Lo nuestro es liarnos y armar
barullo. Mientras aquí andábamos a vueltas, discutiendo cómo debemos tratar a las
vacas y los cerdos que luego comeremos en filetes, al punto o poco hechos, en
Estados Unidos hacían suyo ese viejo refrán nuestro que dice que del cerdo se
aprovecha todo y aprovechaban el corazón de uno para ponérselo a David Benett. Un
señor de Baltimore, de 57 años, que de momento sigue con vida y bastante bien
de salud. Es más, los médicos son optimistas y esperan que el corazón del cerdo
funcione mejor en el cuerpo del paciente que en el mostrador de un supermercado.
La noticia fue un bombazo. Fue como
cuando, en 1967, el doctor Barnard hizo el primer trasplante. Supone, como
entonces, un hito sin precedentes en la historia de la medicina. La diferencia,
en este caso, es que también afecta a la modesta historia del cerdo. Un animal
con mala prensa, peor incluso que la del burro, que andará con la moral por las
nubes y no me extrañaría que hubiera empezado a cuestionarse que somos, como
decimos, una raza superior.
Piense lo que piense el cerdo, tal
vez tengamos que revisar esa afirmación rotunda de que somos superiores al
resto de los animales. Si el trasplante acaba teniendo éxito, la consecuencia
será que un ser humano expresará sus sentimientos, de amor, odio, compasión o ternura,
por medio del corazón de un cerdo. Lo cual supone que tengamos que tragarnos
nuestro orgullo, dejar de ver al cerdo como comida y preguntarnos si en el futuro
no podrá darse una situación recíproca. Es decir que trasplanten el corazón de un
humano a un cerdo necesitado.
Eso sí que no, dirán, alarmados,
quienes defiendan que los animales siempre han de estar a nuestro servicio y no
al revés. Pero, quién sabe, también lo de ahora era inimaginable. Así que no
podemos aventurar como será nuestra relación con los animales dentro de treinta
o cuarenta años. Estamos ante algo que trasciende el ámbito de la medicina y
afecta a la ética y la moral, de modo que no descarto que la relación entre las
especies haya cambiado para siempre.
No lo descarto porque la próxima
vez que coja un cuchillo para hacer lonchas del jamón que tengo en la cocina,
lo mismo me resisto a usarlo porque me venga a la cabeza que el corazón de un
hermano suyo late en el cuerpo de un hermano mío. Suelo comer de todo, pero
ahora igual se me presenta un problema ético que ya veremos cómo lo resuelvo.
La ciencia avanza y nos ayuda
mucho, pero también crea conflictos. Los doctores que operaron al señor Benett,
dicen que hicieron unos arreglos para evitar que su sistema inmunitario reconozca
que el corazón que, ahora, tiene es el corazón de un cerdo. Seguro que lo
consiguieron. A los genes es posible que los engañen, pero con el cerebro lo
llevan crudo. De todas maneras, lo que pidió David Benett fue sobrevivir. Le
importaba más salvar su vida que los sentimientos que, luego, con el corazón de
un cerdo, pudiera tener. Pensaría, no sin razón, que los cerdos y los humanos
nos parecemos más de lo que estamos dispuestos a admitir. Así que,
posiblemente, la única duda que le quede, una vez que se recupere, será si, en
caso de apuro, llama a un veterinario o a un médico.
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Milio Mariño