lunes, 30 de diciembre de 2024

El futuro será mejor y viviremos peor

Milio Mariño

Siguiendo la tradición, mañana cruzaremos la imaginaria frontera del tiempo y entraremos en un año nuevo. Sin embargo, una cosa es el calendario y otra el tiempo mental. 
Habrá gente que mañana estará en el año 2050, mientras que otros a saber qué año nos corresponde. El 2025 seguro que no. Aunque nuestro cuerpo esté en ese año la cabeza andará por los años noventa. No por qué sea más joven, que podría ser, sino porque se ha quedado atrás.

La edad cronológica no tiene por qué coincidir con la edad mental. Hay casos en los que no coincide y en el mío tampoco. Hace dos meses, cuando apareció la noticia de que Elon Musk había presentado en Los Ángeles un taxi que se conduce solo, traté de imaginarme yendo de Salinas a Villalegre en un coche sin nadie al volante. No fui capaz. No pasé de la rotonda de La Vegona. Uno tiene una edad y una mentalidad, que le condicionan, y por mucha imaginación que le ponga, hay inventos que no consigue imaginar. Me ocurre cuando hablan de la Inteligencia Artificial y cuando en el ordenador aparece: Diga que no es un robot. Digo que no lo soy, pero no entiendo cómo es que el ordenador se fía y no sospecha que le puedo engañar.

Es posible que me esté volviendo cada vez más escéptico. Y acepto el riesgo. Dicen que el escepticismo es una esclerosis de la voluntad, un achaque de la vejez. Puede ser. Pero lo mío es rebelión. No estoy dispuesto a decir amén a todo lo que nos está tocando vivir.

Vivimos en un mundo en el que nos hablan, casi a partes iguales, de las oportunidades y las amenazas. Por un lado nos dicen que iremos a mejor y por otro nos advierten de que dentro de unos años la sociedad será incapaz de garantizar una vida decente a sus miembros más débiles.

Menudo porvenir. Sobre todo para los jóvenes. Los jóvenes tendrán la ventaja de que posiblemente lleguen a disponer de órganos vitales, tejido muscular y extremidades fabricadas con impresoras 3D y fibras artificiales. Los calvos podrán tener pelo hasta las cejas, los presumidos ojos azules y los caprichosos tres orejas, si les apetece. La gente podrá disfrutar de avances tecnológicos y aparatos de lo más sofisticado, pero en lo tocante a vivir mejor nada de nada. Al contrario, lejos de avanzar hacia una distribución más justa de la riqueza, lo que anuncian es que aumentará la brecha entre los que más tienen y las clases media y baja.

Aseguran que se avanzará en el sentido de que los cien años ya no serán una barrera, que la gente vivirá más, pero vivirá peor. Habrá enormes diferencias sociales, mucho egoísmo y más soledad. Eso es lo que nos espera.  

Una pena. No obstante, si nos atenemos a los últimos sondeos, el optimismo va en aumento. Ahora mismo, el 66 % de los españoles se declara optimista. Me alegro. Al parecer, el secreto para ser optimista y feliz consiste en aceptar que el sufrimiento es inevitable. Un sufrimiento que, según Schopenhauer, podemos mitigar moderando nuestros deseos.

Aunque mi futuro no alcanzará muy allá, imagino que me tocará sufrir. Es imposible que pueda moderar más mis deseos. Los he puesto al mínimo. Un salario digno, una sanidad pública aceptable y una vivienda asequible.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 23 de diciembre de 2024

Los Reyes, los padres y la verdad

Milio Mariño

Llevaba un rato largo delante del folio en blanco, y ya empezaba a desesperarme porque las ideas no llegaban, cuando recordé que había leído, en una revista científica, un caso de lo más extraño. El de un hombre que decía que podía predecir el tiempo por el olfato. Me sorprendía que los científicos lo tomaran en serio y la explicación era que podía oler una cianobacteria llamada Geosmina.

