lunes, 16 de noviembre de 2020

Quienes superen el virus enfermarán de la crisis

Milio Mariño

Mientras paseaba por el parque, contemplando la desnudez de los árboles y las hojas secas que alfombraban el suelo, recordé que hace apenas un año, el otoño pasado, vivíamos en una sociedad donde la capacidad económica y el tiempo disponible eran la única limitación para nuestros sueños. Cada cual tenía los suyos y aunque la desigualdad social marcaba las diferencias, había confianza en que todo marchaba bien y lo que iba mal se iría corrigiendo. La tecnología y el desarrollo científico parecían no tener límites. Y como, además, los ricos volvían a ganar mucho dinero, no era descabellado pensar que nosotros podríamos volver a donde estábamos hace diez años. Era lo que nos habían prometido, que nuestro sacrificio y las penurias que habíamos padecido durante la crisis del ladrillo servirían para fortalecernos y que volviéramos a la felicidad del 2007, ahora en el 2020, o en el 2021.

Seríamos unos ingenuos, pero era lo que pensábamos hace apenas un año. Creíamos que alcanzaríamos la felicidad de diez años atrás, porque era lo que nos habían prometido y un mensaje repetido acaba convirtiéndose en la verdad, aunque la lógica diga lo contrario.

Ahora ya no pensamos así. Pensamos en lo frágil que es el mundo, al menos para nosotros, y en el poco sentido que tiene hacer planes sin contar con la salud. En solo unos meses hemos recuperado reacciones tan humanas y prácticamente olvidadas como el miedo a la ruina y, sobre todo, a la muerte. También nos hemos dado cuenta de que podemos vivir sin salir todos los días de bares, aunque sea muy divertido.

Nos hemos dado cuenta de muchas cosas y otras preferimos no pensar en ellas porque nos aterrorizan. Hace poco leí una encuesta en la que el 58% de los españoles reconocía que su economía doméstica se había deteriorado durante la crisis sanitaria y las expectativas de futuro eran, todavía, peores. Algo que todos sabemos, y callamos, porque somos conscientes de que realidad ha desbordado todas las previsiones. Las estadísticas siguen empeorando y aunque la vacuna pueda estar disponible de aquí a unos meses, todo apunta a que las cicatrices serán tan profundas que durarán no se sabe el tiempo. Así que ya no pedimos volver al 2007, pedimos volver al 2019, aunque desde todos los ámbitos nos llegue la falsa promesa de que saldremos más fuertes.

Más fuertes ni de broma. Quienes tengan la fortuna de no contagiarse, o de padecer la enfermedad y superarla, se enfrentarán a una crisis económica que los convertirá en enfermos crónicos. No estarán curados, como dirán las estadísticas oficiales. Estarán vivos, eso sí, pero el sufrimiento se habrá instalado en sus vidas y la vuelta a la normalidad será la vuelta a una crisis aún peor que la pasada.

Los miles de millones, en subvenciones, que aporta el Estado y la Comunidad Europea, significan que estamos y estaremos en deuda. El dinero nos lo dan poniéndonos como aval de una fianza que tendremos que ir pagando con más trabajo, más impuestos y nuevos recortes sociales. Lo están vendiendo como si fuera gratis. Pero, de gratis nada, ya verán cómo, de aquí a unos meses, nos exigen que volvamos a equilibrar las cuentas. Y eso es costumbre que se haga como se hizo siempre: con la sangre, el sudor y las lágrimas de los que menos tienen.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de noviembre de 2020

