lunes, 31 de agosto de 2020

La juventud del momento siempre nos parece peor que la nuestra

Milio Mariño

Con más frecuencia de la que sería deseable, los mayores pensamos como niños y culpamos a los jóvenes de unos males que suelen ser parecidos por más que pasen los años. Y es que la juventud del momento siempre nos parece peor que la nuestra. Algo que, por supuesto, no es nuevo, pues viene sucediendo desde que el mundo es mundo, hace un montón de siglos. Lo que sí es nuevo es que los culpemos por los rebrotes del coronavirus, tachándolos de irrespon- sables y aportando un despliegue mediático que incluye imágenes de fiestas al aire libre, discotecas abarrotadas y botellones en cualquier sitio.

La idea, utilizar ciertas imágenes para que la gente señale a los culpables, es bastante perversa. Ya se hizo cuando se culpó a las manifestaciones feministas del ocho de marzo, luego se intentó con los temporeros y ahora con la supuesta irresponsabilidad de los jóvenes.

Encontrar un culpable ahorra muchas explicaciones. Lo de ahora, la acusación que se hace a los jóvenes, cuenta con el muy socorrido y falso cliché de que las generaciones anteriores eran mejores que las de hoy. Viene a ser la canción de siempre por más que estemos en el siglo XXI. Los mayores somos así, alimentamos la nostalgia embelleciendo el recuerdo de nuestra juventud. Las fiestas, los botellones y todo lo que están haciendo los jóvenes es de juzgado de guardia, critican algunos cuando hablan del coronavirus. Y, a continuación, ya se sabe, vendrá un extenso catálogo de reproches en el que no faltará de nada. Dirán que son irresponsables, insolidarios, vagos, menos inteligentes, maleducados y con un gusto musical pésimo, pues para música buena la que había en los años ochenta.

Lo curioso es que quienes suelen hacer esas críticas son, precisamente, quienes han educado a estos jóvenes. Son sus padres y sus abuelos. Lo cual, si fuera cierto que ahora los jóvenes son peores que lo fueron ellos en su juventud, evidenciaría que no han sabido educarlos o no lo han conseguido del todo.

Insisto en si fuera cierto, porque si los jóvenes fuesen cada vez más irresponsables, más irrespetuosos, más vagos y toda esa cantidad de defectos que algunos les suelen atribuir, la humanidad habría ido degenerando de una forma difícilmente soportable. Así que algo debe fallar en esas valoraciones. Y lo que falla es que entre los jóvenes hay personas irresponsables, pero también las hay muy sensatas y muy concienciadas. Exactamente igual que en otras edades.

Todas las generaciones de jóvenes han sido acusadas de irresponsables o egoístas. Solemos pasar por alto que entra dentro de lo normal que los jóvenes no se sientan responsables de lo que les ocurre a los mayores. Piensan que su misión es divertirse y que deben ser otros los que resuelvan los problemas de la sociedad. Con un futuro tan incierto como el que se les presenta, resulta entendible la despreocupación de muchos y ese vivir al día como si no hubiese un mañana. Era lo que hacíamos nosotros a pesar de que no vivíamos en el alambre de la precariedad y el paro. Por eso deberíamos ser más prudentes y tener en cuenta que los jóvenes de ahora no pueden ser como éramos nosotros hace un montón de años. Ya lo decía Dalí: La mayor desgracia de la juventud actual es que no pertenecemos a ella.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 24 de agosto de 2020

Cayetana: la vida te da sorpresas

Milio Mariño

El lunes de la semana pasada, estaba adormilado en el sofá y me despertó una sorpresa que me hizo espabilar enseguida. Por televisión anunciaron que acababan de destituir a la portavoz del PP Cayetana Álvarez de Toledo. Vaya, la voluntad del todopoderoso líder siempre acaba imponiéndose, pensé entonces. Otro héroe, heroína en este caso, al que han defenestrado. Con razón reprochaban a Pedro Sánchez que estuviera de vacaciones; ni en agosto descansa Casado. Una pena porque mejor estaba con Teresa Mallada dando un paseo por Los Oscos que defenestrando héroes en esa sede de Génova que comparte número y cada vez se parece más al 13 Rue del Percebe.  

