Estos días pasados, los periódicos han vuelto a reproducir la
historia del Obispo de Mallorca y una presunta novia, a propósito de que esta,
la presunta, tuviera la osadía de presentarse para encabezar la candidatura del
PP de Mallorca en las elecciones de junio.
El caso no surgió ahora, tiene su tiempo, pero los medios
han vuelto a ponerlo de actualidad por el tirón mediático que supone una
historia en la que un marido rico y despechado contrata los servicios de un
detective y envía un informe al Vaticano, en el que denuncia la relación del obispo
con su señora esposa. Cuestión que no merecería una línea si no fuera que
resulta asombroso que el Vaticano tardara apenas nada en llamar a consultas al
obispo y lo sometiera, durante cuatro días, a un interrogatorio exhaustivo.
Digo asombroso, pero solo a primera vista porque, enseguida,
cae uno en la cuenta de que llueve sobre mojado en esto de que la jerarquía
eclesiástica preste más atención al pecado que al delito. Solo hay que ver cómo
reacciona cuando tiene constancia de una relación entre adultos y como lo hace cuando
le consta, con más datos incluso, que la relación implica un delito de abuso
sexual a menores. Una situación que trata de ocultar, por todos los medios, llegando
al extremo de proteger a los que pueden estar implicados en casos de
pederastia.
Que la jerarquía eclesiástica reaccione como lo hizo cuando
le informan de que un obispo pudo cometer el pecado de tener una relación, algo
más que amistosa, con una señora, de 52 años, y pase por alto las denuncias de
religiosos acusados de abuso sexual a menores es para plantearse, muy
seriamente, si la doble moral no formará parte del ideario de la Iglesia Católica.
La inmediatez con la que fue destituido el padre Charamsa, el eclesiástico que
se confesó gay y dijo que mantenía una relación con otro hombre, contrasta con el
no hacer nada, en asuntos como el “Caso Romanones”, que afecta al arzobispo de
Granada quien, dos años después, aún continúa en el cargo.
Esa es la historia. Las autoridades religiosas han
demostrado, con creces, que les preocupa más el escándalo de una relación entre
adultos, talluditos, que los casos en los que hay, de por medio, menores.
Debería ser al revés pero hay pruebas más que evidentes de que la iglesia antepone
el pecado al delito.
Llegados a este punto, me costaba hacerme a la idea de
cuáles podían ser los criterios que avalaban dicha conducta. Así que me puse a
buscar y encontré no sé si la explicación pero no andará lejos. Encontré que
Fray Andrés de Olmos y Fray Toribio de Benavente, dejaron escrito que no había
pecado en que los hombres en general, y los religiosos en casos excepcionales,
tuvieran acceso con perversas mujeres, a fin de evitar males mayores como los
adulterios, los estupros, la sodomía y las bestialidades.
Intuyo que ese debió ser el pecado, si es que lo hubo, del
obispo de Mallorca. El fallo estuvo en que la presunta es una señora casada, de
buena familia, pues según los citados frailes el contacto con “mujeres
alegradoras” no constituye pecado ya que evita que el vicio se extienda y
corrompa a otras mujeres, de buen corazón, que viven con hermosura y pureza, el
matrimonio cristiano.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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