lunes, 23 de abril de 2018

Políticos sin vergüenza

Milio Mariño

No hay mejor prueba de que, en política, no queda, apenas, ni una pizca de vergüenza que la carta que Cristina Cifuentes envía al rector de la Universidad Rey Juan Carlos, reprochándole las escandalosas facilidades que le dieron para que pudiera hacerse con un Master que ni siquiera cursó. La desfachatez y el descaro son tan evidentes que resulta cómico leer una carta que está encabezada por “La Presidenta”. Así, sin más. Sin que, al parecer, fuera necesario poner nombre y apellidos a quien demuestra tener un morro que se lo pisa.

Lo de Cristina es de traca, pero no es la única. Los políticos de hoy en día, casi me atrevo a decir que la mayoría, no se sienten llamados a trabajar por la sociedad y el bien común, sino a utilizar el poder para perpetuarse en él, conservar sus privilegios y manipular, y enmascarar, la realidad todo cuanto pueden. Lo estamos viendo no solo en este caso, también en otros del mismo o distinto partido. De modo que no es un hecho aislado, es algo que se ha convertido en una costumbre.

Si nos fijamos en dos casos recientes, miente Cristina Cifuentes y mienten Chaves y Griñan. Mienten, como también miente Rajoy y mintieron Arias Cañete, Rato, Manuel Soria, Ana Mato, Camps y una larga lista que no cabría en un folio. Pero ya no es la mentira, es la desfachatez y el descaro con el que defienden y exhiben actitudes autoritarias que hace que parezca que nos toman por idiotas. Actúan despreciando la verdad y pasando totalmente de nosotros. Y, actúan así porque, a lo largo de estos últimos años, ha triunfado la política tramposa. La política de engañarnos cuando les viene en gana sin que pase nada de nada. Una política hecha por políticos que nunca dicen lo que piensan, nunca hacen lo que dicen y, además, son capaces de mantener actitudes que en una democracia sana supondría su expulsión inmediata.

Lo curioso es que, lejos de ser expulsados, han creado escuela. Engordan sus curriculums con licenciaturas, masters y doctorados, pero luego resulta que son unos ignorantes. Son políticos que cuando los pillan nunca saben nada. No saben si se cometieron ilegalidades ni recuerdan qué pasaba en su entorno. Ahí tienen a Mariano Rajoy, que ha hecho un arte de su disfraz de hombre torpe, despistado y olvidadizo. No se inmuta. Le gusta, incluso, parecer medio idiota porque esa imagen ayuda en la idea de que es inofensivo y menos culpable. Idea que se complementa con la triquiñuela de presentarse como víctima de sus compañeros corruptos.

Hasta hace poco, considerábamos, en buena lógica, que cuando un político mentía, o se veía envuelto en un caso de corrupción, lo propio era que tratara de gestionar el daño con humildad y gestos que le hicieran merecedor de nuestro perdón. Pero sucede lo contrario. El político se envalentona, se aferra al poder y responde desafiándonos. “A quienes queréis que me vaya: no me voy, me quedo. No voy a dimitir”. No voy a darles ese gusto a mis enemigos.

Así es como actúan los políticos sin vergüenza, con una desfachatez y un descaro que causan sonrojo. Presumen y se vanaglorian de qué, hagan lo que hagan, cuentan con el respaldo de su partido y el convencimiento de que siempre habrá gente dispuesta a votarlos. Y en eso, aunque nos cueste creerlo, llevan razón.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 20 de abril de 2018

El Campanu

La mio parrafada de los xueves nel Programa de la RPA Noche tras Noche

El mi lio d'esta selmana ye pa comentar que yá salió'l Campanu. Un acontecimientu mui sonáu, nunca meyor dichu, que permítenos falar de los salmones. Unos pexes mui especiales que la so vida merez un puntu y aparte polo que tien de curiosa y casi m'atrevo a dicir de desconocía. Sí, porque de los salmones avezamos a falar enforma pero non tol mundu sabe que viven nos ríos y nel mar, que son pexes d’agua duce y salada. Que nacen nun ríu, salen a la mar pa facese adultos y vuelven al ríu pa procrear y morrer.

Esa ye la hestoria… Y, a día de güei, por más estudios que se fixeron, inda ye un misteriu cómo ye que los salmones consiguen orientase, pero resulta que más del 90% vuelven al ríu onde nacieron. Vuelven pa remontalo, procrear y, na mayoría los casos morrer… Muerren non solo porque los prinden los pescadores sinón porque de vuelta al ríu yá nun puen alimentase… El so metabolismu fíxose a la dieta marina y nel ríu nun atopen nada, tienen que sobrevivir coles reserves acumulaes. De cuenta que si nengún pescador lo remedia acaben analayando morrebundos a la espera de que dalguna riada primaveral los arrastre de nuevu al mar que, cumplida la so misión, yá empiecen a echar de menos.

