lunes, 17 de enero de 2022

La boina que adivina lo que piensas

Milio Mariño

El futuro es como una broma del tiempo que acabamos tomando en serio. Lo que anuncian que sucederá dentro de veinte o cuarenta años excita nuestra curiosidad y nos hace reaccionar como adolescentes, aun sabiendo que está por ver si se cumple o no. Da igual. Aceptamos, con una credulidad asombrosa, que lo que tienen reservado para nosotros es un futuro maravilloso. Nuestra fe en el progreso provoca una reacción eufórica, una especie de optimismo idiota, que nos lleva al convencimiento de que en un futuro, dentro de no sé cuántos años, viviremos en el reino jauja y ataremos los perros con longanizas.

¿Están en eso los científicos? ¿Trabajan para que, en un futuro, la gente pueda vivir a cuerpo de rey, emérito, y desaparezcan el hambre, la enfermedad y la miseria?

No lo creo. No sé si el futuro será mágico y resplandeciente o asqueroso y muy obscuro pero me da que el objetivo de los científicos no es que nos vaya mejor en la vida. Trabajan para los que dominan el mundo, de modo que lo que consigan estará al servicio de unos pocos. Esos serán los beneficiarios. El resto, la gente común y corriente, vivirá peor que nosotros.

Dirán que soy pesimista, pero no me gusta en lo que, dicen, trabajan los científicos, con la idea de conseguirlo para dentro de diez años. La pista, de por dónde van los tiros, acaban de darla dos expertos españoles: el neurocientífico Rafael Yuste, catedrático de la Universidad de Columbia, y el ingeniero Darío Gil, director mundial del área de investigación de IBM.

 Según cuentan, los científicos trabajan en un sistema no invasivo, una especie de diadema, o boina, electroencefalográfica, que nos permitirá conectarnos directamente a internet, leer el pensamiento de los demás y alimentar nuestros circuitos neuronales con información generada en el mundo externo. Es decir, ajena a nuestra capacidad intelectual y a los conocimientos que tengamos.

Este aparato, que nos permitirá leer el pensamiento de quien tengamos al lado, aseguran que estará a la venta dentro de diez años y que, diez años más tarde, se convertirá en un fenómeno de consumo global que podremos comprar en cualquier tienda o supermercado.

Del precio aún no han hablado, pero imagino que será caro que te cagas. Será para una minoría selecta; la élite de la élite. Por lo menos al principio, luego ya lo irán poniendo más asequible para que llegue a la clase media. Lo que no sé es si algún día llegará más abajo. Lo digo porque los pobres igual consideran que es un gasto que no merece la pena. ¿Para qué quiere un pobre saber lo que piensa otro pobre? Eso ya se da por sabido. Lo sabe cualquiera, no hace falta que se gaste una pasta en una boina adivina y se convierta en un hibrido de carne y computadora ambulante.

Si llegáramos a eso, supongo que ocurrirá como con la manipulación genética, que volveríamos al debate del ser humano dividido en dos especies. En este caso, los cíborgs y los silvestres. Los de la boina inteligente y los de la boina de paño calada hasta las cejas. Gente primitiva que seguirá usando lo que tenga de cerebro, frente a los que aumentarán el suyo conectándolo al invento que comentamos. Nada nuevo. Los tontos con dinero comprarán el aparato y, como ahora, parecerán listísimos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 10 de enero de 2022

La izquierda y el temblor de piernas

Milio Mariño

Menudo chasco. Acabo de leer la reforma laboral que se aprobó el mes pasado: cinco artículos, siete disposiciones adicionales, ocho disposiciones transitorias, una disposición derogatoria y ocho disposiciones finales, en total 54 páginas, y  no veo por qué el Gobierno y los sindicatos están tan contentos. Tampoco veo que el PP esté cabreado y diga que votará en contra. Soy miope de nacimiento, pero los miopes vemos muy bien de cerca, no necesitamos gafas para ver que la tan celebrada reforma solo supone recuperar algo de lo perdido. Leyendo el texto, salta a la vista que el llamado “acuerdo histórico” se queda en un apaño para salir del paso y cambiar muy poco. Es como si alguien presumiera de reformar el cuarto de baño y cambiara la bañera por una cabina de plástico en la que apenas puede moverse y se da unos porrazos tremendos cuando trata de enjabonarse la espalda.

