lunes, 25 de enero de 2021

Las sombras del recibo de la luz

Milio Mariño

Entre los enigmas que ni los sabios ni los científicos han conseguido descifrar, como la existencia de la materia oscura, la desaparición de los dinosaurios o el ronroneo de los gatos, no sé por qué, todavía, no han incluido el recibo de la luz. Un galimatías que nadie entiende por más estudios, indagaciones y experimentos que se hayan hecho. Así que si usted de los míos, de los que tampoco entienden el recibo, no debería agobiarse pensando que tal vez su coeficiente intelectual o su preparación académica no alcanzan el nivel adecuado. Debería estar tranquilo. No lo entienden las compañías eléctricas como para que lo entendamos los usuarios.

Los usuarios, cuando llega el recibo de la luz, lo que hacemos es mirar la cantidad que viene al final y compararla con la del mes anterior. Nadie sabe cómo se llega a esa cantidad ni entiende esas graficas que ahora incluyen, supongo que para despistarnos todavía más. Asumimos, resignados, que el banco ya ha pagado el recibo y tratamos de olvidarlo a menos que nos den un susto como el que nos dieron a principios de este mes de enero, cuando anunciaron una subida del 27%. Entonces saltan las alarmas y nos ponemos histéricos.

Para estos casos, siempre hay gente dispuesta que intenta tranquilizarnos diciendo que no es para tanto. Que la subida del recibo, aunque coincida con una ola de frío, es puntual y no una tendencia. Que la luz no sube debido a la inclemencia del tiempo sino a las inclemencias del mercado.

Menudo consuelo. De todas maneras, como estos supuestos sabelotodo insisten en su empeño, pasan a explicarnos que el recibo incluye una parte fija, una parte variable, los peajes de acceso, que también tienen una parte fija y otra variable, y los impuestos. Todo lo cual, a su vez, hay que considerarlo en función de la empresa comercializadora que cada uno haya elegido y según el modelo de contrato que tenga suscrito. Capítulo aparte es si, preocupado por la protección del medio ambiente, eligió una tarifa verde. Un verdadero timo porque todos los generadores y comercializadores utilizan la misma red de distribución y transporte y los electrones no pueden distinguirse unos de otros. Es decir, que tanto la energía renovable como la fósil se mezclan y el usuario no sabe si la electricidad que recibe procede de una central térmica, nuclear, hidráulica o eólica. 

Además de lo dicho, también conviene tener en cuenta que las facturas de la luz indican consumos correspondientes a períodos distintos: pueden ser de un mes, dos meses, quince días o lo que cuadre. Con lo cual, los consumos unas veces son estimados y otras reales, de modo que aparecen cantidades añadidas o descontadas, dependiendo de si la estimación fue al alza o a la baja. Añadan a esto que las compañías eléctricas suelen pasar, a veces, hasta seis meses sin hacer las lecturas reales de los contadores y en ese tiempo envían facturas basadas en estimaciones de consumo que regularizan más tarde.

Como ven un lio morrocotudo. Lío que se complementa con un dato curioso. Según el último estudio de la Comisión Nacional de los Mercados, el 63% de los hogares españoles desconoce quién le cobra el recibo de luz. Sorprende, ya lo sé. Pero si damos por descontado que nos roban, casi es preferible no saber el nombre del ladrón.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario la Nueva España

lunes, 18 de enero de 2021

La nevada de Madrid

Milio Mariño

Estos días pasados sentí envidia sana cuando vi que nevaba en toda España menos en Avilés. Aquí apenas cayeron dos granizadas que solo sirvieron para alimentar el deseo infantil de que el granizo fuera a más y la nieve llegara a cuajar, cubriendo los tejados, los árboles y las aceras, con ese manto de musgo blanco que siempre resulta enternecedor y maravilloso. Quería revivir la melancolía de mirar por la ventana y ver como caía la nieve. Pero Filomena, la borrasca, no quiso darme ese gusto y nos dejó, de regalo, el aire helado que asola las orejas tiñéndolas de morado.

