La noticia de un nuevo crack financiero
me pilló en el váter mirando el móvil. Así que dije: Pues ya que estoy aprovecho.
En vez de tirarme de un rascacielos me tiro un cuesco. Más que nada porque lo
sucedido cuando el crack de 1.929 ya no volvió a repetirse. Me refiero a los
suicidios. En el otro crack, el de 2008, hubo fotógrafos que pasaron varios días
al acecho, esperando a ver si algún banquero se tiraba del balcón abajo, y
tuvieron que marcharse sin una triste foto. Ningún ejecutivo saltó al vacío
desde su despacho. Los responsables de los bancos quebrados estaban negociando
sus millonarias indemnizaciones, que luego fueron pagadas con dinero público.
El único suicidio del que tuvimos noticia fue el de un pensionista griego que
dejó una carta en la que decía que prefería morir antes que vivir en la
miseria.
Esta primavera no llega con las
tradicionales alergias, llega con la quiebra de un par de Bancos, la amenaza de
un nuevo crack financiero y el recado de que no cunda el pánico. Pánico que, de
momento, no ha cundido. La gente se lo toma con mucha tranquilidad. Sabe lo que
va a pasar. Leí, en algún sitio, que el capitalismo sin quiebras sería como el
cristianismo sin infierno. Totalmente imposible. De modo que la solución será
la de siempre: Los Bancos confesarán sus pecados, harán propósito de enmienda, rezarán
un Padre Nuestro y seguirán a lo suyo. Ya ocurrió a finales de 2008, cuando la
crisis de las hipotecas. El presidente Bush y sus asesores, los neocons
enemigos acérrimos de cualquier regulación y del sector público, aconsejaron
nacionalizar los bancos quebrados y quedaron tan panchos. Merrill Lynch,
Goldman Sachs, Morgan Stanley y otros de la misma familia, que presumían de ser
los amos del mundo, fingieron pasar por el aro de ser regulados y recibieron el
dinero público que necesitaban. Ángela Merkel
y sus colegas de Europa hicieron algo parecido. Salvaron a los Bancos y nos
condenaron a sufrir multitud de recortes sociales y una austeridad que estuvo a
punto de hundir el euro.
Fue en el año 2008 y ahora,
cuando, por fin, estábamos estirando el pescuezo, vuelven con otro crack y la
cantinela de que no cunda el pánico. Será el pánico a que vuelvan a estafarnos.
Ese es el miedo porque nada ha cambiado. Los banqueros siguen campando a sus
anchas y cobrando sueldos escandalosos, los bancos centrales les siguen
otorgando grandes sumas de dinero a bajos tipos de interés y nosotros seguimos
siendo sus accionistas, pero solo para lo malo, para pagar los pufos.
Que Dios bendiga este puto timo,
dijo en un correo electrónico un ejecutivo de Standard & Poor's cuando vio
lo que estaba pasando. El timo fue colosal. Una y no más dijimos, entonces, muy
enfadados. Y, para consolarnos, prometieron que nunca volvería a suceder lo mismo. Que la economía
se iba a regenerar, el sistema financiero se sometería a una regulación
exhaustiva, los mercados volverían al equilibrio, no se crearían nuevas burbujas
y los especuladores tendrían que cambiar de oficio.
Todo lo que prometieron seguro que lo han
cumplido. Podemos estar tranquilos. Los Bancos ofrecen confianza y felicidad.
Ofrecen tanto que cuando un anciano fue a un Banco y el empleado le preguntó:
¿Viene usted a ingresar? Respondió: No venía a eso, pero si hay cama igual me
quedo.
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Milio Mariño