lunes, 24 de enero de 2022

Cerdos de corazón

Milio Mariño

Lo nuestro es liarnos y armar barullo. Mientras aquí andábamos a vueltas, discutiendo cómo debemos tratar a las vacas y los cerdos que luego comeremos en filetes, al punto o poco hechos, en Estados Unidos hacían suyo ese viejo refrán nuestro que dice que del cerdo se aprovecha todo y aprovechaban el corazón de uno para ponérselo a David Benett. Un señor de Baltimore, de 57 años, que de momento sigue con vida y bastante bien de salud. Es más, los médicos son optimistas y esperan que el corazón del cerdo funcione mejor en el cuerpo del paciente que en el mostrador de un supermercado.

La noticia fue un bombazo. Fue como cuando, en 1967, el doctor Barnard hizo el primer trasplante. Supone, como entonces, un hito sin precedentes en la historia de la medicina. La diferencia, en este caso, es que también afecta a la modesta historia del cerdo. Un animal con mala prensa, peor incluso que la del burro, que andará con la moral por las nubes y no me extrañaría que hubiera empezado a cuestionarse que somos, como decimos, una raza superior.

Piense lo que piense el cerdo, tal vez tengamos que revisar esa afirmación rotunda de que somos superiores al resto de los animales. Si el trasplante acaba teniendo éxito, la consecuencia será que un ser humano expresará sus sentimientos, de amor, odio, compasión o ternura, por medio del corazón de un cerdo. Lo cual supone que tengamos que tragarnos nuestro orgullo, dejar de ver al cerdo como comida y preguntarnos si en el futuro no podrá darse una situación recíproca. Es decir que trasplanten el corazón de un humano a un cerdo necesitado.

Eso sí que no, dirán, alarmados, quienes defiendan que los animales siempre han de estar a nuestro servicio y no al revés. Pero, quién sabe, también lo de ahora era inimaginable. Así que no podemos aventurar como será nuestra relación con los animales dentro de treinta o cuarenta años. Estamos ante algo que trasciende el ámbito de la medicina y afecta a la ética y la moral, de modo que no descarto que la relación entre las especies haya cambiado para siempre.

No lo descarto porque la próxima vez que coja un cuchillo para hacer lonchas del jamón que tengo en la cocina, lo mismo me resisto a usarlo porque me venga a la cabeza que el corazón de un hermano suyo late en el cuerpo de un hermano mío. Suelo comer de todo, pero ahora igual se me presenta un problema ético que ya veremos cómo lo resuelvo.

La ciencia avanza y nos ayuda mucho, pero también crea conflictos. Los doctores que operaron al señor Benett, dicen que hicieron unos arreglos para evitar que su sistema inmunitario reconozca que el corazón que, ahora, tiene es el corazón de un cerdo. Seguro que lo consiguieron. A los genes es posible que los engañen, pero con el cerebro lo llevan crudo. De todas maneras, lo que pidió David Benett fue sobrevivir. Le importaba más salvar su vida que los sentimientos que, luego, con el corazón de un cerdo, pudiera tener. Pensaría, no sin razón, que los cerdos y los humanos nos parecemos más de lo que estamos dispuestos a admitir. Así que, posiblemente, la única duda que le quede, una vez que se recupere, será si, en caso de apuro, llama a un veterinario o a un médico.


Milio Mariño / Mi artículo de Opinión de los lunes

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