Salimos perdiendo. No disfrutamos de la alegría que trae consigo la nieve y sentimos el mismo frio. Una pena porque la nieve viene bien para muchas cosas y, sobre todo, para la soberbia. Para esa prepotencia de los urbanitas, que creen que solo nieva en los pueblos y que las ciudades están a salvo de cualquier inclemencia.

Los urbanitas son mayoría. Más de la mitad de la población vive, hoy, en zonas urbanas. Una tendencia que va en aumento pues según los últimos estudios pasaremos del 51% actual al 65% en apenas dos décadas. Así que, como dijo Díaz Ayuso, si nieva en Madrid, que según ella es España, España se paraliza y la gente de los pueblos queda con la boca abierta mirando como los paletos de la capital son incapaces de hacer frente a una nevada por más que estuvieran super avisados. 

Lo que ocurrió tiene su explicación. Los que viven en la gran ciudad piensan, con soberbia, que su opinión es superior a la realidad. No aceptan obedecer las indicaciones ni que pueda derrotarlos una nevada. Un fenómeno natural salvo, al parecer, para los habitantes de las grandes ciudades y las últimas generaciones, que no saben nada de los ritmos de la vida, el paso de las estaciones y los fenómenos naturales, más allá de las jaulas de ladrillo, donde viven, y los caminos de asfalto por los que transitan sin que ningún obstáculo se lo impida. Sufren una desconexión suicida con la naturaleza y convierten algo normal, como que nieve en enero, en un acontecimiento insólito. Piensan, como bobos, que son invulnerables. De ahí que se indignen porque no haya una legión de obreros que, pala en mano, limpien las aceras, o porque se han visto atrapados con el coche o su teléfono móvil se quedó sin batería.

Podrían ser anécdotas si no fuera que ese comportamiento supone que nos traten, a todos, como idiotas. Que tengan que hacer sucesivos y constantes llamamientos a la prudencia diciendo que hay hielo en las calles y nieve en las carreteras. Insisten en darnos consejos como si fuéramos tontos y no supiéramos que en el hielo se resbala, que la nieve puede dejarte atascado con el coche, o que hay que abrigarse y protegerse del frio cuando el termómetro está bajo cero.

Lo malo que ahí no acabó la cosa, los consejos chorras se completaron con un ejemplo práctico que es para nota. Con Pablo Casado quitando nieve a paladas. Justo lo que nos faltaba, un oportunista intentado aprovecharse de la nevada. Lástima que no nevara en Avilés y que la nevada de Madrid tampoco sirviera para corregir las tonterías de quienes han olvidado que lo normal es que nieve en enero, incluida la señora Ayuso y el señor Almeida.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de enero de 2021

Los felices 20 y el 21

Milio Mariño

Dicen, para animarnos, que este año será mejor que el pasado y que de esta saldremos más fuertes y en mejores condiciones. Se agradece, pero viendo cómo están las cosas no me planteo salir ganando, me conformo con empatar. Con no subir a ese tren para el que no hay billete de vuelta y con volver a disfrutar de lo que, ahora, echo en falta. He llegado a la conclusión de que soy un superviviente. Un tipo con suerte que ha sobrevivido, hasta la fecha, a la terrible pandemia y que, además, tiene salud, techo y comida. Así que solo me queda dar las gracias y esperar que volvamos a la situación de 2019.

Soy fácil de conformar, no espero milagros ni nada excepcional. Por eso me sorprende que los políticos, las personas más influyentes y los medios de comunicación, insistan en hacernos soñar con un 2021 en el que el mundo será distinto y mucho mejor. Parece como que la vacuna contra el covid-19 fuera un bálsamo que lo cura todo y que con un par de inyecciones se resolvieran, incluso, los problemas sociales. Tenemos mala memoria, olvidamos pronto que del sufrimiento y el dolor no se saca nada bueno. Lo decía Ferlosio: “Vendrán años malos y nos harán ciegos del destino”.

