lunes, 17 de mayo de 2021

La abuelita y el pago por las carreteras

Milio Mariño

A tenor de ciertas declaraciones, se me ocurrió que no estaría de más que al señor Pere Navarro, que es Director General de Tráfico, le hicieran la prueba de alcoholemia cuando se pone delante de un micrófono. No es que sospeche de que empina el codo, pero sí de que bebe los deseos del Gobierno, se emborracha de entusiasmo, y luego dice cosas como lo que dijo hace poco: “No podemos hacer que la pobre abuelita, que cobra una pensión y no tiene ni coche, esté pagando la conservación y el mantenimiento de las carreteras”.

Por lo visto, el señor Navarro, tal vez porque es Director General de Tráfico, sabe lo que no sabemos el resto de los españoles. Sabe a dónde va a parar cada céntimo de nuestros impuestos. Por eso dice que la abuelita paga las carreteras. A lo mejor, qué se yo, si le preguntamos quien paga su sueldo, igual nos sale con que lo paga Amancio Ortega. Es más, siguiendo su teoría, ese submarino que al fin han conseguido que flote, el Isaac Peral S-80, en cuyo proyecto las arcas del Estado llevan gastados 3.907 millones, lo mismo se ha pagado con los impuestos de las grandes fortunas y del dinero de las abuelitas no han cogido ni un euro.

Recurro a la ironía porque me cabrea que nos tomen el pelo. No sé por qué tienen que tratarnos como imbéciles para explicar lo que es muy sencillo. Si queremos el dinero de la Comunidad Europea, para salir del lío en que nos ha metido el coronavirus, hay que recaudar más impuestos. Así de claro. Y, en ese sentido, según consta en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia que el Gobierno ha remitido a Bruselas, una de las opciones sería implantar un mecanismo de pago por el uso de la red estatal de carreteras a partir del año 2024.

Ese es el tema que está sobre la mesa pidiendo un debate serio, no que recurran a justificaciones absurdas como el dinero de la abuelita o el socorrido argumento de que es una medida que ya está en vigor en casi todos los países de Europa. Lo cual es cierto, pero también lo es que los sueldos de aquí y los de esos países, que se ponen como ejemplo, son muy diferentes. El sueldo más común en España es de 18.468 euros al año, lejos de los 24.000 que salen de media y más lejos todavía de los sueldos que se pagan en países como Alemania, Reino Unido, Suecia o Dinamarca, que duplican, e incluso, triplican esas cifras.

Lo lógico sería que abordáramos nuestra realidad y nos dejáramos de milongas porque ya los veo venir a unos y otros. Al Gobierno equiparándonos con Europa en el pago de impuestos pero olvidándose de los salarios y al PP aprovechando para poner el grito en el cielo y olvidarse de que, cuando gobernaba, pagó 5.000 millones de euros por el rescate de nueve autopistas de peaje.

No me hago ilusiones, sé que, al final, dará igual lo que pida. Cuando se trata de impuestos, los Gobiernos, sean del color que sean, siempre se salen con la suya. Así que solo me queda dar la vara para que, a las abuelitas y los abuelitos, nos dejen tranquilos y no nos utilicen en esa guerra que doy por perdida.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de mayo de 2021

Con flores a María y a Isabel Díaz Ayuso

Milio Mariño

Con flores a María y a Isabel Díaz Ayuso, así es como ha empezado este mes de mayo que promete alegría para los cristianos y los madrileños que han votado por un nacionalismo castizo que consagra la idea de pocos impuestos y menor gasto público. Menor gasto en una Comunidad que, comparándola con la media nacional, ya gasta, por habitante, 146 euros menos en sanidad y 1078 euros en educación. Añadan, además, qué según el último informe de Cáritas, en Madrid hay un millón de personas que viven en riesgo de pobreza y la desigualdad es la más alta de España.

Los datos son para preocuparse, pero si nos atenemos al resultado de las elecciones no parece que a la mayoría de los electores les preocupen demasiado, pues han dado un palo a la solidaridad y han bendecido algo parecido al trumpismo. Una ideología regresiva y reaccionaria que defiende los intereses de los que más tienen y el resto allá se las componga como pueda.

Al final, ese ha sido el veredicto de la mayoría de los madrileños. Y toca aceptarlo. Los verdaderos demócratas aceptamos lo que sale de las urnas y no se nos ocurre ponerlo en cuestión, tachándolo de pucherazo o ilegitimo, cuando no nos gusta. Otra cosa es que escueza. Que, por supuesto, escuece. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el principal argumento de la opción que ha triunfado ha sido qué después de un día trabajo, lo verdaderamente importante es ir a una terraza a tomarnos unas cervezas, que puedas separarte de tu pareja y nunca la vuelvas a encontrar por la calle o que los atascos sean una muestra del progreso, y, más que sufrirlos, haya que disfrutarlos.

