lunes, 6 de febrero de 2023

Llorar sobre llorado

Milio Mariño

Si la relación de Asturias con el Gobierno Central, en vez de regirse por la Constitución Española, se rigiera por la Ley de Protección Animal el resultado sería que el Gobierno de Madrid ya habría sido condenado por cómo nos trata y por el sufrimiento innecesario que nos viene causando desde tiempos inmemoriales. Barbón no recurre a esa ley porque no se atreve, pero ya me gustaría ver como algunos ministros y ministras justificaban ante un tribunal el trato que dan a los asturianos. Trato que no es de ahora, es como una costumbre que se repite con gobiernos de cualquier signo.

Allá por 2014, el socialista mimado por la derecha, Javier Fernández decía que los Presupuestos Generales eran discriminatorios con Asturias pues habían recortado la inversión del Estado un 31,6 por ciento, la tasa más alta de España. Tres años después, el consejero de la Presidencia, Guillermo Martínez dijo que el Gobierno Central, dirigido por Mariano Rajoy, maltrataba al Principado de Asturias.  Ponía varios ejemplos y el último que el Ministerio de Fomento acababa de recortar la pista de aterrizaje del aeropuerto de Asturias sin ni siquiera haberlo comunicado a la Administración autonómica.

El año pasado, el Gobierno asturiano volvía a insistir quejándose de maltrato y señalaba que en 2021 no se llegaron a materializar ni la mitad de las inversiones públicas acordadas por el Estado y previstas para ese año. El balance final fue que lo invertido apenas llegó al 40 por ciento de lo presupuestado.

Otra denuncia de maltrato, también verbal por supuesto, se repitió hace poco con ocasión del nuevo aplazamiento de la llegada del AVE, una obra que empezó en febrero de 2003, con un presupuesto de 1.085 millones de euros y un plazo de ejecución de cinco años, vamos por los 3.716 millones y los veinte años y seguimos esperando. La nueva promesa es que estará finalizada el próximo mes de mayo. Falta por ver si, como barruntan algunos, el AVE que nos asignan será el bueno o un gorrión desplumado.

Mención aparte, en esta larga lista de maltratos, merece el infringido por Álvarez Cascos en el año 2000, cuando decidió prorrogar la concesión de la Autopista del Huerna, cuya finalización estaba prevista para 2021, hasta el año 2050. Prórroga que, según los cálculos más modestos, supondrá un costo de 2.150 millones de euros para los asturianos.

En estos años pasados hemos llorado mucho y seguimos llorando por el trato que recibimos, pero las lágrimas no han servido para evitar el maltrato. Tampoco servirá que Adrián Barbón haya viajado a Santiago para reunirse con otras víctimas, los Presidentes de Castilla y León y Galicia, y reclamar juntos que en Madrid nos hagan más caso. Son tantas las afrentas y el maltrato recibido que la sensación es que Asturias ya se ha acostumbrado al papel de víctima y solo busca la comprensión afectiva. Busca cariño y consuelo aceptando que el Gobierno tiene un compromiso clientelar en el que no estamos incluidos.

No deberíamos desanimarnos. Es necesario que sigamos pensando en defender Asturias con la máxima exigencia; sin caer en el bucle melancólico de creernos victimas ni aceptar una decadencia que no es por falta de talento y sería catastrófico que fuera por falta de confianza en nosotros mismos. Presumimos de qué Asturias es un paraíso y los asturianos somos únicos. Solo falta que lo demostremos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 30 de enero de 2023

Están mal del tanque

Milio Mariño

Desayunaba escuchando las noticias de Ucrania y se me ocurrió que los políticos deben estar mal del tanque, de la chola o de lo que sea que tengan ahí arriba. Era de los pocos a los que les parecía bien que Alemania se negara a ceder sus tanques. Sabía que podían acusarme de apoyar a los rusos, lo cual no es cierto, pero me daba igual. La postura del presidente Scholz me parecía la más coherente y sensata de todos los gobernantes de Europa. Imaginaba que se había encarado con Biden y le había dicho que se abstuviera de dar consejos y enviara sus propios tanques,  los famosos Abrams, que los tiene haciendo yincanas para que no se oxiden y la tripulación se entretenga y no se amodorre fumando porros y bebiendo cerveza.

Igual no lo dijo así, pero debió reprocharle que siga alentando una guerra cuyo escenario está a diez mil kilómetros de sus fronteras. Una guerra para la que insisten en pedir más tanques y más armas en vez de pedir un alto el fuego que ponga fin a las muertes y las atrocidades.

