Con flores a
María y a Isabel Díaz Ayuso, así es como ha empezado este mes de mayo que
promete alegría para los cristianos y los madrileños que han votado por un
nacionalismo castizo que consagra la idea de pocos impuestos y menor gasto
público. Menor gasto en una Comunidad que, comparándola con la media nacional,
ya gasta, por habitante, 146 euros menos en sanidad y 1078 euros en educación. Añadan,
además, qué según el último informe de Cáritas, en Madrid hay un millón de
personas que viven en riesgo de pobreza y la desigualdad es la más alta de
España.
Los datos son para preocuparse,
pero si nos atenemos al resultado de las elecciones no parece que a la mayoría
de los electores les preocupen demasiado, pues han dado un palo a la
solidaridad y han bendecido algo parecido al trumpismo. Una ideología regresiva
y reaccionaria que defiende los intereses de los que más tienen y el resto allá
se las componga como pueda.
Al final, ese ha sido el
veredicto de la mayoría de los madrileños. Y toca aceptarlo. Los verdaderos demócratas
aceptamos lo que sale de las urnas y no se nos ocurre ponerlo en cuestión, tachándolo
de pucherazo o ilegitimo, cuando no nos gusta. Otra cosa es que escueza. Que,
por supuesto, escuece. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el principal
argumento de la opción que ha triunfado ha sido qué después de un día trabajo, lo
verdaderamente importante es ir a una terraza a tomarnos unas cervezas, que puedas
separarte de tu pareja y nunca la vuelvas a encontrar por la calle o que los
atascos sean una muestra del progreso, y, más que sufrirlos, haya que
disfrutarlos.
Por si no fuera bastante, los
madrileños han vuelto a dar el gobierno a quienes, en su pasado reciente, tienen
gente que obtenía títulos universitarios por la cara, robaba cremas en los supermercados,
escondía un millón de euros en el altillo de la casa de sus suegros, formaba
parte de tramas corruptas o se aprovechaba de lo público para enriquecerse con
impunidad y descaro. Sumen a esto que Madrid es la región de España con más
muertes en residencias de ancianos, por las órdenes de un Gobierno regional que
no quiso trasladar a los enfermos a los hospitales, y añadan la mofa por las
colas del hambre, el desprecio por el feminismo, los inmigrantes y los
marginados, la defensa del franquismo y considerar un orgullo que a uno le
llamen facha. Si lo suman todo, llegarán a la conclusión de que a cualquier
persona sensata le resulta difícil entender qué ha pasado.
Es más fácil no entender nada que
entender que las urnas hayan decidido que en Madrid sigan mandando los que no
tienen intención de ceder ni uno solo de sus privilegios en pro de una sociedad
más sana, más sostenible, más igualitaria y más justa.
El consuelo es que, aunque
parezca que estas elecciones han cambiado mucho las cosas, en realidad, no ha
cambiado nada. En Madrid, todo sigue igual. Los votos han vuelto a poner a la
izquierda y la derecha donde estaban. La izquierda en la oposición y la derecha
en un gobierno el que ya lleva 26 años. Así que me apunto a lo que dice un amigo
mío: Menos mal que han ganado porque cuando pierden son, todavía, peores.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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