Por eso, a riesgo de que me llamen cenizo, pienso que nada hace suponer que, precisamente este año, el mundo vaya a cambiar para convertirse en un mundo mejor. Muchos apuntan en ese sentido, pero las predicciones pueden hacerse de dos maneras: Sobre una base empírica, con un margen de error razonable, o como lo hacen los que viven del cuento y utilizan la bola de cristal, el tarot o los posos del té.

Deben ser estos últimos los que predicen que, de hora en adelante, el capitalismo se hará bueno y la riqueza no estará concentrada, cada vez, en menos manos. Que lloverán del cielo grandes millonadas de dinero mágico, que harán posible que apenas se paguen impuestos y que las generaciones futuras no tengan que soportar sobre sus hombros una deuda pública que las asfixie. También, por fin, que se reforzará la salud pública, mejorando las condiciones de trabajo de sus profesionales y aumentando las plantillas hasta equipararnos con Alemania. Además, los partidos de derechas y los de la izquierda dejarán de acusarse mutuamente de todo lo imaginable y remarán todos a una y con el mismo rumbo.

 Para que no falte de nada, se hará realidad lo de salir juntos, de modo que los de arriba se mezclaran con los de abajo y la pandemia será sustituida por una epidemia de felicidad. Algo parecido es lo que pronostican, algunos, para este 2021 sin que les importe tanto decir la verdad como aprovecharse de la desesperación. Saben que necesitamos creer que esto pueda cambiar y alimentan la idea de que allá por el mes de junio viviremos en un mundo maravilloso: eficaz, eficiente y más justo. Ojalá fuera así, pero esas expectativas se verán defraudadas, no porque no vaya a ser cierta una cierta mejora, sino porque lo que nos anuncian no es creíble ni, aunque nos liemos la manta a la cabeza. La idea de que los felices 20 empiezan el 21 es tan ingenua que apenas alcanza para un suspiro. 

Cuando acabe la pandemia, lo único que saldrá mejor serán los postres caseros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España





lunes, 4 de enero de 2021

Año nuevo y salario viejo

Milio Mariño

Dado que solemos empezar el año con buenos y renovados propó- sitos, he pensado que tal vez venga al caso hablar del salario mínimo. Sobre todo, después de que la CEOE, los partidos de la oposición, un buen número de economistas y hasta la ministra Calviño dijeran que una subida, mensual, de nueve euros tendría malas consecuencias para la recuperación económica y sería más perjudicial que beneficiosa para los trabajadores.

La subida que se plantea, un 0,9%, la califican de inoportuna. Dicen que no es el momento y añaden que los trabajadores más precarios verían amenazados sus empleos por el incremento de los costes laborales.

Nada nuevo. El principal argumento vuelve a ser sacar de paseo al fantasma del paro. Pero la contestación es sencilla. Si resulta que se destruye empleo porque el salario mínimo empieza a ser mínimamente aceptable, entonces lo que había no era empleo, era una estafa.

 Conviene insistir en esto porque los trabajadores más precarios, los que peor lo están pasando, no sé si, ahora, serán inoportunos, pero suelen tener la costumbre de pedir, todos los años, que les suban el sueldo. Igual que los pensionistas, los funcionarios y el resto de los trabajadores, incluidos los políticos. Lo único que, en este caso, los que menos ganan, cegados seguramente por su egoísmo, piden que les suban, al mes, nueve euros y no atienden los consejos ni agradecen los desvelos de quienes dicen que quieren lo mejor para ellos. Son tozudos. Siguen sin darse cuenta de que, como apuntan los que se niegan a subirles el sueldo, siempre será mejor cobrar algo, lo que el empresario tenga a bien darles, que acabar en el paro, sin cobrar un euro.

