lunes, 17 de abril de 2023

Del rojo fucsia al azul turquesa

Milio Mariño

Por un capricho de esos que a veces tiene la vida, la pasada Semana Santa encontré a un viejo amigo al que hacía muchos años que no veía. Lo de viejo es literalmente cierto porque los dos somos ya bastante mayores, así que, después de darnos un abrazo, cada uno contó sus achaques aunque, al final, decidimos indultarnos y acabamos echándonos flores.

Ya más tranquilos, sentados detrás de un par de cafés en una soleada terraza de El Parche, mi amigo me preguntó si, por fin, había entrado en razones y me había vuelto de derechas. Lo hizo esbozando media sonrisa y trató de endulzar la pregunta añadiendo que siempre me había considerado una persona inteligente y, por tanto, con capacidad de sobra para asumir esa famosa frase que atribuyen a Winston  Churchill. Esa que dice: “Si a los veinte años no eres de izquierdas, no tienes corazón y si de viejo no eres de derechas, no tienes cerebro”.

No esperaba que empezara duro y a la cabeza. Mi respuesta fue que no creía que las ideas políticas tuvieran una vinculación directa con la inteligencia ni tampoco con la edad. En cualquier caso, ateniéndonos a la frase, advertí que estábamos en las mismas. Ni él, de joven, había sido de izquierdas, ni yo, de viejo, me había vuelto de derechas ni tenía pensado volverme por más que viviera cien años.

Así se lo dije. Me cuesta entender que haya gente que insiste en la creencia de que los demás estamos equivocados si no pensamos como ellos. Imagino que debe ser como una enfermedad que les impide concebir otras ideas que no sean las suyas. Tal vez no lo pretendió, pero quise intuir que me estaba dando la oportunidad de no sentirme inferior. Estaba perdonando mis pecados de juventud y apelaba a lo que, creía, es de sentido común. En su mentalidad que, a mis años, dijera que seguía siendo de izquierdas era como si fuera vestido con unos vaqueros rotos.

Dios no lo quiera. Descontando que no me gustan, ser de izquierdas no significa que uno no sea consciente de la edad que tiene. Sé que han pasado los años y nada es igual a cuando era joven. Acepto que el rojo de aquella época tal vez se haya vuelto rojo fucsia, lo mismo que el azul de entonces es ahora azul turquesa, pero las diferencias entre la izquierda y la derecha siguen igual de vigentes y más claras que nunca.

Traté de explicárselo lo mejor que pude y con la amabilidad que merece que fuimos amigos cuando éramos adolescentes. También le dije que, aun sin quererlo, se había acercado más él a mí que yo a él. Le recordé que la derecha estuvo en contra de muchas propuestas de la izquierda que, al final, acabó aceptando de mejor o peor gana. La evidencia de que él se había vuelto más de izquierdas que yo de derechas es la postura que ahora tiene la derecha con respecto al divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la igualdad de sexos, el feminismo y hasta el cambio climático.

Deseando zanjar el tema, admití que con los años todos vamos empeorando, pero que no entraba en mis cálculos empeorar más aprisa y precipitar mi chochez. Lo mío es una elección por descarte, tengo muy claro lo que no quiero. Y espero seguir teniéndolo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de abril de 2023

Inteligencia: mejor artesana que artificial

Milio Mariño

Resulta agotador, y muy aburrido, escuchar a todas horas que la inteligencia artificial es la repera y cambiará nuestras vidas. Es tanta la insistencia que no hace sino confirmar que la mediocridad y la estupidez se han instalado en la sociedad copándolo todo. La sensación, dios me perdone, es que los tontos abundan. No lo comento, ni siquiera con los amigos, no vaya ser que piensen que me creo más listo que nadie y me incluyan, también, en la lista de idiotas. Pero la sensación sigue ahí. Salgo a la calle y no puedo evitar ir contando los tontos que encuentro. Luego sumo los de la tele,  las redes sociales, los periódicos…