Quienes tengan la buena costumbre de leerme, tal vez se sorprendan de que, para mí, Cayetana sea un héroe. Lo digo en serio. Insisto y además me resisto a llamarla heroína porque había quien se inyectaba sus discursos en vena y tampoco es como para mentar la droga cuando hablamos de política. Cierto que, como decimos en Asturias, tenía fama de ser un pelín “repunante”, pero disfrutaba oyéndola. La tomaba por un ser irreal que surgía de la nada para entretener nuestra imaginación y estimular nuestra curiosidad. Nunca sabías por donde podía salir. Lo mismo defendía la eutanasia con vehemencia, que hacía una crítica despiadada de Vox y el populismo de ultraderecha, que cargaba contra el feminismo, los nacionalismos periféricos y la izquierda en cualquiera de sus versiones. Por algo, quien en principio fue su principal valedor y la nombró portavoz, Pablo Casado, llegó a decir, en Barcelona, que Cayetana era la “Messi del PP”. Un fichaje espectacular, un auténtico crack.

Menudo tortazo. Nadie es un crack y al cabo de un año se convierte en un tuercebotas al que hay que echar del equipo. Si para Pablo Casado, hace doce meses, Cayetana Álvarez de Toledo era la mejor portavoz que había en el Congreso, no puede ser que, de repente, no valga un pimiento. Que haya que sustituirla de prisa y corriendo porque el PP se dispone a iniciar un supuesto viaje al centro para el que hacen falta otras alforjas.

El caso de Cayetana es muy común en la política. Los partidos entienden poco de sentimientos y mucho de poder y de egos. No hay clemencia para quien, en un momento determinado, consideran que no es útil, discrepa o se enfrenta al aparato. No hay remilgos ni sentimentalismos que valgan. Más que organizaciones democráticas, los partidos son estructuras militares en las que impera el ordeno y mando. Exigen una mansedumbre ovejuna que llaman disciplina y actúan de forma dictatorial. Que se sepa, Pablo Casado no convocó al grupo parlamentario del PP ni consultó o sometió a votación de los diputados la conveniencia de destituir a su portavoz. Tomó la decisión que quiso y ejecutó el castigo.

Por eso insisto en que, Cayetana, fue un héroe. Hay una definición de los héroes que dice que son gente poco corriente que hace cosas extraordinarias ordinariamente. Y Cayetana, ahí la tienen, a las pocas horas de ser destituida por Casado, hubo quien la vio en el aeropuerto de Barajas con una falda rosa, una blusa blanca y una mascarilla rosa de lunares blancos, a juego, cogiendo un avión para Palma de Mallorca. Quienes la vieron dicen que volaba en preferente. Casado la cesó, pero no pudo cortarle las alas.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 17 de agosto de 2020

El virus no veranea

Milio Mariño

Este verano no estamos para tararear esa canción pegadiza que suele ponerse de moda, siempre por estas fechas, aunque sea más hortera que unas chanclas con calcetines. Estamos para guardar la boca debajo de una mascarilla bien puesta. Cualquier precaución es poca. La prueba son esos rebrotes que anuncian los telediarios y hacen que la moral se nos caiga al suelo y acabemos convencidos de que la realidad supera a la ficción. Ojalá que todo esto fuera un guion de Hollywood. Pero no lo es. Es un problema real que nos tiene con el alma en vilo y acabará por volvernos locos. Ahora mismo, no sabemos qué está pasando ni qué es verdad o mentira. Da igual que nos hablen del número de contagios, qué de los brotes, los rebrotes, los fallecidos, los tratamientos posibles, los milagrosos, las vacunas cercanas y las que igual tardan dos años.

