lunes, 24 de noviembre de 2025

De veinte a veinte van cincuenta

Milio Mariño

El jueves pasado se cumplieron cincuenta años de una de esas fechas que nunca se olvidan. Siempre recordaré el día que en la pantalla del televisor apareció un señor de orejas tremendas y ojos de cocodrilo y, entre suspiros y ataques de hipo, dijo: ¡Españoles, Franco ha muerto!  

No lo celebré. No hubo champán ni sidra El Gaitero, nada. Tampoco dije que en paz descanse porque no lo merecía. En vez de sentir alegría sentí mucho alivio. Tenía veinte y pocos años y casi me habían hecho creer que Franco era inmortal. Oía al equipo médico, que iba detallando los pasos de la agonía y el paso definitivo nunca llegaba. Franco permanecía entubado y conectado a un sinfín de aparatos, pero habían puesto a su lado el brazo incorrupto de Santa Teresa, el manto de la Virgen del Pilar y otras reliquias. Contaba con tantas ayudas que nos tenía en un sin vivir. Y, como aquel veinte de noviembre era jueves y hacía poco que había visto la película de Berlanga “Los jueves milagro” llegué a pensar que lo mismo resucitaba y todo seguía igual.

Al final, no hubo milagro. El dictador acabó muriendo el 20 de noviembre de 1975 y las detenciones, las torturas y los asesinatos no murieron con él. Duraron unos años más. Así que quienes envuelven la Transición con un halo mágico de consenso y buen rollo, mienten o no la han vivido. El tránsito hacia la democracia fue duro y muy difícil, los franquistas no cedieron así como así. Lo sabemos quiénes estuvimos involucrados y sufrimos las consecuencias, que no crean que éramos muchos, éramos menos de los que ahora presumen de un mérito que no tienen. Y ya no les cuento los que se apuntan a reescribir la historia y dicen que pudimos ser más valientes, ir más allá y hacerlo mejor.

Por supuesto. La Transición estuvo abierta a distintos caminos, pero juzgar ahora lo que sucedió entonces supone jugar con ventaja y dulcificar una historia que algunos recordamos muy bien. El paso de la dictadura a la democracia, con la oposición del ejército, la Guardia Civil y los ultras, no fue un camino de rosas. Hicimos lo que supimos y lo que pudimos hacer. Éramos jóvenes y muy optimistas. Creíamos que conseguiríamos un régimen de libertades y sería un logro sin precedentes. Nunca imaginamos que, cincuenta años después, se cuestionaría aquella conquista. Y menos aún que muchos jóvenes justificarían la dictadura, reivindicarían el machismo y se proclamarían admiradores de un dictador que era bajito, hablaba con voz de pito y no tenía un par de lo que, según ellos, un hombre debe tener.

Como lo oyen. Franco era monórquido, solo tenía un testículo, el otro lo había perdido en los alrededores de Ceuta, en un refriega contra los moros. Pero ni la mutilación varonil ni su voz aflautada impidieron que fuera considerado un héroe. Tampoco que, a estas alturas, aparezcan miles de jóvenes que se proclaman herederos de sus espermatozoides.

Los abuelos tenemos razones para estar orgullosos de lo que hicimos. La Transición no fue perfecta pero conseguimos una democracia que sí ha empeorado no es culpa nuestra. A saber qué pasará en el futuro. Los descontentos y los que más protestan se proponen corregir nuestros errores y mejorar la vida de los pobres, empuñando una motosierra.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 17 de noviembre de 2025

Cosas de la edad

Milio Mariño

Allá por agosto supimos que había fallecido María Branyas, a los 117 años, y el pasado lunes falleció Angelina Torres que, con 112, debía ser la siguiente en el escalafón centenario. Las dos se fueron sin hacer ruido y agradecidas por haber arrancado tantas hojas del calendario, pues vivir más de un siglo es un privilegio que pocos alcanzan. La edad es otra cosa, es un número que nos acompaña pero no define la esencia de nuestro espíritu. Podemos tener cien años y sentirnos jóvenes. De hecho, llega un momento en que no nos reconocemos en la edad que tenemos. La edad real es inamovible, pero la edad subjetiva, percibirnos más jóvenes, es algo que está a nuestro alcance y nos ayuda a ser más felices. 

