lunes, 25 de octubre de 2021

Legalizar el asturiano

Milio Mariño

Llevo un tiempo que no salgo de mi asombro ante la cantidad de artículos que, en este y otros periódicos, se oponen al reconocimiento del asturiano como lengua cooficial. Excuso decirles que no comparto esas opiniones, pero me propuse resistir a la tentación de escribir sobre el tema y resistí hasta que no pude más con la cantidad de bulos y mentiras que se utilizan para construir un discurso que, si le quitamos los falsos cimientos, se cae por su peso absurdo y, si me apuran, hasta ridículo.

De todas maneras, tengo muy claro que cualquiera puede estar en contra de que se reconozca la oficialidad del asturiano sin tener que dar explicaciones por ello. Faltaría más. Lo curioso es que quienes sí quieren darlas, en unos casos, opinan sin ningún rigor y con total falta de respeto a la verdad y en otros con tanta hipocresía y cinismo como lo hacen algunos políticos que rechazan, en Asturias, lo que abrazan cien kilómetros más allá.

Así que no me quedó otra que hacerle caso a Karl Popper y seguir su consejo. Según el filósofo, quienes defendemos la libertad tenemos la obligación de defender la pervivencia de una sociedad tolerante ya que si no lo hiciéramos los intolerantes acabarían con la democracia. Acabarían con algo tan fundamental y preciado como son los derechos y la libertad que nos dan.

Al parecer, aún hace falta que recordemos que la ley de la eutanasia no nos obliga a morir. La del aborto no nos obliga a abortar. El divorcio no nos obliga a divorciarnos. El matrimonio igualitario no nos obliga a casarnos con una persona homosexual. Y el reconocimiento del asturiano, como lengua cooficial, tampoco nos va a obligar a que hablemos de otra forma que no sea la que queramos. Quien quiera hablar en castellano podrá seguir haciéndolo porque nadie se lo va a impedir. Estamos en las mismas que en los ejemplos anteriores. ¿A qué viene entonces esa furibunda campaña contra el reconocimiento del asturiano?

Debe venir, supongo, de que no todos mostramos la misma actitud frente a las ideas de los demás. Los hay que, por encima de todo, quieren que prevalezcan las suyas. Eso explica que les moleste que los asturianos que lo deseen puedan expresarse en lo que consideran su lengua. Les molesta y se oponen a la oficialidad porque entienden que la democracia les permite oponerse a la libertad del otro. Costumbre que practican a menudo pues coincide que quienes se oponen al asturiano vienen a ser los mismos que se oponen a cualquier ley que signifique progreso.

No creo que lo hagan a mala fe. Creo que desconocen lo que es un derecho y que tal vez no saben que en marzo de este mismo año el Tribunal Constitucional se pronunció a favor del uso del asturiano. Vox interpuso un recurso y los jueces del Tribunal Constitucional dictaron una sentencia en la que dicen: “Es especialmente adecuado hablar asturiano en el Parlamento Regional porque garantiza y visibiliza esta realidad lingüística plural”. Y en esa misma sentencia añaden: “Para una defensa más sólida haría falta la legalización de la cooficialidad”.

La sentencia es muy clara. Y, como estoy convencido de que quienes se oponen a la legalización del asturiano son personas de bien que están a favor de cumplir la legalidad, se me está haciendo muy raro que no acepten adecuar a derecho una situación irregular.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 11 de octubre de 2021

El futuro de la Atención Primaria

Milio Mariño

La certeza de que falta poco para que volvamos a la normalidad ha provocado que vuelvan viejos problemas como el de los Centros de Atención Primaria, que si hace dos años estaban mal ahora están peor porque en todo ese tiempo se atendió a lo principal, que era el virus, y no se hizo nada por resolver las carencias. Circunstancia que la gente entendió y asumió con resignación y paciencia. El sentir mayoritario era que vivíamos una situación excepcional y eso disculpaba la demora en las citaciones, el inconveniente de las consultas médicas por teléfono y, prácticamente, todo.