Asombroso. Nunca conocí a nadie con semejante talento. La mayoría, a lo más que llegamos es a utilizar el reuma para nuestros pronósticos. Algo que, por lo visto, sirve de poco porque, según los científicos, no existe una correlación fiable entre el dolor de huesos y el cambio atmosférico.

Allá ellos. Yo no lo huelo, pero lo siento. La semana pasada, mis huesos me avisaron primero que el móvil. Desperté hecho un guiñapo, cagándome en todo, y, efectivamente, el frío había llegado y me esperaba en la calle.

Hay tanta confusión con el cambio climático que mucha gente creía que este año el frio había ido a Canarias a pasar el invierno. Todavía no. Hace menos frio que cuando algunos éramos niños, pero el clima va cambiando a su ritmo. Ahora ya no caen aquellas heladas que dejaban los charcos como cubiteras de hielo y las orejas de un color morado que parecían dos berenjenas al fresco. Aquello sí era frio. Un frío que tiritabas como un cantaor de flamenco.

Aunque cueste creerlo, el frio es distinto según sea el sitio. En Suiza, por ejemplo, siempre hizo un frio elegante y aristocrático. Muy distinto al nuestro, que era de gripes y catarros y horrorosas prendas de abrigo como las pellizas de borrego.

Nuestro frio era pobre y doméstico. De cocina de carbón y ladrillo para los pies. La memoria tiene sus caprichos y este día, cuando el reuma me dio el aviso, recordé lo que digo. Y lo reitero: ahora el frio es distinto. El clima ha cambiado, pero también es verdad que hemos cambiado nosotros. Mucho, muchísimo. Con decirles que recuperé la inocencia y me volví más creyente… Ya lo sé, un milagro.

Sucedió como en los cuentos de hadas. Desde que soy abuelo, no solo he vuelto a creer en los Reyes Magos sino que, además, creo en Papa Noel. Es por mi nieto. Sus padres sucumbieron a la moda de los regalos en Nochebuena y en Reyes y el abuelo, por no dar la nota, también.

Ahora creo en los dos. El problema es que mi nieto ya está en esa edad en que los niños empiezan a descubrir que Los Reyes Magos y Papá Noel no pueden estar en todos los sitios a la vez, que las casas no tienen chimeneas por donde colarse y que los camellos y los renos es imposible que puedan volar. Así que, como temo lo peor, estoy preparado por si surge la pregunta terrible.

Abuelo… ¿Los Reyes Magos, existen de verdad? Bueno, verás, existen mientras creas en ellos. Eso que seguramente has oído…. Eso de que los Reyes son los padres, es mentira. Los padres compran los regalos, pero no son los Reyes.

A los niños hay que decirles la verdad. Si les mientes y dices que los padres son los Reyes, luego, cuando se hacen mayores, siguen pidiendo de forma exagerada. No se conforman con unos calcetines o una bufanda.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 16 de diciembre de 2024

Los malos están al llegar

Milio Mariño

Vivo sin vivir en mí… Sí, lo sé, igual que la santa de Ávila, pero sin el éxtasis místico que conlleva pasarlo divinamente. Con un cabreo de mil demonios porque, a estas alturas, a la edad de un dinosaurio, me desespero con eso de que los buenos, al final, son los que ganan. No es verdad. Después del buen hacer, el sufrimiento y las penurias, no prevalece la justicia. Tampoco es verdad que el Séptimo de Caballería venga a salvarnos cuando estamos en dificultades, como vemos en las películas.

La vida no es lo que nos habían contado. Tal vez ocultaron la verdad para no hacernos spoiler, pero quienes acaban ganando no son los buenos. De todas maneras, mi vieja afición por las causas perdidas me animaba a defender la bondad, aún a sabiendas de que el “buenismo” ya no se lleva. Ahora, lo que triunfa y está de moda es ir a contracorriente, sin ética ni principios.

