lunes, 22 de febrero de 2021

El Bachiller de la Princesa

Milio Mariño

Los Reyes, que son los padres, acaban de regalar a su hija, que es princesa, el bachillerato internacional en el Atlantic College de Gales, unos estudios que salen por 76.500 euros el curso, a lo que hay que sumar los escoltas, la tutora y la secretaria, que también salen por un pico y eso lo pagamos nosotros, aunque, en realidad, lo pagamos todo, pues todo el dinero de la Casa Real sale de las arcas públicas.

El bachiller de la princesa no será barato, pero las críticas que han surgido no inciden tanto en lo económico como en lo que supone para la imagen de una monarquía a la que no le queda mucho crédito, una decisión de este tipo. Hay quien piensa que no favorece en nada, ni a la institución monárquica ni tampoco a la sucesora del Reino de España, que la alejen, más todavía, de los ciudadanos de su país, en un momento en el que están viviendo una hecatombe social y económica y una crisis como no se recuerda. No faltan tampoco quienes consideran que mandar a la princesa a estudiar al Reino Unido, que ya ni siquiera es un país de la Unión Europea, significa una demostración de arrogancia elitista que cuestiona y desprecia el sistema educativo español.

Opiniones aparte, la decisión está tomada. Sea buena o mala idea, los que presumen de estar al tanto de lo que ocurre en Zarzuela dicen que los padres se han repartido los papeles. Que Felipe VI se ocupará de la educación militar de la princesa y que la reina Letizia es quien decide todo lo que concierne a su formación académica.

No sabemos si fue Felipe o Letizia quien tomó la decisión, pero lo del colegio elitista encaja con una reina que, en su día, fue presentada como “la nieta de un taxista” y lejos de aprovechar esa circunstancia para convertirse en un referente de cercanía con el pueblo, lo que transmite es todo lo contrario. Se ha convertido en una especie de caricatura de aquella persona anhelada por todos y, sobre todo, por los asturianos. Se ha hecho la cirugía estética un montón de veces, ha dado muestras de clasismo, son famosos sus desplantes, aparenta estar, siempre, de mal humor y se la ve huraña, aislada y sola. Si, en realidad, ha sido ella quien ha decidido el colegio de la princesa no puede decirse que fuera una gran idea. Tampoco lo hubiera sido mandarla a un instituto de Carabanchel. Entre que estudie en un colegio de élite enclavado en un castillo del siglo XII, que parece salido de un libro de Harry Potter, o en un módulo prefabricado, como los que hay en Madrid, caben muchas posibilidades. Y, algunas muy dignas y confortables.

Ahora mismo, de todas las monarquías europeas, la española es la que corre peligro. Pasa por un proceso de decadencia evidente, de modo que no le vendría mal prescindir de algunos lujos y mostrarse más humilde. Mandar a Leonor a estudiar a Gales, con el pretexto de que así entenderá mejor a los españoles, es cómo si el príncipe William mandara a sus hijos a estudiar a Sevilla, para que supieran como son los anglosajones.

Pero bueno, no todo es negativo. Si la princesa, al final, se marcha a Gales nos ahorramos el coñazo de comprarle papeletas para el viaje fin de curso.


Milio Mariño / Artículo de OPinión /Diario La Nueva España


lunes, 15 de febrero de 2021

La ley del deseo

Milio Mariño

Partiendo de que cada cual tiene las luces que tiene, uno analiza las suyas y llega a la conclusión de que quizá no alcancen a ser luces led. Son más modestas, de ahí que procure superar la desidia y me esfuerce por estar siempre al día y al loro de lo que sucede. Eso hago, pero sirve de poco ya que, de vez en cuando, descubro que progreso en ignorancia y en conocimientos y comprensión voy a peor.

Volví a comprobarlo, hace unos días, cuando leí el borrador de la llamada Ley Trans; una ley que pretende proteger los derechos de las personas transgénero. Acabé de leerlo y ya no es que no lo entendiera del todo, es que no entendía ni papa. Y eso que iba preparado. Sabía que se trataba de un asunto complejo y que estaba metiéndome en un terreno en el que es fácil resbalar y darse un tortazo. Claro que lo sabía, pero confiaba en que si abordaba el tema con una mentalidad abierta y un espíritu tolerante no tenía por qué resultarme difícil comprender de qué iba aquello ni qué era lo que pretendían quienes proponían la citada ley.

Para no ocultar nada, un poco mosqueado sí que estaba. Me había llamado la atención que ocho históricas feministas hubieran enviado una carta a Pedro Sánchez, reclamando que no se procediera a legislar sobre la materia sin sostener, previamente, un amplio y veraz debate en el que deberían aclararse algunos términos con los que no estaban de acuerdo. Me extrañaba que el feminismo más ortodoxo tuviera esas reservas y tachara, incluso, de reaccionario el proyecto de ley de la ministra Irene Montero.