Asina ye la vida de los salmones, nacen nun ríu, salen a la mar cuando malpenes abulten nada, percuerren miles de kilómetros y dos o trés años dempués, vuelven al ríu onde nacieron pa morrer. Por eso que pa ellos, ye casi una suerte que los pesquen porque si non acabaríen amorrentando y morriendo igual.

Imaxino que yá sabéis que'l nome de Campanu, el primer salmón que se pesca cada temporada, vien del repicar de campanes que se facía nes ilesies pa dar cuenta de la noticia.

Una noticia importante porque'l salmón foi moneda de cambéu, orixe de lleis y motivu de conflictos territoriales. Los privilexos de la pesca del salmón siempres tuvieron venceyaos, yá dende l'añu 775, a la monarquía asturiana, y darréu a nobles, clérigos y a los monesterios averaos a los ríos.

Foi a empiezos del sieglu XIX cuando'l primer exemplar de salmón prindáu lo sometieron a puya pública. Y asina hasta los nuesos díes, nos qu'algama yá sabéis que preciu. El d'anguaño, que se puyó en Cangues d’Onís, foi vendíu por 11.900 euros. Que nun ye pocu pero inda ta lloñe de los 18.000 euros que va diez años, nel 2008 pagaron pol campanu.

Pa esti añu, calculen que les captures andarán polos 2.700 o 3.000 salmones. Malpenes nada en comparanza col sieglu XVIII, cuando contabilizaron, solu nel Sella, más de 12.000 salmones. Entós pescábense tantos salmones que nel monesteriu benedictín de San Pedro de Villanueva, en Cangues d'Onís, los vecinos del conceyu que trabayaben para los monxes llegaron a esixir que nun yos dieren salmón pa comer más que dos vegaes per selmana. Taben fartos de comer salmón a toles hores. Yá veis qué coses.

Milio Mariño

lunes, 16 de abril de 2018

Santos de clase media

Milio Mariño

Acostumbrados, como estamos, a que la Iglesia Católica, y el Papa, aborden los problemas de nuestro tiempo proponiendo soluciones que casi siempre decepcionan y pocas veces se acercan a una toma de conciencia real, apenas queda un resquicio para el entusiasmo de que puedan mejorar. Los postulados de la Iglesia suelen alejarse tanto de la realidad y ser tan difíciles de asumir como la costumbre del vaso de agua con limón en ayunas. Que tiene fama de milagroso y al final resulta que no vale para nada o para casi nada. De todas formas, la iglesia insiste y acaba de publicar un nuevo texto, de 42 páginas, en el que el Papa llama a los católicos a comportarse adecuadamente ante los nuevos retos del mundo y sus grandes distracciones como la tecnología, la corrupción, el consumismo, la inmigración o las redes sociales.

El nuevo texto, “Gaudete et exsultate” (Alegraos y regocijaos), dice cosas como que ser rico es fruto de la injustica y que los ricos causan la pobreza y la desigualdad en el mundo. Pero también dice y propone santos "de clase media". Una propuesta que el Papa explica apuntando que la santidad no está reservada a los obispos, sacerdotes o religiosos y que no hay que desalentarse al contemplar modelos de santidad que parecen inalcanzables, pues la vida de los santos no es perfecta ya que cometen muchos errores.

Que el Papa proponga santos "de clase media", que busquen la santidad dando lo mejor de sí mismos en su vida cotidiana, es una novedad. Sabíamos que los ricos tienen difícil ser santos por aquello de que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos. De modo que si lo tienen así de complicado para entrar en el cielo no les digo nada para ser santos. Los pobres tampoco crean que lo tienen mucho mejor. Solemos decir que, sólo con ser pobres, tienen el cielo ganado pero de ahí a ser santos les falta un master que no se consigue como los que daban en la URJC. Eso sí, partían con la ventaja de la pobreza que, ahora, el Papa suprime proponiendo santos de clase media.

La propuesta es novedosa pero sospecho que el Papa ha debido ser víctima del diablo, al que califica como una constante amenaza y del que dice que no deberíamos pensar en él como un mito sino como un ser personal que nos acosa, en alusión a las tentaciones que ofrece. Ahí estaría la clave. No me cabe duda de que el diablo insiste en la tentación de hacernos creer que hubo un ascenso en la escala social y hay más clase media que pobres. Lo cual es rotundamente falso aunque algunos especialistas apunten al 2022 como el primer año en el que habrá más gente de clase media que podres en el mundo.