Según los gurús mediáticos, ser bueno se había convertido en un lujo que esta sociedad no puede permitirse. Dicen que el “buenismo” es una actitud bobalicona y pueril que denota una gran debilidad mental. Y, apoyándose en esa falacia, los malos gozan de una popularidad excelente. Unos malos que si son ignorantes y estúpidos, mejor que mejor. Cuantas más tonterías y sandeces digan, cuanto más absurdo y simplista sea su discurso, más los aplauden. Las barbaridades son más apreciadas que el talento. El talento, al parecer, es un mito en deconstrucción.

Un horror, pero es lo que hay. Quienes aplauden la victoria de Trump y suspiran porque alguien parecido gobierne en nuestro país, tienen a su favor que los políticos como él no disimulan que son estúpidos. Sus votantes lo saben, pero consideran que la estupidez es un activo. Les apetece votar a los malos, un poco por ver qué pasa y otro poco por mandarlo todo a tomar por saco. Especialmente los jóvenes que han crecido disfrutando el Estado de Bienestar, pues una encuesta reciente señala que el 29,9%, entre 18 y 24 años, votará a la ultraderecha.

Tienen suerte de que se haya interrumpido lo que Darwin llamaba selección natural porque, de lo contrario, ya se hubieran extinguido. Pero no se extinguieron, cada vez abundan más en esta sociedad embrutecida y tontaina que adopta el negacionismo y los disparates como ideas brillantes. Son los que más ruido hacen. Así que, dadas las circunstancias, no creo que debamos convencerlos de que esas ideas y esos gobernantes nos llevarán al desastre. Lo que procede es animarlos para que los voten. Cuanto antes suceda, primero acabamos.

Me costó decidirme. El empujón definitivo fue que, una vez conocidos los primeros nombramientos de Trump, viendo que pone al frente de los cargos más importantes a gente que es para santiguarse, los hay que ya se han puesto a rezar y piden al propio sistema, eso que llaman Establishment, que actúe con sensatez y controle el daño impidiendo que cometan barbaridades. Será difícil. Al final, Trump no tiene la culpa de que estemos temblando ante lo que se avecina. La culpa es de los que jalean y festejan los disparates y luego se llevan las manos a la cabeza. Sabemos lo que vendrá, incluso a los más viejos nos suena, pero los malos están al llegar y se saltarán todas las reglas, excepto la regla de Murphy.


Milio Mariño / Artículo de Opinión


lunes, 9 de diciembre de 2024

La sidra y el bulo de la manzana

Milio Mariño

La semana pasada recibimos la noticia que confirma que el mundo es una familia asturiana. La sidra fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y el acontecimiento bien merece el esfuerzo de escanciar un “culin” a la salud de la Unesco que, además de darnos visibilidad y prestigio, también se apunta un tanto con esta decisión que tardó en llegar pero acabó llegando. Ahora solo falta que la jerarquía eclesiástica y algunos historiadores estén a la altura y  reconozcan y rectifiquen un error que nos afecta y mantienen desde hace siglos.

Recordarán que una de las escenas bíblicas más conocidas, que podemos ver en multitud de cuadros, son las Tentaciones del Paraíso, donde Eva aparece dándole una manzana a Adán y convirtiendo nuestra preciada fruta en la fruta del pecado. Pero, no solo eso, en la narración, traducida, del Génesis también se apunta que la manzana es la fruta que Dios ordena que no se coma.

Todo es mentira. Ni Eva le dio a Adán una manzana ni la serpiente le aconsejó que se la diera. Menos mal que aquí, en el paraíso asturiano, apenas hicimos caso de esa patraña y dispensamos a la manzana el trato que se merece. Si nos atuviéramos a la errónea traducción de la Biblia y las imágenes de algunos cuadros hubiéramos sido víctimas de un bulo histórico.

Los bulos, y las noticias falsas, aunque creamos que son de ahora, existen desde que el mundo es mundo y está poblado de seres humanos y bichos. Hay bulos que se remontan a la noche de los tiempos, se han mantenido durante siglos y ahí siguen sin que nadie, al parecer, tenga intención de corregirlos.