La izquierda hace reformas de a poquito. Suele quedarse a medias y nunca arriesga ni se atreve con las leyes de la derecha. No hace lo que el PP, que nada más llegar al gobierno se carga, de un plumazo, cualquier ley progresista. Para muestra, ahí están la reforma laboral de 2012, la Ley Mordaza, la de Educación y tantas otras que el PP aprobó en solitario, sin consenso alguno y dejando muy claro que eran ellos los que gobernaban. Porque de eso se trata, de gobernar cuando toca; no de marear la perdiz y hacer como si tal para disimular que se incumple lo prometido al precio de que no se enfaden la Unión Europea, el IBEX35 y los poderosos.

Si fuera verdad, como dicen Vox, Ciudadanos y el PP, que este Gobierno es social comunista, para qué quiero contarles cómo habría quedado la reforma laboral de los populares. No reivindico un Gobierno de extrema izquierda. Nunca, ni de joven, me gustó el comunismo y ahora tampoco. Pero pienso que nos vendría de perlas un Gobierno que fuera, siquiera, socialdemócrata. Que mejorara la situación de la salud y la educación públicas, avanzara en el camino de la igualdad social y de género, redujera el paro juvenil y llevara a cabo cambios relevantes en temas capitales como la fiscalidad, el papel de los bancos, las relaciones laborales y la distribución de la riqueza.

Es justo reconocer que este Gobierno lo intenta. Voluntad sí que pone, pero enseguida que oye voces se acoquina, le tiemblan las piernas y elige el mal menor, creyendo que de esa manera contenta a sus votantes y no enfada a la derecha ni a los poderes mediático y económico. Si quieren más pruebas puede servir como ejemplo el magistrado que propuso el PP para el Tribunal Constitucional, Enrique Arnaldo, cuyo currículo es bochornoso en cuanto a lo que debe exigirse para semejante cargo. Es igual, el Gobierno terminó aceptándolo por miedo a que el PP siguiera con su postura de bloquear la renovación del Poder Judicial.

Otra vez el miedo. Miedo que también se advierte en la incomprensible defensa del personaje que fue rey de España y, cuando su país pasaba por una crisis sin precedentes, se permitió la desfachatez de regalar 65 millones de euros a una de sus amantes.

Gobernando con miedo, la izquierda se debilita. Propicia que la derecha y la ultraderecha se envalentonen y se hagan más fuertes.

 Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 2 de enero de 2022

Este año será mejor

Milio Mariño

Pasaron las navidades y seguimos vivos. Quedan los Reyes Magos, pero la gente se está haciendo republicana de Papa Noel y el seis de enero cada vez se celebra menos. Así que se acabaron las comilonas, las borracheras justificadas, cenar con los cuñados y cuñadas plastas, y las prisas, los empujones y el griterío. Queda atrás todo un año y estrenamos otro nuevo. El 2022 nada menos.

Digo nada menos porque soy muy mayor, si fuera adolescente diría que ya era hora, que el 2021 duró como año y medio. El tiempo es igual para todos, pero pasa más rápido cuantos más años cumplimos. En mí caso, ya no es que corra, vuela. Pasa volando, de modo que o lo cojo al vuelo o quedo en tierra lamentándome de que la vida se acaba y si no espabilo me faltará tiempo para disfrutarla.

