El futuro es como una broma del
tiempo que acabamos tomando en serio. Lo que anuncian que sucederá dentro de
veinte o cuarenta años excita nuestra curiosidad y nos hace reaccionar como
adolescentes, aun sabiendo que está por ver si se cumple o no. Da igual. Aceptamos,
con una credulidad asombrosa, que lo que tienen reservado para nosotros es un
futuro maravilloso. Nuestra fe en el progreso provoca una reacción eufórica,
una especie de optimismo idiota, que nos lleva al convencimiento de que en un
futuro, dentro de no sé cuántos años, viviremos en el reino jauja y ataremos
los perros con longanizas.
¿Están en eso los científicos? ¿Trabajan
para que, en un futuro, la gente pueda vivir a cuerpo de rey, emérito, y
desaparezcan el hambre, la enfermedad y la miseria?
No lo creo. No sé si el futuro será
mágico y resplandeciente o asqueroso y muy obscuro pero me da que el objetivo
de los científicos no es que nos vaya mejor en la vida. Trabajan para los que
dominan el mundo, de modo que lo que consigan estará al servicio de unos pocos.
Esos serán los beneficiarios. El resto, la gente común y corriente, vivirá peor
que nosotros.
Dirán que soy pesimista, pero no
me gusta en lo que, dicen, trabajan los científicos, con la idea de conseguirlo
para dentro de diez años. La pista, de por dónde van los tiros, acaban de darla
dos expertos españoles: el neurocientífico Rafael Yuste, catedrático de la
Universidad de Columbia, y el ingeniero Darío Gil, director mundial del área de
investigación de IBM.
Según cuentan, los científicos trabajan en un
sistema no invasivo, una especie de diadema, o boina, electroencefalográfica,
que nos permitirá conectarnos directamente a internet, leer el pensamiento de
los demás y alimentar nuestros circuitos neuronales con información generada en
el mundo externo. Es decir, ajena a nuestra capacidad intelectual y a los conocimientos
que tengamos.
Este aparato, que nos permitirá leer
el pensamiento de quien tengamos al lado, aseguran que estará a la venta dentro
de diez años y que, diez años más tarde, se convertirá en un fenómeno de
consumo global que podremos comprar en cualquier tienda o supermercado.
Del precio aún no han hablado,
pero imagino que será caro que te cagas. Será para una minoría selecta; la
élite de la élite. Por lo menos al principio, luego ya lo irán poniendo más
asequible para que llegue a la clase media. Lo que no sé es si algún día
llegará más abajo. Lo digo porque los pobres igual consideran que es un gasto
que no merece la pena. ¿Para qué quiere un pobre saber lo que piensa otro
pobre? Eso ya se da por sabido. Lo sabe cualquiera, no hace falta que se gaste
una pasta en una boina adivina y se convierta en un hibrido de carne y
computadora ambulante.
Si llegáramos a eso, supongo que
ocurrirá como con la manipulación genética, que volveríamos al debate del ser humano
dividido en dos especies. En este caso, los cíborgs y los silvestres. Los de la
boina inteligente y los de la boina de paño calada hasta las cejas. Gente primitiva
que seguirá usando lo que tenga de cerebro, frente a los que aumentarán el suyo
conectándolo al invento que comentamos. Nada nuevo. Los tontos con dinero comprarán
el aparato y, como ahora, parecerán listísimos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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