El año 2050 queda tan lejos que seguro
que no lo veo. Seguro no, segurísimo. Para entonces ya estaré en ese más allá
que antes llamaban cielo y ahora, con los recortes, han rebajado a la nube. Seré,
como mucho, un vago recuerdo para mis nietos que, muy posiblemente, me echarán
la culpa de que les toque vivir peor que su abuelo y les haya dejado en
herencia un planeta lleno de contaminación y basura y que no puedan jubilarse
hasta que cumplan ochenta años. Eso
suponiendo que trabajen porque, dentro de tres décadas, lo más probable es que los
robots y las máquinas hagan casi todo el trabajo y las personas tengan que
luchar a brazo partido para agenciarse un curro y que el sistema no las margine
y las considere prescindibles.
Sorprende que nada de eso se
contemple en el Plan España 2050. Los expertos son más optimistas, prometen que
el paro estará en torno al 7% y lo explican. Dicen que la tasa
de empleo de los trabajadores con edades entre 55 y 64 años pasará del 51% al
68%, que el paro juvenil descenderá del 40% al 14%, la tasa de temporalidad bajará
del 26% al 15% y el empleo de las mujeres aumentará del 57% actual al 82%.
Dado que no citan las fuentes que
les permiten llegar a esas cifras no sé yo si habrán bebido en alguna o habrán
echado mano al botijo. Lo digo porque un estudio del departamento de economía
de la Universidad de Oxford alerta de que, para 2030, se perderán 75 millones
de empleos. También dice que se generarán 58 millones de nuevos puestos de
trabajo, pero, en el cómputo, salimos perdiendo. Y no solo eso, hay otros
estudios que van, incluso, más lejos. Predicen que, en el año 2050, un 10% de
la población estará formada por los grandes tenedores de capital, otro 25 o 30%
serán personas profesionales que de alguna forma colaborarán o trabajarán para ellos
y el resto, es decir en torno al 60%, llevarán a cabo trabajos esporádicos o
marginales, o estarán en el paro cobrando la renta básica de subsistencia.
Ser optimista está bien, pero el
optimismo ingenuo es más perjudicial que beneficioso. Creer que basta con que
deseemos algo para que ese algo suceda suele acabar en una frustración de a
kilo. Así que esa España maravillosa que anuncian para el futuro ya será menos.
No es que desprecie el Plan y sus buenas intenciones, es que son setecientas
páginas en las que no se dice nada de temas tan importantes como el futuro de
los Borbones, las corridas de toros, la cabra de la Legión, ni si para esa
fecha la iglesia seguirá sin pagar el IBI o si Abascal y la ultraderecha, que
ahora están en alza, gobernarán España y volveremos a vivir el milagro
económico de aquel ministro, Rodrigo Rato, que tiene mi edad y suponiendo que viviéramos
para entonces aún le faltarían años de cárcel para pagar lo que hizo.
A todo lo anterior, y a lo que dije del empleo, añadan que El Plan tampoco aclara si para el 2050 seguiremos pagando el peaje del Huerna, el asturiano será, por fin, lengua oficial o si el paso a nivel de Larrañaga seguirá donde está. Por eso soy escéptico y a la España que, dicen, viene yo digo, bah.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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