Es lógico que sintamos admiración
por las personas que tienen mucho poder o mucho dinero. Si han llegado tan
alto, solemos decir, por algo será. Claro que después, cuando observamos lo que
hacen, o dicen, algunas de esas personas, la imagen mitificada se desmorona y nos
queda la cara como el culo de un mono. Descubrimos que entre los grandes
potentados y los altos cargos de la política hay unos cuantos, en realidad
bastantes, que son tontos muy tontos. Y, entonces, la admiración se convierte
en asombro y pasamos a preguntarnos cómo es posible que alguien tan tonto haya hecho
tanto dinero o haya llegado tan alto.
Así es. Todos nos hemos
sorprendido con las idioteces y las salidas de tono de algún político o personaje
famoso. Debe ser que tal vez olvidamos que ser tonto y tener dinero o
desempeñar un cargo importante, no sólo no es incompatible, sino que, con
desgraciada frecuencia, son características que concurren en una misma persona.
Hay casos tan evidentes que seguro que ya estarán pensando en alguno. En
alguien que nos resistimos a creer que pueda ser tonto, pero que se ha ganado
ese calificativo a pulso por las tonterías que hace o dice sin cortarse ni un
pelo.
Que llame tontos a esos personajes
de la política, que suelen decir tonterías, no significa que los meta a todos
en el mismo saco. Habrá unos cuantos que sean tontos, otros idiotas, algún
imbécil y más de un caradura, de modo que cada cual puede poner lo que
considere oportuno al lado del personaje que haya elegido.
Por lo que a mí respecta, pienso
que Donald Trump, Boris Jhonson, Jair Bolsonaro, Isabel Ayuso y otros cuantos han
hecho méritos, por sus declaraciones sobre el Covid-19, para que los incluyamos
en esa lista de imbéciles que según el filósofo Maurizio Ferraris no habitan solos
en el vacío, sino que necesitan un contexto, es decir un entorno, que los adule,
haciéndoles creer que sus tonterías son propias de una mente brillante y que los
tontos somos nosotros. Algo muy peligroso porque si nos atenemos al viejo
refrán: “Cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba y el tonto sigue”.
Para acallar el aluvión de
críticas han salido al paso algunos expertos, imagino que los expertos que trabajan
para los tontos, apuntando que cuando Trump recomienda beber lejía o Ayuso, a
propósito del hospital de IFEMA, dice que la mortalidad allí fue baja porque los
techos del local era muy altos, no deberíamos tener en cuenta el nivel
intelectual que sugieren esos mensajes pues es tendencia, en los políticos de
todo el mundo, que abandonen el discurso racional y el pensamiento analítico para
dirigirse a los ciudadanos con mensajes simples y sencillos. Justificación que
cabe entender como que los políticos dicen esas chorradas para hacernos creer
que son tontos, pero de tontos nada. Se hacen los tontos para pegárnosla. Para
que piquemos como en el timo de la estampita.
Quién sabe, a lo mejor es verdad.
De todas maneras, tanto si es tontería como maldad, no creo que sea bastante
con lo que estamos haciendo, que es reírnos. Reírnos está bien, pero tenemos
que luchar contra la estupidez. Atajar esas tonterías porque si, al final, todo
se queda en unas risas, lo mismo hay quien vuelve a votar a esos imbéciles. Y
sería imperdonable que volviera a ocurrir.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España