Pero esa situación ya pasó. Se acabó el paréntesis excepcional. Volvemos a una realidad en la que el déficit histórico de médicos y enfermeras que soportaban los Centros de Salud es todavía mayor y se ha convertido en un problema que exige una solución inmediata. Y no me gusta lo que estoy oyendo. No me gusta que los responsables de sanidad hayan dicho que están trabajando en soluciones imaginativas.

Las soluciones imaginativas casi nunca son de fiar. Siempre que sale el tema recuerdo que los coches venían, de fábrica, con una rueda de repuesto normal hasta que, por una solución imaginativa, sustituyeron aquella rueda por otra sietemesina, peligrosa y ridícula, que era como salir a la calle con un zapato y una zapatilla. Pero ahí no acabó la cosa. Volvieron a echarle imaginación al asunto y pasamos de aquella rueda galleta a que los coches vengan sin rueda. Ahora vienen con un kit de emergencia para que nosotros mismos arreglemos el pinchazo.

Las soluciones imaginativas suelen ser eso: un cinco por ciento de imaginación y un noventa y cinco de ir a peor. De modo que ya sospecho qué pueden estar tramando los responsables de sanidad. Sobre todo porque han empezado con comentarios como que el concepto que tenemos de los Centros de Salud ha quedado muy anticuado. Al parecer, estamos mal acostumbrados. Estamos demandando más servicios médicos que nunca, a pesar de que nunca había existido un nivel de salud tan elevado como el que hay ahora.

Abundando en esa idea, apuntan que entre un 15 y un 20% de los pacientes que acuden a los Centros de Salud, no tienen motivos para hacerlo. Y en previsión, pienso yo, de las soluciones imaginativas que están preparando, aseguran que, en el 90% de los casos, las consultas pueden resolverse de otra manera. No dicen que por teléfono, pero añaden que la implantación mayoritaria de la telemedicina en la sanidad pública permitiría un uso más eficiente de los recursos, aliviaría la presión sobre los Centros de Salud y reduciría las listas de espera, ofreciendo, además, una solución a quienes vivan en la España vaciada, que así no verían mermada su calidad asistencial.

Pueden hacer mil estudios y darle las vueltas que quieran, pero es imposible que disimulen una realidad que apabulla. En Atención Primaria ocupamos el puesto 19 de los países de la Unión Europea. Solo están igual, o peor que nosotros, Letonia, Eslovenia, Bulgaria, Turquía y Grecia.

Los cálculos de la OMS para España suponen que el sistema público de salud español necesitaría 87.000 profesionales más para garantizar la seguridad de los pacientes y equipararse con el de los países de su entorno. Así que no caben las soluciones imaginativas. No es cuestión de discurrir, es cuestión de contratar a más médicos y enfermeras. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 4 de octubre de 2021

Una barbaridad de cerdos y vacas

Milio Mariño

Han pasado ya tantos años que no sé yo si alguien recordará, o tendrá en su casa, aquel disco de  Pink Floyd que se titulaba “Animals” y  en cuya portada aparecía un cerdo volando sobre una central termo eléctrica. Los entendidos dicen que la portada y el disco, que fue todo un éxito, estuvieron inspirados en la novela “Rebelión en la Granja” de George Orwell. Una novela en la que los animales, alentados y dirigidos por un cerdo, llevan a cabo una revolución, consiguen expulsar al granjero tirano y se organizan  creando sus propias reglas y formando una democracia.

Ojala se hiciera realidad aquella utopía de Orwell y los cerdos se rebelaran contra la tiranía de las macrogranjas que se están instalando en España. Lo digo porque me asombra este dato: en la provincia de Segovia hay más cerdos que personas. Hay 1,2 millones de cerdos frente a 150.000 habitantes. Cifra que se confirma a nivel nacional, pues según el Ministerio de Medio Ambiente la población porcina alcanza los 56,2 millones de cabezas, 9 millones más que la población española actual.