Pensando en las dos ancianas, y en el empeño actual por eludir la vejez, recordé la historia de un holandés que registró en los tribunales una petición para que le quitaran veinte años y su DNI reflejara 49 en lugar de los 69 que tenía entonces.  

Sucedió hace tiempo y fue un caso muy comentado. Sobre todo cuando se supo que la respuesta de sus señorías había sido negativa. Los jueces dijeron que no habían encontrado argumentos legales para autorizar que el demandante pudiera cambiar por voluntad propia la fecha de su nacimiento.

Emile Ratelband, que así se llamaba quien quería rejuvenecer con todas las de la ley, no estuvo de acuerdo. Argumentó que si se autoriza a los transexuales a cambiar de género y que conste en su DNI, por qué, él, no podía cambiar su edad. Además, para reforzar su petición había adjuntado un certificado médico en el que se aseguraba que, fisiológicamente, tenía 45 años. Y no solo eso, también se comprometía a que si le cambiaban la partida de nacimiento estaba dispuesto a renunciar a su pensión y seguir trabajando hasta que, de nuevo, le llegara la edad de jubilarse.

No cabe duda de que era holandés. A un español jamás se le hubiera ocurrido renunciar a su pensión. Ni a cambio de veinte años ni de nada. Pero, lo sorprendente del caso es que decía que no era el miedo a envejecer lo que le había llevado a plantear la reclamación sino el deseo de exprimir su vida al máximo.

Parece difícil que la vida se pueda exprimir cambiando la fecha de nacimiento. De todas maneras, es de agradecer que se decantara por lo legal y no por soltarnos una retahíla de consejos para parecer veinte años más jóvenes. En estos tiempos, casi todos nos negamos a envejecer. No quiero imaginar la que podría liarse si los que tienen 69 años reclamaran tener 49 y los jueces les dieran la razón. Si así fuera, María y Angelina no hubieran llegado a centenarias.

Cuentan que la clave, para que no accedieran a la petición de Emile Ratelband, estuvo en una pregunta que le hizo el Juez. Dígame: ¿Dónde quedan esos 20 años que usted quiere quitarse? La respuesta era difícil. El juez podía quitarle veinte años en el DNI, pero él nunca podría quitárselos de encima. Mejor que reclamar en un juzgado hubiera sido que siguiera el ejemplo de José Saramago quien, en cierta ocasión, dijo a un periodista: Se equivoca, no tengo la edad que usted dice, tengo la que yo quiero.

 

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 10 de noviembre de 2025

Mazón, un relato de ficción

Milio Mariño

¡¡ Papel !! Gritó Mazón a un ujier que dormitaba en un banco a la puerta de su despacho. Y, cuando el ujier lo trajo, salió corriendo, derrapó en la esquina del pasillo y entró en el baño. Una vez allí, cerró la puerta, echó el pestillo y, con el pantalón abajo, el calzoncillo por los tobillos y la mandíbula desencajada, dijo: No puedo más. Llevaba un año aguantando un embrollo que se le había atravesado en el tránsito del intestino al cerebro y las entrañas le echaban fuego provocándole un sudor frio que delataba su sufrimiento. Así que decidió abandonarse al único placer que, sin incurrir en pecado, le es permitido a un cristiano y puso fin al suplicio.