Por si no fuera bastante, los madrileños han vuelto a dar el gobierno a quienes, en su pasado reciente, tienen gente que obtenía títulos universitarios por la cara, robaba cremas en los supermercados, escondía un millón de euros en el altillo de la casa de sus suegros, formaba parte de tramas corruptas o se aprovechaba de lo público para enriquecerse con impunidad y descaro. Sumen a esto que Madrid es la región de España con más muertes en residencias de ancianos, por las órdenes de un Gobierno regional que no quiso trasladar a los enfermos a los hospitales, y añadan la mofa por las colas del hambre, el desprecio por el feminismo, los inmigrantes y los marginados, la defensa del franquismo y considerar un orgullo que a uno le llamen facha. Si lo suman todo, llegarán a la conclusión de que a cualquier persona sensata le resulta difícil entender qué ha pasado.

Es más fácil no entender nada que entender que las urnas hayan decidido que en Madrid sigan mandando los que no tienen intención de ceder ni uno solo de sus privilegios en pro de una sociedad más sana, más sostenible, más igualitaria y más justa.

El consuelo es que, aunque parezca que estas elecciones han cambiado mucho las cosas, en realidad, no ha cambiado nada. En Madrid, todo sigue igual. Los votos han vuelto a poner a la izquierda y la derecha donde estaban. La izquierda en la oposición y la derecha en un gobierno el que ya lleva 26 años. Así que me apunto a lo que dice un amigo mío: Menos mal que han ganado porque cuando pierden son, todavía, peores.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 3 de mayo de 2021

Dinero asgaya

Milio Mariño

Utilizo la palabra asgaya amparándome en el Constitu- cional, en cuanto al uso del asturiano, y porque creo que expresa mejor que ninguna otra el dinero que vendrá de Europa para el Plan de Recuperación. Hablan de 140.000 millones de euros, una cantidad que renuncio a pasar a pesetas por lo escandaloso del resultado y porque, según he leído, multiplica por diez lo que recibimos hace 35 años cuando ingresamos en la Comunidad Europea.

Así que lo dicho: dinero asgaya. Ahora falta por ver dónde acabarán esos miles de millones que no será, seguramente, donde ahora prometen como declaración de intenciones. En cualquier caso, aunque así fuera, cuesta hacerse a la idea de que las subvenciones a los coches, las bicicletas y los patinetes eléctricos, la mejora de la eficiencia energética de las viviendas, la conectividad digital total y el despliegue potencial de la nueva tecnología del 5G, puedan servir para desencadenar, por sí mismas, un cambio del modelo productivo actual y una gran modernización de la economía española.

Eso, por una parte. Y por otra, no menos importante, queda por despejar la incógnita de si hemos aprendido lo suficiente como para no cometer los mismos errores que cometimos, en el pasado, con las subvenciones. Sería volver al capítulo de las alcaldadas y las obras inservibles promovidas por partidos políticos de todos los colores. Ninguno se salva a la hora de contabilizar desastres que causan sonrojo. Aeropuertos sin aviones, Autopistas sin usuarios, Polígonos Industriales donde solo crece la maleza, Palacios de Congresos que nunca se utilizaron y están en ruinas, Museos de todo a cien y otros mil caprichos que han costado millonadas y siguen muertos de risa sin que nadie haya pedido cuentas.

El procedimiento es sencillo. Oye prepara algo, no sé, cualquier cosa, que hay ahí unos millones de la Comunidad Europea y no vaya a ser que los perdamos por no presentar un proyecto. Ejemplos podríamos poner a montones, pero se me ocurre uno que es para nota. Se trata de la “Pista de esquí en seco” de Villavieja del Cerro, una localidad castellana, de 89 habitantes, que construyó la insólita pista con una subvención avalada por la Diputación de Valladolid, que pagó nada menos que 12 millones de euros, y que hoy, además de que nunca se utilizó ni sirvió para nada, está desmantelada por orden judicial, al haberse construido sobre un monte quemado.

Desaguisados en lo público hubo muchos, pero también los hubo en lo privado. Sería una ardua tarea contabilizar las empresas que se aprovecharon de las subvenciones para sacar tajada y desaparecieron cuando las ayudas se agotaron. Empresas buitre cuyo objetivo nunca fue crear empleo ni riqueza.