El desconcierto es total. Hace seis meses, cuando se declaró la enfermedad, podía ser entendible que supiéramos poco, pero a día de hoy no se entiende que sigamos igual. El lio es tan gordo que nadie sabe si es que algo ha fallado o ha fallado todo. Lo más probable es que fallara todo porque las cifras que arroja España, en cuanto a contagios y nuevos rebrotes, son tan elevadas que no se corresponden con las de ningún otro país de su entorno. Tampoco con las medidas que dicen haber tomado nuestros excelentes políticos, nacionales y autonómicos, ni con la presunta mejor Sanidad del mundo, ese mantra que no nos cansamos de repetir.

España es un país de misterios irresolubles. Aquí nadie se explica cómo es que estamos como estamos ni se hace responsable de la situación. Por eso me parece bien que un grupo de especialistas en salud, -virólogos, investigadores y profesores universitarios- haya pedido lo que parece de sentido común: que se haga una evaluación independiente y se audite la gestión realizada por las distintas administraciones públicas. El objetivo, han aclarado, no sería buscar culpables a los que lapidar en la plaza del pueblo, sino determinar en qué ha fallado el sistema para tratar de corregir las deficiencias, ahora y en el futuro. Un propósito tan loable que, conociendo el percal de nuestros gobernantes, es muy posible que lo tomen como un coro de voces que claman en el desierto.

Lo que, en principio, apuntan quienes firman la petición es lo que cualquiera, con dos dedos de frente, ha podido apreciar en estos seis meses. Que tenemos un sistema sanitario disminuido por los recortes de la última década, una deficiente vigilancia epidemiológica y una atroz falta de medios, tanto en el diagnóstico como en el seguimiento. A todo esto, habría que sumar la falta de coordinación entre las diferentes administraciones, el retraso en la toma de decisiones y un descontrol absoluto de los centros geriátricos que, sin recursos ni preparación, han concentrado el mayor número de fallecidos.

Una auditoría a fondo aclararía muchas cosas, pero esto es España y aquí no hay Gobierno central o autonómico que dé su brazo a torcer ni tampoco parece fácil que la oposición vaya a renunciar al cuanto peor mejor como principal argumento para recuperar el poder. Lo malo que, mientras tanto, el virus no veranea. Sigue a lo suyo y apuesto que se estará partiendo de risa con medidas como esa que prohíbe fumar en la calle.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de agosto de 2020

Un exilio que no servirá de auxilio

Milio Mariño

La noticia de que el rey emérito se ha fugado, a no sabemos dónde, y vive en el exilio no lo es tanto si tenemos en cuenta que desde el año 1800 todos los reyes de España acabaron exiliados. La novedad podría ser que Juan Carlos I no tomó la decisión de exiliarse forzado por un cambio de régimen político que hiciera peligrar su vida, sino por la publicación de sus turbias relaciones con empresarios, sátrapas, amantes y supuestos testaferros que le ayudaron en el acopio de una gran fortuna que el New York Times, en base a una información de Forbes, cifra en más de 2.000 millones de euros.

Con todo, para ciertos medios de información y una buena parte de la clase política, lo del rey emérito es una cuestión privada que no afecta a la jefatura del Estado ni a Felipe VI. Pasan por alto que la monarquía, y la casa de Borbón, acumulan demasiados ejemplos que demuestran que no ha sido la primera vez que anteponen su afán por enriquecerse a los deberes del cargo que representan. El abuelo del emérito, Alfonso XIII, fue socio de los grandes empresarios de la época, se benefició de la explotación de las minas del Rif y cobró elevadas comisiones por los equipamientos comprados para el ejército, además de empeñarse en la construcción de una línea de ferrocarril, en Marruecos, que acabó provocando una guerra y terminó con la derrota de Annual, cuyo balance supuso más de 20.000 soldados de reemplazo muertos, todos hijos de familias pobres, ya que los hijos de las familias ricas estaban exentos de ir a la guerra si pagaban 1.000 pesetas.