 La historia de Adán y Eva, la más antigua de la Biblia, nos la cuentan incluyendo un error que clama al cielo y va más allá de cualquier convicción. Lo que Eva le dio a Adán no fue una manzana, fue un higo y así aparece en la representación de esta escena por algunos pintores ilustrados, como es el caso de Miguel Ángel que la pinta en la Capilla Sixtina. La manzana jamás se consideró como el fruto prohibido, fue un error de traducción. Jerónimo de Estridón, que tradujo la Biblia del hebreo y el griego al latín, en el año 405, cometió ese error y la Iglesia lo sigue manteniendo de forma inexplicable.

En el original relato Bíblico no aparece la manzana. Y, tiene sentido. Después de muchos años de estudio, los arqueólogos sitúan el Jardín del Edén en un valle próximo a la actual Tabriz, en el norte de Irán, donde no había manzanos.

Actualmente, el manzano es uno de los frutales más extendidos por el mundo, pero entonces los árboles que había en aquella zona eran las palmeras, los olivos y las higueras. Otro dato importante es que si Adán y Eva, después de comer la fruta prohibida, percibieron que estaban desnudos y les dio mucha vergüenza, difícilmente podrían haber tapado sus vergüenzas con hojas de manzano. Es más lógico y verosímil que lo hicieran con hojas de higuera.

Nuestra manzana es una fruta deliciosa, una tentación, pero nunca fue la fruta prohibida ni la causa del pecado original. Así que ahora que la sidra es patrimonio de la humanidad, no parece que sea mucho pedir que corrijan el error y dejen de relacionar a la manzana con el pecado.


Milio Mariño / Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España


lunes, 2 de diciembre de 2024

Aldama debuta en el circo

Milio Mariño

Influido por las películas y las series de televisión americanas, esas que nos ponen al tanto de cómo funcionan los jueces y los fiscales en Estados Unidos, apostaría que el abogado de Víctor Aldama, José Antonio Choclán, que es de los buenos y los que cobran una minuta que casi parece un atraco, no aconsejó a su cliente que se explayara hasta el punto de contarle al juez, y a todos nosotros, que trabajó para la CIA, el FBI, el MI6 británico, el CNI y la UCE2 española.

Creo que debió inclinarse por la discreción y no por recomendar a su cliente que metiera en el ajo a los servicios secretos más importantes y más prestigiosos del mundo. Pero claro, hay personas que, cuando les pides que hablen, se entusiasman y no pueden evitar atribuirse hazañas que ya les gustaría haber protagonizado. Por eso que solo a un cantamañanas se le podía ocurrir intentar convencernos de que es James Bond cuando a quien, de verdad, se parece es a Maxwell Smart, protagonista de aquella famosa serie Superagente 86.

Aunque la reacción popular fue de asombro, es un clásico. Todos conocemos, o hemos conocido, algún cantamañanas que presume de lo que no es y de tener amigos muy importantes que pueden solucionarnos cualquier problema. Da lo mismo que sea una multa de tráfico, que un trámite en el Ayuntamiento o que el grifo del baño gotea hace tiempo. Siempre conocerá o será amigo de la persona adecuada. Un primo que es policía, el concejal de urbanismo o un fontanero barato y además de confianza.

A nivel estadístico, es casi imposible que no hayamos tropezado con alguien así o muy parecido. Un jeta, un vividor, un cantamañanas, llámenlo como quieran, que nos ofrece sus servicios con vehemencia y sin pedir nada a cambio. Solo por ser quien somos y porque le caemos simpático.

Este espécimen ha existido siempre. El golfo gracioso, el caradura con labia, que no era nadie pero andaba metido en todas las salsas, cumplía con un papel socialmente reconocido. Sabíamos de su existencia, lo que no sabíamos, y nos preguntábamos, era a qué se dedicaba y como hacía para vestir bien, conducir un buen coche y estar donde estaba la gente importante.