Por eso insisto. Llegará dinero asgaya, pero es mucho lo que nos jugamos y sería imperdonable que volviéramos a cometer los mismos errores que cometimos en el pasado. Si se lleva a cabo un verdadero Plan de Recuperación no cabe duda de que España saldrá de ésta y será otra muy diferente de aquí a pocos años, pero una cosa son las intenciones y otra lo que, al final, resulta. Si no se establecen, cuanto antes, mecanismos rigurosos de evaluación y control de la gestión de los recursos millonarios que anuncian, si volvemos a las andadas, ya nada tendrá solución y perderemos el último tren que puede salvarnos. Sería de juzgado de guardia que, disponiendo de dinero asgaya, no supiéramos aprovecharlo.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 26 de abril de 2021

La Superliga de la lechera

Milio Mariño

Es posible que solo fueran imaginaciones mías, pero juraría que el lunes pasado vi a Florentino Pérez, el presidente merengue, con el cántaro de leche de la Superliga en la cabeza, haciendo cálculos millonarios mientras comparecía en una especie de rueda de prensa que había despertado una expectación inaudita.

Como esta leche es muy buena, decía, dará mucha nata. Así que batiré la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero que saque, me compraré una cesta de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos que venderé luego…

Cada paso de Florentino suponía una nueva inyección de dinero hasta que, en una de estas, tropezó con los aficionados, el cántaro se le cayó al suelo y oyó la voz de la moraleja: No seas ambicioso, no sueñes impaciente con un futuro de miles de millones porque ni el presente tienes seguro.

Sucumbir a la tentación de ponerse super magnífico y anunciar una Superliga manejada por los grandes del fútbol en Europa, es algo a lo que, tal vez, se resistan muy pocos. Sobre todo, si cuentan con aval del banco americano J.P Morgan Chase, que prometía una inversión inicial de 6.000 millones de dólares, 3.000 de entrada, y unas ganancias estimadas de 300 millones para cada club.

Las perspectivas se presentaban como inmejorables y la justificación, según el promotor de la idea, era que el fútbol había ido perdiendo interés porque la gente reclama espectáculos de calidad y, en este sentido, un Madrid – Huesca, por poner un ejemplo, aburre a las piedras.

Todo parecía perfecto. El proyecto de la Superliga aseguraba mucho dinero y un espectáculo deportivo de primer orden. Con lo que no contaban era con que ni el espectáculo ni el gran negocio bastan para asegurar que el público responda y pueda haber una conexión real en un deporte en el que imperan las pasiones.

Cuando hablamos de fútbol, la pasión y el tema mental son lo primero. Cosa que no tuvieron en cuenta los clubes promotores, pues salta a la vista que no midieron sus fuerzas antes de embarcarse en semejante aventura. Tampoco tuvieron en cuenta que los aficionados de los equipos grandes no están acostumbrados a perder, o están acostumbrados a hacerlo en duelos muy importantes y señalados. Por eso, que hubiera duelos entre rivales históricos o grandes equipos cada semana, lejos de generar una competición interesante, terminaría por vulgarizarla. Por convertirla en algo aburrido para los espectadores y, en consecuencia, para las televisiones, cuyo desembolso económico no sería el que, en principio, se aventuraba.

El proyecto nacía viciado con errores de bulto, pero el error mayúsculo era pensar que los equipos pequeños son prescindibles y solo cuentan los grandes. Asombra, además, que tampoco tuvieran en cuenta a los aficionados que serían, en definitiva, quienes iban a pagar la fiesta. Pero nada, a la chusma ni agua. La lógica del dinero, que es lo que impera en el mundo, no da cancha a los pobres.

Sucedió, entonces, como en esos partidos en que los grandes juegan contra los pequeños. Los pequeños, es decir los aficionados, salieron al contraataque y le metieron un gol a la Superliga por toda la escuadra. Un tanto que certificaba la victoria del pueblo sobre el prepotente y deshumanizado poder del dinero. Una hazaña impensable y ejemplarizante.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 19 de abril de 2021

Cenar temprano

Milio Mariño

Ahora que ya se vislumbra cierta luz al final del túnel de la pandemia, se nota que estamos ansiosos por dejar de ser europeos y volver a lo nuestro de toda la vida: los bares y los horarios hasta las tantas. Lo que más desea la peña es tomarse unas cuantas cervezas, sentados en torno a una mesa y sin mirar el reloj. España es el país del mundo que más tarde cena y más tarde se acuesta y el que tiene más bares y restaurantes por persona: uno por cada 175 habitantes. No es extraño, entonces, que el toque de queda y los horarios que obligan a recogerse temprano sean vistos como una catástrofe, no solo por lo que se refiere a los propietarios de los establecimientos de hostelería si no, también, a los parroquianos.