Trump no acepta que se acabe la broma

Milio Mariño

Hace cuatro años, los estadounidenses estaban tan aburridos que no se les ocurrió otra cosa que gastarnos una broma y votar a Donald Trump como presidente del gobierno. Lo que vino luego fue que enseguida se dieron cuenta de que había sido una broma pesada que no solo no tenía gracia, sino que les perjudicaba a ellos más que a nosotros. Y, entonces intentaron disimular y hacerse los sorprendidos. En primer lugar los más altos cargos de la Casa Blanca, que se explayaron a gusto y llegaron a calificar al personaje elegido como “un jodido idiota”, “un pasmoso ignorante”, o “un cabeza de chorlito al que no puedes dejar solo un minuto porque sus conocimientos del mundo no superan los de un niño de 11 o 12 años”. Nunca ningún presidente de Estados Unidos había recibido tantas críticas, ni tan unánimes, desde la Casa Blanca. Fue como si confesaran que la broma se les había ido de las manos y el personaje un patán descerebrado que no alcanzaba ni para presidir una comunidad de vecinos.

Pero, el daño ya estaba hecho. Lo que había empezado siendo una broma, se había convertido en un problema de Estado. Un problema que exigía una solución inmediata, que no era fácil. Los expertos se devanaban los sesos hasta que, al final, después de darle mil vueltas, llegaron a la conclusión de que lo mejor era utilizar el humor como arma. El humor es un arma muy poderosa, así que la primera medida fue impartir la consigna de que a Trump había que tomarlo a risa. Reírse de todo lo que hiciera y dijera porque, en la Casa Blanca, no le dejarían hacer barbaridades y, además, solo estaría cuatro años en el cargo.

La consigna surtió efecto. El personaje empezó a ser tratado, por la televisión y la prensa, como el protagonista de una película cómica. Como una especie de Míster Bean, inofensivo, que daba más risa que miedo. Hubo, incluso, quien acogió la consigna con tanto entusiasmo que llegó a comparar a Trump con aquel emperador romano llamado Calígula, quien, carente de remordimientos y de sentido del ridículo, se creía por encima del bien y del mal y llegó a nombrar senador a su caballo Incitatus.

El caso que, entre risas y disparates, como aquel de beber lejía para combatir el covid-19, fue transcurriendo el tiempo y, cuatro años después, hace solo unos días, todas las encuestas decían que los estadounidenses habían aprendido la lección y se había acabado la broma. Que no podía ser que volvieran a elegir a Donald Trump como presidente del gobierno. Que, si sucediera algo así, sería que medio Estados Unidos había enloquecido o perdido el juicio. Se daba por hecho que conservaría el apoyo de sus más fieles seguidores, pero nadie contaba, ni por asomo, con que pudiera haber gente que diera su voto a quien le humilla y le trata con desprecio.

Se equivocaron. Las elecciones americanas volvieron a poner de manifiesto que la estupidez humana es impredecible y no tiene límites. Lo lógico y lo sensato, hubiera sido que Trump perdiera por una mayoría aplastante, pero ha perdido por la mínima. De todas maneras, alguien tendrá que decírselo porque sigue con su delirio y no acepta que se haya acabado la broma. Acepta que lo tomen a risa, pero quiere seguir en el cargo. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 2 de noviembre de 2020

Cerrar Avilés, además de imposible, es ineficaz

Milio Mariño

Cuando un político no sabe qué hacer es mejor que no haga nada; que no trate de aparentar como que domina la situación y cometa una estupidez. Algo que sucede, con demasiada frecuencia, en cuanto a las medidas que se adoptan para luchar contra el covid-19. Una, la que traemos aquí, es el cierre perimetral de Avilés, que no sirve si no para que parezca como que se hace algo cuando, en realidad, lo único que se consigue es desconcertar a la población y lograr que desconfíe, todavía más, de las autoridades.

Desde que estalló la pandemia, la evolución de los gobernantes ha sido curiosa. Han pasado de celebrar la derrota de la enfermedad con un entusiasmo infundado, pues el virus seguía ahí, a responder con arrebatos que tienen poca o ninguna eficacia y escaso sentido común. Ya me dirán qué sentido puede tener decretar el cierre perimetral de Avilés, sobre todo, si nos atenemos a cómo y dónde se establecen las fronteras de un concejo pequeño que está en medio de otros dos, Corvera y Castrillón, con los que comparte un espacio urbano de continuidad, de modo que cualquiera puede ir caminando, sin bajarse de la acera, desde Los Campos a Piedras Blancas. Y a eso añadan otras circunstancias comunes que, en la práctica, hacen que nadie tenga en cuenta los límites de cada concejo y la vida discurra como si los tres fueran uno.