Insisto en lo dicho: los jetas y los caraduras siempre han existido. La diferencia, importante, es que antes eran inofensivos. Podían gorronearte un par de consumiciones, pero no hacían daño a nadie. Eran como una especie de influencer doméstico. Dejábamos que presumieran un poco y luego nos reíamos de sus hazañas y sus aventuras. Nadie los tomaba en serio ni imaginaba, entonces, que los de su especie llegarían a constituir un modelo de vida y de conducta moral fuertemente instalado en nuestra sociedad. Era impensable que los sinvergüenzas y los caraduras llegaran a triunfar y a extenderse como una plaga por los negocios, la política y, prácticamente, todas las instituciones.

La triste realidad es que encabezan los telediarios. No serían nadie si no fueran aupados al estrellato por el circo mediático, pero algunos medios y algunos políticos los necesitan para el espectáculo y no les importa presentar a ciertos delincuentes como auténticos héroes.

El último que ha debutado, en este gran circo sin lona, ha sido Aldama. Aldama comparte cartel, como lanzador de cuchillos, con el malabarista Peinado, el domador Rodríguez y la trapecista y su novio.


Milio Mariño

lunes, 25 de noviembre de 2024

Autonomías y de todos

Milio Mariño

La catástrofe de Valencia ha vuelto a poner sobre la mesa el oportunismo de quienes están a la que salta y aprovechan cualquier problema para ofrecernos sus maravillosas recetas. Igual no se dieron cuenta, pero la fórmula que utilizan se parece bastante a la definida por aquel genio irrepetible que se apellidaba Marx.

Si pensaron mal, con la intención de acertar, se equivocan. No me refiero a Karl, hablo de Groucho Marx, quien decía de la política que es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados.

En esas estamos. Apelando a la eficiencia, la solidaridad y el buen gobierno han aparecido, de nuevo, los guardianes de la esencia patria que culpan de lo sucedido en Valencia al Estado de las Autonomías. Aprovechan que la riada pasó por el Barranco del Poyo, como antes lo hizo por los independentistas catalanes, y vuelven a la carga con la vieja matraca del Estado centralizado. Les vale cualquier pretexto para intentar vendernos que lo mejor es una sola instancia de poder. Un poder único, ejercido desde Madrid, pues, según ellos, la descentralización ha demostrado su incapacidad para hacer frente a una situación de crisis como la que acabamos de vivir.

Cualquiera, con un mínimo de sensatez y sentido común, abogaría por analizar lo sucedido y corregir los fallos, que ciertamente los hubo y a todos los niveles, pero los hay que insisten en la nostalgia y aprovechan la catástrofe para pedir el fin de las Autonomías y la vuelta a la España de las Provincias y los Gobernadores Civiles. 

Otro pretexto que esgrimen es que más nos valdría alejar a ciertos personajes de los puestos de mando y los lugares donde se toman las decisiones. En eso aciertan, pero el remedio es peor que la enfermedad. Coincidimos, prácticamente, todos en que Mazón no estuvo a la altura del cargo. Pero, que un Presidente autonómico no esté a la altura y quiera disimular su incompetencia con una sarta de mentiras, no justifica que haya que poner en cuestión el Estado de las Autonomías.

La organización territorial de España cuenta con un fuerte y amplio respaldo como reflejan las sucesivas encuestas del CIS. Aun en el peor de los escenarios, como fue el proceso independentista de Cataluña, el 80 % de los encuestados veía positivo que las Comunidades Autónomas gestionaran su territorio, al tiempo que se mantenía la solidaridad interterritorial y el Gobierno central seguía contando con importantes y amplias facultades.

Nuestra democracia, con todas las imperfecciones y carencias que queramos atribuirle, se desarrolló en un escenario descentralizado. Además, no es cierto, como aseguran los detractores, que los gastos que generan las Comunidades Autónomas sean exagerados. Son menores que en otros países. Mientras que España destina el 2,6% del PIB al gasto burocrático de las administraciones autonómicas y estatales, un país centralizado como Francia destina el 3,5%.