Para los españoles el bar es un espacio de libertad. Hay tanto miedo a que podamos contagiarnos del virus como a que nos contagien con los usos y costumbres que rigen en los países del resto de Europa. Sentimos que amenazan nuestro estilo de vida cuando nos obligan a cumplir un horario que es el que siguen los europeos todos los días sin que lo impongan las autoridades. Aquí cenar a las ocho e irse a la cama temprano es confundir la cena con la merienda y acostarse como las gallinas. Lo nuestro es hacerlo todo más tarde, aunque al día siguiente tengamos que madrugar. Para eso inventamos la siesta.

Este estilo de vida es tan nuestro y genuino que no me resisto a contarles una curiosa anécdota que refleja la realidad. Al principio de la pandemia, cuando empezaron a limitar los horarios de cierre, una conocida marca de agua tónica decidió ponerle un poco de humor al asunto y desplegó, en la fachada de un edificio de Madrid, una gran pancarta publicitaria en la que ofrecía un singular trato a los ingleses: “Aceptamos vuestras sandalias con calcetines si nos enseñáis a cenar a las ocho”.

Imposible. Si hubo alguien que albergaba la remota idea de que estos meses en que los bares cerraban temprano y había que estar pronto en casa podían servir para modificar nuestras costumbres, referidas a los horarios, ya lo puede ir olvidando. Aquí no ha pasado nada.

Seguimos igual. Lo curioso es que España, que no sale muy bien parada en el índice de bienestar que elabora la OCDE, pues ocupa el puesto 20 de un total de 36 países, consigue salir airosa a nivel popular ya que, según la opinión de quienes nos visitan, somos un país en el que se vive bien y nuestra calidad de vida es alta. Es decir, que se apuntan a lo nuestro no para la vida de diario, pero si para disfrutar.

La discusión sobre nuestro ritmo de vida y como conciliamos el ocio con el trabajo viene de largo y ha suscitado muchos debates. Al parecer, somos únicos en el mundo. Comemos a las tres de la tarde, cenamos a las diez de la noche y no vamos a la cama hasta pasadas las doce. Pero hay una explicación: se debe a que nos regimos por el sol. Esa es la clave. Nosotros lo hacemos bien, los que están equivocados son los relojes oficiales, que no van en consonancia con el horario que corresponde. Cierto que cenamos a las diez, pero, en realidad, son las ocho.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 12 de abril de 2021

El racismo no ha desaparecido

Milio Mariño

La semana pasada se produjeron tres incidentes: uno aquí, otro en el sur de España y el tercero en la capital, que tienen un origen parecido y creo que merecen una reflexión. Lo de aquí fue que varios vecinos del Parque de La Libertad, en Piedras Blancas, denunciaron el trato injusto y abusivo por parte de un policía local que, según ellos, actuó de manera violenta contra un joven de catorce años, de raza negra, que se encontraba en el lugar donde había habido una pelea pero que no había participado en la misma y estaba sentado, tranquilamente, en un banco. En la otra punta de España, en Cádiz, un jugador del Valencia CF, Diakhaby, aseguró que Cala, jugador del equipo contrario, le había llamado "negro de mierda". Y, en Madrid, los dirigentes de Vox pidieron la deportación de Serigne Mbayé, un hombre de raza negra que tiene la nacionalidad española y es portavoz del Sindicato de Manteros y candidato por Unidas Podemos a las elecciones autonómicas.

Estos tres incidentes coinciden en algo que algunos creíamos superado, pero que lejos de desaparecer se ha ido fortaleciendo hasta el punto de que, casi, se ha convertido en una actitud normal. Me refiero al racismo, una práctica que, salvo casos muy aislados, apenas se daba en la sociedad española, pero que, ahora, está a la orden del día, aunque nos duela y nos cueste reconocerlo.

El motivo por el que el racismo está cada vez más presente es porque se dan todos los elementos para que el caldo de cultivo sea perfecto. Por un lado, el delicado contexto económico, debido a la crisis del coronavirus, ayuda mucho. Y, por otro, la irrupción de la extrema derecha, en la escena política, ha supuesto que sus ideas y sus discursos legitimen posturas de discriminación que antes estaban huérfanas y no eran amparadas por ningún partido político.