El caso que, con el abuelo del rey emérito y bisabuelo de Felipe VI, tampoco se acaba la historia de las grandes fortunas de la realeza logradas a costa de la intervención en negocios más o menos turbios. Fernando VII fue quien negoció con Rusia que España comprara una parte de la flota del Zar. Una operación multimillonaria por la que percibió muchísimo dinero en comisiones. Sin embargo, cuando los barcos llegaron Cádiz se comprobó que eran chatarra y solo servían para el desguace. Había serias dudas de que pudieran navegar, sin hundirse, hasta el continente americano y, por tanto, fueron desechados. De todas maneras, Fernando VII se quedó con sus comisiones.

Podríamos seguir repasando la historia y encontraríamos nuevos escándalos, de modo que esto de ahora no es un hecho puntual y aislado. Juan Carlos I hizo, más o menos, lo que todos sus antepasados. Así que cabe preguntarse si servirá de algo que el rey emérito ya no viva en La Zarzuela. Si con el autoexilio ha pagado el precio de sus fechorías y los españoles consideran que la Monarquía está libre de toda deuda.

Hay una campaña para convencernos en ese sentido, pero no parece que sea así como se percibe. Los estrategas de Zarzuela han vuelto a equivocarse. El exilio no servirá de auxilio. Al contrario, en el imaginario popular la monarquía está mucho más asociada al padre que al hijo y el hecho de que el padre haya salido corriendo no solo resulta ridículo, sino que supone un nuevo escándalo que nos está haciendo pasar un bochorno que no merecemos. Somos el hazmerreír del mundo por este grotesco episodio mientras, aquí, todavía hay quien se empeña en defender lo indefendible.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de agosto de 2020

Los rebrotes y el ángel de la guarda

Milio Mariño

En verano es cuando suceden las mejores historias y las más bonitas. Por ejemplo, yo, el otro día, me encontré con mi ángel de la guarda. Fue un encuentro fortuito de esos que no te lo esperas. Revolvía en el armario, buscando un traje de baño, y encontré una mascarilla.

En principio no le di mayor importancia porque, aunque esté mal que yo lo diga, no soy un incauto que cree cualquier tontería. Suelo ser muy escéptico, me cuesta creer ciertas cosas. Solo creo lo que tiene sentido. Si la mascarilla estaba donde debía estar el traje de baño sería que alguien la puso allí. Pusiste tú una mascarilla entre la ropa de la playa, le pregunté a mi mujer. Yo, qué voy a poner… Las mascarillas están donde tienen que estar, en un cajón de la cómoda. Pues entonces es que alguien me cuida y no quiere que salga sin la protección adecuada. Así qué descartada mi mujer, que dice que ya tengo edad para cuidarme y no está dispuesta a tratarme como a un bebé, solo quedaba el ángel de la guarda.

Pensándolo bien, tampoco es tan raro. El exministro del interior, Jorge Fernández Díaz, aseguró, hace tiempo, que tiene un ángel de la guarda que se llama Marcelo y le ayuda a aparcar el coche. Del mío, no diré que haga otro tanto, pero sí que a veces me libra de la tentación de aparcar en un sitio reservado a minusválidos y salir del coche cojeando. Sería una acción reprobable, lo sé, pero cuando, después de mil vueltas, no encuentro donde aparcar, noto que discuten el demonio y el ángel de la guarda y es el ángel el que casi siempre acaba ganando. Igual ayuda el miedo a las multas, pero eso no significa que no tenga, como todos, un ángel de la guarda.

Todos lo tenemos. Pero, claro, eso nos lleva a preguntarnos como se explica, entonces, que hayan surgido tantos rebrotes y que casi estemos igual que al principio de la pandemia. La explicación es sencilla. El ángel de la guarda está a nuestro lado, tratando de aconsejarnos, no puede decidir por nosotros ni tampoco imponernos nada. Nos invita, como en mi caso, a usar la mascarilla, pero si luego la llevamos colgando de una oreja, en lo alto de la cabeza, por debajo de la nariz o más sobada que el pasamanos de una escalera, no es culpa suya. La responsabilidad hay que atribuirla a quien la tiene.  