Cuando terminó, sintió que se le despejaba la mente y se aclaraban sus ideas. El calvario había acabado. Lo siguiente era hacer lo que procede en estos casos. Y eso hizo. Con manos temblorosas cogió el rollo y trató de limpiarse de modo que no quedara ni rastro de aquella inmundicia que, por fin, se había quitado de encima. Casi lo había conseguido pero, cuando estaba acabando, le vino una náusea y estuvo a punto de vomitar. El olor era insoportable. Trató de evitarlo agitando con fuerza los brazos y moviéndolos por encima de su cabeza, a fin de crear una corriente de aire que dispersara aquel pestazo. No sirvió de nada. A pesar de sus esfuerzos el mal olor lo envolvía formando una especie de halo y persistía en el ambiente hasta el punto de que, cuando salió a dar una rueda de prensa, el olor salió con él y algunos de los presentes hicieron ostensibles gestos de asco, al tiempo que mascullaban varias palabras alusivas a su madre.

Esto que acaban de leer, acabo de inventarlo. Es pura ficción. Hay pocas posibilidades, por no decir ninguna, de que Mazón hiciera algo parecido. No sabemos qué hizo la tarde de la Dana ni tampoco el día que anunció su dimisión, pero dado que se oye, como un clamor, que la realidad supera a la ficción, quienes escribimos tenemos que arreglárnoslas como podamos si queremos escribir de este asunto. Ya me dirán qué hacemos con unos sucesos reales que no parecen reales. Habrá que contarlos de alguna forma que les dé verosimilitud. Habrá que seguir el consejo del narrador y poeta José María Merino, quien decía que la ficción es el mejor medio para desvelar la realidad.

La ficción es necesaria para convencernos de que las cosas pueden ser distintas de como son. No es un refugio frente a la verdad, es el espacio donde la verdad se vuelve más soportable. Permite entender cosas que, de otra forma, resultarían incomprensibles. Llena los silencios de quienes se empeñan en reescribir lo sucedido con la desfachatez de presentarse como víctimas de una tragedia a la que ellos mismos contribuyeron con su pasividad.

La dimisión de Carlos Mazón fue un vergonzoso ejercicio de auto justificación y cinismo que sustituyó la verdad por bulos que ya habían sido desmontados con certezas incontestables y autos judiciales. Mazón se despidió mintiendo. Y, puestos a mentir, podía haber recurrido a una ficción como la que encabeza este artículo. Después de todo, es creíble. No es inverosímil ni descabellada. Es lo que suele ocurrirle a cualquiera que esté de mierda hasta el cuello


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España 


lunes, 3 de noviembre de 2025

Noviembre de aniversario

Milio Mariño

Aunque hagamos esfuerzos por vivir el presente, el pasado siempre se impone al olvido. Permanece dentro de nosotros y regresa, unas veces a su antojo y otras cuando lo convocamos. Noviembre es buena fecha. Es un mes romántico que empieza con el recuerdo de nuestros difuntos y acaba con el aniversario de una muerte que abrió las puertas a la democracia.

Hace cincuenta años, noviembre se estrenaba con las familias camino del cementerio, pero ahora tienen que organizarse para seguir cumpliendo con la visita y las flores y llevar al niño a la Fiesta de Halloween, disfrazado con lo más aterrador que hayan encontrado en los bazares chinos.

Los tiempos cambian. Ahora, los jóvenes y los más pequeños disfrutan con lo macabro, el miedo y el terror. Algunos adultos también, pero menos. Los viejos, en cambio, detestan estos festejos. En su infancia, el miedo siempre estuvo presente y todo el año era Halloween. Durante la dictadura, la sumisión era obligatoria y ejercía su dominio acompañada por los castigos, el clasismo, la insistencia en que la guerra la habían ganado los buenos y el clima asfixiante de una sociedad amordazada que desconocía la democracia y lo que significaban los derechos y las libertades. Así vivieron toda su etapa infantil y no les quedaron ganas de hacer bromas con el miedo.

Nunca más, dicen cuando les recuerdan aquellos años. Y en esas estaban, sin prestarle mucha atención al cincuenta aniversario de la muerte de Franco, cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicó un estudio según el cual el 19% de los españoles, de entre 18 y 24 años, cree que aquellos fueron unos años buenos o muy buenos y que, durante la dictadura, se vivía mejor.