Al final, sumo más tontos que trigo. Y no crean que se trata de gente mayor con pocos estudios, los tontos a los que me refiero son personas formadas, de entre treinta y cincuenta años, que por alguna razón misteriosa no se enteran ni quieren saber nada de lo que afecta a sus vidas y, sin embargo, lo saben todo de su equipo de futbol. Personas que carecen de opinión y sólo opinan en función de lo que ven en la tele y en las redes sociales. Es como si hubieran llegado a la conclusión de que no necesitan pensar. Es más, cuando les dices que no comprendes como pueden vivir así, se ríen y se encogen de hombros. Les parece gracioso.

Francamente, no le veo la gracia. Había leído que el concepto neoliberal de felicidad consiste en eso, en que cada uno vaya a su bola y pase olímpicamente de todo, pero sospechaba que debía haber algo más. Y sí que lo había. Hay países que llevan muchos años haciendo test de inteligencia a la población y saben muy bien cómo estamos. Estamos como no se imaginan.

Diferentes estudios, realizados por Bernt Bratsberg y Ole Rogeberg de la Universidad de Oslo, y otras Universidades de Europa, señalan que entre los años cincuenta y mediados de los setenta, del siglo pasado, el coeficiente intelectual medio aumentó 7,7 puntos, pero ahora, en el siglo XXI, la tendencia es, claramente, a la baja. Las nuevas generaciones, los nacidos a partir de 1976,  tienen un coeficiente intelectual inferior. Lo cual no quiere decir que sean tontos, pero sí que hemos ido a peor. Cada generación, hasta hace unos años, siempre había superado el coeficiente intelectual de la generación anterior. Ahora no.

Perplejo por este dato, pensé que, a lo mejor es por eso que insisten tanto en la inteligencia artificial. Pero, a saber si para la inteligencia no rige, también, la ley Lavoisier. Es decir que, lo mismo que la materia, la inteligencia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. De modo que la inteligencia que ahora ponen en las máquinas igual se la están quitando a las nuevas generaciones.

No lo descarten. Los científicos no acaban de ponerse de acuerdo sobre las causas que han provocado el retroceso de la inteligencia humana. Algunos lo achacan a la tecnología, otros al sistema educativo y los menos a que ya habíamos llegado a unas cotas de inteligencia que eran difíciles de mejorar.

Al final, no sé yo si no conseguirán entontecernos a todos. Ese camino llevan pero, por mucha inteligencia artificial que les pongan, las máquinas siempre serán más tontas que nosotros. Siempre será mejor la inteligencia artesana que la artificial que quieren vendernos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 3 de abril de 2023

Faltan curas

Milio Mariño

Faltan albañiles, electricistas y fontaneros, pero es solo una parte. Hay otro déficit importante del que apenas se habla: la falta de curas. Nadie sabe si es que Dios no llama a los jóvenes para que ingresen en el seminario o si los llama y se hacen los sordos, pero este curso, 2022-2023, el número total de seminaristas ha descendido hasta los 974 y apenas pasan de 100 quienes llegan a cantar misa por primera vez cada año.

El dato lo dice todo. España ha perdido siete mil curas en poco más de dos décadas. Los curas envejecen y mueren sin que nadie los sustituya. Hay sitios donde un cura tiene que atender, él solo, a diez parroquias. Se infla a decir misas y su esfuerzo servirá de poco porque si no se produce un milagro, que tratándose de la iglesia podría ser, en los próximos diez años tendrán que cerrar cientos de iglesias, especialmente en la España vaciada, pero también en las grandes ciudades.

La situación es para preocuparse. Dado su tradicional inmovilismo, tal parece que la iglesia contempla este peligroso declive sin hacer nada, pero no es cierto. Está muy preocupada y hace tiempo que trabaja buscando alternativas. La primera fue de libro, fue echar mano de los inmigrantes. Actualmente hay en España 1.500 curas extranjeros que proceden de 70 países, la mayoría de Hispanoamérica. Una cifra que supone el 9,5% del total y puede considerarse elevada si tenemos en cuenta que el número de extranjeros que trabajan en la construcción representa el 11,2 % de dicho sector.  