El caso es que, en la definición de clase media, los sociólogos no se ponen de acuerdo. Algunos la circunscriben a satisfacer las necesidades básicas y permitirse un extra. Si esa es la referencia, si una familia mileurista es clase media, tiene razón el Papa. Hay que poner en los altares a los que consiguen llegar a final de mes con una renta tan baja. Serían los nuevos santos, por más que tengamos santos de sobra.

MIlio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 9 de abril de 2018

La foto real

Milio Mariño

La foto real de la semana pasada, en realidad, fueron tres. Una a las puertas de la catedral de Palma de Mallorca, otra en la tribuna de oradores de la Asamblea de Madrid y la tercera en la Audiencia de Schweslig Holstein, en Alemania. Tres fotos que nos retratan y aparecieron con una nota al pie, con la versión oficial, de que en todos los casos se actuó de forma correcta y no hay nada que lamentar. De modo que la vida siguió su curso y los protagonistas siguieron a lo suyo, insistiendo en que su actuación había sido impecable y solo los malpensados apuntaban en el sentido de que se habían equivocado y estábamos ante tres casos del más absoluto ridículo.

Volvemos a lo de siempre, a que nadie reconoce su culpa. Se insiste en que la enemistad entre las reinas Letizia y Sofía no es real como tampoco lo es que Cristina Cifuentes se aprovechara de su influencia para aprobar un Master o que la justicia española, en su deseo por parar el procés, no tiró por la calle de en medio, se olvidó de la neutralidad y tomó decisiones que se corresponden más con una determinada opción política que con la ley.

Las tres justificaciones chocan con la realidad. Lo evidente, como lo esencial, conviene recordarlo, y ponerlo negro sobre blanco, porque si no, a nada que nos descuidemos, lo transforman en invisible y lo hacen desaparecer. Así es como actúan los poderosos, que disponen de un ejército a su servicio y armas de todo tipo para hacer que la realidad parezca pura ficción. Pero las fotos están ahí. Están siendo sometidas a la acción del Photoshop con el fin de corregir los errores antes que reconocerlos y asumir la responsabilidad. Ahí tienen la desolación en la que dicen está sumida la reina Letizia por cómo interpretamos sus gestos. También está el enfado de Cifuentes, que lleva mal que no comulguemos con ruedas de molino y digamos amén a lo que ella dice. No está menos enfadado el Gobierno, que ha metido la pata al ordenar a los agentes del CNI que siguieran y propiciaran la detención de Puigdemont, en una gasolinera alemana, presumiendo de qué la justicia de aquel país iba a colaborar con nosotros para que se acabara la guasa.

Las tres fotos son reales y muy claras. Y eso es lo malo, que las imágenes tienen tanta fuerza que siempre escapan al control del poder. La gente se queda con lo que ve y ya pueden venirle luego con apaños que sugieran otro enfoque.

En Mallorca, todo el mundo lo vio, hubo bronca. Y el malestar de la gente no es por qué las dos reinas se lleven mal. Es porque, este año, a la familia Real volverán a caerle otros ocho millones de euros y lo único que se le pide es que cumpla con la función que tiene asignada. Que guarde las formas y no haga el ridículo.

La foto de Cristina Cifuentes también va de ridículo. La evidencia es tan apabullante que provoca vergüenza ajena que se haga la ofendida y diga que no ha pasado nada. También el Gobierno, faltaría más, se hace el ofendido. Pone el grito en el cielo cuando ve la foto de Puigdemont, libre, sonriente y dicharachero. Otra foto real, de esta semana pasada, que nos deja en ridículo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 2 de abril de 2018

Coches listos, torpes nosotros

Milio Mariño

Pensando que mañana volvemos a la vida de diario, se me ocurrió que dentro de veinte años la Semana Santa seguirá existiendo y la gente seguirá aprovechando para tomarse unos días de vacaciones, pero la operación retorno, la vuelta a casa en días como ayer y hoy, no será ni parecida a lo que vemos por televisión. En las carreteras apenas habrá Guardia Civil y los conductores habrán dejado el volante y viajarán en sus coches jugando una partida de cartas, viendo una película o hablando por el móvil. No es ciencia ficción. Es pensar con cierta lógica en cómo están evolucionando los coches, que comparados con los humanos son capaces de avanzar en una década lo que nuestros antepasados tardaron millones de años.

