Hay cosas que ya se me olvidan, pero creo recordar que la primavera venía después del invierno.
Este año no.
Este año después del invierno vino el verano. Vinieron las altas temperaturas,
los terribles incendios y los urbanitas benéficos que aprovechan los fines de
semana y las vacaciones para ir de fiesta a los pueblos y creen que así contribuyen
a que la España vaciada no se vacíe del todo. Van tan contentos, pero luego escriben
en twitter que les molesta que los gallos canten de madrugada y que el
estiércol huela como huele. Tienen gustos irreconciliables, les gusta el campo
pero les disgusta lo que hay allí. Tampoco les gusta que llueva. Lo que quieren
es que haga buen tiempo, lo demás les trae sin cuidado. Solo los agricultores,
los ganaderos y seguramente las ranas y los paraguas por estrenar, se extrañan
de que llueva poco y el sol caliente como en agosto.
Así estamos. La primavera no ha
llegado y nadie ha puesto una denuncia pidiendo que se investigue si es que la
secuestraron o no le apetece venir. También podría ser que volviera a la época
del Renacimiento, cuando España dividía el año en cinco estaciones: primavera,
verano, estío, otoño e invierno. Cervantes ya refiere, en Don Quijote, que la
primavera empezaba en enero, abril era verano y los meses más calurosos
correspondían al estío. Una estación que acabó desapareciendo porque los sabios
de la época dijeron que esa estructura no se correspondía con la realidad.
Esta tampoco. El clima y la naturaleza eran un
matrimonio, bien avenido, que convivía en armonía hasta que rompieron, o los
obligamos a romper, porque todo indica que tenemos mucha culpa en este divorcio.
La madre naturaleza cumple con su deber y, después del invierno, llena la
tierra de flores y los árboles de hojas, pero el clima no se porta como es
debido y, al parecer, cuenta con nuestro apoyo. En abril se registraron temperaturas
de treinta grados y todos contentos. A buen tiempo buena cara.
Celebramos la insensatez de que abril sea como
julio, pero tendremos que decidir con quién nos quedamos: si apoyamos a la
madre naturaleza o al padre clima. Si no hacemos nada, ni tenemos previsto
hacerlo, igual va a tener razón el científico australiano Barry Brook, experto
en sostenibilidad ambiental, que pronostica que en 2050 seremos 10.000 millones
de personas en el mundo, el doble que en el año 1.900, y que, para finales de
este siglo, es probable que queden sólo la mitad viviendo muy cerca de los
polos porque en otra parte del planeta será muy difícil aguantar el calor.
Igual exagera, pero aporta datos
preocupantes. Datos como que el mayor atasco que se conoce sucedió, hace poco, en
China dónde medio millón de coches circularon durante más de una semana por los
cinco carriles de la autopista que une Pekín con Tíbet, a un ritmo de un
kilómetro diario. Algo realmente apocalíptico, que algunos ven como anticipo del
desastre que ya está ahí.
Que en abril se superen los
treinta grados, y apenas llueva, no es para celebrarlo, es para preocuparse y
admitir que hay un cambio climático del que somos responsables. No podemos
seguir eludiendo nuestra responsabilidad ni ignorar lo que es evidente. Tenemos
que tomar conciencia y ponernos del lado de la naturaleza. No queda otra: sin
primavera no habrá paraíso.
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Milio Mariño