lunes, 23 de mayo de 2016

Cuando consideran más grave pecar que delinquir

Milio Mariño

Estos días pasados, los periódicos han vuelto a reproducir la historia del Obispo de Mallorca y una presunta novia, a propósito de que esta, la presunta, tuviera la osadía de presentarse para encabezar la candidatura del PP de Mallorca en las elecciones de junio.

El caso no surgió ahora, tiene su tiempo, pero los medios han vuelto a ponerlo de actualidad por el tirón mediático que supone una historia en la que un marido rico y despechado contrata los servicios de un detective y envía un informe al Vaticano, en el que denuncia la relación del obispo con su señora esposa. Cuestión que no merecería una línea si no fuera que resulta asombroso que el Vaticano tardara apenas nada en llamar a consultas al obispo y lo sometiera, durante cuatro días, a un interrogatorio exhaustivo.

Digo asombroso, pero solo a primera vista porque, enseguida, cae uno en la cuenta de que llueve sobre mojado en esto de que la jerarquía eclesiástica preste más atención al pecado que al delito. Solo hay que ver cómo reacciona cuando tiene constancia de una relación entre adultos y como lo hace cuando le consta, con más datos incluso, que la relación implica un delito de abuso sexual a menores. Una situación que trata de ocultar, por todos los medios, llegando al extremo de proteger a los que pueden estar implicados en casos de pederastia.

Que la jerarquía eclesiástica reaccione como lo hizo cuando le informan de que un obispo pudo cometer el pecado de tener una relación, algo más que amistosa, con una señora, de 52 años, y pase por alto las denuncias de religiosos acusados de abuso sexual a menores es para plantearse, muy seriamente, si la doble moral no formará parte del ideario de la Iglesia Católica. La inmediatez con la que fue destituido el padre Charamsa, el eclesiástico que se confesó gay y dijo que mantenía una relación con otro hombre, contrasta con el no hacer nada, en asuntos como el “Caso Romanones”, que afecta al arzobispo de Granada quien, dos años después, aún continúa en el cargo.
Esa es la historia. Las autoridades religiosas han demostrado, con creces, que les preocupa más el escándalo de una relación entre adultos, talluditos, que los casos en los que hay, de por medio, menores. Debería ser al revés pero hay pruebas más que evidentes de que la iglesia antepone el pecado al delito.

Llegados a este punto, me costaba hacerme a la idea de cuáles podían ser los criterios que avalaban dicha conducta. Así que me puse a buscar y encontré no sé si la explicación pero no andará lejos. Encontré que Fray Andrés de Olmos y Fray Toribio de Benavente, dejaron escrito que no había pecado en que los hombres en general, y los religiosos en casos excepcionales, tuvieran acceso con perversas mujeres, a fin de evitar males mayores como los adulterios, los estupros, la sodomía y las bestialidades.


Intuyo que ese debió ser el pecado, si es que lo hubo, del obispo de Mallorca. El fallo estuvo en que la presunta es una señora casada, de buena familia, pues según los citados frailes el contacto con “mujeres alegradoras” no constituye pecado ya que evita que el vicio se extienda y corrompa a otras mujeres, de buen corazón, que viven con hermosura y pureza, el matrimonio cristiano.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

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