Apelar a esta vía, al recurso de importar curas, no resuelve el problema. Así lo entienden aquí y en Roma, donde la jerarquía eclesiástica está estudiando otras posibles alternativas como la abolición del celibato y que las mujeres puedan incorporarse al sacerdocio.

De momento, no contemplan como posible atractivo mejorar la retribución de los curas, que oscila entre los 978 y 1.300 euros al mes más el disfrute de una vivienda. Cantidad que puede verse incrementada con las tasas de las diócesis por servicios religiosos. Tasas que no tienen control alguno por parte de las autoridades públicas y que, más o menos, están establecidas en 40 euros por bautismo, 150 por matrimonio y 90 euros por las exequias fúnebres.

No lo tiene fácil la iglesia católica. Los curas disponen de vivienda gratis, un sueldo para ir tirando y un trabajo para toda la vida, pero no parece suficiente para que los jóvenes se animen y surjan nuevas vocaciones.

Buscando endulzar y animar un poco a los jóvenes, el propio papa Francisco se mostró dispuesto a “revisar” el celibato en el seno de la Iglesia católica. Hace poco volvió a insistir sobre el tema y dijo: “El celibato es una prescripción temporal de la iglesia occidental, no hay ninguna contradicción en que un sacerdote pueda casarse".

Estas declaraciones, como casi todo lo que dice el Papa Francisco, provocaron malhumores y fuertes tensiones en el Vaticano. Así que, a corto plazo, es previsible que no cambie nada.

Lo que sí ha cambiado es que los curas ya no viven como curas. Viven casi como cualquiera. Ya no tienen sobrinas ni beatas que los cuiden. La mayoría se apañan solos, como si fueran solteros, y organizan su jornada como cualquier pluriempleado. Cierto que no son los únicos, pero al resto no les exigen que, además, sean castos.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 27 de marzo de 2023

Estudiar para princesa

Milio Mariño

Sospecho que tengo la curiosidad del gato. La obsesiva necesidad saber el porqué de todo, incluso de lo que sé que no sabré nunca. En ese caso, lejos de amilanarme, imagino la parte oculta y compongo mi propia historia. Fue lo que hice cuando leí el plan de estudios de la Princesa. Ni ustedes ni yo sabemos, ni vamos a saber nunca, si hubo discusión, o no, en el seno de la familia real. Es decir, si Leonor decidió, por ella misma, ingresar en el ejército o le dijeron te pongas como te pongas tienes que hacerlo y no se hable más.

En la nota difundida por La Zarzuela, los Reyes dicen que acogen esta nueva etapa formativa de la Princesa con la satisfacción de conocer su voluntad, interés e ilusión en recibir dicha formación, pero no se despeja la duda de si Leonor hubiera preferido ir a la Universidad. Sobre todo, después de que algunos cortesanos dijeran que la reina Letizia se oponía a la formación militar de su hija y fue muy difícil convencerla. Tal vez por eso, la nota aclara que la universidad vendrá después. Lo cual no evita que se priorice la formación militar sobre la humanística.

Anteponer una formación a otra tiene importancia. En cuestiones de aprendizaje, el orden los factores sí puede alterar el producto. Cuando lo primero que te enseñan es a mandar y que los demás estén obligados a obedecerte sin rechistar, el pensamiento crítico pasa a un segundo plano y la necesidad de razonar cae en desuso porque no hace falta. Pero así es el Ejército, es cosa aparte en la sociedad. No es lugar para debates. Es a sus órdenes y taconazo para cerrar.

Tantos esfuerzos por convencernos de que el ingreso de la Princesa en el ejército fue una decisión personal alientan la sospecha de que lo más probable es que se trate de una imposición relacionada con lo que, algunos entienden, deben ser sus obligaciones más que con sus preferencias.