Son tantos los ejemplos que podríamos poner que es fácil llegar a la conclusión de que, en nuestro caso, resulta prácticamente imposible que el cierre perimetral se pueda cumplir. De hecho, y afortunadamente, no he visto a ningún Policía Municipal, apostado en ninguna de las fronteras de Avilés, pidiendo el carnet de avilesino a quienes iban o volvían con total tranquilidad. Pero es que, además, aunque el cierre perimetral fuera posible, se ha demostrado que no sirve para frenar los contagios. Y no es que lo diga yo, lo dicen varios especialistas virólogos y, entre ellos, Ignacio de Blas, investigador en epidemiología y profesor del departamento de Patología de la Universidad de Zaragoza, quien asegura que el cierre perimetral de las capitales de Aragón no ha servido para nada. Las capitales aragonesas, como también León, ya suman más de 20 días de restricción de accesos y los contagios no solo no se frenaron, sino que aumentaron.

¿A qué viene, entonces, que se adopten medidas como esta? Pues viene a lo que decíamos al principio, a que cuando los gobernantes se ven desbordados y no saben qué hacer intentan aparentar como que hacen algo y echan mano de lo primero que se les ocurre. Inventan nuevas medidas, tal vez para que no les preguntemos que han hecho ellos. Que, por cierto, no han hecho lo que prometieron. No han reforzado los centros de atención primaria, ni han contratado más médicos y más enfermeras, ni aumentaron el número de rastreadores que pudieran detectar casos, aislarlos y vigilar las cuarentenas. No han hecho, apenas, nada, pero exigen que hagamos lo que no tiene sentido.

Que analicemos esta medida con una actitud crítica no quiere decir que les invitemos a que no la cumplan. Quiere decir que, para que podamos asumir nuestro deber con disciplina y responsabilidad, las medidas deben ser razonables y transmitir confianza. No estamos para ocurrencias ni para ver si, por casualidad, suena la flauta.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 26 de octubre de 2020

El bloqueo judicial

Milio Mariño

Hemos vuelto a cambiar de horario sin que le haya llegado la hora al Consejo del Poder Judicial. Atrasamos el reloj y sus ilustrísimas siguen viviendo un verano eterno que no tiene fin. No ha dimitido ni uno a pesar de que su mandato expiró hace dos años y lo lógico sería que ya se hubieran ido a su casa. Pero nada, no dejan el cargo ni a tiros; siguen en sus poltronas, tomando decisiones a futuro, aunque no les corresponda. Hace poco renovaron el Tribunal Supremo sin que los políticos intervinieran ni tuvieran arte ni parte. Lo cual demuestra que la Justicia española, cuando quiere y le interesa, actúa con una autonomía que para sí quisieran otros países de Europa. Aquí nadie les tose, son la única institución que no se renovó durante la Transición ni tampoco en democracia. Y eso se traduce en que siguen con sus viejos hábitos. Es decir, que no solo son de derechas sino de derechas a la vieja usanza.

Esa es la clave. Eso explica el bloqueo que está llevando a cabo el PP. Los populares entienden que el sistema judicial es suyo y no quieren perderlo. Quieren mantener, en la cúpula de la Justicia, una mayoría absoluta que ya no tienen en el Parlamento y pretenden utilizarla para sus casos de corrupción, que todavía están por juzgar, y como dique de contención para frenar lo que ellos llaman el gobierno “socialcomunista”. Todo lo cual evidencia la escasa calidad democrática que padecemos y contribuye a degradar, aún más, las instituciones.

