Milio Mariño
Hubo una época, ya lejana, en la que alguno de nuestros políticos y muchos de los que ejercían la crítica, ya fuera en prensa, radio o televisión, disponían de esa gracia espontanea que se adapta a la situación y permite hacer comentarios inteligentes y divertidos, pero como debe ser que, ahora, los críticos andan escasos de inteligencia y sobrados de mala uva, al final hacen como los mulos: lo resuelven, todo, con exabruptos.
Hablo de los mulos acordándome de Manuel Azaña, que decía que el animal español por excelencia no es el toro ni el burro, es el mulo. El mulo es la bestia que mejor cuadra para definir algunos comportamientos. Es la bestia parda. La de aquella fábula en la que un hombre, cansado de que su mulo no sirviera para ningún trabajo útil, lo ató frente a una pared y dijo que solo le encomendaba dar coces.
Tal como están las cosas, igual es mucho pedir que las coces y el menosprecio no tengan cabida en la crítica política. Casi parece que no hubiera otra forma de criticar que hacerlo a lo bestia. Ya lo vieron ustedes. Ya vieron cómo han puesto al líder de Podemos por haber cometido “el delito” de sacar cinco diputados. Le han llamado de todo: Friki, iluminado, chavista, proetarra, bolivariano, emulador de Hitler... Oyendo lo que decían, en algunas tertulias televisivas, era fácil llegar a la conclusión de que la idiotez puede ser una de las más altas cualidades intelectuales.
Qué cansancio, qué hartura…, y qué asco. Parece mentira que en algunas tertulias sigan, día tras día, con esa inquina y esas falsedades tan burdas. Es como si algo atávico les llevara, siempre, a deformar cualquier opinión recurriendo a los bajos instintos y azuzándolos contra el otro, el ajeno a la tribu, al que convierten en chivo expiatorio de todos los males que afectan al pueblo elegido. Pueblo que son ellos, los que piensan como ellos y nadie más. Todo el que no esté en ese círculo una de dos: o es tonto y no se entera, o pertenece a los que solo cabe calificarlos como gentuza. Palabra que utilizan, muy a menudo, para referirse a los que no son de su credo político.
Confieso que, a veces, sintonizo alguna de esas tertulias para reírme del infantilismo, y el poco respeto por la inteligencia, con el que tratan algunos temas, pero ya no me hacen gracia. Eso sí, sigue asombrándome que presuman de educación y buenas maneras y se muestren tan ufanos cuando alguno de los suyos inventa un insulto nuevo. Los disparates que dijeron estos días, a propósito de Pablo Iglesias, son de juzgado de guardia. Y, el análisis de los defectos del citado político no van a la zaga, pues han citado como cosas muy negativas, que compre su ropa en Alcampo o se de crema hidratante después de ducharse.
Habrá quien conceda poca o ninguna importancia, a toda esta sarta de estupideces pero las formas también cuentan a la hora de devolverle el crédito a la denostada política. Necesitamos menos insultos y más responsabilidad. Pero es lo que hay. Quienes insultan a Pablo Iglesias, alegando que puede desestabilizar el país, consideran poco o nada desestabilizador que el FMI, que no se ha presentado a las elecciones, venga a Madrid y nos hable como si las hubiera ganado por mayoría absoluta.
Hubo una época, ya lejana, en la que alguno de nuestros políticos y muchos de los que ejercían la crítica, ya fuera en prensa, radio o televisión, disponían de esa gracia espontanea que se adapta a la situación y permite hacer comentarios inteligentes y divertidos, pero como debe ser que, ahora, los críticos andan escasos de inteligencia y sobrados de mala uva, al final hacen como los mulos: lo resuelven, todo, con exabruptos.
Hablo de los mulos acordándome de Manuel Azaña, que decía que el animal español por excelencia no es el toro ni el burro, es el mulo. El mulo es la bestia que mejor cuadra para definir algunos comportamientos. Es la bestia parda. La de aquella fábula en la que un hombre, cansado de que su mulo no sirviera para ningún trabajo útil, lo ató frente a una pared y dijo que solo le encomendaba dar coces.
Tal como están las cosas, igual es mucho pedir que las coces y el menosprecio no tengan cabida en la crítica política. Casi parece que no hubiera otra forma de criticar que hacerlo a lo bestia. Ya lo vieron ustedes. Ya vieron cómo han puesto al líder de Podemos por haber cometido “el delito” de sacar cinco diputados. Le han llamado de todo: Friki, iluminado, chavista, proetarra, bolivariano, emulador de Hitler... Oyendo lo que decían, en algunas tertulias televisivas, era fácil llegar a la conclusión de que la idiotez puede ser una de las más altas cualidades intelectuales.
Qué cansancio, qué hartura…, y qué asco. Parece mentira que en algunas tertulias sigan, día tras día, con esa inquina y esas falsedades tan burdas. Es como si algo atávico les llevara, siempre, a deformar cualquier opinión recurriendo a los bajos instintos y azuzándolos contra el otro, el ajeno a la tribu, al que convierten en chivo expiatorio de todos los males que afectan al pueblo elegido. Pueblo que son ellos, los que piensan como ellos y nadie más. Todo el que no esté en ese círculo una de dos: o es tonto y no se entera, o pertenece a los que solo cabe calificarlos como gentuza. Palabra que utilizan, muy a menudo, para referirse a los que no son de su credo político.
Confieso que, a veces, sintonizo alguna de esas tertulias para reírme del infantilismo, y el poco respeto por la inteligencia, con el que tratan algunos temas, pero ya no me hacen gracia. Eso sí, sigue asombrándome que presuman de educación y buenas maneras y se muestren tan ufanos cuando alguno de los suyos inventa un insulto nuevo. Los disparates que dijeron estos días, a propósito de Pablo Iglesias, son de juzgado de guardia. Y, el análisis de los defectos del citado político no van a la zaga, pues han citado como cosas muy negativas, que compre su ropa en Alcampo o se de crema hidratante después de ducharse.
Habrá quien conceda poca o ninguna importancia, a toda esta sarta de estupideces pero las formas también cuentan a la hora de devolverle el crédito a la denostada política. Necesitamos menos insultos y más responsabilidad. Pero es lo que hay. Quienes insultan a Pablo Iglesias, alegando que puede desestabilizar el país, consideran poco o nada desestabilizador que el FMI, que no se ha presentado a las elecciones, venga a Madrid y nos hable como si las hubiera ganado por mayoría absoluta.
Milio Mariño/ Artículo de Opinión/ Diario La Nueva España
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