 Contribuyen a esa sospecha el comunicado de la Casa Real y las declaraciones de Margarita Robles que, una vez más, ha vuelto a equivocarse. Primero asegurando que, como en todas las monarquías parlamentarias, el heredero, en este caso heredera, tiene que tener antecedentes militares. Lo cual es falso. Y luego cubriéndose de gloria con eso de que: “En los últimos años, hemos hecho un esfuerzo importante para incorporar a las mujeres a las Fuerzas Armadas”.

Margarita viene a decir, más o menos, que ella misma y no sé si el Gobierno en pleno, insistieron para que la Princesa se incorpore al ejército. Me gustaría creer que no es verdad, que no la presionaron aunque les encante que la paridad alcance al manejo de las armas y que las mujeres se preparen para la guerra. Ahí es nada pasar del “Hogwarts Hippie”, como llaman al colegio donde estudia la Princesa, a una Academia Militar.

Solo es el comienzo. Cabe esperar que tendremos matraca para rato porque en ese empeño por convencernos de que es buena idea que Leonor ingrese en el ejército, acaban de filtrar que la Princesa renunciará a los 400 euros que le corresponderían como cadete y que los viernes tendrá que arrastrarse por el barro como parte de su instrucción militar. Olvidan lo principal: que ese barro tiene poco que ver con el que debería pisar, el de la sociedad civil.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de marzo de 2023

Primavera de pánico financiero

Milio Mariño

La noticia de un nuevo crack financiero me pilló en el váter mirando el móvil. Así que dije: Pues ya que estoy aprovecho. En vez de tirarme de un rascacielos me tiro un cuesco. Más que nada porque lo sucedido cuando el crack de 1.929 ya no volvió a repetirse. Me refiero a los suicidios. En el otro crack, el de 2008, hubo fotógrafos que pasaron varios días al acecho, esperando a ver si algún banquero se tiraba del balcón abajo, y tuvieron que marcharse sin una triste foto. Ningún ejecutivo saltó al vacío desde su despacho. Los responsables de los bancos quebrados estaban negociando sus millonarias indemnizaciones, que luego fueron pagadas con dinero público. El único suicidio del que tuvimos noticia fue el de un pensionista griego que dejó una carta en la que decía que prefería morir antes que vivir en la miseria.

Esta primavera no llega con las tradicionales alergias, llega con la quiebra de un par de Bancos, la amenaza de un nuevo crack financiero y el recado de que no cunda el pánico. Pánico que, de momento, no ha cundido. La gente se lo toma con mucha tranquilidad. Sabe lo que va a pasar. Leí, en algún sitio, que el capitalismo sin quiebras sería como el cristianismo sin infierno. Totalmente imposible. De modo que la solución será la de siempre: Los Bancos confesarán sus pecados, harán propósito de enmienda, rezarán un Padre Nuestro y seguirán a lo suyo. Ya ocurrió a finales de 2008, cuando la crisis de las hipotecas. El presidente Bush y sus asesores, los neocons enemigos acérrimos de cualquier regulación y del sector público, aconsejaron nacionalizar los bancos quebrados y quedaron tan panchos. Merrill Lynch, Goldman Sachs, Morgan Stanley y otros de la misma familia, que presumían de ser los amos del mundo, fingieron pasar por el aro de ser regulados y recibieron el dinero público que necesitaban.  Ángela Merkel y sus colegas de Europa hicieron algo parecido. Salvaron a los Bancos y nos condenaron a sufrir multitud de recortes sociales y una austeridad que estuvo a punto de hundir el euro.

Fue en el año 2008 y ahora, cuando, por fin, estábamos estirando el pescuezo, vuelven con otro crack y la cantinela de que no cunda el pánico. Será el pánico a que vuelvan a estafarnos. Ese es el miedo porque nada ha cambiado. Los banqueros siguen campando a sus anchas y cobrando sueldos escandalosos, los bancos centrales les siguen otorgando grandes sumas de dinero a bajos tipos de interés y nosotros seguimos siendo sus accionistas, pero solo para lo malo, para pagar los pufos.

