Uno de los muchos problemas que tenemos
en España es que ni en los momentos más duros y difíciles nuestros políticos
son capaces de dejar a un lado sus diferencias y establecer un pacto en favor de
un interés común que todos dicen defender. Eso dicen, pero luego, en la
práctica, ejercen una política que consiste en machacar al contrario y hacerle
cuanto más daño mejor. Leña al mono y, de paso, también a nosotros porque no
conviene olvidar que un político que luego sería ministro de Hacienda se
despachó con aquella frase que, desgraciadamente, se hizo famosa. “Si cae
España que caiga que ya la levantaremos nosotros”.
Seguimos igual. Hay políticos y
partidos que no les importa quedarse tuertos si al otro lo dejan ciego. Llegar
a un acuerdo para superar la complicada situación que tenemos parece imposible,
sobre todo por parte de la derecha pues, en España, los partidos de derechas
son muy distintos a los del mismo signo que hay en otros países de Europa. La
derecha española entiende la democracia igual que la entendía el franquismo: no
tolera que gobierne la izquierda. Considera que lo natural y lo lógico es que
gobiernen ellos. Todo lo demás lo tachan de ilegitimo aunque sean minoría y
hayan perdido las elecciones.
No evolucionan. El discurso y los
argumentos son los mismos de hace cuarenta años. Pero la izquierda también se aprovecha y vive
un poco de eso, de la teatralización del miedo a la derecha y los ultras y de decir
que es imposible llegar a un acuerdo.
Así estamos, con la izquierda y la
derecha a la greña y sin que se reconozcan culpables del ambiente de crispación
al que hemos llegado. Unos acusan a Vox y los otros a Podemos. Poco importa que el país
tuviera que afrontar una pandemia y ahora las consecuencias de una guerra, nadie
parece dispuesto a suscribir un pacto, si por pacto se entiende que unos y
otros deberían rebajar sus pretensiones y hacer alguna concesión para llegar a
un acuerdo.
En principio, la izquierda y la derecha,
difieren en todo, pero las diferencias están más en las formas que en el fondo.
Ni unos ni otros tienen margen para hacer la política que quisieran. Ni el
socialismo puede fiarlo todo al papel del Estado ni los de derechas al
liberalismo económico. La realidad se impone y dicta sentencia. Así lo
entendieron en Alemania, dónde el partido liberal de derechas, FDP, comparte
gobierno con los socialistas del SPD. Allí, a nadie se le ocurrió que, heridos
por la pandemia y afrontando una crisis bélica, procediera reclamar una bajada
de impuestos y desprestigiar la inversión pública en materia de ayudas
sociales. Abordaron el problema teniendo muy claro que ningún partido debía
aprovecharse de la situación para conseguir más votos. Fueron patriotas de
verdad, no de los que presumen enseñando la banderita en la pulsera.
Nadie podía imaginar que llegaríamos a esto, pero estamos en tiempos de guerra y una guerra siempre supone un
coste económico. Por si fuera poco, aún sufrimos las consecuencias de la pandemia.
No sé qué más tiene que pasar para que los políticos tomen conciencia de que es
imprescindible combatir la situación actual desde la unidad de las fuerzas
democráticas, aglutinadas en torno a un nuevo pacto que bien podría llamarse el
segundo de la Moncloa, o el primero de la calle Génova.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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