En esas estaba yo, pero el canciller alemán, al final, cedió. Lo cual no quita para que nos preguntemos a quien interesa esta guerra y como es que los americanos han pasado de considerar a los rusos aliados en potencia a enemigos por excelencia. Hace nada se esforzaban en convencernos de que los rusos ya no eran aquellos rojos con cuernos y rabo que creíamos, ni los comunistas que decían camarada y llevaban gorros con orejeras. Eran demócratas a su manera, a los que había que comprender y respetar. Prueba de ello es que la revista Times eligió a Putin, en 2007, personaje del año, destacando sus cualidades como gobernante y gran estadista.

Desconozco qué pudo pasar para que los rusos vuelvan a ser malos y Putin un oligarca chiflado que tiene problemas con la bebida y quiere aniquilarnos a todos. Hemos vuelto a la rusofobia y a las fantasías más disparatadas sobre la maldad rusa. Hemos pasado de la Guerra Fría a decir que los rusos son buena gente y de eso a esta guerra en la que llevamos gastados miles de millones de euros y lo que te rondaré morena porque a la petición de tanques cabe suponer que seguirá la de aviones de combate, ya que sin una mínima superioridad aérea una ofensiva con unidades acorazadas está condenada al fracaso.

El plan es mandar armas y más armas a Ucrania sin que, al parecer, nadie haya reparado en las consecuencias. En lo que puede pasar si Rusia se siente acorralada. Algo que todos saben y callan. Saben que los rusos irían a una guerra total que sería catastrófica para Europa, pues desbordaría las fronteras de Ucrania y entrañaría la posibilidad real de que utilicen armas nucleares. Es decir que el conflicto ya no estaría localizado en las dimensiones actuales sino que nosotros mismos, la población civil, podríamos acabar como acabaron en Hiroshima.

 No creo necesario que nos juguemos tanto ni considero democrático que dispongan de nuestras vidas sin consultarnos. Me parece irresponsable y muy peligroso que se empeñen en tensar la cuerda, incluida Margarita Robles, que también debe estar mal del tanque porque se ha puesto a reciclar chatarra para que España se sume a la fiesta y esté en el punto de mira.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de enero de 2023

La fiebre y la sensatez

Milio Mariño

Vuelvo a la vida de diario después de empezar el año con lo que, en principio, era un virus inofensivo y acabó siendo una neumonía que me tuvo quince días en el San Agustín. Quince días con fiebre que, según Juanjo Millás, es purificadora pues nos aparta del delirio cotidiano y hace que veamos la realidad tal como es.

Chunga, porque cuando me dieron el alta y salí a la calle percibí el regusto amargo de un ambiente político enrarecido que ni siquiera la Navidad había conseguido endulzar. Por lo visto, no hubo tregua. Los políticos acabaron el año riñendo y lo empezaron igual.  Y, en realidad, no entiendo por qué. No parece que haya motivos para tanta bronca. España, pese a la pandemia y la guerra de Ucrania, está saliendo adelante de una forma más que aceptable y mejor incluso que algunos países de Europa con mayor poder económico. Podría influir, qué sé yo, el conflicto con los Jueces del Supremo y la aplicación de la “ley del sí es si”, pero no creo que la bronca venga de ahí. La bronca debe venir de que hay políticos y partidos que prescinden de cómo lo hagan sus adversarios, sobre todo si lo hacen bien, y pasan a considerarlos un enemigo satánico que encarna el mal y al que hay que combatir como sea.

Si fuera esa la explicación, que todo apunta que puede ser, convendría tener presente que en política, como en la vida misma, no vale todo. No es aplicable ese planteamiento, tan extendido en el fútbol, de que no importa jugar mal si al final se gana. Perseguir la victoria a cualquier precio puede llevar a la tentación de recurrir al juego sucio y convertir la actividad política en un terreno enfangado donde cada partido trata de sepultar a su adversario.

 Ahora mismo, el debate no existe. El debate que se plantea es: ellos o nosotros. Mala cosa porque para que la democracia sea efectiva y funcione se necesita un debate plural y abierto y no una visión dualista. El dualismo solo sirve para enconar las posturas. Y, si lo llevamos al terreno moral no digamos. A la vista está que quienes presumen, precisamente, de abanderar la hipermoralidad suelen ser los más amorales y los más tramposos. Los que intentan aprovecharse de que la sociedad no anda muy sobrada de valores. Sobre todo de ese valor imprescindible que nos inculcaron nuestros padres y nuestros abuelos y consistía en decir, siempre, la verdad. Lo cual, dicho sea de paso, casi nunca solía librarnos de sufrir algún castigo que llevábamos regular.