Que Dios bendiga este puto timo, dijo en un correo electrónico un ejecutivo de Standard & Poor's cuando vio lo que estaba pasando. El timo fue colosal. Una y no más dijimos, entonces, muy enfadados. Y, para consolarnos, prometieron que nunca  volvería a suceder lo mismo. Que la economía se iba a regenerar, el sistema financiero se sometería a una regulación exhaustiva, los mercados volverían al equilibrio, no se crearían nuevas burbujas y los especuladores tendrían que cambiar de oficio.

 Todo lo que prometieron seguro que lo han cumplido. Podemos estar tranquilos. Los Bancos ofrecen confianza y felicidad. Ofrecen tanto que cuando un anciano fue a un Banco y el empleado le preguntó: ¿Viene usted a ingresar? Respondió: No venía a eso, pero si hay cama igual me quedo.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 13 de marzo de 2023

Patriotismo empresarial

Milio Mariño

Cualquiera podría pensar, fiándose del apellido, que el señor del Pino, presidente de Ferrovial, es de madera. Pero ni mucho menos. Es de carne y hueso como nosotros. Siente las críticas y está muy afectado por lo que dicen en el Gobierno y quienes le ponen a caldo, aunque no sean gente de bien. No le sirve de consuelo que  Feijóo y el PP hayan manifestado que lo comprenden y entienden que quiera irse de España.

Barrunto que del Pino no se consuela porque tiene poca, o ninguna, confianza en que Feijóo gane las próximas elecciones. Hace dos meses, en un acto en Madrid, se deshizo en elogios hacia el político gallego, destacando su capacidad de gestión y añadiendo que la voluntad de Ferrovial era seguir contribuyendo a la construcción de una España mejor y más próspera. Pero nada, pura retórica. Es de cajón de madera que si del Pino confiara en Feijóo no se iría de España. Claro que también pude ser que a del Pino y a Ferrovial les traiga sin cuidado que gobierne Sánchez o el dúo Abascal y Feijóo. Es posible que la ideología y el patriotismo de Ferrovial sean el dinero antes que cualquier partido político o el país donde nació y le ayudó a crecer y a ganar miles de millones. Así que menudo papelón el de Feijóo y el PP, apoyando a una empresa que se va de España para no pagar impuestos. Se están convirtiendo en cómplices de quienes utilizan los paraísos fiscales.

No parece buena idea qué, por desgastar a Sánchez, el PP aplauda lo que debería condenar sin reparos. Está meridianamente claro que las empresas van a lo suyo y les importa un comino cómo le vaya al país. Según el Banco de España, las grandes empresas del Ibex 35 tuvieron, en 2022, unos beneficios espectaculares. Los datos reflejan que los beneficios crecieron siete veces más que los salarios, pero los dirigentes empresariales no solo siguen pidiendo moderación salarial sino que se han opuesto a la revisión de las pensiones y la subida del salario mínimo. No se conforman con ganar mucho dinero, quieren que los pensionistas y los trabajadores ganen menos. Ya se han olvidado de los 11.000 millones que recibieron, como ayudas, cuando la pandemia, y de los ERTES que pagó el Gobierno. Eso es agua pasada. Ahora, cuando vuelven a ganar miles de millones, siguen con sus quejas y alguna, como Ferrovial, dice que se va de España por unos motivos que no se los cree nadie. Se va para no pagar. Se aprovechó cuando venían mal dadas y ahora ahí os quedáis que os zurzan.

Hay ilusos que pretenden convencer a Ferrovial, para que se quede, adulando al señor del Pino. Otros apelan a un patriotismo empresarial, que saben que es imposible, y los más sensatos entienden que sólo nos queda el recurso al pataleo y  despacharnos a gusto pero disimulando, no vaya a ser que, encima, nos empapelen.