Al igual que hizo en ocasiones anteriores, en esta ocasión, el Partido Popular tampoco aceptó el resultado de las elecciones ni la composición del parlamento y la legitimidad del nuevo gobierno. Para muestra, solo hay que fijarse en las recientes declaraciones de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quién en una entrevista, en el diario El Mundo, indicó hace diez días que era ella la que estaba liderando la oposición al gobierno, en alianza con los jueces e incluyendo también al rey.

Ahí es nada. Y, mientras tanto, seguimos con el bloqueo y con los reproches de parte y parte. Carmen Calvo dijo en el Parlamento que sentía vergüenza de que Casado no permitiera la renovación del órgano judicial y la respuesta de la portavoz del PP, Cuca Gamarra, fue que vergüenza es la que siente Europa y muchos socialistas al ver la nueva propuesta de elección del Consejo, por mayoría simple, que proponen el PSOE y Podemos.

Viendo la situación, puede entenderse que el Gobierno se haya cansado del no por sistema y, en un arrebato, dijera: No quieres taza, pues taza y media. No quieres un acuerdo con mayoría de dos tercios, pues mayoría simple y a correr. Una solución que, en mí opinión, no arregla el problema. Lo digo porque por mucho que la postura del PP, con su bloqueo a la renovación, sea un atentando a la decencia y al orden constitucional, la solución no debería pasar por responder con la misma moneda y un nivel de bajeza democrática parecido. Hacerlo significaría embarrar, aún más, ese lodazal en el que algunos políticos parecen sentirse a gusto. Y no solo los políticos pues sus señorías togadas, con eso de mantenerse en el cargo, a pesar de que su mandato expiró hace dos años, también son responsables, y mucho, de esta situación lamentable.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de octubre de 2020

Una fiesta que fue un funeral

Milio Mariño

El pasado lunes, 12 de octubre, hubo quien se echó a la calle y metió en el mismo saco la celebración de la fiesta nacional, las protestas contra el cierre de Madrid, los vivas al rey y los abucheos a Pedro Sánchez, como si se tratara de un lote a precio de saldo. El motivo daba igual, lo importante era hacerse notar y que viéramos que todavía hay gente que canta el Cara al sol, ondea banderas con el águila preconstitucional y jalea pancartas con cruces gamadas y otros símbolos nazis.

Lo siento por los monárquicos, pero si esos son los que defienden al rey, apañada va la monarquía y Felipe VI, que por lo que dicen algunos, los que están al tanto de lo que ocurre en palacio, hay indicios fundados de que su ideología se aproxima más a la de los que, el lunes, salieron a la calle que a la de su padre.

Juan Carlos siempre marcó distancias con respecto a la ultraderecha. En eso, y en otras cosas, coinciden las dos Pilares, Pilar Eyre y Pilar Urbano. “El rey emérito no es de nada, pero si tiene que ser de algo, tira a la izquierda. La derecha lo aburre y de la ultraderecha siempre se mantuvo alejado". Urbano asegura que el anterior monarca era muy peculiar. “En lo del billetero es liberal; y en cuanto al resto... que les voy a contar”.

No sé si en Zarzuela estarán contentos, pero creo que no les hicieron ningún favor, ni al rey ni a la monarquía, quienes se manifestaron el lunes, ni tampoco Cayetana Álvarez de Toledo, que publicó un vídeo en el que un grupo de personalidades e intelectuales como Belén Esteban, Bertín Osborne, Jiménez Losantos o el torero Francisco Rivera, aparecían imitando a Rajoy cuando dijo: “¡Viva el vino!”

Fue todo tan cutre y tan trasnochado que la fiesta tuvo más de funeral que de celebración. Tampoco debería extrañarnos. La Fiesta Nacional, tal y como está concebida, parece una fiesta de la familia real y las Fuerzas Armadas que se retrasmite por televisión y solo afecta a los madrileños. En ningún otro lugar hay un acto más allá de que se celebre en los cuarteles de la Guardia Civil.