Acepto que sean escépticos y pongan algún reparo. De modo que si les asusta poner veinte años les dejo que pongan treinta, pero para entonces tener un coche que no sea autónomo, y se conduzca solo, será como tener un caballo. Un capricho porque, como bien saben, el caballo también fue un medio de transporte pero hace tiempo que es un lujo, que solo pueden permitirse unos pocos.

El coche autónomo ha dejado de ser un sueño para convertirse en una realidad, aunque nos cueste creerlo y todavía falte que nos preguntemos, en serio, qué impacto tendrá sobre nuestras vidas. Sí tendremos que ir preparándonos para ver como irán despareciendo los taxistas, los camioneros y todos los que tienen como profesión conducir un vehículo. Algo parecido a lo que ocurría en aquellas películas, en blanco y negro, en las que aparecía un ascensorista, que ahora vemos ridículo.

La tecnología sigue avanzando por el camino que señaló Martin Wolf, en un artículo del Financial Times: Esclavizando a los robots y liberando a los humanos. Los robots, en este caso, no se dormirán al volante, ni se drogarán o conducirán borrachos. Tampoco tendrán que parar para tomarse un café, descansar un poco o ir al servicio. Harán todo lo predecible, y lo que les hemos ordenado que hagan, sin poner ni un reparo. Pero claro, y aquí viene el problema, también tendrán que responder a la conducta impredecible de los humanos. Tendrán que respetar nuestras meteduras de pata, y nuestras estupideces, poniendo cuidado en no hacernos daño. Y eso, además de un desafío tecnológico, supone toda una serie de cuestiones éticas y legales que será necesario abordar y no se prevén nada fáciles.

Estos problemas, referidos a los coches autónomos, seguimos viéndolos como una fantasía o una ficción futurista, pero un episodio, que ocurrió hace poco, ha puesto de manifiesto que ya los tenemos aquí. Me refiero al suceso de Arizona, donde un coche sin conductor acabó con la vida de una señora que cruzaba a pie la calzada, con una bicicleta en la mano. Fue un robot el que causó el atropello, pero les ha faltado tiempo para decir que también pudo ser un humano. La culpa, de hecho, la imputan a la señora por cruzar de improviso, de noche y por una zona mal iluminada. Aseguran que el coche no fue culpable porque los coches autónomos incluyen la instrucción de que si visualizan que pueden atropellar a un humano deben evitar la colisión aun a riesgo de dañarse a sí mismos. Conviene tener presente este dato. Aunque la historia solo ha hecho que comenzar, ya vamos perdiendo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

viernes, 16 de marzo de 2018

Les sobres de los restoranes

La mio parrafada de los xueves nel programa Noche tras Noche de la RPA.

El mi lio d'esta selmana ye por dalgo que conocí l’otru día y llamóme l’atención. Resulta que per Alemaña y los Países Nórdicos ta trunfando que los Restoranes faigan rebaxes cola comida que-yos sobra. La cosa ye que si llega una hora y nun vendieron tolo que cocinaron, anuncien que lo rebaxen y pónenlo a la venta. Por exemplu, si lleguen les cinco la tarde y a un restorán sobraron-y 30 raciones de pote de berces, pónenles a metá de preciu pa que les merque quien quiera y puea cenar o comeles al otru día.

La idea funciona y ta teniendo muncho ésitu, por eso que los promotores yá tán pensando traela a España. Los chigres y restoranes llanzaríen les sos ufiertes al traviés d'una aplicación que se llama ResQ Club, la xente consultaría les sobres del menú qu'hai disponibles y diría a tiru fixu a pola que más-y pete.

En principiu, hai que tomalo como vien. Los restoranes son mui llibres de facer lo que quieran coles sobres y la xente verá si merez la pena mercar los saldos del platu del día pa comelos pela nueche o al día siguiente. Lo que m’apulmona y me pon de mal humor ye como presenten esti nuevu inventu, que tien pinta de ser otru negociu a cuenta de los que menos pueden y, por supuestu, nun pueden comer, a so hora, lo qu'ufierten los restoranes.

Dicen los promotores que l'oxetivu ye crear comunidaes onde nun se desperdicie la comida. Que, n'Alemaña, hasta 3,5 millones de tonelaes de comida de los restoranes y les cafeteríes acaben cada añu na basoria y qu’eso nun pue ser. Que ye un problema medioambiental qu'hai que solucionar.

