Ahora que ya se vislumbra cierta
luz al final del túnel de la pandemia, se nota que estamos ansiosos por dejar
de ser europeos y volver a lo nuestro de toda la vida: los bares y los horarios
hasta las tantas. Lo que más desea la peña es tomarse unas cuantas cervezas, sentados
en torno a una mesa y sin mirar el reloj. España es el país del mundo que más
tarde cena y más tarde se acuesta y el que tiene más bares y restaurantes por
persona: uno por cada 175 habitantes. No es extraño, entonces, que el toque de
queda y los horarios que obligan a recogerse temprano sean vistos como una catástrofe,
no solo por lo que se refiere a los propietarios de los establecimientos de
hostelería si no, también, a los parroquianos.
Para los españoles el bar es un
espacio de libertad. Hay tanto miedo a que podamos contagiarnos del virus como a
que nos contagien con los usos y costumbres que rigen en los países del resto de
Europa. Sentimos que amenazan nuestro estilo de vida cuando nos obligan a cumplir
un horario que es el que siguen los europeos todos los días sin que lo impongan
las autoridades. Aquí cenar a las ocho e irse a la cama temprano es confundir
la cena con la merienda y acostarse como las gallinas. Lo nuestro es hacerlo
todo más tarde, aunque al día siguiente tengamos que madrugar. Para eso
inventamos la siesta.
Este estilo de vida es tan nuestro
y genuino que no me resisto a contarles una curiosa anécdota que refleja la realidad.
Al principio de la pandemia, cuando empezaron a limitar los horarios de cierre,
una conocida marca de agua tónica decidió ponerle un poco de humor al asunto y desplegó,
en la fachada de un edificio de Madrid, una gran pancarta publicitaria en la
que ofrecía un singular trato a los ingleses: “Aceptamos vuestras sandalias con
calcetines si nos enseñáis a cenar a las ocho”.
Imposible. Si hubo alguien que
albergaba la remota idea de que estos meses en que los bares cerraban temprano
y había que estar pronto en casa podían servir para modificar nuestras
costumbres, referidas a los horarios, ya lo puede ir olvidando. Aquí no ha
pasado nada.
Seguimos igual. Lo curioso es que
España, que no sale muy bien parada en el índice de bienestar que elabora la
OCDE, pues ocupa el puesto 20 de un total de 36 países, consigue salir airosa a
nivel popular ya que, según la opinión de quienes nos visitan, somos un país en
el que se vive bien y nuestra calidad de vida es alta. Es decir, que se apuntan
a lo nuestro no para la vida de diario, pero si para disfrutar.
La discusión sobre nuestro ritmo
de vida y como conciliamos el ocio con el trabajo viene de largo y ha suscitado
muchos debates. Al parecer, somos únicos en el mundo. Comemos a las tres de la
tarde, cenamos a las diez de la noche y no vamos a la cama hasta pasadas las
doce. Pero hay una explicación: se debe a que nos regimos por el sol. Esa es la
clave. Nosotros lo hacemos bien, los que están equivocados son los relojes
oficiales, que no van en consonancia con el horario que corresponde. Cierto que
cenamos a las diez, pero, en realidad, son las ocho.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Milio Mariño