Eso es lo malo, que una fiesta que deberían celebrar todos los españoles parece una fiesta privada del rey, la Guardia Civil y los militares. Se falla en el fondo y también en la forma. Empezando porque es una conmemoración establecida oficialmente por Franco en 1958, y regulada y ratificada después en 1987, y siguiendo por que en todo el tiempo que llevamos de democracia ningún gobierno hizo nada porque ese día se celebrara en común. Es decir, prescindiendo de simbolismos que representan el pasado y dándole un nuevo enfoque que resalte aquellos elementos que unen a las personas y los territorios de un país tan complejo y diverso como el nuestro.

Resulta evidente que el 12 de octubre no debería ser lo que es: la fiesta de quienes añoran el franquismo y no admiten otra concepción de España más que la suya. Lo propio sería que fuera la fiesta de todos los españoles. Pero así estamos. Y, me temo que para seguir porque ésta de 2020 volvió a celebrarse con más pena que gloria. Da igual, algunos solo echaron en falta que no desfilara la cabra.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 12 de octubre de 2020

Madrid, capital de la insensatez

Milio Mariño

Como quiera que, desde hace tiempo, hemos normalizado el asombro, lo anómalo nos parece normal y nadie se atreve a decir: ¡Basta ya! Basta de estupideces y espectáculos de sainete como los que vemos a diario en la Comunidad de Madrid, donde Isabel Diaz Ayuso, lejos de ejercer de presidenta, se ha convertido en una folclórica jaleada por los insensatos que prefieren enfrentarse al gobierno, antes que a la pandemia. Poco importa que las declaraciones vengan o no vengan a cuento, en el PP aplauden, aunque la banda sonora sea un chotis y Ayuso se arranque con un pasodoble.

Madrid es España dentro de España, dijo la presidenta hace poco, cuando le preguntaron por como llevaba el aumento de los contagios. Debía referirse a que Madrid, gobernada por ella como cantante, y los de Vox y Ciudadanos como músicos de la orquesta, viene a ser algo así como la canción “España cañí”: gitana en cuanto al pago de impuestos y paya por lo que se refiere a los servicios públicos. Un pasodoble torero que no le sirve, a Diaz Ayuso, para salir a hombros, pues hasta el foráneo y prestigioso Financial Times hizo un análisis de su gestión y no la dejó muy bien parada; concluye diciendo que es un desastre.

El diario británico le da un palo tremendo, pero tampoco necesitamos leer el Financial Times para caer en la cuenta de que lo de Ayuso clama al cielo. Son muchos los convencidos de que le falta un hervor, aunque quienes gobiernan con ella se encojan de hombros y en el PP disfruten con sus arrebatos. Todos, incluso la oposición, son conscientes de que Díaz Ayuso antepone sus caprichos a cualquier evidencia, ya sea científica o estadística, pero nadie hace nada por evitarlo. Es como si estuvieran esperando a que la balanza, entre ella y el gobierno de Sánchez, se incline a un lado u otro sin importarles que, mientras tanto, el virus siga descontrolado.

Lo que ocurrió últimamente, en Madrid, puede resumirse, más o menos, así: Ayuso anuncia que no impondrá más medidas restrictivas. Luego, a los pocos días, cierra algunos barrios de la capital y crea una gran confusión. Lo siguiente es que pide ayuda al Gobierno para completar las medidas. El Gobierno establece unos parámetros, aumenta las restricciones y Ayuso recurre la decisión. El Tribunal Superior de Justicia de Madrid anula el cierre que impuso Sanidad y deja libertad de movimientos. Ayuso vuelve a dirigirse al Gobierno para pedirle ayuda y ruega a los madrileños que no salgan de puente.

Este cúmulo de insensateces no mejora, ni mucho menos, con la intervención del gobierno de Sánchez, que por miedo a que le acusen de autoritario y a la actitud beligerante de Ayuso, se limita a templar gaitas y no acomete ninguna acción decidida hasta que Madrid se convierte en un circo y no tiene otra que decretar el estado de alarma para una población que ya estaba alarmada.

