Milio Mariño
A los partidos políticos empieza a pasarles como a cualquier utensilio, que con el tiempo van deteriorándose y llega un momento en que la gente se plantea si merece la pena seguir con el viejo o es mejor comprar uno nuevo.
La tendencia apunta a lo nuevo. Y eso trae de cabeza a los viejos partidos, sobre todo a los socialistas, que ven como se les escapa un mercado que fue suyo y lo están perdiendo a pesar de haberse sometido a operaciones de cirugía estética que, de momento, no se traducen en votos. Solo hay que ver lo sucedido en Grecia, donde los socialistas eran la primera fuerza, hace dos años, y ahora han quedado séptimos, con trece diputados.
La escabechina fue tan estrepitosa que, al día siguiente de las elecciones, la portavoz de los socialistas españoles se apresuró a decir que el PSOE no es el PASOK. Ya lo sabíamos. De todas maneras, puestos a establecer diferencias, podía haber aprovechado para decir que el PSOE no es el PASOK ni tampoco el SPD alemán, que lleva doce años perdiendo las elecciones, ni el PSI italiano, prácticamente desaparecido, ni el PS francés, el único que resiste a pesar de haber sufrido un varapalo en las elecciones europeas.
Cierto que el PSOE no es el PASOK ni el SPD, el PSI o el PS francés, pero puede acabar como ellos al final de este año. Y eso hace que nos planteemos si la sociedad ha cambiado tanto que prescinde de la socialdemocracia y de valores que le son propios como la justicia social, la solidaridad, el progreso y el humanismo.
Lo que estamos viendo, y lo que se intuye pasará a corto plazo, hace pensar lo contrario. Indica que una buena parte de la ciudadanía se reafirma en los valores tradicionales de la izquierda y muestra una mayor tendencia al asociacionismo y la participación.
¿Qué pasa entonces? ¿Cómo es posible esta paradoja? ¿Por qué los partidos socialistas están perdiendo su electorado?
En mi opinión, lo están perdiendo por su culpa, por su grandísima culpa. Porque han pecado de pensamiento, palabra y obra, aunque inventen mil escusas y sigan negándose a entonar el yo pecador. Lo pierden porque en lugar de abanderar soluciones valientes, han ido a remolque de los acontecimientos y no han defendido a los más débiles como era su obligación. Se acomodaron tanto, se volvieron tan conformistas, que dejaron de pelear por una sociedad más justa y se instalaron en un posibilismo de despacho que no vio, o no quiso ver, lo que sucedía en la calle. No hubo ganas ni voluntad de enfrentarse a la situación. Hubo, cuando estuvieron en el gobierno y después en la oposición, más miedo que vergüenza.
Las cosas son como son. Lo que el PSOE puede ofrecer a su electorado es desalentador, pero insisten en que lo hicieron bien. Al intento de Pedro Sánchez de rectificar el artículo 135 de la Constitución, reformado en 2011 por la puerta de atrás, respondió la vieja guardia segándole la hierba bajo los pies. Enmendándole la plana y apostando por un proyecto político que defiende lo hecho y propone las mismas recetas de los últimos años. Algo muy parecido a lo que defiende y propone la derecha. Por eso no debe extrañarnos que, quienes siguen creyendo en la socialdemocracia, la compren en otro partido.
A los partidos políticos empieza a pasarles como a cualquier utensilio, que con el tiempo van deteriorándose y llega un momento en que la gente se plantea si merece la pena seguir con el viejo o es mejor comprar uno nuevo.
La tendencia apunta a lo nuevo. Y eso trae de cabeza a los viejos partidos, sobre todo a los socialistas, que ven como se les escapa un mercado que fue suyo y lo están perdiendo a pesar de haberse sometido a operaciones de cirugía estética que, de momento, no se traducen en votos. Solo hay que ver lo sucedido en Grecia, donde los socialistas eran la primera fuerza, hace dos años, y ahora han quedado séptimos, con trece diputados.
La escabechina fue tan estrepitosa que, al día siguiente de las elecciones, la portavoz de los socialistas españoles se apresuró a decir que el PSOE no es el PASOK. Ya lo sabíamos. De todas maneras, puestos a establecer diferencias, podía haber aprovechado para decir que el PSOE no es el PASOK ni tampoco el SPD alemán, que lleva doce años perdiendo las elecciones, ni el PSI italiano, prácticamente desaparecido, ni el PS francés, el único que resiste a pesar de haber sufrido un varapalo en las elecciones europeas.
Cierto que el PSOE no es el PASOK ni el SPD, el PSI o el PS francés, pero puede acabar como ellos al final de este año. Y eso hace que nos planteemos si la sociedad ha cambiado tanto que prescinde de la socialdemocracia y de valores que le son propios como la justicia social, la solidaridad, el progreso y el humanismo.
Lo que estamos viendo, y lo que se intuye pasará a corto plazo, hace pensar lo contrario. Indica que una buena parte de la ciudadanía se reafirma en los valores tradicionales de la izquierda y muestra una mayor tendencia al asociacionismo y la participación.
¿Qué pasa entonces? ¿Cómo es posible esta paradoja? ¿Por qué los partidos socialistas están perdiendo su electorado?
En mi opinión, lo están perdiendo por su culpa, por su grandísima culpa. Porque han pecado de pensamiento, palabra y obra, aunque inventen mil escusas y sigan negándose a entonar el yo pecador. Lo pierden porque en lugar de abanderar soluciones valientes, han ido a remolque de los acontecimientos y no han defendido a los más débiles como era su obligación. Se acomodaron tanto, se volvieron tan conformistas, que dejaron de pelear por una sociedad más justa y se instalaron en un posibilismo de despacho que no vio, o no quiso ver, lo que sucedía en la calle. No hubo ganas ni voluntad de enfrentarse a la situación. Hubo, cuando estuvieron en el gobierno y después en la oposición, más miedo que vergüenza.
Las cosas son como son. Lo que el PSOE puede ofrecer a su electorado es desalentador, pero insisten en que lo hicieron bien. Al intento de Pedro Sánchez de rectificar el artículo 135 de la Constitución, reformado en 2011 por la puerta de atrás, respondió la vieja guardia segándole la hierba bajo los pies. Enmendándole la plana y apostando por un proyecto político que defiende lo hecho y propone las mismas recetas de los últimos años. Algo muy parecido a lo que defiende y propone la derecha. Por eso no debe extrañarnos que, quienes siguen creyendo en la socialdemocracia, la compren en otro partido.
Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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