Y en esas estamos. Estamos que no paran buscando, desesperadamente, un culpable de los rebrotes. El problema es que ya no pueden culpar al Gobierno, ni echar mano de las teorías conspiranoicas que algunos estuvieron difundiendo durante estos meses pasados. En abril y mayo todo era más fácil. Se decía que la culpa era del gobierno socialcomunista y asunto concluido.

La cuestión es que una vez que el gobierno se hizo a un lado, y dejó el tema en manos de las Comunidades Autónomas, nadie quiere cargar con el mochuelo ni mucho menos admitir que las medidas que se tomaron, de marzo a junio, fueron las correctas. Ahora lo que urge es buscar un nuevo culpable. Así que, ya puestos, no descarten que acaben echando la culpa al ángel de la guarda por más que nos tenga super avisados. A mí el primero.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de julio de 2020

Ver el dinero

Milio Mariño

Después de mucho negociar en Bruselas, España recibirá 140.000 millones de euros para impulsar su economía tras la pandemia por el covid19. De modo que, si, hay dinero. Dinero hay a espuertas, lo único que nosotros lo vemos poco. Antes, todavía lo veíamos algo, pero es que ahora, con el uso masivo de las tarjetas, cada vez lo vemos menos. Y eso que, en los últimos años, la circulación de billetes se ha triplicado. Le han dado a la manivela y hay mucho más dinero circulando, pero debe ser que circula por las autopistas y nosotros lo hacemos por los caminos de pueblo. Lo cual explicaría que no me haya cruzado nunca con un billete de quinientos euros. Algo que debe ser, imagino, como cruzarse con un Ferrari.

Hablo del dinero que nos dará la Comunidad Europea porque, en mi opinión, una cosa es el dinero tangible, el que vemos y tocamos, y otra el que anda por ahí volando. Esas cifras de miles de millones que nadie sabe de dónde salen ni a manos de quien irán a parar. En teoría son para nosotros, pero lo más probable es que de esos 140.000 millones no veamos ni un euro. La culpa es nuestra porque hace poco publicaron una nueva encuesta en la que la mayoría de los españoles se mostraba favorable a pagar con la tarjeta o con el móvil.

Así no hay manera. El dinero intangible no es dinero. Esos 140.000 millones, habría que verlos. A mí que me den billetes y no cifras en un papel. No se ustedes, pero yo disfruto pagando en efectivo. Cuando pago con la tarjeta es como si fuera más pobre. Más de lo que soy, pues con esa tendencia, a que todo se pague con la tarjeta o con el móvil, el dinero físico acabará desapareciendo y nos convertiremos en marginados paupérrimos sin un euro en el bolsillo.  

El dinero, como da confianza, es en billetes no en un papel. Un amigo me contó, hace tiempo, la anécdota real de un matrimonio de ancianos que, una vez al mes, bajaba desde su aldea al mercado de una importante localidad rural del occidente asturiano y aprovechaba para acercarse al banco. El día de mercado, el jefe de la sucursal, que conocía las costumbres de los ancianos, mandaba a uno de sus empleados que metiera varios fajos de billetes en una caja de cartón y estuviera atento a sus indicaciones.

 Buenos días don Anselmo, venimos a ver nuestro dinero. Porque, lo de la cartilla, estará aquí, ¿no? Decían los viejos. Bah, dejará de estar, respondía el jefe de la sucursal. Y llamaba al empleado para que entrara en el despacho con la caja llena de billetes. Fernández, traiga el dinero de estos señores. Aquí lo tienen. Pierdan cuidado que ya me ocupo yo de que su dinero no lo toque nadie. Y los viejos, después de echarle un vistazo, se despedían tan contentos. Pues nada, hasta el mes que viene.