Ya comentaba, al principio, que uno tiene las luces que tiene y, además, muchos años. Y, supongo que será por eso que acabé haciéndome un lío. No logré entender casi nada y menos aún el concepto “autodeterminación de género”. Esto es, que el género de cada uno no debería ser el que nos asignan al nacer, sino el que cada persona sienta y por el que se autodefina. Es decir, que la biología no cuente, que lo que cuente sea el deseo subjetivo de cada cual y que pueda hacerlo valer a partir de los dieciséis años. En consonancia, también se plantea que a la hora de inscribir a un recién nacido se evite asignarle un sexo, de modo que las categorías hombre/mujer, no figuren en el Registro Civil.

Perdonen la ignorancia, pero ahí ya me di por perdido y si no me tiré al rio fue porque no lo tenía a mano. La identidad hombre/mujer, que durante siglos no había suscitado ningún problema, resulta que ahora no solo se pone en cuestión, sino que pretenden eliminarla. Lo propuesta es que cualquiera pueda ser de su género sentido y no del género que le asignaron al nacer. Que cada cual sea lo que sienta y pueda sentirse lo que le dé la gana. Qué se yo: hombre, mujer o un tigre de bengala.

Al final, va resultar cierto eso de que la vida cada vez es más complicada. Celebro ser un hombre vulgar y corriente, con la testosterona justa para no plantearme problemas. Si cunde el ejemplo, si triunfa esa nueva ley del deseo por la cual cualquiera puede ser lo que quiera, igual algunos se olvidan de elegir sexo y eligen ser millonarios.


Milio Mariño /Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 8 de febrero de 2021

El almacenón de Siero

Milio Mariño

Quienes todavía no nos hemos contagiado del virus ni hemos pasado la enfermedad vivimos en un estado de ánimo que oscila entre la felicidad y el terror. Por un lado, nos alegra no haber muerto ni enfermado y por otro contamos los días esperando que nos chuten la vacuna antes de que aparezca el diablo y se cruce en nuestro camino. Intentamos sobrevivir y salir adelante siendo conscientes de que será imposible que volvamos a la normalidad de dos años atrás. El tiempo no se detiene y la vida nunca nos permite volver; nos obliga a continuar. De modo que aquí seguimos, capeando como podemos esto que, ciertamente, no es una guerra convencional, pero se parece bastante. Hay incertidumbre, otro estilo de vida, crisis económica, muchos muertos, muchos heridos, tristeza, héroes anónimos, algún insensato y miedo y esperanza no sé si a partes iguales.

Miedo lo seguimos teniendo y esperanza también. Hemos acabado por asumir las muertes del virus como se asumen los accidentes de tráfico y ya estamos pensando en qué pasará después. En el destino que les espera a quienes sean, o seamos, supervivientes. Cuestión que también preocupa porque hay dudas sobre si solo tendremos paro y ruina económica o cabe albergar la esperanza de una recuperación que nos depare algo mejor.

Es difícil predecirlo. En realidad, nadie se las promete muy felices, a pesar de que aquí, en Asturias, acabamos de recibir un par de noticias que son las más importantes y las de mayor calado económico en muchos años. Acabamos de conocer que Amazon invertirá 100 millones de euros en un centro logístico, en Siero, que prevé generar 2000 empleos directos y que Naturgy y Enagás han presentado un proyecto para producir hidrógeno verde y energía desde un parque eólico marino y otro terrestre que, si se lleva a efecto, supondrá para Asturias, la creación de otros 1.500 empleos en las fases de construcción, operación y mantenimiento.

Cuando leí estas noticias me puse tan contento como seguramente lo estarán ustedes, pero luego me topé con mi padre, que tiene 95 años, y el optimismo se fue diluyendo hasta que casi desapareció por completo.

Oye, estos que dicen que van a crear 2000 empleos, ¿qué producen, que es lo que fabrican? Preguntó mi padre. Producir no producen nada, se dedican a distribuir pedidos, son un centro de logística. O sea, que lo que van a montar en Siero no es una fábrica, es lo que podríamos llamar un almacenón, para que todos nos entendamos. Bueno si, más o menos. Pues entonces de riqueza nada, carretilleros y gente moviendo paquetes. Empleos de tercera regional ¿Y los otros? Los que se proponen sacar petróleo del aire… No digas nada, ahórrate las explicaciones porque imagino algo parecido. Pondrán la costa hecha un cristo sin que recibamos nada a cambio. Otra locura. Claro que tampoco me extraña. Es tiempo de locos. Ahora se reivindica el derecho a la diversión y a tener los bares abiertos antes que el derecho a la vida.

