Partiendo de que cada cual tiene las
luces que tiene, uno analiza las suyas y llega a la conclusión de que quizá no
alcancen a ser luces led. Son más modestas, de ahí que procure superar la
desidia y me esfuerce por estar siempre al día y al loro de lo que sucede. Eso
hago, pero sirve de poco ya que, de vez en cuando, descubro que progreso en
ignorancia y en conocimientos y comprensión voy a peor.
Volví a comprobarlo, hace unos
días, cuando leí el borrador de la llamada Ley Trans; una ley que pretende
proteger los derechos de las personas transgénero. Acabé de leerlo y ya no es
que no lo entendiera del todo, es que no entendía ni papa. Y eso que iba
preparado. Sabía que se trataba de un asunto complejo y que estaba metiéndome
en un terreno en el que es fácil resbalar y darse un tortazo. Claro que lo
sabía, pero confiaba en que si abordaba el tema con una mentalidad abierta y un
espíritu tolerante no tenía por qué resultarme difícil comprender de qué iba
aquello ni qué era lo que pretendían quienes proponían la citada ley.
Para no ocultar nada, un poco
mosqueado sí que estaba. Me había llamado la atención que ocho históricas
feministas hubieran enviado una carta a Pedro Sánchez, reclamando que no se
procediera a legislar sobre la materia sin sostener, previamente, un amplio y
veraz debate en el que deberían aclararse algunos términos con los que no estaban
de acuerdo. Me extrañaba que el feminismo más ortodoxo tuviera esas reservas y tachara,
incluso, de reaccionario el proyecto de ley de la ministra Irene Montero.
Ya comentaba, al principio, que
uno tiene las luces que tiene y, además, muchos años. Y, supongo que será por
eso que acabé haciéndome un lío. No logré entender casi nada y menos aún el
concepto “autodeterminación de género”. Esto es, que el género de cada uno no
debería ser el que nos asignan al nacer, sino el que cada persona sienta y por
el que se autodefina. Es decir, que la biología no cuente, que lo que cuente sea
el deseo subjetivo de cada cual y que pueda hacerlo valer a partir de los
dieciséis años. En consonancia, también se plantea que a la hora de inscribir a
un recién nacido se evite asignarle un sexo, de modo que las categorías hombre/mujer,
no figuren en el Registro Civil.
Perdonen la ignorancia, pero ahí
ya me di por perdido y si no me tiré al rio fue porque no lo tenía a mano. La
identidad hombre/mujer, que durante siglos no había suscitado ningún problema,
resulta que ahora no solo se pone en cuestión, sino que pretenden eliminarla. Lo
propuesta es que cualquiera pueda ser de su género sentido y no del género que
le asignaron al nacer. Que cada cual sea lo que sienta y pueda sentirse lo que le
dé la gana. Qué se yo: hombre, mujer o un tigre de bengala.
Al final, va resultar cierto eso
de que la vida cada vez es más complicada. Celebro ser un hombre vulgar y
corriente, con la testosterona justa para no plantearme problemas. Si cunde el
ejemplo, si triunfa esa nueva ley del deseo por la cual cualquiera puede ser lo
que quiera, igual algunos se olvidan de elegir sexo y eligen ser millonarios.
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Milio Mariño