Dándole vueltas a esto, recordé que en algún libro, no sé de quién, leí que el tiempo somos nosotros. Que nosotros somos los responsables de lo que ya somos y de lo que, todavía, podemos ser. Por eso que el problema no es tanto que pensemos en lo que está por venir como que volvamos con lo que pudo haber sido y no fue. Con lo que no hicimos por cobardía, miedo al ridículo o a saber qué.

Nuestro pasado es como un regalo que desenvolvemos de vez en cuando. Un regalo que abrimos con ilusión, aun sabiendo que no vamos encontrar nada nuevo ni ninguna sorpresa. Estos días son propicios para eso, para desenvolver el pasado y reflexionar sobre como llevamos la vida y si podríamos llevarla mejor. El resultado da igual, no importa lo que encontremos. Ya podemos estar muy, o poco, satisfechos que siempre que llegan estas fechas nos invade el propósito de enmienda sin que medie la reflexión de que la vida es lo que es y no lo que pudo haber sido y no fue. Pasamos por alto que no sirve de nada mortificarnos con la pregunta: ¿Y si hubiera hecho?…

La pregunta responde por si misma, significa que no lo hice, de modo que lo hecho, hecho está; no tiene vuelta de hoja ni hay posibilidad de cambiarlo. Ocurre lo que ocurre, no lo que podría haber ocurrido.

Nos enfrentamos al mismo dilema cuando nos preguntamos qué haremos y como nos irá en este año que acabamos de estrenar. No lo sabemos porque imposible saberlo. Una vez que empieza, el año toma vida propia y de poco sirven las predicciones y los propósitos. Lo mismo nos pasa a nosotros. Volveremos a tener nuestras dudas y volverá a ocurrir lo que ocurra, sin que podamos evitarlo.

 Ahora mismo, los datos no son muy buenos, pero nuestro afán de supervivencia nos lleva a ser optimistas y soñar con que se acabará lo malo. Se acabarán todas las crisis: la del virus, la económica y, por añadidura, la nuestra.

Soñar con que este año será mejor que el 2020 y el 2021 no es nada descabellado. Hay tantas probabilidades de acertar  y que el sueño se cumpla  como de que nos equivoquemos. Hasta ahora ninguno de los pronósticos que se hicieron se ha cumplido. Quien sabe, a lo mejor siendo menos inteligentes y más utópicos, cerrando los ojos y apretando los puños con fuerza, igual nuestros deseos se cumplen y  este año es mejor que los anteriores.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de diciembre de 2021

El rey del suspense

Milio Mariño

Tengo pasión por el cine desde que era niño. Desde entonces habré visto cientos de películas y el balance no puede ser más positivo. Me gustaron casi todas, especialmente las buenas, pero si me dan a escoger un género escojo las de suspense. Esas que cuentan historias de hombres maduros que escapan de la justicia por piernas, suelen tener una amante, rubia y muy atractiva, y viven en la incertidumbre de si les echarán o no les echarán el guante.

 Me gustan esas películas porque la trama se articula en torno a los giros de un guión que no para de sorprendernos y nos mantiene en vilo, de modo que nunca sabes si lo que estás viendo ayudará al desenlace o será un señuelo para despistarte. Así que, lógicamente, no soy de los que destripan el argumento y cuenta de qué va la película. Claro que también hay excepciones. Hay películas que, por mucho que me resista, acabo contándolas aunque no quiera.

No suele pasarme, pero está pasándome con una película que trata de un personaje que aparentaba ser una persona respetable, un padre de familia ejemplar, campechano y muy simpático, y resulta que ocultaba millones de euros en Suiza, recibía transferencias de dinero dudoso y había tenido varias amantes a las que hacía regalos millonarios.

El personaje, es decir el protagonista, vivía a cuerpo de rey, protegido por los medios de comunicación y los sucesivos gobiernos, que tapaban todos sus escándalos hasta que no pudieron seguir tapándolo y optaron por disculparlo. Apelaron a que somos humanos y que, como tal, podemos equivocarnos. Él mismo llegó a reconocer que se había equivocado y dijo que no mataría a más elefantes cojos ni a osos borrachos. Pero después se supo que, además de participar en cacerías amañadas y tener varias amantes, lo gordo, de verdad, era su afición por el dinero.