Las reflexiones de mi padre, que como dije tiene 95 años, me dejaron preocupado. Igual resulta que hemos repartido demasiado incienso. Antes recibíamos las noticias con un pensamiento mucho más crítico. Así que, dejando a un lado la sorna de los viejos, lo mismo no está mal traído llamar almacenón a lo que han bautizado con un nombre muy parecido.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 1 de febrero de 2021

La cola de la vacuna

Milio Mariño

No es un sueño que llevemos casi un año contando y llorando muertos, soportando confina- mientos, sufriendo graves perjuicios económicos y renun- ciando a nuestra vida social, hasta el punto de que necesitamos un sobresfuerzo para no caer en la desesperación. Lejos de ser un sueño es una pesadilla real, pero, por si no fuera bastante, ahora nos enfrentarnos a una mutación del virus que es distinta de la inglesa, la brasileña o la surafricana. Es nuestra y muy española. Se trata de la mutación tienes un morro que te lo pisas, variable hispana que está provocado una epidemia de getas y caraduras a los que pillaron saltándose la fila y colándose para ponerse la vacuna cuando no les tocaba.

 Lo llamo epidemia porque no son, solo, unos pocos. Que se sepa, ya vamos por más de mil entre los que, al parecer, hay de todo. Consejeros autonómicos, altos cargos, funcionarios, generales del ejército, alcaldes, concejales y hasta un cura y dos obispos. Aquello que conocíamos como las fuerzas vivas. Una representación de esa España chunga que no desaparece ni con lejía. Los mandamases de toda la vida. Ya saben: el cura, el médico, el alcalde y el comandante de puesto de la Guardia Civil.

Las disculpas supongo que las conocen. En unos casos dijeron que las vacunas sobraban y daba pena tirarlas, en otros, los políticos decidieron considerarse, a sí mismos, personas de riesgo, y luego está lo del consejero de Sanidad de Ceuta, que ha dicho que no cree en las vacunas, pero que se procuró una y se la puso, en contra de su voluntad, porque sus asesores insistieron y no quería defraudarlos.

Mentiría si dijera que no temía lo que está pasando. Hubiera sido un milagro que todo marchara como es debido y cada uno esperara su turno. Duele reconocerlo, pero somos un país en el que portarse dignamente, cumplir y ser honrado, lejos de ser una virtud, está considerado de tontos. Aquí, el que se tiene por listo, aprovecha cualquier resquicio para saltarse el orden y llegar primero. Da igual lo que sea: la cola del super o una plaza de aparcamiento.

Colarse es un vicio feo, cutre y casposo. Pero, claro, no es igual colarse en la fila de la caja del super que en la cola de la vacuna. La cola de la vacuna es diferente a todas las demás. Exige ejemplaridad. Por eso quien se la salta, no es, simplemente, un geta o un caradura, es un desalmado egoísta que cae en lo más bajo de la mezquindad humana. No hay justificación que valga, los que se vacunaron cuando no les tocaba, no solo cometieron una falta grave desde el punto de vista ético, sino que deberían ser juzgados como autores de un presunto delito.

Es lo que pienso. De todos modos, no sabría decirles si estos comportamientos me producen más indignación que tristeza. Allá se van las dos sensaciones, aunque también reconozco que no nos lleva a ninguna parte flagelarnos más de la cuenta. Es preferible que nos quedemos con la parte positiva. Con que los chanchullos, de quienes se saltaron la cola de la vacuna, no han quedado impunes. Hemos descubierto a unos cuantos defraudadores, gracias a los medios de comunicación, y se supone que el Gobierno central y las Comunidades Autónomas tomarán medidas para que algo así no vuelva a repetirse.


Milio Mariño/ Diario La Nueva España / Artículo de Opinión

lunes, 25 de enero de 2021

Las sombras del recibo de la luz

Milio Mariño

Entre los enigmas que ni los sabios ni los científicos han conseguido descifrar, como la existencia de la materia oscura, la desaparición de los dinosaurios o el ronroneo de los gatos, no sé por qué, todavía, no han incluido el recibo de la luz. Un galimatías que nadie entiende por más estudios, indagaciones y experimentos que se hayan hecho. Así que si usted de los míos, de los que tampoco entienden el recibo, no debería agobiarse pensando que tal vez su coeficiente intelectual o su preparación académica no alcanzan el nivel adecuado. Debería estar tranquilo. No lo entienden las compañías eléctricas como para que lo entendamos los usuarios.