No sé qué pensarán ustedes, pero que en España haya 56,2 millones de cerdos me parece una barbaridad. La suerte para los granjeros es que los cerdos no conocen la novela de Orwell y aún no han empezado a rebelarse. Los vecinos sí. Los vecinos se rebelan y dicen que no puede ser que sus pueblos se conviertan en pocilgas gigantes y que a ellos les toque padecer los olores insalubres y apestosos que les llegan en oleadas.

Me huele que tienen razón. Cada una de esas macrogranjas ocupa un mínimo de 4.500 metros cuadrados de superficie a los que hay que sumar otros 2.00o más para los purines. Pueblos como Gormaz, en Soria, con un impresionante castillo y apenas 20 vecinos, protestan contra una macrogranja porcina de 4.200 cerdos.

Falta saber, porque no sé dice, a qué obedece este boom cerdícola que estamos viviendo en España. En Bernardos, un pueblo con 490 habitantes, hay dos granjas de 5.000 cerdos y planean construir una nueva con capacidad para el doble.

Todo lo que decimos sucede sin que ni el Gobierno ni la oposición hayan dado muestras de que les preocupe que muchas empresas estén aprovechando la España vaciada para levantar gigantescas granjas, de miles de animales, que suponen un enorme consumo de agua y un problema en cuanto a la evacuación de excrementos, los malos olores y las consecuencias medio ambientales.

En Noviercas, un pueblo de Soria de 155 habitantes está previsto que se construya una granja para 23.520 vacas que necesitará entre 4 y 6 millones de litros de agua al día y producirá unas 368.000 toneladas de excrementos al año, el equivalente a una población de 4,4 millones de habitantes.

Salvo los vecinos de los pueblos afectados, nadie parece que vea en esto un problema. Nadie advierte que las macrogranjas, lejos de generar riqueza y resolver el porvenir de la España vaciada, no aportan nada, se llevan el dinero y  dejan la mierda.

Quienes levantan la voz y protestan no lo hacen contra la ganadería, lo hacen contra este tipo de granjas que no son granjas, son plantas industriales que afectan al entorno, los recursos naturales y las personas. Se puede producir, carne o leche, de otra forma, más sostenible, de modo que no deberían autorizarse estas barbaridades.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 27 de septiembre de 2021

Otoño no es tristeza

Milio Mariño

Repasando una vieja libreta en la que guardo apuntes del año la pera, encontré unas reflexiones de Muñoz Molina en las que dice que el otoño tiene un inmerecido prestigio de melancolía enfermiza y hasta de decadencia, foto en sepia y añoranza de lo imposible. Algo que, según él, no le corresponde porque cuando llegan los verdaderos días de otoño descubrimos que no es la estación de la tristeza.

No puedo estar más de acuerdo. El otoño es, sin duda, la estación más romántica del año y la queja tal vez venga de que confundimos el romanticismo con la tristeza. Además, seguro que también influye el crujir de las hojas secas, la vuelta a la rutina de diario y que los días se hacen pequeños.

Todo eso y la propaganda sobre cómo nos afecta la luz y el clima, abonan la teoría de que el otoño es una estación muy triste. Se dice, con machacona insistencia, que hay una relación directa entre la menor luz solar y los niveles bajos de serotonina en el cerebro. Puede ser. La serotonina es la hormona del humor, de modo que para contribuir a que acumulemos humor del malo, inventaron el cambio de horario. Este año, toca atrasar el reloj el 31 de octubre. Esa noche podremos dormir una hora más al precio de que a las seis de la tarde no veamos tres en un burro.

