Hace un par de semanas supimos de
dos jóvenes que se quitaron la vida aquí mismo: uno en el Cabo Busto y otro en
San Juan de Nieva. Dos suicidios sobre los que la prensa y los medios volvieron
a pasar de puntillas, como viene siendo costumbre, a pesar de que los expertos
insisten en que silenciar un suicidio no es la mejor prevención ni sirve prácticamente
de nada. La prueba es que se considera un tema tabú, se oculta a la opinión
pública, y el número de suicidios sigue creciendo hasta duplicar el de los fallecidos
por accidente de tráfico.
El balance, a nivel general, es
muy negativo pero todavía es peor lo nuestro, pues Asturias, que no figura como
la primera en nada, está a la cabeza de
la tasa de suicidios en España. En los tres últimos años, se han suicidado en Asturias 403
personas. Una cifra alarmante ante la que no vale el silencio, encogerse de
hombros o considerar lo ocurrido como inevitable.
La respuesta, interesada y
simplista, es ignorar que la gente se suicida. Fingir que no sabemos que haya
ese problema y, en último caso, cuando se habla de algún suicidio, echarle la
culpa a la persona que se ha quitado la vida, a la que acusamos de no haber
sabido resistir el sufrimiento, no haberse esforzado lo suficiente y no importarle
el calvario por el que pasarán sus familiares y amigos. Reaccionamos con pena y
lamentamos lo sucedido pero, al mismo tiempo, sentimos rabia e indignación porque,
en el fondo, reconocemos nuestro fracaso. Por eso buscamos excusas y recurrimos
al determinismo como causa objetiva. Pasamos por alto que quienes se suicidan
no quieren morir, quieren dejar de sufrir. Ignoramos, a propósito, que son
personas que aman la vida y desean poder disfrutarla, pero por más que lo
intentan no consiguen que el sufrimiento desaparezca.
La Fundación Española para la
Prevención del Suicidio, señala que en España se suicidan once personas cada
día. Lo cual nos deja en muy mal lugar como sociedad. Sobre todo porque quienes
acaban suicidándose no son marcianos que vengan de otro planeta. Son personas con
las que convivimos a diario y a las que, seguramente, hemos oído comentar a
menudo que su dolor es tan insoportable que no les queda otra salida que acabar
de una vez. Pero, claro, como siempre estamos atareados y siempre vamos con
prisa, la falta de atención que suelen encontrar en nosotros es casi total.
No parece que les presten más y
mejor atención en la sanidad pública. Una instancia en la cualquiera que vaya
con un brazo roto o un cólico de riñón recibe un diagnóstico y un tratamiento adecuados.
La cosa cambia si uno llega con un problema mental porque lo más probable es
que no haya ningún especialista para tratarlo. Lo tratará cualquier médico, que
hará lo que pueda, le dará el alta y lo devolverá a su casa con una caja de
pastillas y buenas palabras. Es lo que hay. La salud mental no está considerada
como parte del sistema público de salud, está en otra onda y casi se considera un
lujo. Ocupa el último lugar en cuanto a recursos.
El panorama está así de crudo. Nos
asusta hablar del suicidio, de modo que no sé hasta cuando seremos cómplices de
un silencio que está pidiendo a gritos que dejemos de hacernos los sordos.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
Tengo la impresión desde hace mucho tiempo...años..., de que hay en este PLANETA un problema de raíz, al que no queremos mirar, tal vez por ""impopular, porque no se ve políticamente correcto y no daría muchos réditos ... ( votos). Se necesita una planificación demográfica a nivel MUNDIAL ( somos una plaga de ""humanoides"") y no hay recursos para cumplir con las expectativas y promesas que se hacen o hacemos.... NO hay RECURSOSS:...
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