Quienes todavía no nos hemos
contagiado del virus ni hemos pasado la enfermedad vivimos en un estado de ánimo
que oscila entre la felicidad y el terror. Por un lado, nos alegra no haber
muerto ni enfermado y por otro contamos los días esperando que nos chuten la
vacuna antes de que aparezca el diablo y se cruce en nuestro camino. Intentamos
sobrevivir y salir adelante siendo conscientes de que será imposible que
volvamos a la normalidad de dos años atrás. El tiempo no se detiene y la vida nunca
nos permite volver; nos obliga a continuar. De modo que aquí seguimos, capeando
como podemos esto que, ciertamente, no es una guerra convencional, pero se
parece bastante. Hay incertidumbre, otro estilo de vida, crisis económica,
muchos muertos, muchos heridos, tristeza, héroes anónimos, algún insensato y miedo
y esperanza no sé si a partes iguales.
Miedo lo seguimos teniendo y esperanza
también. Hemos acabado por asumir las muertes del virus como se asumen los
accidentes de tráfico y ya estamos pensando en qué pasará después. En el
destino que les espera a quienes sean, o seamos, supervivientes. Cuestión que
también preocupa porque hay dudas sobre si solo tendremos paro y ruina
económica o cabe albergar la esperanza de una recuperación que nos depare algo
mejor.
Es difícil predecirlo. En realidad,
nadie se las promete muy felices, a pesar de que aquí, en Asturias, acabamos de
recibir un par de noticias que son las más importantes y las de mayor calado económico
en muchos años. Acabamos de conocer que Amazon invertirá 100 millones de euros en
un centro logístico, en Siero, que prevé generar 2000 empleos directos y que Naturgy
y Enagás han presentado un proyecto para producir hidrógeno verde y energía desde
un parque eólico marino y otro terrestre que, si se lleva a efecto, supondrá
para Asturias, la creación de otros 1.500 empleos en las fases de construcción,
operación y mantenimiento.
Cuando leí estas noticias me puse
tan contento como seguramente lo estarán ustedes, pero luego me topé con mi
padre, que tiene 95 años, y el optimismo se fue diluyendo hasta que casi desapareció
por completo.
Oye, estos que dicen que van a
crear 2000 empleos, ¿qué producen, que es lo que fabrican? Preguntó mi padre. Producir
no producen nada, se dedican a distribuir pedidos, son un centro de logística.
O sea, que lo que van a montar en Siero no es una fábrica, es lo que podríamos
llamar un almacenón, para que todos nos entendamos. Bueno si, más o menos. Pues
entonces de riqueza nada, carretilleros y gente moviendo paquetes. Empleos de
tercera regional ¿Y los otros? Los que se proponen sacar petróleo del aire… No
digas nada, ahórrate las explicaciones porque imagino algo parecido. Pondrán la
costa hecha un cristo sin que recibamos nada a cambio. Otra locura. Claro que tampoco
me extraña. Es tiempo de locos. Ahora se reivindica el derecho a la diversión y
a tener los bares abiertos antes que el derecho a la vida.
Las reflexiones de mi padre, que
como dije tiene 95 años, me dejaron preocupado. Igual resulta que hemos
repartido demasiado incienso. Antes recibíamos las noticias con un pensamiento mucho
más crítico. Así que, dejando a un lado la sorna de los viejos, lo mismo no
está mal traído llamar almacenón a lo que han bautizado con un nombre muy
parecido.
Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España
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