Sobra retórica y faltan acciones concretas. Falta sensatez y sentido común en unos políticos que tienen la desvergüenza de utilizar la pandemia con tal de echarle un pulso al gobierno. Así que es lógico que los madrileños se quejen; llevan razón. La sensación, desde fuera, es que están siendo tratados como un juguete de feria en manos de unos insensatos que se portan como niños caprichosos y mal criados.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 5 de octubre de 2020

Para inocentes, nosotros

Milio Mariño

Confieso que, a mí, en el cine me gusta que ganen los malos. Ya sé que casi siempre ganan los buenos, pero disfruto con esas películas en las que un grupo de expertos prepara el asalto a un banco, roba una millonada y sale por piernas sin dejar ni rastro. Lo paso genial. Pienso que se lo curran y que robar a un banco no es robar. Uno es como es: no tiene muy buena opinión de los bancos y le fastidia que siempre ganen los mismos. Los buenos de la película que, en realidad, son peores que los malos, lo que pasa que quienes juzgan sus fechorías siempre acaban absolviéndolos por falta de pruebas. Por eso me gustan los ladrones de bancos y, si acaso, los roba gallinas, pero pocas veces salen absueltos, suelen acabar en la cárcel condenados a muchos años.

No ocurre lo mismo con los asesinos financieros. Para muestra solo hay que fijarse en el asunto de las preferentes, con 700.000 afectados, donde hubo más ancianos que murieron del disgusto que ahora por la pandemia y, al final, ningún banquero acabó en la cárcel. Así que, en buena lógica, no debería extrañarnos que Sala de lo Penal de la Audiencia absolviera a los 34 acusados por la salida a Bolsa de Bankia.

Dicen los jueces que los de Bankia son inocentes, pero para inocentes nosotros que esperábamos que acabaran condenados y que el Estado recuperara los 22.400 millones de euros que puso para el rescate de la entidad bancaria. El caso, que parecía claramente una estafa, debió caer en manos de los mismos que fueron incapaces de descifrar quién era el sujeto "M. Rajoy" que aparecía en los papeles de Bárcenas. De modo que con razón decía Rodrigo Rato que estaba convencido de que todo acabaría bien.

 Solo hay que leer la sentencia para llegar a la conclusión de que la Sala de lo Penal cree que somos fáciles de engañar. Al parecer no hubo delito por tres razones: por el aval de los supervisores, es decir, el Banco de España, la CNMV y el FROB; porque cualquiera, supongo que hasta yo mismo, hubiera entendido el folleto de salida a Bolsa, de lo clarito que estaba; y porque en el juicio nadie acusó a los 34 acusados de actos concretos sino de actitudes genéricas.

Ole, ole y olé. Nada menos que 442 páginas para cargarse la postura inicial de la Fiscalía Anticorrupción que aseguraba tajante: “No fue un error empresarial, sino una estafa consciente impulsada por los acusados para mantener sus puestos y privilegios”.

Eso parece, una estafa, pues los accionistas de Bankia vieron cómo en dos años sus títulos bajaban de 375 a 17 euros. Lo cual supuso qué si un ahorrador había metido en 2011, con el aval del Estado, 50.000 euros de los ahorros de toda su vida, esos ahorros, tras las maniobras de 2013, acabaron convertidos en apenas 2.000. Menudo negocio. Y lo, realmente, curioso es que no hay ni un culpable, son cosas que pasan. Es la justicia, que nos regala divertidas sentencias, a la vez que insiste en que creamos en la independencia del Poder Judicial y la imparcialidad de los jueces.

El resultado ya lo conocen, otros 34 inocentes. Nada nuevo. Por eso reitero lo que decía al principio, para inocentes nosotros que creíamos que los responsables acabarían en la cárcel.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España