Pueden reírse, si quieren, de la ingenuidad de los viejos, pero ahí tienen al emérito Juan Carlos que tenía en palacio una máquina de contar billetes. Lo suyo era el dinero contante y sonante, no las cifras en un papel. Así que van a permitirme que dude de que esos miles de millones lleguen a nosotros. Mientras no los enseñen, y los veamos, no me lo creo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / diario La Nueva España

lunes, 20 de julio de 2020

La fuente fea del parque

Milio Mariño

Las ciudades, además de los sitios donde vivimos, son la memoria de nuestras vidas. Están hechas con los retazos que recordamos; con nuestros recuerdos de la infancia, la juventud o, incluso, la edad adulta. Por eso no es ninguna sorpresa que haya gente que defienda que se salve de la piqueta a la fuente de la plaza Pedro Menéndez, esa fuente que lleva 63 años frente al parque de El Muelle, más tiempo seca y a oscuras que manando agua y con luz. Solo por eso, porque está en la memoria de muchos avilesinos y avilesinas, no por su valor artístico, que no lo tiene, ni por su belleza, pues estéticamente es más fea que Picio por mucho que la miremos con ojos agradecidos.

La que llamamos Fuente Luminosa no es un prodigio estético ni un monumento o un legado histórico. Es un símbolo que muchos avilesinos han decidido enarbolar como resistencia contra esa uniformidad que todo lo invade y nos ha llevado a que, hoy por hoy, las calles y las plazas de cualquier ciudad de España sean prácticamente iguales. Todas tienen los mismos bares, las mismas tiendas, las mismas farolas, los mismos bancos y hasta el mismo pavimento. Todo está tan unificado, en todo el mundo, que vayamos a dónde vayamos apenas encontramos nada distinto.

Antes, no hace tanto, las ciudades estaban llenas de bares y comercios que, en mí opinión, eran igual de importantes que los monumentos. Pueden llamarme inculto si quieren, pero formaban parte de una identidad local que nos hacía sentirnos orgullosos y presumir del lugar donde vivíamos. Sabíamos que estábamos en Avilés porque en ningún otro sitio había tiendas como Azcárraga, Verano, Toldao, El Modelo, Los Castros, Los Álvarez, La Parisien, Galerías Peláez o Precios Únicos. También teníamos bares propios como El Colón, El Busto, El Germán, La Parra o La Eritaña. Todo aquello, los bares, las tiendas y los comercios, daba personalidad a nuestra Villa como por ejemplo la siguen dando La Cervecería, Casa Lin, el Eva o El Maruxa. Pero, si deciden dar un paseo y buscar singularidades que se mantengan en pie y funcionando no encontrarán muchas más allá de las que decimos, la Farmacia Graiño, 125 años en la Calle la Muralla, y las farmacias De la Flor y Llorente, que forman parte de lo que Alberto del Rio llamó: “El barroco boticario avilesino”.

Comercios de los de toda la vida ya no quedan, bares apenas tampoco y en cuanto a estatuas ahí siguen la de la foca y la de Pedro Menéndez que, por esta vez, se ha salvado de ese derribo masivo de estatuas de conquistadores y colonizadores europeos que, desde hace unos meses, asola el mundo.

Nos queda, realmente, poco: tres iglesias, tres palacios y los arcos de Galiana y Rivero. Sumen dos estatuas y la fuente de la plaza Pedro Menéndez que los regidores municipales quieren derruir porque dicen que no encaja con la remodelación del parque del Muelle que han diseñado. Deberían ser tolerantes con esa fuente, pobre y fea, que forma parte de nuestra identidad y de lo que fue, y es, Avilés. No creo que sea tan difícil hacerle un sitio en el espacio peatonal que proponen. Estamos a tiempo de buscarle acomodo y mantenerla como símbolo diferencial. La fuente no es patrimonio de quienes han decidido su derribo sino de todos los avilesinos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España