La conclusión es sencilla: ni el otoño ni nosotros lo tenemos fácil. Parece como que hubiera un complot para convencernos de que, en esta época del año, solo cabe la tristeza. De todas maneras, por más que se empeñen, prefiero el otoño a la primavera. Ya sé que es cuestión de gustos y supongo que, también, de la edad, pero creo que el otoño tiene una mayor belleza y, sobre todo, más tranquilidad. Más tiempo para volver al teatro y al cine; para leer y escuchar música y para mantener una buena conversación con los amigos.

Igual es que soy un poco rarillo, pero el otoño me encanta. Siempre ha sido mi estación favorita. No sabría decir de qué me viene ese amor, pero el otoño me parece tierno, cariñoso y muy acogedor. Invita a que nos sentemos al lado del fuego con un libro entre las manos aunque, como habrán adivinado, no tengo, ni por asomo, chimenea en mi salón. Qué más quisiera yo.

Lo mismo es todo igual. Lo mismo mi otoño es un otoño idealizado que tiene poco que ver con la realidad. O, tal vez, si porque en otoño vuelvo a usar la cuchara, que había dejado de usar en verano, y me arreo unos platos de cocido que me ponen más contento que un atracón de Prozac. Luego están las setas y las castañas. Esas castañas calentitas, en un cucurucho de papel de periódico, que para qué les voy a contar. Lo que si les cuento es que, también, me produce alegría olvidarme de meter barriga. Con las holgadas prendas de otoño se disimula mucho y casi nadie te pregunta por ese culo que llevas en el ombligo.

Cito solo unas cuantas, pero el otoño tiene alegrías para dar y tomar. Por eso pido justicia. Justicia para este otoño maltratado al que acusan, sin razón, de ser el causante de la tristeza. Ojala que haya suerte y aún nos queden muchos otoños por disfrutar.

Milio Mariño / Artículo de Opinión

martes, 21 de septiembre de 2021

La magia de la nostalgia

Milio Mariño

Hace unos días me levanté de buen humor, como casi siempre, y después de tomar café y leer los periódicos llegué a la conclusión de que soy un extraterrestre. Vivo en este mundo pero pertenezco a otro. Duermo hasta que me apetece, paseo mientras los demás trabajan y lo único que me preocupa es distraerme y pasarlo lo mejor posible. Así que ya les digo, estoy en este mundo como si fuera un turista. Por eso que, a veces, siento nostalgia. Siento el anhelo de ese deseo imposible que es estar  aquí de verdad. Volver a vivir, con toda su fuerza emocional, lo que viví hace años. Ser un corcho en el remolino de la actualidad.

Esto que les comento lo provocó una noticia que no era de las principales. En letras no muy grandes venía que Anne Hidalgo se presenta a las elecciones presidenciales de Francia, previstas para el año que viene. El caso que acabé de leerlo y, como por arte de magia, volví al Boulevard Beaumarchais de París.

 Supongo que ya les he contado que durante unos años ejercí como secretario adjunto del Comité Europeo de una importante multinacional francesa, cargo que me obligaba a pasar mucho tiempo en París. Pues bien, estando, como dije, en el Boulevard Beaumarchais, con ocasión de una manifestación que los sindicatos franceses habían convocado para protestar por una Reforma Laboral que, curiosamente, llamaban a la española, debido a que era parecida a una nuestra de infausto recuerdo, un compañero francés me dijo: ven, voy a presentarte a una Inspectora de Trabajo, muy maja, que es compatriota tuya.

Aquella Inspectora de Trabajo era Anne Hidalgo, una gaditana que con solo dos años, en 1961, había emigrado con sus padres a Lyon. El compañero me la presentó, tomamos un café y hablamos, sobre todo, de España. Me contó lo de su abuelo Antonio, que pasó muchos años en la cárcel, condenado por republicano, y preguntó cómo iban las cosas por aquí. Volvimos a vernos tres o cuatro veces más, la última poco antes de que fuera elegida alcaldesa de París.