Tezanos siempre tan oportuno. Llevo toda la vida escuchando qué quien no conoce el pasado está condenado a repetirlo y va resultar que es verdad. Quienes creen que aquellos años fueron buenos o muy buenos es evidente que desconocen cómo fueron. Y, por supuesto, son culpables de su ignorancia, pero más culpa tenemos nosotros. Los hemos educado de forma que ni en los colegios ni en los institutos se ha querido hablar del franquismo; con lo cual ni los chavales de 18 años ni los que ahora tienen 50 saben nada sobre Franco y la dictadura. Creen que aquello fue jauja y se apoyan en lo que decimos: Que, a su edad, vivíamos mejor.

A pesar de todo, tal vez sea una ingenuidad considerar que el ascenso del fascismo y la ultraderecha son fruto del desconocimiento. Si funcionara la máquina del tiempo y los jóvenes pudieran viajar a la dictadura, no está claro que  regresaran pensando distinto. Ser rebelde, en estos tiempos, es ser fascista o de ultraderecha. Hace poco, entrevistaron a un chaval en televisión y dijo: “Lo que necesitamos es un Presidente autoritario que actúe con mano dura y acabe con esta mierda”.  

No hace falta ser un atleta mental para deducir que se refiere a la democracia. Hasta, como quien dice, ayer más allá de la posición ideológica de cada uno, prácticamente, todos defendíamos con orgullo el régimen democrático. Algunos seguimos defendiéndolo, pero somos ya muy mayores para salir a la calle y pelear, otra vez, como hace cincuenta años. Sería ridículo. Sería como esa gilipollez de demostrar que no somos un robot seleccionando tres fotos absurdas.

Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España


lunes, 27 de octubre de 2025

El robo de París

Milio Mariño

Nunca se había robado tanto y de tantas maneras distintas como en estos últimos años. Es exagerado. No supone motivo de alarma porque los ladrones han mutado en magos circenses que con una mano distraen al público y con la otra le roban la cartera. Han conseguido incluso que en vez de llamarlos ladrones los llamemos corruptos. Y la diferencia no estriba en que la palabra suponga menos rechazo social. Eso no les importa, lo que les importa es el trullo. Los corruptos cumplen menos años de cárcel.

Insisto: Se roba muchísimo. Y, para mayor desgracia, apenas quedan ladrones como los de antes. Ya no hay ladrones como aquellos de las novelas y las películas, que eran muy ingeniosos y tenían unos principios morales que respetaban a rajatabla. Solo robaban a los ricos y no hacían daño a nadie. No usaban la violencia ni las armas. Así que no pude por menos que acordarme de ellos cuando leí la noticia del robo en el Museo del Louvre de París.

También leí muchas opiniones, pero la mayoría evitaban decir la verdad. Menuda obra de arte saquear las vitrinas de la Galería Apolo un domingo por la mañana, sin tocarle un pelo a nadie, y llevarse nueve piezas de las Joyas de la Corona. Una diadema de oro y diamantes; un collar de 8 zafiros y 631 diamantes; unos pendientes también de zafiros; un collar de esmeraldas; un par de pendientes a juego; un broche de piedras preciosas llamado relicario; una diadema con 212 perlas y 2.000 diamantes y un broche representando un gran lazo de diamantes rosa.

El Ministro del Interior francés, Laurent Núñez, convocó una rueda de prensa y dijo que el valor de lo robado era incalculable. Pero luego aparecieron los tasadores y dijeron que suponía 88 millones de euros. Poco me parece.

