Por un capricho de esos que a
veces tiene la vida, la pasada Semana Santa encontré a un viejo amigo al que
hacía muchos años que no veía. Lo de viejo es literalmente cierto porque los
dos somos ya bastante mayores, así que, después de darnos un abrazo, cada uno
contó sus achaques aunque, al final, decidimos indultarnos y acabamos
echándonos flores.
Ya más tranquilos, sentados
detrás de un par de cafés en una soleada terraza de El Parche, mi amigo me
preguntó si, por fin, había entrado en razones y me había vuelto de derechas. Lo
hizo esbozando media sonrisa y trató de endulzar la pregunta añadiendo que siempre
me había considerado una persona inteligente y, por tanto, con capacidad de
sobra para asumir esa famosa frase que atribuyen a Winston Churchill. Esa que dice: “Si a los veinte años
no eres de izquierdas, no tienes corazón y si de viejo no eres de derechas, no
tienes cerebro”.
No esperaba que empezara duro y a
la cabeza. Mi respuesta fue que no creía que las ideas políticas tuvieran una
vinculación directa con la inteligencia ni tampoco con la edad. En cualquier
caso, ateniéndonos a la frase, advertí que estábamos en las mismas. Ni él, de
joven, había sido de izquierdas, ni yo, de viejo, me había vuelto de derechas
ni tenía pensado volverme por más que viviera cien años.
Así se lo dije. Me cuesta
entender que haya gente que insiste en la creencia de que los demás estamos
equivocados si no pensamos como ellos. Imagino que debe ser como una enfermedad
que les impide concebir otras ideas que no sean las suyas. Tal vez no lo pretendió,
pero quise intuir que me estaba dando la oportunidad de no sentirme inferior.
Estaba perdonando mis pecados de juventud y apelaba a lo que, creía, es de sentido
común. En su mentalidad que, a mis años, dijera que seguía siendo de izquierdas
era como si fuera vestido con unos vaqueros rotos.
Dios no lo quiera. Descontando
que no me gustan, ser de izquierdas no significa que uno no sea consciente de
la edad que tiene. Sé que han pasado los años y nada es igual a cuando era
joven. Acepto que el rojo de aquella época tal vez se haya vuelto rojo fucsia,
lo mismo que el azul de entonces es ahora azul turquesa, pero las diferencias
entre la izquierda y la derecha siguen igual de vigentes y más claras que nunca.
Traté de explicárselo lo mejor
que pude y con la amabilidad que merece que fuimos amigos cuando éramos
adolescentes. También le dije que, aun sin quererlo, se había acercado más él a
mí que yo a él. Le recordé que la derecha estuvo en contra de muchas propuestas
de la izquierda que, al final, acabó aceptando de mejor o peor gana. La evidencia
de que él se había vuelto más de izquierdas que yo de derechas es la postura que
ahora tiene la derecha con respecto al divorcio, el aborto, el matrimonio
homosexual, la igualdad de sexos, el feminismo y hasta el cambio climático.
Deseando zanjar el tema, admití
que con los años todos vamos empeorando, pero que no entraba en mis cálculos
empeorar más aprisa y precipitar mi chochez. Lo mío es una elección por
descarte, tengo muy claro lo que no quiero. Y espero seguir teniéndolo.
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