La sorpresa de aquel día no vino sola. Vino, también, con Manuel Valls, otro español que, unos años después, sería elegido Primer Ministro de Francia. Y, por si fuera poco, allí estaba Philippe Martínez, secretario general del poderoso sindicato CGT y símbolo de la lucha contra aquella Reforma Laboral que los franceses llamaban “a la española”. Martínez nació en Francia, pero se siente medio español, es hijo de Manuel y Jovita, un matrimonio natural de Reinosa.

Manudo lobby tenemos en París, pensaba yo. Tres figuras principales de la política francesa, eran españoles o hijos de españoles. Coincidencia que cualquiera puede estar tentado a explicar diciendo que en una sociedad democrática es lógico que prevalezca el pluralismo y que se acepten las diferentes culturas, ideologías y procedencia de quienes la forman. Teóricamente, la explicación es correcta, pero cabe preguntarse si aquí, en España, sería posible que se diera algo así. Es decir, que el Presidente del Gobierno, la alcaldesa de Madrid y el Secretario General de UGT o CC.OO fueran extranjeros. Por ejemplo, franceses.

No lo imagino ni en sueños. Por eso que no vendría mal que tomáramos nota. Acusamos a Francia de ser un país chovinista, pero resulta que los franceses han superado ese nacionalismo excluyente y retrógrado que aquí sigue trayéndonos de cabeza.


Milio Mariño / Artículo de Opinión

martes, 14 de septiembre de 2021

Entontecidos

Milio Mariño

Hubo un tiempo en que creímos, yo el primero, que solo era cine. Luego nos dimos cuenta de que también influía sobre nuestra conducta, los valores personales y las costumbres. Ahora sabemos que el cine, con sus películas, nos estaba preparando para muchas cosas y, entre ellas, para que pudiéramos hacer frente a cualquier catástrofe y salir airosos. Los guionistas de Hollywood trabajaron a destajo y lograron hacer películas de mil calamidades: de terremotos, huracanes, tsunamis, edificios en llamas, zombis macabros, virus asquerosos y hasta de extraterrestres feos y guapos unos ingenuos y otros malvados.

Fueron muchas las películas en las que corríamos un grave peligro y en todas acabamos triunfando. Detalle que deberíamos tener muy en cuenta pues gracias a esas películas aprendimos a enfrentarnos con situaciones difíciles y a ellas les debemos buena parte del éxito en nuestra lucha contra el covid19. Es evidente que durante la pandemia muchas veces reaccionamos como si hubiéramos vivido una situación parecida porque algo así ya lo habíamos visto en el cine. Pero, claro, las películas acaban cuando los protagonistas se casan o superan una desgracia. Entonces en la pantalla aparece “The End” y lo que viene luego, lo de fueron felices y comieron perdices, es cosa nuestra. Acabada la película, cada cual gestiona la felicidad de los protagonistas como mejor sabe y puede.

Debería ser la parte más fácil. Celebrar el triunfo sobre cualquier desgracia no tendría que ser un problema. Pero lo es. Es justo en lo que fallamos. Lo vemos en esas otras películas que nos pasan en los telediarios a la hora de la cena. Borracheras, botellones, peleas en plan salvaje y la policía pidiendo ayuda porque no puede con la cantidad de gente que hace el tonto en la calle como si no hubiera un mañana.

¿Qué está pasando? ¿Acaso hay miles y miles de tontos y no nos habíamos dado cuenta? No lo creo. Los tontos de verdad no se dedican a emborracharse y liarla parda, bastante tienen con lo suyo. Éstos, los de los botellones y las borracheras en plan gamberro, que se abrazan para celebrar que acaban de conocerse y beben a morro diez por la misma botella, son tontos entontecidos. Una categoría que descubrió ese genio de la medicina que fue Santiago Ramón y Cajal. El Nobel español definió como entontecidos a quienes no quieren usar el cerebro, a los listos que hacen el gilipollas porque dicen que es lo que les pide el cuerpo.