Tal vez sean los años, pero la sensación es que las relaciones humanas se han ido deteriorando y parece como si hubiéramos olvidado que los verdaderos vínculos que nos caracterizan son los afectivos. Es la bondad, la empatía, la tolerancia y el respeto por la verdad y los que piensan distinto.

Quienes asumen la responsabilidad de representarnos, creo que tienen la  obligación moral de fortalecer, con su comportamiento, esos principios. No lo están haciendo. Insisten en la bronca como único recurso. Es por eso que nunca desee mal a nadie pero, en este caso, lo mismo les vendría bien unos pocos días de esa fiebre purificadora que nos aparta del delirio cotidiano. Ya no es que lo diga Millás, también Hipócrates asegura que la fiebre cuece el humor descontrolado y hace que veamos las cosas con mayor sensatez.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

martes, 3 de enero de 2023

Gira el mundo, gira

Milio Mariño

Gira el mundo gira, en su espacio infinito, cantaba Jimmy Fontana a finales de los sesenta convirtiendo aquella canción en un éxito que aún se recuerda. Gira y sigue girando como hace millones de años. El pasado sábado completó otra vuelta y el domingo empezó de nuevo pero, al parecer, ya se está cansando. Dicen los científicos que la tendencia es que la Tierra gire cada vez más despacio. Lo que no quita para que, a veces, le dé un pronto y acelere la rotación cuando gira sobre sí misma. Sucedió en julio y agosto, meses en los que hubo dos días que duraron menos de 24 horas.

Me enteré hace poco. Creía que seguía vigente que la rotación de la Tierra era la referencia para medir la duración de un día y un año. Y, en realidad, así es, solo que los científicos ya habían avisado de que la rotación no es exacta y, más tarde o más temprano, sucedería que el tiempo marcado por el movimiento del planeta sería diferente al tiempo marcado por los relojes.

Hace un siglo no tendría importancia, pero ahora es diferente. Ahora la vida depende de la exactitud de un segundo. Ya no vale aquello de que cuando la Tierra completaba la rotación con 0,9 segundos de retraso se añadía un segundo y problema resuelto. Hoy, los sistemas de navegación por satélite y todos los sistemas digitales que usamos no están preparados para hacer saltos de un segundo cuando nos convenga. No vale ese apaño, de modo que quienes gobiernan como se mide el tiempo han propuesto que no se añada el segundo que se añadía para conciliar el tiempo humano con el astronómico.

La propuesta es qué, de aquí al año 2035, no se corrija nada y se aproveche para estudiar qué se hará en el futuro: si vamos a esperar a tener la diferencia de un minuto  o si seguimos como estamos y el desfase no sé corrige.

Los países, en su mayoría, están por establecer una escala del tiempo continua, pasar por alto el desfase y que si fuera necesario hacer algún retoque lo hagan dentro de uno o dos siglos. Decisión que supondrá, en la práctica, que el tiempo humano vaya por un lado y el astronómico por el suyo.

No creo que nos afecte mucho. Nuestra relación con el tiempo es que acaba de empezar otro año y otra vez volvemos a lamentarnos de que los años pasen volando. Pasan sin que sepamos qué es el tiempo más allá de lo que marcan los relojes y los calendarios.

Por más que haya avanzado la ciencia, el tiempo sigue siendo un misterio. Hay científicos que aseguran que es una invención humana, una percepción de nuestros sentidos. Según esa teoría, el pasado, el presente y el futuro existen simultáneamente. Lo cual traería consigo la imposibilidad del libre albedrio.

Quien sabe, lo mismo no sirve de nada que hagamos planes para este año que acaba de comenzar. Igual el mundo gira y sigue girando al margen de que decidamos ser mejores, más felices y más ricos. A lo mejor no depende de nosotros, es la causalidad quien toma las decisiones. Para Einstein era lo más probable. Decía que si fuera así, sería muy reconfortante porque protegería nuestro buen humor y haría que nos tomáramos menos en serio a nosotros mismos y al resto de los mortales.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 26 de diciembre de 2022

La noche mejor

Milio Mariño

Coincidió este año que después de la Nochebuena vino la noche mejor. Fue, muy probablemente, la noche de ayer, cuando todavía quedaba comida y turrón de la noche anterior, no estábamos obligados a ningún postureo hipócrita, los familiares insopor- tables ya se habían ido a sus casas y hoy no teníamos que madrugar porque vuelve a ser fiesta otra vez. Fiesta sin nada que celebrar, que es lo bueno, ya que el imperativo de divertirnos por obligación no suele resultar nada bien.