Estos detalles vamos conociéndolos al principio; luego la película da un giro y el personaje se encuentra con que su propio hijo, a quien había dejado el poder y toda la herencia, lo echa de casa, lo manda a un país muy lejano y le quita la paga.

La película pasa entonces al terreno de la incertidumbre, al suspense puro y duro, ya que el protagonista amenaza con volver del exilio, el gobierno dice que allá se las compongan el padre y el hijo, y el conflicto entra en una fase en la que nadie asume responsabilidades ni acepta las consecuencias.  

Llegados a este punto, los espectadores se dividen entre los que creen que el personaje es un buen hombre, acaso un poco vivalavirgen pero simpático e ingenuo hasta la candidez, y quienes consideran que es un caradura que se ha reído de todos y debería ser juzgado por sus fechorías.

No descarto que la historia les suene, pero, de todas maneras, quiero mantener el suspense y no pienso revelar nada más. Allá ustedes si creen que la película está basada en uno de esos guiones de Hollywood que ni los guionistas saben cómo cerrar. ¿Volverá el protagonista para celebrar su cumpleaños en compañía de la familia, incluido el fiscal? ¿Inventarán una cuarentena, amañada por el CNI, para quitarse el marrón y justificar que no vuelva?. Piensen lo que quieran. Sufran la incertidumbre de equivocarse o acertar si piensan que la película “El rey del suspense” es, o no es, una historia real.

 
Milio Mariño / Artículo de Opinión

lunes, 20 de diciembre de 2021

Jesús, qué historia

Milio Mariño

Varias encuestas recientes señalan que cada vez hay más gente que detesta la Navidad, la cena de Nochebuena y la obligación de regalar. Según los psiquiatras no se trata de gente amargada, sino que algunas personas reaccionan así porque son víctimas de un fenómeno somático emocional que las lleva a encabronarse ante lo que consideran una muestra de falsa felicidad.

En parte, les doy la razón. Yo, también creo que el “buenrollismo” es una engañifa, pero eso no quita para que disfrute comprando regalos, me guste cenar en familia y me encante salir a la calle y contagiarme de esa alegría que puede con la tristeza y la convierte en ganas de vivir.

Adoro la Navidad, tal vez, porque, a pesar de que ya soy abuelo, sigo siendo  infantil. Y, debe ser por eso que considero que lo del niño Jesús que nació en un pesebre es una leyenda fascinante que sirve para transmitir valores como la solidaridad, la gratitud y el afecto, de los que tan escasos andamos.

La Navidad me gusta tanto que no me importa que falseen la historia y nos mientan como vienen haciéndolo desde, solo, dios sabe cuándo. La mentira que no hace daño y persigue un buen objetivo  puede ser hasta beneficiosa. Decía Séneca que la sabiduría radica en saber distinguir correctamente dónde podemos modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos.

Debieron hacerle caso porque la historia de Jesús que nos cuentan es la de una realidad muy modelada. Jesús no nació un 25 de diciembre, ni en Belén, ni en un pesebre. Historiadores de prestigio aseguran que nació el 21 de agosto, seis años antes de lo que creemos y en Nazaret. Y no solo eso,  dicen que tampoco es verdad que nació rodeado de un buey y una mula y que no hubo magos que llegaran de Oriente para adorarlo y ofrecerle regalos.

Apetece decir: Jesús, qué historia. Casi todo es mentira. Pero, de veras que no me importa. Prefiero celebrar la navidad en diciembre que no en agosto. En agosto, además de que hace calor y obscurece tardísimo, coincidiría con las fiestas de San Agustín. Que esa es otra porque el patrono de Avilés era San Nicolás, cuya festividad se celebra el 6 de diciembre, pero cuando los pueblos empezaron  a celebrar a su santo patrono con fiestas y romerías, decidieron que era mejor hacerlo con buen tiempo y las cambiaron para el verano. Así fue cómo cambiaron a San Nicolás por San Agustín. Una nueva muestra de aquello que decía Séneca de modelar la realidad para adaptarla a nuestros deseos.