No es muy alentadora la imagen que está dando la juventud. Uno no puede ocultar la frustración y la pena cuando contempla a esos miles y miles de jóvenes que presumen de saltarse las normas básicas sanitarias y desafían a la autoridad convirtiéndose en una marabunta vandálica que clama por una libertad que consiste en ponerse ciego a copas y hacer el tonto en la calle.

Ahí es nada la diferencia con otros tiempos, vaya una libertad que reclaman, ahora, los jóvenes. De acuerdo que no son todos, pero lo que muchos jóvenes entienden por libertad es salir de juerga, beber y montar una bronca. Alguien debería decirles que eso no es libertad, que la libertad hay que defenderla por encima de todo, pero que emborracharse y hacer el tonto en la calle no es defendible porque no tiene que ver con la libertad para nada. Tiene que ver con la tontería de unos cuantos entontecidos.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

martes, 7 de septiembre de 2021

Atraco a luz armada

Milio Mariño

Soy de los antiguos, de los que todavía van por casa apagando las luces que los suyos dejan encendidas. No crean que lo hago por aquello que cantaba Armando Manzanero en uno de sus famosos boleros: “Voy a apagar la luz para pensar en ti y así dejar soñar a mi imaginación”. Lo mío es menos poético. Apago la luz por costumbre, porque fue lo que me enseñaron de niño. Pero ya ven qué cosas, antes me reñían por no apagarla y ahora me riñen porque la apago.

Apagar la luz, sé que sirve de poco. Las eléctricas me atracan lo mismo con la luz apagada que a plena luz del día. Me atracan a todas horas, no me escapo ni poniendo la lavadora a las tres de la mañana, un horario que mis vecinos agradecen porque dicen que cuando están en la fase rem del sueño el centrifugado les arrulla.

Llamo atraco al precio de la luz porque me gusta llamar a las cosas por su nombre. Creo que quien cobra la energía eléctrica al precio que tiene ahora está cometiendo un atraco con total impunidad. Ya sé que las eléctricas lo niegan, faltaría más. Niegan que haya abuso en la subida de los precios y dicen que no se están beneficiando con este encarecimiento.

Lo que dice el Gobierno, por boca de la ministra Teresa Ribera, es que no puede hacer nada porque Bruselas se lo impide. Y, como no puede hacer nada, lo que hace, para asombro de las victimas del atraco, es pedir empatía a las eléctricas. Algo así como: cuando les roben no se lo quiten todo, déjenles cinco euros en el bolsillo para que puedan tomarse una caña y volver a casa en autobús.

La culpa de todo esto, ahora, va para el Gobierno, pero la oposición es igual de culpable o más. El PP y el PSOE, los dos, son responsables de los tarifazos anteriores y de este también. Sus políticas durante décadas han derivado en transigir y fortalecer al lobby energético hasta el punto de que, incluso, cuando las compañías eléctricas defraudan cuentan con la complicidad de las instituciones. Ahí tienen a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, que se niega a publicar los nombres de las eléctricas que han cobrado de más a los consumidores y no los publica.  

La sumisión es total; en vez de aplicar medidas piden clemencia. Piden empatía a las eléctricas cuando quien tiene que tener empatía, y mucha, es quien gobierna. Empatía con los ciudadanos y mano dura con quienes se dedican a vaciar los pantanos, maximizar los beneficios, inflar las tarifas y campar a sus anchas haciendo lo que les viene en gana.

Lo exigible es que se tomen medidas, pero también hace falta que la sociedad espabile y no permanezca pasiva ante lo que está sucediendo. Que no se limite a patalear como un niño malcriado y se contente con una rabieta que no tiene trascendencia, más allá del desahogo momentáneo.

Por lo visto, nos hemos olvidado de que, no hace tanto, muchas cosas se conquistaban en la calle. Sería lógico, por tanto, que plantáramos cara al atracador y a quien no hace nada por evitar el atraco. No se entiende que nos revelemos y montemos un pollo para que nos dejen tomar cañas en una terraza y en esto nos encojamos de hombros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España