Igual es casualidad, pero los que se oponen a la subida no cobran, al mes, 950 euros, cobran cuatro, cinco y hasta diez veces más. Lo cual no quiere decir que no estén capacitados para dar buenos consejos. La prueba es que ahí los tenemos, aconsejándonos de que, por nuestro bien y para la buena marcha de la economía, la temporalidad, los contratos basura y los salarios tercermundistas deben continuar como están porque pretender corregir las desigualdades, aunque solo sea un poco, supondría que la economía iría peor y se estancaría la recuperación.

Quienes opinan así es evidente que no viven en el mismo mundo de los que cobran el salario mínimo. No entienden que madrugar todos los días para ir a trabajar y que el salario no alcance para cubrir las necesidades básicas pueda ser incluso más frustrante que estar en el paro. Tampoco entienden lo que es vivir en la miseria y oír que no pueden subirte, al mes, nueve euros porque sería perjudicial para ti y para economía de tú país. No les pasa por la cabeza que decir eso suponga una humillación que afecta a la dignidad de las personas. Una inmoralidad que evidencia el cinismo de los que están arriba y se permiten tamañas barbaridades sin sentir, siquiera, ni un átomo de vergüenza.

Encarar el año nuevo con el salario del viejo alcanza para una reflexión simple y sencilla. Si subir nueve euros mensuales supone, de verdad, un coste excesivo para las empresas; si, realmente, no son capaces de competir, innovar o incrementar su productividad como para poder hacer frente a ese incremento ridículo, entonces apaga y vámonos. La economía española no tiene remedio. 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 28 de diciembre de 2020

Hoy es mi santo

Milio Mariño

Como bien saben no me llamo Inocencio, pero he decidido que hoy sea mi santo y pienso celebrarlo. Celebro no haber sucumbido a ese mundo en el que sólo se cultiva la desconfianza como única forma razonable de encarar la vida y alcanzar el éxito. Pertenezco, por decisión propia, al mundo de los inocentes, los incautos, los que se fían de los demás, los que aún creen en el amor y los que confían en el futuro y sueñan con un mundo mejor.

Formo parte de esa pequeña tropa. Por eso empecé diciendo que celebro el día de los inocentes como si fuera mi santo y no como nos dicen que tenemos que celebrarlo. Ahora se lleva menos, pero hasta hace poco, tal día como hoy 28 de diciembre, los periódicos y las televisiones solían publicar una noticia falsa mezclada entre las reales. Así era como celebraban el día de los inocentes, con una broma cuya gracia consistía en ver cuántos picaban y tomaban la noticia en serio para regocijo y cachondeo de los listos sabelotodo a los que nadie se la da con queso.

Hoy en día, la inocencia no está, para nada, bien vista. Vivimos en una sociedad que no solo se ríe de los inocentes, sino que, además, los desprecia. Ser bueno no se identifica nunca con el éxito, se identifica con el fracaso. Tal vez se deba a que la bondad y la inocencia son más humanas y, por tanto, más frágiles y vulnerables. Eso explicaría que nos eduquen en la desconfianza, advirtiéndonos desde pequeños: Tú no te fíes de nadie, no creas a nadie ni te dejes engatusar. Ten cuidado porque cada cual va a lo suyo y lo único que quieren es aprovecharse de ti.

Pues, allá ellos. Que se aprovechen, si es que pueden, porque la inocencia a la que me refiero no tiene que ver con la ingenuidad. Es otra cosa. Es ir de frente y actuar con el corazón en la mano sin reparar en gastos ni esperar beneficios. Es ser bueno y honesto, lo cual suele entenderse de mala manera llegando, incluso, a ser motivo de burla. La prueba la tienen en la conocida frase: Es tan bueno que parece tonto.