Dándole vueltas al robo tropecé con una frase que no acabo de acordarme de quién es: “Ya que vas a robar, roba bien”. Descarto que fuera El Lute y El Dioni pienso que tampoco. No es igual robar gallinas que las Joyas de la Corona. Las gallinas se roban fácil pero, para compensar esa facilidad, a modo de disuasión, suponen más años de cárcel. De todas maneras, robar para comer tiene nombre, se llama hurto famélico. Sí se roba por extrema necesidad, para evitar morir de hambre, siempre que el importe sea menor de 400 euros, solo entraña una pequeña multa o un mes de cárcel. Una excepción absurda porque quien se está muriendo de hambre no creo que tenga fuerzas para robar.

Los ladrones de París robaron para comer y para una espléndida sobremesa de café, copa y puro. Robaron unas joyas que si preguntáramos por su origen entraríamos en un terreno muy peligroso. Su historia se remonta varios siglos atrás y combina expolios, intrigas, asesinatos…   El diamante de mayor tamaño, 426 quilates, proviene de la India y daría para una novela. Así que vale más no hurgar en la herida porque lo mismo acabamos invocando el refrán: El que roba a un ladrón…  Y tampoco es eso. Cualquier robo, el  que sea, merece ser condenado. 

La parte positiva es que en España sería imposible ese robo. No por mérito de la policía, sino porque no tenemos joyas de la corona. La joya más importante está en Abu Dabi. 


Milio Mariño / Articulo de Opinión / Diario La Nueva España

lunes, 20 de octubre de 2025

Guerras, animales y personas

Milio Mariño


Cuando el pasado 12 de octubre, en el desfile de la Fiesta Nacional, vi que habían sustituido a la cabra de la Legión por un borrego, que fue igualmente muy aplaudido, tuve la sensación de que el animal no disfrutaba con los aplausos y hubiera preferido que lo dejaran tranquilo y no lo metieran en aquel lío.

Los animales son pacifistas, no les gusta mezclarse con los ejércitos ni entienden que haya guerras. Lo cual no impide que puedan acabar siendo víctimas igual que nosotros. El otro día leí en un periódico que los rusos habían atacado, con drones, una granja en Ucrania, en la región de Járkov, y habían causado la muerte de 13.600 cerdos. Una masacre.

 Si las guerras resultan incomprensibles para nosotros, imaginen para los animales. Los animales no saben que el mundo se divide en países. Ni siquiera el toro bravo sabe que es español. Embiste aquí como embestiría en Pekín si hubiera toreros chinos desafiándolo en un ruedo. Lo suyo, como lo de cualquier animal, no es atacar, es defenderse. De modo que los animales no necesitan ninguna justificación. Todo lo contrario que nosotros, que cometemos atrocidades y luego hacemos lo indecible por justificarlas.

Miguel Gila, que era muy observador, decía que cuando hay una guerra matas a cualquiera y nadie te pregunta. Está justificado que mueran miles de personas. Por eso, muchos de los que se tienen por gente decente, incluido Felipe González, justifican que Israel mate a mujeres, ancianos y niños para que los terroristas reflexionen y piensen que siempre puede haber alguien más bestia.

 Puestas así las cosas ya me dirán que argumentos tenemos para reprocharles a los rusos que hayan matado 13.600 cerdos o destruyeran la gigantesca granja de Chornobaivka, donde había cuatro millones de gallinas que murieron de hambre y sed porque los rusos bloquearon el suministro de pienso y agua. Otro tanto sucede con las cabras, gallinas, ovejas y camellos que han muerto en Gaza por los bombardeos y porque también están pasando hambre igual, o más, que las personas. Hay una foto en la que aparecen unos niños palestinos y un burro comiendo, todos, del mismo cuenco. Seguro que a Netanyahu le parecerá simpática.

Desde que comenzó la guerra, según las estimaciones de la ONU, en Gaza han muerto 60.000 ovejas y 10.000 cabras. No hay registro de las gallinas, los burros y los camellos. Otros animales como los perros también han sufrido bajas, no se han librado, pero son los que mejor lo llevan. Son los únicos que no están flacos porque, al parecer, se alimentan de los cadáveres que encuentran abandonados en las calles.