Cualquiera, con un mínimo de sentido común, sabe que la pobreza y la desigualdad que hay en España no es por culpa de los emigrantes, pero la ultraderecha y la derecha más conservadora se han abonado al discurso del odio y no dudan en recurrir a falacias como: “reciben más ayudas que los españoles”; “nos quitan el trabajo”; “son unos vagos y vienen por las subvenciones”; o el sempiterno “nosotros no somos racistas, pero…”.

Ese pero que, intencionadamente, dejan en el aire significa qué si son racistas e invitan a los demás a que también lo sean. Cada vez hay más discursos políticos que vinculan ser de cualquier otra raza distinta a la nuestra con ser delincuente. De esa manera, con ese discurso, pretenden aprovechar el enfado de la gente y ganarse el apoyo de la opinión pública. El mensaje es: no todos merecemos lo mismo. Hay personas de primera y emigrantes y marginados que son gentuza.

Por lo visto en eso consiste lo que, ahora, llaman la derecha “sin complejos”. Consiste en dejarse de escrúpulos y culpar al más débil.  Lo que antes pensaban cuatro energúmenos y nadie se atrevía a decir en público ahora lo dicen con orgullo. Presumen de valientes. Pero ser valiente no es cargar contra los débiles, los emigrantes y las víctimas de la violencia de género, es todo lo contrario. Es defender la solidaridad y la tolerancia y no fomentar el odio que da pie para que ocurran incidentes como los que señalábamos al principio.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 5 de abril de 2021

Buscando qué celebrar

Milio Mariño

Tal día como hoy, hace un año, la alcaldesa de Avilés, Mariví Monteserín, decía esperanzada: “El año que viene, no solamente celebraremos la comida en la calle, celebraremos la vida, en un día que valoraremos mucho más”. Unas palabras que, a pesar de la tristeza de aquellos primeros días de encierro, intentaban transmitir la ilusión de que el sacrificio no sería en vano. Nadie imaginaba, entonces, que un año después íbamos a estar igual. Es decir, sin nada que celebrar a no ser que celebremos que estamos vivos y hemos aprendido a convivir con el virus por más que el virus no tenga la menor intención de convivir con nosotros y su idea sea infectarnos a todos.

 La alcaldesa y el resto de avilesinos, excepto los infalibles, nos equivocamos. Este año, como el pasado, las calles de Avilés vuelven a estar vacías de comensales por culpa del covid19. El calendario ha vuelto a repetirse sin dejar sitio para las fiestas. Solo hay una diferencia, ahora ya sabemos que la vida es un conjunto de cosas sencillas como comer en la calle el Lunes de Pascua, tomar un café en una terraza, ir de Avilés a Salinas cuando nos apetezca, disfrutar del sol en la cara sin mascarilla, o ver una película compartiendo la obscuridad del cine con la persona que amas. Sabemos muchas más cosas que hace un año cuando nos confinaron. Hemos aprendido a buscar la felicidad entre las ruinas de la desgracia, lo cual es muy posible que acabe traduciéndose en que cuando la vida regrese, que regresará, apreciaremos mejor lo que tenía poca importancia.

El año que se ha ido, el que va de Pascua a Pascua, ha sido el año de firmar la paz con lo difícil y aceptar la grandeza de lo corriente. Tal vez luego se nos olvide, pero casi todos reconocemos que nos quejábamos de vicio. Quejas que, algunos, han sustituido por otras a pesar de que si estamos aquí como especie es porque hemos sido capaces de superar situaciones extremas que, a lo largo de la historia, han alterado la convivencia de forma terrible. Por eso cuesta entender y aceptar ciertas reivindicaciones sociales que han surgido y son muy distintas de las que se hicieron en el pasado. Me refiero a esa reivindicación por la que se reclama, como derecho fundamental, que se garantice y proteja el derecho a la diversión y el ocio, al mismo nivel que el derecho a la vida. Algo que viene a ser como si nos acercáramos a un precipicio con la precaución del que tiene dos dedos de frente y luego, en lugar dar un paso atrás, decidiéramos saltar al vacío sin que nos importen las consecuencias.

Reflexionar sobre éstas y otras contradicciones casi es obligado, pero la nostalgia puede con todo y nos devuelve a pasados Lunes de Pascua mejores. No hay nada más doloroso que recordar los días felices. Días que volverán, como volverán las fiestas, de la mano de la deseada vacuna que, además de inmunizarnos, inoculará el olvido. Olvidaremos los días tristes y solo respetaremos el recuerdo de lo querido. Así que van a permitirme que recuerde a los 273 avilesinos y avilesinas que desde que empezó la pandemia perdieron la vida por culpa del virus. Ojalá que quienes ahora estamos volvamos a estar el año que viene y no falte nadie a la cita.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España