Los usuarios, cuando llega el recibo de la luz, lo que hacemos es mirar la cantidad que viene al final y compararla con la del mes anterior. Nadie sabe cómo se llega a esa cantidad ni entiende esas graficas que ahora incluyen, supongo que para despistarnos todavía más. Asumimos, resignados, que el banco ya ha pagado el recibo y tratamos de olvidarlo a menos que nos den un susto como el que nos dieron a principios de este mes de enero, cuando anunciaron una subida del 27%. Entonces saltan las alarmas y nos ponemos histéricos.

Para estos casos, siempre hay gente dispuesta que intenta tranquilizarnos diciendo que no es para tanto. Que la subida del recibo, aunque coincida con una ola de frío, es puntual y no una tendencia. Que la luz no sube debido a la inclemencia del tiempo sino a las inclemencias del mercado.

Menudo consuelo. De todas maneras, como estos supuestos sabelotodo insisten en su empeño, pasan a explicarnos que el recibo incluye una parte fija, una parte variable, los peajes de acceso, que también tienen una parte fija y otra variable, y los impuestos. Todo lo cual, a su vez, hay que considerarlo en función de la empresa comercializadora que cada uno haya elegido y según el modelo de contrato que tenga suscrito. Capítulo aparte es si, preocupado por la protección del medio ambiente, eligió una tarifa verde. Un verdadero timo porque todos los generadores y comercializadores utilizan la misma red de distribución y transporte y los electrones no pueden distinguirse unos de otros. Es decir, que tanto la energía renovable como la fósil se mezclan y el usuario no sabe si la electricidad que recibe procede de una central térmica, nuclear, hidráulica o eólica. 

Además de lo dicho, también conviene tener en cuenta que las facturas de la luz indican consumos correspondientes a períodos distintos: pueden ser de un mes, dos meses, quince días o lo que cuadre. Con lo cual, los consumos unas veces son estimados y otras reales, de modo que aparecen cantidades añadidas o descontadas, dependiendo de si la estimación fue al alza o a la baja. Añadan a esto que las compañías eléctricas suelen pasar, a veces, hasta seis meses sin hacer las lecturas reales de los contadores y en ese tiempo envían facturas basadas en estimaciones de consumo que regularizan más tarde.

Como ven un lio morrocotudo. Lío que se complementa con un dato curioso. Según el último estudio de la Comisión Nacional de los Mercados, el 63% de los hogares españoles desconoce quién le cobra el recibo de luz. Sorprende, ya lo sé. Pero si damos por descontado que nos roban, casi es preferible no saber el nombre del ladrón.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario la Nueva España

lunes, 18 de enero de 2021

La nevada de Madrid

Milio Mariño

Estos días pasados sentí envidia sana cuando vi que nevaba en toda España menos en Avilés. Aquí apenas cayeron dos granizadas que solo sirvieron para alimentar el deseo infantil de que el granizo fuera a más y la nieve llegara a cuajar, cubriendo los tejados, los árboles y las aceras, con ese manto de musgo blanco que siempre resulta enternecedor y maravilloso. Quería revivir la melancolía de mirar por la ventana y ver como caía la nieve. Pero Filomena, la borrasca, no quiso darme ese gusto y nos dejó, de regalo, el aire helado que asola las orejas tiñéndolas de morado.

Salimos perdiendo. No disfrutamos de la alegría que trae consigo la nieve y sentimos el mismo frio. Una pena porque la nieve viene bien para muchas cosas y, sobre todo, para la soberbia. Para esa prepotencia de los urbanitas, que creen que solo nieva en los pueblos y que las ciudades están a salvo de cualquier inclemencia.

Los urbanitas son mayoría. Más de la mitad de la población vive, hoy, en zonas urbanas. Una tendencia que va en aumento pues según los últimos estudios pasaremos del 51% actual al 65% en apenas dos décadas. Así que, como dijo Díaz Ayuso, si nieva en Madrid, que según ella es España, España se paraliza y la gente de los pueblos queda con la boca abierta mirando como los paletos de la capital son incapaces de hacer frente a una nevada por más que estuvieran super avisados. 

Lo que ocurrió tiene su explicación. Los que viven en la gran ciudad piensan, con soberbia, que su opinión es superior a la realidad. No aceptan obedecer las indicaciones ni que pueda derrotarlos una nevada. Un fenómeno natural salvo, al parecer, para los habitantes de las grandes ciudades y las últimas generaciones, que no saben nada de los ritmos de la vida, el paso de las estaciones y los fenómenos naturales, más allá de las jaulas de ladrillo, donde viven, y los caminos de asfalto por los que transitan sin que ningún obstáculo se lo impida. Sufren una desconexión suicida con la naturaleza y convierten algo normal, como que nieve en enero, en un acontecimiento insólito. Piensan, como bobos, que son invulnerables. De ahí que se indignen porque no haya una legión de obreros que, pala en mano, limpien las aceras, o porque se han visto atrapados con el coche o su teléfono móvil se quedó sin batería.