Analizando las cifras de animales y seres humanos que han muerto en Gaza sorprende que sean muy parecidas. Tal es así que el ministro de Defensa israelí Yoav Gallant y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, no hacen distinciones. Los dos han dicho, públicamente, que los palestinos son animales. Les quitan la condición de humanos para justificar que tienen derecho a matarlos.

Sería absurdo negar que las personas no somos animales. Lo somos, además la diferencia entre ellos y nosotros no estriba en el destino, pues unos y otros morimos por igual. Lo que nos hace diferentes es la inteligencia. A los animales nunca se les ocurriría desfilar detrás de un borrego.


Milio Mariño / Artículo de Opinión / Diario La Nueva España

 


lunes, 6 de octubre de 2025

Luna llena de otoño

Milio Mariño

Mañana martes, siete de octubre, podremos disfrutar de la primera Luna llena de otoño, que es la más grande del año y añade un toque mágico a una estación que favorece las leyendas y las historias de los abuelos. Será todo un espectáculo si tenemos en cuenta que la Luna siempre ha sido fuente de fascinación y misterio, incluida su enigmática cara oculta, que fue inmortalizada por Pink Floyd en un disco que es música para los sentidos y bálsamo para el cerebro.

Viene de muy antiguo que asociemos los plenilunios a poderes mágicos y misteriosos que pueden ir desde que un hombre se convierta en lobo a propiciar que cambiemos de humor o que el pelo nos crezca más rápido. Nuestros parientes, los gorilas, celebran la luna llena bailando y los lobos aúllan al cielo, aunque hay quien dice que lo que hacen es rezar y pedir por la conservación de su especie. También las plantas se dejan influenciar por la Luna, así como los árboles, el agua de los océanos y sus inquilinos los peces.

La Luna es como una ternura flexible que lo envuelve todo. Y esta primera de otoño, que viene vestida de ocre y es la más grande y brillante, llegará, como siempre,  para favorecer nuestros sueños. Seguro que lo consigue, pero tiene difícil convencer a esa legión de científicos que, últimamente, parecen empeñados en corregir las enseñanzas de nuestros ancestros y aseguran que la Luna no nos influye en absoluto, que solo se trata de mitos y falsas creencias que han venido transmitiéndose a través de los siglos. Los hay que afirman, incluso, que subiendo una escalera experimentamos más cambios gravitacionales de los que puede ejercer la Luna sobre nosotros.

No me lo creo. Tampoco entiendo a qué viene esa campaña de desprestigio. Parece como si la Luna les hubiera jugado una mala pasada. Tenían mucha prisa por subir allí arriba y Collins, Aldin y Armstrong subieron en 1969, hace 56 años, pero nadie ha vuelto. Había muchos proyectos para establecer bases permanentes que permitirían explorar otros planetas, pero nada de nada. Y, tal vez por eso, por la indiferencia y el desprecio, la Luna se está alejando de nosotros.

Lo dice la NASA en un informe difundido hace poco. Dice que la Luna se está alejando de la tierra a razón de 3,8 centímetros por año. No parece gran cosa pero, según los expertos, de aquí a un tiempo podría tener consecuencias para nuestro planeta. Podría afectar a la duración de los días, el efecto de las mareas y hasta los eclipses.

Este informe de la NASA, y la postura de algunos científicos, evidencia lo mucho que saben de la Luna y lo que, aún, desconocen. Que es mucho más y denota su ignorancia en cuanto a la relación de la Luna con la Tierra. Un vínculo que nació hace millones de años y se fue acrecentando por razones de vecindad y mutuo respeto al orden cósmico que les permite girar a su bola.

Se entiende mal que quienes niegan que la Luna tenga alguna influencia sobre nosotros nos alerten del peligro de que, poco a poco, se vaya alejando. A saber qué pasará cuando se haya alejado tanto que ya no pueda influir en nada. Cuesta imaginar cómo será la vida entonces.