Ser bueno, en opinión de muchos, supone tener menos inteligencia o, incluso, ninguna. A eso hemos llegado. Lo que triunfa y está de moda es ser un malvado. Ser malo es, ahora, lo bueno. Quienes tengan buenas intenciones están condenados al fracaso. Puede servir como ejemplo lo que ocurre en las redes sociales. Quienes triunfan son los que dicen las burradas más grandes, insultan con mayor agresividad o menosprecian con las peores palabras. Cuanto más malvado mejor. Da lo mismo lo que sea cada cual: político, empresario, juez, banquero o una oveja más del rebaño.

A pesar de todo, creo y confío en el ser humano. Es por eso que hoy, día de los inocentes, me apetece defender la inocencia. Ya sé que es ir contracorriente, pero qué quieren. Acepto qué si alguien me ve por la calle con un monigote en la espalda no me avise ni me lo quite. Seguro que lo merezco, aunque no le vea la gracia. Para que fuera gracioso la risa debería ser compartida. De todas maneras, no me importa que me señalen y se rían a carcajadas. La cosa está tan jodida que reírse es una necesidad primaria.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 21 de diciembre de 2020

Regularizar una vida es, realmente, difícil

Milio Mariño

Nuestro emérito don Juan Carlos ha regularizado, con Hacienda, lo suyo de las Tarjetas Black, pero aún no ha regularizado su vida. Su vida, y su figura, que la prensa glorificó durante décadas, ha ido convirtiéndose en una especie de fraude, muy difícil de regularizar. No alcanza con la socorrida historia de que fue él quien nos trajo la democracia. No alcanza porque tampoco es cierto. España volvió a la democracia por la presión social y política de sectores muy significativos de la población que no aceptaron sucedáneos como los que, inicialmente, se pretendían.

Si nos atenemos a los hechos, don Juan Carlos juró defender los Principios del Movimiento. Una decisión con la que no estuvo de acuerdo su padre, don Juan, que insistía en que no debía proclamarse rey antes de que hubiera democracia. Pero se conoce que había prisa; importaba más ceñir la corona que normalizar la situación política.

El siguiente episodio, el 23 F, tampoco deja muy claro cuál fue el papel que jugó don Juan Carlos. Cierto que esa noche dio un paso al frente, pero, en principio, estaba de acuerdo con la idea de quitar a Suárez y poner al general Armada al frente de un Gobierno de Concentración. Al final, rectificó y apostó por la democracia. Nos salvó de un Golpe de Estado que él mismo había puesto en marcha.

Lo que vino luego fue una impunidad, mal entendida, que le permitió hacer y deshacer a su antojo, ante la mirada de unos cortesanos que siempre estuvieron al quite para tapar sus conductas impropias o, incluso, delictivas. Quienes le rodeaban, sabían de sus adulterios continuados, de las amantes sufragadas con dinero público, las cacerías de elefantes y osos, los maletines de dinero negro, las cuentas opacas en Suiza y otros paraísos fiscales, la máquina de contar billetes, sus negocios con los jeques árabes, su amistad con banqueros corruptos, el apoyo para que su yerno montara un chiringuito y lograra enriquecerse y otras mil trapacerías que se solucionaban por debajo de la mesa para que no se enterara nadie y el rey pudiera seguir haciendo lo que le diera la real gana.

Vaya en su descargo que, don Juan Carlos, lo que sí quiso regularizar fue su situación conyugal. Primero lo intentó en 1.992, cuando le dijo a Sabino Fernández Campo que por qué no se podía divorciar, como lo hacían miles de españoles, para casarse con el amor de su vida, la mallorquina Marta Gayá. Volvió a intentarlo en 2012, en una cena en el restaurante El Landó, con el entonces Príncipe Felipe y las Infantas, donde, según se supo después, tanteó la posibilidad de divorciarse con el argumento de que se había enamorado de una princesa alemana.