La noche de ayer seguro que fue estupenda para muchos y sobre todo para los que, cada vez son más, detestan la navidad. Gente que no soporta las comidas familiares y de empresa, la coacción de tener que hacer regalos por estas fechas y la de aparentar que vive bien y es plenamente feliz. Otro dato relevante es que, en la noche de ayer, posiblemente fueran bastantes menos los que pusieron el móvil encima de la mesa para consultarlo mientras cenaban.

Menciono lo del móvil porque una encuesta, publicada hace poco, reflejaba que el año pasado, por nochebuena, solo dos de cada diez hogares españoles habían logrado cenar sin ningún teléfono sobre la mesa. La mayoría de los encuestados confesaba que tenía la sensación de que durante la cena habían estado más pendientes del móvil que de su familia. Y lo que es peor, todos mostraban su desacuerdo con esa forma de proceder pero, al mismo tiempo, aseguraban que les interesaban más los mensajes que recibían por WhatsApp que lo que, en ese momento,  se hablaba en la mesa.

Las familias ya no son lo que eran. Y las cenas de nochebuena tampoco. Aquella  familia que conocimos, en la que convivían el matrimonio, los hijos, los abuelos y algún pariente que se había quedado solo, está en vías de extinción. Ahora hay familias que son una persona y un perro. Y viven tan ricamente. Lo único que los perros, y los gatos, es posible que pongan ojitos cuando ven las bolas del árbol, pero no están por la labor de abrazarse a sus dueños y compartir la nochebuena con ellos.

La navidad ha cambiado mucho. Casi sin darnos cuenta nos hicimos mayores y no advertimos que la sociedad había cambiado de forma que hoy, en Europa, un tercio de los habitantes de las grandes ciudades viven solos. Eso sin contar los ancianos, que figuran como que viven acompañados al precio de compartir su soledad, en las residencias, con la de otros que también son un estorbo para sus familias.

La noche de ayer tal vez no fuera buena para el jolgorio, la alegría y los aplausos, pero seguro que fue mejor para la melancolía, la tristeza, la falta de afecto y la sensación de abandono. De todo eso, seguramente, hubo menos. Otra ventaja, que algunos valoran, es que no fue precedida por el mensaje de ningún monarca que nos recordara que nuestras preocupaciones son las suyas, que debemos ser optimistas y que con sacrificio y esfuerzo saldremos adelante porque Dios aprieta pero no ahoga.

 Fue una noche discreta, silenciosa y sin ambiciones. Una noche con la luna en fase creciente que, como saben, aporta energía positiva, mejora la salud y refuerza nuestra vitalidad. Y, para mayor mérito, confirma que los días han vuelto a crecer. De momento poco a poco, al paso de la gallina, pero pronto será de día después de las seis.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de diciembre de 2022

El frío es más sano con calefacción

Milio Mariño

Mientras disfrutaba del calor de una vieja cocina de carbón, que antes era cosa de pobres y ahora de unos pocos privilegiados, abrí el periódico y leí que la venta de bolsas de agua caliente y mantas de lana se había incrementado un 47 por ciento. No me extraña. El precio de la energía está obligándonos a volver al pasado, así que tampoco me extrañaría que los bares hicieran su agosto vendiendo caldos de pita y aquellos fervíos de vino blanco que estaban de moda en tiempos de Maricastaña. El frio hay que combatirlo como se pueda por más que digan que es bueno para la salud y haya gente que se baña en el mar, en invierno, y otros salgan a correr cuando caen esas heladas que convierten las orejas en dos berenjenas preciosas.

Se insiste mucho en que el frio es sano y que si no pasas frío tú cuerpo no está preparado para afrontar ninguna adversidad, pero yo prefiero la calefacción aunque perjudique mí salud. Me parece un disparate que en EE.UU  triunfen los spas que ofrecen congelarte, a varios grados bajo cero, durante unos minutos, para que mejores el sistema inmunológico. Pienso que volver al frío es volver al pasado y a la vieja idea de que hay que sufrir porque sufriendo nos hacemos fuertes y vivimos más. Hace poco, el famoso neurólogo Christopher Winter dijo que dormir en una habitación fría, con una temperatura inferior a la que se considera de confort, mejora la calidad del sueño y es muy bueno para la salud.

Mosquea un poco que, precisamente ahora, aparezcan tantas opiniones en el sentido de que pasar frío nos viene de maravilla. Me recuerda otro debate a propósito de la gordura y la delgadez. Algunos expertos también aseguran que es más peligroso estar gordo que pasar hambre. Según la OMS la obesidad produce más muertes que la delgadez. Cuesta creerlo pero, a lo mejor, en esos países de África en los que solo está gordo el Presidente del Gobierno, su familia y los militares a partir de Teniente Coronel, la población disfruta de una salud envidiable.