Podrían ser anécdotas si no fuera que ese comportamiento supone que nos traten, a todos, como idiotas. Que tengan que hacer sucesivos y constantes llamamientos a la prudencia diciendo que hay hielo en las calles y nieve en las carreteras. Insisten en darnos consejos como si fuéramos tontos y no supiéramos que en el hielo se resbala, que la nieve puede dejarte atascado con el coche, o que hay que abrigarse y protegerse del frio cuando el termómetro está bajo cero.

Lo malo que ahí no acabó la cosa, los consejos chorras se completaron con un ejemplo práctico que es para nota. Con Pablo Casado quitando nieve a paladas. Justo lo que nos faltaba, un oportunista intentado aprovecharse de la nevada. Lástima que no nevara en Avilés y que la nevada de Madrid tampoco sirviera para corregir las tonterías de quienes han olvidado que lo normal es que nieve en enero, incluida la señora Ayuso y el señor Almeida.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 11 de enero de 2021

Los felices 20 y el 21

Milio Mariño

Dicen, para animarnos, que este año será mejor que el pasado y que de esta saldremos más fuertes y en mejores condiciones. Se agradece, pero viendo cómo están las cosas no me planteo salir ganando, me conformo con empatar. Con no subir a ese tren para el que no hay billete de vuelta y con volver a disfrutar de lo que, ahora, echo en falta. He llegado a la conclusión de que soy un superviviente. Un tipo con suerte que ha sobrevivido, hasta la fecha, a la terrible pandemia y que, además, tiene salud, techo y comida. Así que solo me queda dar las gracias y esperar que volvamos a la situación de 2019.

Soy fácil de conformar, no espero milagros ni nada excepcional. Por eso me sorprende que los políticos, las personas más influyentes y los medios de comunicación, insistan en hacernos soñar con un 2021 en el que el mundo será distinto y mucho mejor. Parece como que la vacuna contra el covid-19 fuera un bálsamo que lo cura todo y que con un par de inyecciones se resolvieran, incluso, los problemas sociales. Tenemos mala memoria, olvidamos pronto que del sufrimiento y el dolor no se saca nada bueno. Lo decía Ferlosio: “Vendrán años malos y nos harán ciegos del destino”.

Por eso, a riesgo de que me llamen cenizo, pienso que nada hace suponer que, precisamente este año, el mundo vaya a cambiar para convertirse en un mundo mejor. Muchos apuntan en ese sentido, pero las predicciones pueden hacerse de dos maneras: Sobre una base empírica, con un margen de error razonable, o como lo hacen los que viven del cuento y utilizan la bola de cristal, el tarot o los posos del té.

Deben ser estos últimos los que predicen que, de hora en adelante, el capitalismo se hará bueno y la riqueza no estará concentrada, cada vez, en menos manos. Que lloverán del cielo grandes millonadas de dinero mágico, que harán posible que apenas se paguen impuestos y que las generaciones futuras no tengan que soportar sobre sus hombros una deuda pública que las asfixie. También, por fin, que se reforzará la salud pública, mejorando las condiciones de trabajo de sus profesionales y aumentando las plantillas hasta equipararnos con Alemania. Además, los partidos de derechas y los de la izquierda dejarán de acusarse mutuamente de todo lo imaginable y remarán todos a una y con el mismo rumbo.

 Para que no falte de nada, se hará realidad lo de salir juntos, de modo que los de arriba se mezclaran con los de abajo y la pandemia será sustituida por una epidemia de felicidad. Algo parecido es lo que pronostican, algunos, para este 2021 sin que les importe tanto decir la verdad como aprovecharse de la desesperación. Saben que necesitamos creer que esto pueda cambiar y alimentan la idea de que allá por el mes de junio viviremos en un mundo maravilloso: eficaz, eficiente y más justo. Ojalá fuera así, pero esas expectativas se verán defraudadas, no porque no vaya a ser cierta una cierta mejora, sino porque lo que nos anuncian no es creíble ni, aunque nos liemos la manta a la cabeza. La idea de que los felices 20 empiezan el 21 es tan ingenua que apenas alcanza para un suspiro. 

Cuando acabe la pandemia, lo único que saldrá mejor serán los postres caseros.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España