Con la indignación y la rabia hay que tener cuidado. Pueden llevarnos a decir lo que pensamos. Es mejor tomar ejemplo de aquel americano que, tras un juicio, le dijo al juez: O sea que, según usted, no puedo llamar cerdo a mi jefe, el señor Smith. Exactamente, no puede. ¿Y tampoco puedo llamar señor Smith a un cerdo? Eso sí, eso puede hacerlo, no constituye delito. Pues ya lo estoy llamando.

Milio Mariño / artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 6 de marzo de 2023

El mundo está mal repartido

Milio Mariño

Cuando era un niño de nada ya oía decir en mi casa que el mundo estaba mal repartido. No entendía lo que decían, pero empecé a entenderlo cuando vi que otro niño compraba chicles y regaliz como yo y todavía le sobraba dinero para comprar un helado y un montón de tebeos.

Da rabia constatar que el mundo está mal repartido. Y no me refiero, solo, al dinero. El injusto reparto también alcanza a la belleza, la inteligencia, la genética y, por supuesto, el trabajo. Hay gente que trabaja mucho y cobra muy poco, otros apenas trabajan y cobran una millonada y luego están los que buscan trabajo y les toca esperar, y desesperarse, en la cola del paro.

Lo que decíamos: el mundo está mal repartido. Ahora mismo, en España, hay 20,5 millones de personas trabajando y 3 millones buscando trabajo. Tenemos una tasa del 13% de paro, muy por encima de los principales países de nuestro entorno. Y como no parece que el sistema productivo vaya a generar los empleos que hacen falta, ha vuelto a cobrar actualidad el viejo debate sobre la necesidad de repartir el trabajo.

 La jornada laboral, en España, permanece invariable desde 1982. Está establecida en cuarenta horas semanales de trabajo, ocho horas más de lo que proponen los promotores de la semana de cuatro días, cuya implantación no se piensa tanto para atajar el problema actual de desempleo como en previsión de lo que llegará no tardando mucho. Una serie de avances tecnológicos que hasta hace poco parecían ciencia ficción. Hablan de máquinas con capacidad cognitiva; es decir, de hablar, comprender, aprender y cambiar por sí mismas. Qué sé yo, algo parecido a que se te cae el móvil al váter y, a lo mejor, no es capaz de salir por sí solo, pero si lo será para llamar al 112 y pedir ayuda.

Bromas aparte, lo que viene es un cambio asombroso. Las dos grandes áreas en las que están trabajando, la inteligencia artificial y las herramientas biológicas, supondrán un cambio radical y difícilmente imaginable del mundo que conocemos. Tal es así que no sería de extrañar que se plantearan corregir lo que hizo Dios, que trabajó seis días para hacer el mundo y al séptimo descansó. Los avances tecnológicos que están por llegar seguramente harán realidad la semana laboral de cuatro días, luego la de tres, posteriormente de dos y es muy probable que acaben planteando el trabajo como una alternativa al ocio total.

Según los científicos, la tecnología hará que los robots nos reemplacen en la realización de cualquier trabajo físico. De modo que, ante semejante futuro, es imposible saber qué haremos cuando las máquinas lo hagan todo. Los más optimistas ya se frotan las manos. Piensan que los pobres se librarán del trabajo y tendrán asegurado comer todos los días, la sanidad será eficaz y gratuita, la vivienda correrá a cargo del Estado y la marihuana estará legalizada y al alcance de todos.

La mala noticia es que esos mismos científicos han declarado que la nueva tecnología no está pensada para acabar con las desigualdades. En su opinión la desigualdad es positiva porque incentiva el esfuerzo. Dicen que si no hay diferencias, si todos somos iguales, la gente se aburre y se frena el progreso. Así que mucho me temo que, en el futuro, el mundo seguirá igual de mal repartido.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España