Los profetas del frío están poniendo mucho empeño en convencernos, pero, suponiendo que sea cierto que el frío mejora el sistema inmunológico y mantiene muy activo nuestro cerebro, habría que preguntarles qué hacemos con las orejas y los pies, que también son nuestros.

Este debate sería uno más si no fuera que se convierte en dramático por lo caro que se ha puesto protegernos del frío. Los cálculos para este invierno apuntan que más de 35 millones de europeos no podrán mantener sus hogares a la temperatura adecuada  y tendrán que elegir entre poner la calefacción o poner comida en la mesa. Un dilema terrorífico que, para los amantes de la vida sana, será una bendición, pues, según ellos, el hambre y el frio son mejores que la gordura y el calor.

Que se esfuercen en convencernos de que pasar hambre y frío es más sano que comer bien y disfrutar de una temperatura agradable provoca una sonrisa que, enseguida, se congela y se convierte en mueca de estupor. Estamos para pocas bromas. La intención tal vez sea buena, pero alguien debería explicarles que no es lo mismo pasar frio por deporte que envolverte en una manta porque el sueldo no te alcanza para pagar la calefacción.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de diciembre de 2022

Cargar con el muerto

Milio Mariño

Hace un par de años, cuando aquello de la pandemia, aprendimos a contar muertos y, enseguida, nos hicimos unos expertos. Un día contábamos mil y pico y al siguiente celebrábamos que murieran treinta o cuarenta menos. Luego vinieron las discusiones de si Madrid y Cataluña registraban bien los datos o hacían trampas con el recuento macabro, pero lo que empezó siendo un golpe brutal que noqueaba nuestros cerebros acabó convirtiéndose en un dato estadístico que enseñábamos satisfechos si los fallecidos iban a menos o nuestra Comunidad Autónoma estaba por debajo de otras que la superaban en número.

Por aquel tiempo, empezamos a dar mayor o menor importancia a los muertos, dependiendo de si eran jóvenes o viejos, o habían muerto aquí o muy lejos. Y, como todo es empezar, fuimos degenerando hasta la crueldad de que los muertos solo merecen ser contados si cuentan en realidad. Es decir, si sus vidas valen para algo o no valen nada.

Puede parecer tardísimo, pero fue entonces, con la pandemia, cuando descubrimos nuestra condición de mortales. Y entramos en pánico. Estuvimos  así la tira de tiempo, pero, ahora, los muertos ya no nos alteran ni nos preocupan en absoluto. Cuando hablan de ellos nos es indiferente. La prueba la tenemos en que la discusión sobre los muertos de Melilla se centró en si murieron a este o al otro lado de la valla. Se discutieron los centímetros, no las causas. Las causas son lo de menos, lo que importa es colocarlos donde no estorben.

No fue un caso aislado, acaba de pasar otro tanto con los 6.500 trabajadores que murieron en Qatar construyendo los estadios de futbol que hicieron posible la Copa del Mundo. Según iban muriendo, los metían en un avión y los mandaban a la India, Pakistán, Nepal, Bangladesh o Sri Lanka, con la excusa de que habían muerto por causas naturales. No era mentira del todo, es natural que murieran trabajando a 50 grados de calor en unas obras gigantescas y, para ellos, desconocidas.

La sociedad actual y, en particular, los políticos no demuestran demasiado interés por los muertos. Especialmente si son incomodos: negros, pobres, inmigrantes, viejos o difíciles de colocar por lo escandaloso de su muerte. Nos hemos vuelto más inhumanos y más egoístas y cobardes. Los muertos ya no nos causan pudor, piedad ni vergüenza. Hace poco, Ayuso salió en El Hormiguero diciendo que investigar lo sucedido en las residencias de Madrid, donde murieron 6.187 ancianos abandonados a su suerte, sin atención hospitalaria, era ahondar en un dolor innecesario.

Ayuso sabrá a qué dolor se refiere porque no parece que le duelan mucho. Tampoco parece que duelan los muertos de la guerra entre Rusia y Ucrania. Nadie se hace cargo de contarlos, son un escombro más; un residuo que no sirve para medir la magnitud del sufrimiento.

Al final, nadie quiere cargar con el muerto. Es como si retrocediéramos siete siglos y volviéramos a la Edad Media, que fue cuando se inventó la famosa frase. Entonces, cuando se hallaba el cadáver de una persona y no se podía determinar la identidad del asesino, el pueblo en el que había aparecido estaba obligado a pagar una multa. Así que, con el fin de eludir la multa, los vecinos se daban toda la prisa del mundo para cargarlo en lo que fuera y trasladarlo al pueblo de al lado.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España