lunes, 30 de mayo de 2022

La realidad de los sueños

Milio Mariño

Todos hemos tenido algún sueño en el que vivimos situaciones absurdas para las que no encontramos explicación. Sueños en los que solemos pasarlo mal porque tratamos de darle sentido a lo que soñamos cuando lo lógico sería que no lo tuviera.

Volví a vivir esa experiencia hace unos días con la salvedad, en este caso, de que no lo pasé mal sino todo lo contrario. Disfruté como un enano. Sentí una especie de alegría infantil difícil de explicar. Difícil porque el sueño era un disparate pero, curiosamente, tenía más sentido que la realidad.

En el sueño me veía en el área de servicio de Villalpando comiendo un bocadillo y tomando un refresco. Al parecer, había cogido el ALSA de Avilés a Madrid y, como está establecido que hay que parar en ese sitio para que la gente pueda mear, comer y estirar un poco las piernas, allí estaba. Estaba a lo mío, pero cuando apenas había dado dos mordiscos al bocadillo llegó otro autobús, Autos Mariano, con un grupo de gente, en apariencia jubilados, que se apearon portando banderitas de España y armando mucho bullicio. Uno de los primeros en bajar de aquel autobús, apoyándose en un bastón y ayudado por otro señor, fue el Emérito Juan Carlos, que parecía de buen humor e iba vestido con un chaleco gris claro y un pantalón azul. Vamos a las regatas de Sansenxo, dijo una señora mayor mientras sacaba del bolso un  sándwich envuelto en papel de aluminio.

Me daba cuenta de que estaba soñando, pero me parecía un disparate. No era normal que Don Juan Carlos se bajara de un autobús que ni siquiera recuerdo si era Supra, en compañía de otros, más o menos de su edad, que iban rumbo a Galicia  para disfrutar de cuatro días en pensión completa y visitar la ría de Pontevedra.  También me parecía un disparate que por allí, por los andenes de Villalpando, merodearan dos chavales con pinta de árabes, aunque no de jeques. Eran de esos que venden baratijas y relojes y enseguida rodearon a Don Juan Carlos, que se reía a carcajadas y hablaba con ellos como si los conociera de toda la vida.

Sucedió entonces que por los altavoces dijeron que salía el autobús para Madrid y desperté. Desperté con la extraña sensación que dejan los sueños disparatados: medio adormilado y sin abandonar del todo ese mundo mágico y maravilloso al que solemos acudir cuando cerramos los ojos y nos dormimos.

Todavía perplejo, por lo que acababa de soñar, recordé que, según Freud, los sueños funcionan como una especie de cumplimiento de los deseos ocultos, revelando así nuestros deseos más reprimidos. Otros estudios señalan que, cuando soñamos, la mente se libera de prejuicios y establece un dialogo en el que prevalece lo más sensato.

 Quizá fuera esa la explicación. El disparate no había sido ver a Don Juan Carlos bajarse de un autobús, sino que se bajara de un Jet privado cuya hora de vuelo cuesta siete mil euros. Estamos tan acostumbrados a la falsa realidad de los telediarios que vemos las cosas más extrañas como si fueran normales. Lo que llaman realidad es un absurdo. No hay diferencia entre realidad y delirio. La vida es sueño. Así lo dejó escrito aquel gran hombre de teatro que fue Calderón. Aquel que escribió: “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño”…


Milio Mariño / artículo de Opinión / Diario La Nueva España

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Milio Mariño