La situación, ahora, está más o menos así: La regularización conyugal es evidente que no se hizo y la de Hacienda parece ser que tampoco, pues a pesar del reciente pago de 678.393 euros, según los técnicos de la Agencia Tributaria tendría que haber abonado más de treinta millones para ponerse al día. Queda que regularice su vida y vuelva a vivir en España, algo muy complicado porque don Juan Carlos desea volver, pero su hijo Felipe, que le ha retirado la asignación de la Casa Real, no está por que vuelva y se aloje en La Zarzuela. Lo quiere fuera y alejado de la monarquía.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva ESpaña

lunes, 14 de diciembre de 2020

Menuda tropa, los militares de las cartas

Milio Mariño

La actualidad de estos días ha puesto de manifiesto la repercusión que puede tener que alguien firme una carta y añada que ha pertenecido a las Fuerzas Armadas. Es como si lo que escribiera fuera muy importante y mereciera una mayor atención. Pues bien, aunque quienes suelen leerme tal vez se extrañen y frunzan el ceño, yo también me considero un militar retirado. Anda que no. Estuve dieciocho meses en el ejército, haciendo la mili, y, en tan corto espacio de tiempo, logré ascender nada menos que a cabo primero. De modo que ahí lo dejo, no quiero especular sobre la graduación que podía haber alcanzado si llego a estar treinta o cuarenta años en ese oficio. Imagino que, como poco, daría para que me incluyeran en un WhatsApp de militares yayos y me preguntaran si deseaba suscribir, y firmar, algunas de las cartas que enviaron al Rey como quien escribe a los Reyes Magos.

Que no haya sido el caso no quiere decir que renuncie a considerarme un militar retirado. Lo que dije lo mantengo a pesar de que, sospecho, debo estar entre los 26 millones de españoles, en realidad ni siquiera nos llaman así, sino que nos califican como hijos de puta, que merecen ser fusilados. No es una sospecha infundada, cuando el Golpe de Tejero ya me avisaron de que estaba en una lista que habían confeccionado los ultras de la comarca. Así que me doy por aludido. Mi contribución fue modesta, pero estoy entre quienes se dejaron la piel y la vida por aquello que llamaron la transición hacia la democracia. Una democracia imperfecta y muy mejorable, de acuerdo, pero democracia, al fin y al cabo. Algo muy diferente de lo que pretenden quienes hablan de fusilamientos y animan al Rey para que se ponga al frente de una rebelión que nos devolvería a los tiempos de Franco.

Era lo que nos faltaba para completar este año aciago, lleno de muerte, enfermedad y ruina económica. Parece como que fuéramos víctimas de una maldición o un castigo que consiste en que nunca conseguiremos librarnos de que los militares nos amenacen con volver a la dictadura. Siguen haciéndolo y lo inconcebible del caso es que justifiquen sus amenazas diciendo que el Gobierno impone el pensamiento único y quiere cargarse la democracia.

Parece una broma, pero es para tomarlo en serio. Estamos ante otro episodio como aquel de la Operación Galaxia que acabó desembocando en el 23F. Entonces también se dijo que eran conversaciones de café, aún no había WhatsApp, de unos viejos uniformados nostálgicos del franquismo. Quizá sea eso, pero en Francia, el Reino Unido o Alemania sería inconcebible que unos militares, retirados o no, fueran capaces de decir y hacer algo parecido. El pasado mes de junio, Ángela Merkel desmanteló un cuerpo de élite del Ejército por sus vínculos con la extrema derecha. Así que no valen ambigüedades ni ponerse de perfil. Estos militares, que hablan de fusilamientos y de volver a la dictadura, ostentaban el mando del ejército y la defensa de España hace apenas cuatro días.

La pregunta es obvia: ¿En manos de quién estábamos? Pues ya lo ven. En manos de unos militares que creíamos demócratas y resulta que eran, y son, unos golpistas que ensalzan a Franco y actúan como si España fuera suya y nosotros carne de cañón. Menuda tropa.  


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España