Viendo cómo se establecieron las fiestas mejor nos dejamos de historias. Sería lo propio porque la Navidad no es historia, es pura magia. Es un estado mental que dura apenas un mes y luego desaparece hasta el año siguiente. Si no fuera magia no creeríamos que Papá Noel, con lo gordo que está, cabe por el tubo de una chimenea y se introduce en las casas que, incluso, no la tienen. La misma magia sirve para los Reyes Magos que son capaces de subir con sus camellos a un cuarto piso sin ascensor para llevarles regalos a los niños y los mayores.

La Navidad supera cualquier ficción. Supera ese relato que habla de una mujer virgen, llamada María, que estaba prometida con un carpintero llamado José y quedó embarazada sin haber tenido contacto con él.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 13 de diciembre de 2021

El papel de los prospectos

Milio Mariño

Entre las cosas que anuncian para el año nuevo está el principio del fin de los prospectos de los medicamentos. A partir de enero los medicamentos que vayan a los hospitales ya no llevarán un folleto impreso, llevarán un código QR que se podrá leer con el móvil. La idea es que dentro de dos o tres años esta fórmula se aplique con carácter general y los prospectos de papel acaben desapareciendo.

La propuesta es de Farmaindustria, la patronal que aglutina a las principales empresas del sector farmacéutico y, al parecer, va en serio. Ya cuenta con la aprobación de la Agencia Española del Medicamento y hace un mes convocaron a los periodistas para explicarles las ventajas del futuro prospecto digital frente al actual  impreso.

Explicaron el proceso, pero se cuidaron de decir cuánto ahorrarán eliminando el papel. Dijeron que los prospectos solo sirven para obstaculizar el acceso a las pastillas y recalcaron que la iniciativa de digitalizarlos responde al  propósito de implantar un sistema más cómodo, más eficaz y, sobre todo, menos contaminante, ya que imprimirlos significa que cada año se utilicen alrededor de 2.600 toneladas de papel y miles de litros de tinta.

Visto así, que las farmacéuticas se preocupen por el medio ambiente, me parece bien. Claro que me parecería mejor si, además de por el medio ambiente, se preocuparan por el ambiente de las personas. Sobre todo de las personas de edad avanzada, que son las que más usan los medicamentos y, por lo general, no se desenvuelven como quisieran con las nuevas tecnologías.

Yo mismo, por citar a los burros primero, veo un código QR y es como si viera un jeroglífico chino. No sé cómo, ni qué, hay que hacer para resolverlo. Normal. Uno ya tiene sus años y no solo lo nota a la hora de subir escaleras sino por cosas, para otros, tan sencillas como usar el teléfono móvil.

Esta preocupación también la tuvieron los periodistas y, cuando preguntaron a Farmaindustria cómo pensaba resolver el problema de los mayores, la respuesta fue qué quienes tengan dificultades con el código QR consulten al farmacéutico. Ahí es nada, las consultas serán tan numerosas que los farmacéuticos tendrán que abrir consultorios y acabarán convirtiéndose en algo parecido a los psicólogos argentinos.

Debo advertir, para ser honesto, que soy de los que no leen los prospectos. No los leo, en parte porque no me gusta leerlos y me resulta imposible volver a plegarlos como estaban, y en parte porque si leo los efectos secundarios, seguro que acabo por no tomar el medicamento. Pero, que actúe de esa manera, no me impide reconocer que estoy actuando de forma equivocada, pues los prospectos incluyen las características principales de los fármacos, la dosificación, los efectos adversos, las contraindicaciones, y en general, toda la información necesaria para hacer un uso correcto del medicamento.

