Todos hemos tenido algún sueño en
el que vivimos situaciones absurdas para las que no encontramos explicación.
Sueños en los que solemos pasarlo mal porque tratamos de darle sentido a lo que
soñamos cuando lo lógico sería que no lo tuviera.
Volví a vivir esa experiencia hace
unos días con la salvedad, en este caso, de que no lo pasé mal sino todo lo
contrario. Disfruté como un enano. Sentí una especie de alegría infantil
difícil de explicar. Difícil porque el sueño era un disparate pero,
curiosamente, tenía más sentido que la realidad.
En el sueño me veía en el área de
servicio de Villalpando comiendo un bocadillo y tomando un refresco. Al parecer,
había cogido el ALSA de Avilés a Madrid y, como está establecido que hay que
parar en ese sitio para que la gente pueda mear, comer y estirar un poco las
piernas, allí estaba. Estaba a lo mío, pero cuando apenas había dado dos
mordiscos al bocadillo llegó otro autobús, Autos Mariano, con un grupo de
gente, en apariencia jubilados, que se apearon portando banderitas de España y
armando mucho bullicio. Uno de los primeros en bajar de aquel autobús,
apoyándose en un bastón y ayudado por otro señor, fue el Emérito Juan Carlos,
que parecía de buen humor e iba vestido con un chaleco gris claro y un pantalón
azul. Vamos a las regatas de Sansenxo, dijo una señora mayor mientras sacaba
del bolso un sándwich envuelto en papel
de aluminio.
Me daba cuenta de que estaba
soñando, pero me parecía un disparate. No era normal que Don Juan Carlos se
bajara de un autobús que ni siquiera recuerdo si era Supra, en compañía de
otros, más o menos de su edad, que iban rumbo a Galicia para disfrutar de cuatro días en pensión
completa y visitar la ría de Pontevedra. También me parecía un disparate que por allí,
por los andenes de Villalpando, merodearan dos chavales con pinta de árabes,
aunque no de jeques. Eran de esos que venden baratijas y relojes y enseguida rodearon
a Don Juan Carlos, que se reía a carcajadas y hablaba con ellos como si los conociera
de toda la vida.
Sucedió entonces que por los
altavoces dijeron que salía el autobús para Madrid y desperté. Desperté con la extraña
sensación que dejan los sueños disparatados: medio adormilado y sin abandonar
del todo ese mundo mágico y maravilloso al que solemos acudir cuando cerramos
los ojos y nos dormimos.
Todavía perplejo, por lo que
acababa de soñar, recordé que, según Freud, los sueños funcionan como una
especie de cumplimiento de los deseos ocultos, revelando así nuestros deseos
más reprimidos. Otros estudios señalan que, cuando soñamos, la mente se libera
de prejuicios y establece un dialogo en el que prevalece lo más sensato.
Quizá fuera esa la explicación. El disparate
no había sido ver a Don Juan Carlos bajarse de un autobús, sino que se bajara
de un Jet privado cuya hora de vuelo cuesta siete mil euros. Estamos tan
acostumbrados a la falsa realidad de los telediarios que vemos las cosas más
extrañas como si fueran normales. Lo que llaman realidad es un absurdo. No hay
diferencia entre realidad y delirio. La vida es sueño. Así lo dejó escrito
aquel gran hombre de teatro que fue Calderón. Aquel que escribió: “Sueña el rey
que es rey, y vive con este engaño”…
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Milio Mariño