Va resultar que ye por eso, pol problema medio ambiental, y non por facer negociu. Seguro que los que llanzaron l'aplicación d'internet y los dueños de los restoranes tán tan esmolecíos polos problemes del medio ambiente y da-yos tanta pena que se tiren tonelaes de comida a la basoria que la ponen de rebaxa y nun la regalen porque eso sería un desperdiciu mayor. Y, enriba, l’eslogan col que lo presenten, ye pa nota: Diz: Menos basoria y más respetu pola bona comida.

Equí'l que nun cuerre vuela. Faen negociu de too, hasta coles sobres de los restoranes. Y, pa más aquello, preséntenlo como dalgo modernu y mui ecolóxicu.

Inda m'alcuerdo de que fai un par de branos llegó un rapaz d'EE.UU a pasar un mes en casa d'un amigu mio y preguntámos-y: Qué tal, como nos ves… Tamos bien o mui atrasaos en comparación col to país. Y el rapaz, un poco cortáu dixo: Faltavos un pocu… Equí, en munchos sitios, inda vos sirven la comida y vos ponen la gasolina nel coche. Yá veis que coses, Pa esti rapaz que te sirvas to la comida y eches la gasolina al coche ye un síntoma de progresu. Como lo de les sobres de los restoranes. Igual.

Milio Mariño

lunes, 12 de marzo de 2018

Culpar a las estatuas

Milio Mariño

Al hilo de lo que sucedió en Barcelona, con la estatua del Marqués de Comillas, se me ocurrió la maldad de preguntarme qué ocurriría con la estatua de Pedro Menéndez de haber sido otra la mayoría que gobierna en el Ayuntamiento. Imagino, no lo sé, que de haber triunfado Ganemos, Podemos o cualquier formación de las que se arrogan la representación de los indignados, es muy probable que en el Parque del Muelle solo quedaran los cañones, si es que quedaba algo.

De todas maneras, aunque lo parezca, no me propongo, ni mucho menos, justificar o defender la conveniencia de mantener una estatua que lleva con nosotros más de cien años. La reflexión viene al caso de un debate que se ha puesto de moda y no, precisamente, por lo ocurrido en Barcelona sino porque se está dando en todas las partes del mundo y con actores de distinto signo político. En Nueva York, por ejemplo, la concejal Melissa Mark-Viverito propuso, hace poco, derribar la estatua de Cristóbal Colón que se levanta en la esquina suroeste del emblemático Central Park. También en Washington andan a vueltas con el destino de una gran rotonda dedicada al descubridor y situada frente a la céntrica Union Station. Allí, la escultura de Colón, que supera los veinte metros, lleva años olvidada y se ha convertido en lugar de encuentro y refugio de los sin techo.

La percepción de la historia es evidente que cambia con el paso del tiempo. Cristóbal Colón ha sido durante siglos el descubridor de América pero ahora, para algunos, se ha convertido en un invasor y un genocida que no merece ningún monumento. Acusaciones que, por lo mismo, también podrían alcanzar a nuestro Pedro Menéndez, de quien se dice que fue un tipo sanguinario que masacró a los hugonotes franceses.

No creo que nadie discuta que lo normal y deseable sería que las estatuas y los monumentos sirvieran para recompensar y perpetuar la memoria de los personajes y las figuras ejemplares. El problema es que la revisión del pasado, con los ojos del presente, suele ser muy arriesgada y hay que hacerla con mucho cuidado. Puede ser, ya lo estamos viendo, que derribemos algunas estatuas pero, con su derribo, no conseguimos blanquear la historia. La historia está ahí. Y no solo las calles, también los museos están llenos de cuadros y bustos de personajes que, hoy, no merecerían nuestra consideración ni nuestro reconocimiento. ¿Qué hacemos? ¿Mandamos todos esos cuadros al sótano o los quemamos en una hoguera?

Borrando un símbolo no se cambia la historia, sólo se causa ignorancia para las futuras generaciones. Otra cosa es que se reconozca, en los libros, quienes fueron y qué hicieron esas personas. Que sepamos la verdad de los personajes, aunque eso no cambie el peso y la influencia que tuvieron en la sociedad y en nuestra cultura.

Si siguiéramos el camino iniciado por Ada Colau, habría que borrar todas las estatuas y monumentos ya que todos son cuestionables y, a todos, se les puede dar otra lectura. Por eso, no deja de ser curioso que nos quejemos de que ISIS está destruyendo monumentos milenarios y que nosotros estemos haciendo lo mismo con nuestra historia. Que estemos construyendo, derribando y reconstruyendo nuestro pasado según los intereses políticos de cada momento. Así es que cabe pedir que si lo que toca es derribar estatuas, al menos que dejen los pedestales. Pueden servirnos en un futuro.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España