Sé que, en un futuro no muy lejano, la tecnología resolverá muchos problemas, sobre todo en materia de salud, pero ahora mismo las personas con más edad tienen muchas dificultades para acceder al mundo digital. Por eso que no estaría mal que en vez de suprimir los prospectos de papel redujeran su contenido a la información imprescindible y los editaran en letras más grandes. Solo por un tiempo. Solo por el tiempo necesario para que esta generación, que es la del mundo analógico, acabe en el otro mundo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

domingo, 5 de diciembre de 2021

La tiranía de los expertos

Milio Mariño

Estos días terribles, de viento, lluvia y frio que estamos viviendo, no coinciden con el pronóstico emitido por el Servicio Meteorológico Nacional, que hace un mes anunció para estas fechas menos lluvia de lo normal y temperaturas normales o superiores a las normales.

Los meteorólogos, a veces, fallan. En esta ocasión, fallaron quienes predicen el tiempo sirviéndose de satélites, estaciones meteorológicas y superordenadores que cuestan una millonada, y acertó Jorge Rey, un chaval de Burgos, de 14 años, que se ha convertido en un auténtico fenómeno de la predicción, pues es capaz de pronosticar y acertar las condiciones meteorológicas de los próximos días, e incluso del año que viene, sin necesidad de recurrir a la tecnología. Utiliza el método que le enseñó Rafa, un pastor de la zona que le ha mostrado cómo interpretar las señales que usan los agricultores y los ganaderos desde tiempos inmemoriales para adivinar si llueve o escampa. Cosas como observar el vuelo de los pájaros, mirar la forma de las nubes, la humedad de las piedras, el trasiego de las hormigas… Y,  hasta el reúma si se tiene y si no el ajeno, ya que varios estudios científicos indican que la mayoría de los pacientes con artrosis son susceptibles de predecir fenómenos meteorológicos.

Viendo como han venido estos días podríamos echarnos unas risas a propósito de la tecnología y la previsión del tiempo, pero no sería justo. Una cosa son los aparatos y otra los que presumen de entender del asunto. Por eso suscribo lo que dijo Groucho en “Sopa de ganso”: ¿A quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?

Si creemos todo lo que nos dicen es más fácil que nos engañen. Que nos mientan y nos manipulen los que se llaman expertos y siempre están dispuestos a darnos consejos y decirnos por dónde ir. Da igual el tema que sea, los expertos predicen cómo va a evolucionar el tiempo, la vida, la pandemia, la economía mundial y la nuestra y hasta nos aconsejan cuando vamos en coche, indicándonos el mejor camino para volver a casa.

¿De verdad merece la pena hacer caso a la multitud de consejos que recibimos todos los días? ¿No deberíamos ser más críticos y pensar por nuestra cuenta?

Las preguntas invitan a la reflexión, sobre todo, porque los expertos se han instalado en el cientificismo prepotente y desprecian a quienes ponen algún reparo o contradicen sus predicciones. Empiezan modulando su discurso y se muestran conciliadores, pero si insistimos en hacer preguntas o ponemos en duda sus consejos, enseguida cambian de tono y optan por descalificarnos tachándonos de ignorantes.

En mi opinión, por desgracia, más que por suerte, los expertos se han hecho con el poder y lo ejercen hasta el punto de que los Gobiernos les confían la responsabilidad última de sus decisiones. Hace tiempo que las decisiones políticas se toman en función de lo que digan los expertos y al final son ellos quienes mandan.

Aquello que llamábamos sabiduría popular, las creencias y experiencias de los abuelos, ya no cuenta. Ahora, todo el saber lo acaparan los expertos. Los expertos lo saben todo. De modo que lo que propongo no es que no les hagamos caso, sino que a lo hora de salir a la calle y decidir si cogemos, o no, el paraguas, además de lo que digan ellos, echemos un vistazo al cielo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España