La organización territorial descentralizada tiene muchas ventajas y, por si no fueran bastantes, las autonomías suponen un contrapeso necesario que evita que las mismas manos manejen los recursos de la totalidad del Estado. Aprovechar el cruce de reproches, a propósito de la DANA, para alimentar la crispación y crear enfrentamientos es oportunismo del malo. La catástrofe de Valencia no se hubiera gestionado mejor desde Madrid. El Estado de las Autonomías no es lo que ha fallado. El fallo no fue de competencias, fue de incompetentes.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 18 de noviembre de 2024

Errejón y unos señores de Murcia

Milio Mariño

Sentir compasión por el prójimo, además de un sentimiento muy noble, es un mandato de todas las religiones, no solo de la católica. Sin embargo, dependiendo de quién sea el prójimo, ser compasivo puede suponer un problema. Si alguien se compadece de Iñigo Errejón lo más probable es que le consideren cómplice de un impresentable machista, con cara de niño, que las mataba callando. Lo de matar es metáfora. El presunto delito, según las denuncias, fueron unos abusos que tienen pinta de lagarto, lagarto, si tenemos en cuenta cómo ha evolucionado este caso.  

Lo único cierto, hasta ahora, es que seguramente habrá dos verdades. De momento solo conocemos una. Pero, da igual, el Tribunal de la Santa Opinión Pública ya dictó su condena y no habrá manera de apelar a ningún tribunal superior. Aunque nada esté probado, ni medie sentencia alguna, el acusado ha sido ejecutado, públicamente, por los tertulianos de la radio y la televisión, los periódicos, Twitter y Facebook. 

Errejón no es el primero, ni será el último, que ha sido acribillado a insultos sin que nadie haya tenido en cuenta la presunción de inocencia. Los suyos y sus enemigos, todos, le han disparado sin preguntar. Unos porque le tenían muchas ganas y otros, los de su cuerda, para que no se diga que son blandos y se quedan atrás. Así que todos se han apuntado a una especie de festín morboso que les sirve para regodearse y ajusticiar, sin compasión, a quien califican de muy inteligente y capaz, pero también narcisista y con una mente enfermiza que culo que ve, culo que toca sin preguntar.

No contentos con eso, tal vez por resentimiento, venganza o el simple placer de hacer leña del árbol caído, son muchas y muchos los que se ufanan de que no solo han conseguido apartar a Errejón de la política sino que, presumiblemente, tampoco podrá volver a dar clases en la Universidad Pública, nadie de la privada va a querer contratarlo y, casi con toda seguridad, tendrá que irse de España.

Llama la atención, a mí por lo menos, que la opinión pública, y buena parte de los políticos y los tertulianos que se pronunciaron sin miramientos contra Errejón, no dijeran ni una palabra de los seis empresarios de Murcia condenados por abusar de menores, drogarlas y prostituirlas. Es, cuando menos, curioso que los jueces acabaran por librarlos de ir a la cárcel y la opinión pública de un linchamiento como este que comentamos. El caso se cerró con pelillos a la mar y los empresarios a lo suyo. A seguir con sus negocios, su prestigio social y sus distinguidas amistades.

Vivimos en una sociedad hipócrita y de un cinismo que asusta. Una sociedad que moldea, a su conveniencia, los asuntos que le apetece y los aborda como mejor convenga a determinados intereses.

La historia de Iñigo Errejón no me gusta y me gustará menos si, al final, se confirman las sospechas. Pero tampoco me gusta la enorme hipocresía con la que se está abordando este asunto. No creo que quienes tanto se escandalizan de un caso y no dicen nada del otro sean los que mejor defienden los derechos de las mujeres. No lo creo porque el cinismo y la cara dura llegan a tales extremos que muchos están criticando la violencia de género que ellos mismos niegan que exista.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España