. A todo lo cual hay que
añadir que acabaron jubilándose en unas condiciones que ellos nunca tendrán.
El análisis no está mal, pero lo propio sería
que pelearan porque las condiciones que tuvieron y tienen sus padres se
mantengan y se mejoren, en lugar de no hacer nada, sentirse frustrados y
mostrar su resentimiento hacia los mayores. Es de una ignorancia supina que algunos
jóvenes crean que su vida es un fiasco porque los jubilados cobran buenas
pensiones. Y, más ignorancia, sí cabe, que la solución pueda ser que las
pensiones no suban.
El populismo está consiguiendo
que la lucha generacional sustituya a la lucha por una sociedad mejor y más
justa. Está estableciendo una distinción cruel y salvaje entre las personas
útiles y los viejos inútiles que, como dijo Christine Lagarde, viven demasiado. Son un
gasto que la sociedad podría ahorrarse.
Totalmente de acuerdo yo iba a las concentraciones de jubilados y había muy pocos jóvenes o ninguno a veces
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